Despertar
Aún medio dormida, Mariana se dirigió a la cocina, colocó una taza en la cafetera y presionó de memoria la combinación de botones para hacerla partir.
El día anterior había sido de locos y estaba agotada, pero ahora sentía que valía totalmente la pena. Había ido con Francisco y las niñitas al nuevo parque de diversiones, donde pasaron todo el día. A pesar del intenso calor, la Emi y la Pili gozaron como nunca y tan solo ver las sonrisas en sus caritas era siempre la mejor recompensa. ¡Ay! Cómo amaba a sus niñitas.
El agua hervida, mezclada con los granos molidos terminaba de llenar la taza de cristal, impregnando el ambiente de un delicioso aroma a café. La máquina se detuvo y todo quedó en completo silencio. Por la ventana ingresaban unos tímidos rayos de sol, entibiando débilmente el frío suelo del departamento, un frío muy inusual en pleno verano. El mismo clima extraño de aquel día que tanto deseaba olvidar...
Pero no fue el frío, fue el silencio, el profundo silencio lo que incomodó a Mariana. Con cuidado, bebió un primer sorbo de su café y, preocupada, dedicó una mirada a su alrededor.
No. No era solo el silencio.
Repasó con la mirada la cocina y comprobó que no había platos sucios. Afuera, en el living, los muebles, el suelo, todo estaba limpio y en su lugar. Todo estaba impecable, prístino. No habían juguetes tirados, no estaba el piso de goma eva, las tacitas, ni la plasticina. «¿Qué estaba pasando? ¿Francisco había limpiado? No, ¡Imposible! ¿Él? ¿En qué momento?» Su corazón se aceleró bruscamente.
Dejó de golpe la taza de café aún sin terminar y se apresuró a la habitación de sus hijas.
Al abrir la puerta, el mismo silencio y el mismo vacío se hicieron presentes. Solo un escritorio, un par de cajas y una guitarra empolvada llenaban el pequeño espacio. ¡Sus niñitas no estaban ahí! Tampoco sus camas, sus juguetes, sus dibujos...
—¡Emi! ¡Pili! —gritó Mariana por el salón, con el corazón en la mano. Llamó llorando por el largo pasillo y por los baños, mientras se dirigía a su propia habitación en busca de su marido. Tenían que estar con él.
—¡Fran! ¡¿Francisco, dónde están?!
En la suite, la cama matrimonial se encontraba vacía, desecha de un solo lado. Un solo velador ocupado. Ningún rastro de él. Mariana sintió un sudor frío bajar por su espalda.
«Esto no puede estar ocurriendo, Francisco debe haber salido con las niñas y se llevó las cosas. Era la única explicación que quedaba. ¿Pero por qué?» Aferrándose a ese pensamiento, intentaba ubicarlo en su celular, mientras terminaba de recorrer cada rincón de su casa en búsqueda de algún rastro o mensaje de sus pequeñas o de su marido.
Del otro lado de la línea contestaron recién después del tercer intento.
—¿Aló?
—¡Francisco! ¿Dónde están? ¡¿A dónde se fueron sin avisar?!
—¿Con quién hablo? —preguntó una confundida voz masculina desde la otra línea.
—¿Cómo que con quién? ¡Con Mariana! ¿con quién más va a ser? Por favor dime donde fueron, que no logro...
—¿Mariana? ¿Por qué me estás llamando?! —interrumpió la voz, que ahora en vez de confundida sonaba enfadada.
—¡No están tus cosas, ni las de las niñitas! ¡¿A dónde te las llevaste?!
—¿Me estás tomando el pelo? ¿De qué niñitas me hablas? —Mariana quizo responder, pero Francisco no la dejó.
–¡Hace años que no sé nada de ti y te atreves a llamarme ahora, ¿Después de lo que me hiciste?!
Mariana se quedó un momento en silencio. No podía estar hablando de aquello. Ya habían pasado más de 6 años.
—No te referirás a... —preguntó Mariana con miedo, pero en el fondo conocía la respuesta.
—Fran, pero tú...
—¡Ándate a la mierda!
—...tu me habías perdonado. —quiso corregirlo, pero Francisco ya había cortado.
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