
Capítulo 4
Brian abrió los ojos y se elevó en un codo. Miró la belleza de cabellos rojizos que descansaba a su lado. Enredó uno de sus dedos en uno de los mechones que se desperdigaban en la almohada. Era preciosa y su mejor amiga, y, además, funcionaban en la cama sin inconvenientes. Salvo que en el último tiempo él no estaba tan entusiasta como de costumbre y...
Aventó los cobertores a un lado y salió de la cama con enfado. Se presionó el pulpejo de las manos sobre los ojos, tratando de olvidar lo que había hecho la noche anterior. No podía creer que había sometido a un hombre, que lo había presionado sobre un escritorio y violado sin contemplaciones. Él creía en la justicia y que el mundo estaba formado por dos colores: blanco y negro. Brian siempre había estado del lado de los buenos hasta la noche anterior. No sabía qué se había apoderado de él.
Necesitaba un café que le despejara la mente. Urgente. Sin más vestimenta que un calzoncillo negro, se dirigió a la cocina. Al pasar por el living, notó que la luz de la contestadora parpadeaba, lo que avisaba de un mensaje nuevo.
Presionó el botón de reproducir y la voz de Nick lo estremeció de la cabeza a los pies.
Brian, bebé... debes sacarte de la cabeza la idea de que fue una violación. Sabes que tanto tú como yo queríamos que sucediera y disfrutamos del encuentro, no lo puedes negar. Llámame.
Sin lograr controlarlo, su pene se endureció y las imágenes de tener a Nick bajo su cuerpo, entrando y saliendo de él, lo inundaron y lo agitaron de tal manera que no creía posible. El tacto de aquel cabello suave en su puño y los sonidos de sus gemidos lo atormentaban. Borraría el maldito mensaje, pero un impulso lo contuvo en el último segundo. Se quedó con el dedo suspendido en el aire, a escasos milímetros del botón rojo. No sabía bien la razón, solo que no quería deshacerse de la grabación.
Pensó en las palabras de Nick y trató de vislumbrar el encuentro que habían tenido desde el cristal que estas le planteaban: desde una perspectiva en la que Nick también lo había disfrutado. Eso no hacía nada por calmarle la erección que pugnaba en sus calzoncillos. ¿Podría ser que él estuviera equivocado? Sus dedos hormigueaban por marcar el número de Nicholas, eran tales las ansias de verlo que lo sorprendían hasta lo indecible. Sin embargo, lo que habían tenido era un asunto de una sola vez. No volvería a suceder. Jamás.
Entró en la cocina. Las baldosas, grisáceas y brillantes, le enfriaban los pies descalzos. Se dispuso a preparar el desayuno para él y Morrigan. Nada muy elaborado, solo café con unas tostadas, y agradecía contar con una Nespresso y una tostadora eléctrica que hicieran todo el trabajo. Era un inútil en la cocina y no había caso negarlo y, mucho menos, ocultarlo. Además, Mor ya lo sabía. Lo conocía como nadie. Tal vez debería poner más empeño en su relación con ella. Mor podría ayudarlo a olvidar al hombre. Apenas el pensamiento surgió en su mente, se maldijo, ella no merecía que la usara de aquel modo.
Mantenían una relación de amistad con ciertos beneficios, pero jamás se habían utilizado. Ambos sabían en lo que se metían y habían establecido que siempre hablarían con la verdad. Pero Brian no podía confesarle que se sentía atraído por un hombre, aunque fuera la persona en la que más confiara. Se conocían desde la universidad, no era que hubieran compartido clases dado la diferencia de carreras, pero habían coincidido en algunas salidas con amigos en común y rápidamente habían hecho conexión. Lo de los beneficios se había dado con el tiempo, entre tanto y tanto, si ambos estaban solos.
La imagen del rostro del pelilargo se coló en su mente. Sacudió la cabeza a un lado y al otro como si pudiera expulsarlo. Borraría a Nick de su pensamiento y de su piel. Debería tomarse un baño, puesto que aún sentía aquel aroma dulzón a jazmines impregnado en su cuerpo. Puso una cápsula en la Nespresso, una de Arpeggio Descafeinatto, el favorito de Mor, era intenso con unas notas de cacao. En cambio, Brian prefería el Kazaar, penetrante, amargo y cremoso, y con unos toques de pimienta.
Los aromas a los diversos cafés se confundieron, no obstante, no lograron aplacar el dulzón. Cerró los ojos con fuerza. ¿A quién quería engañar? No hacía más que tener la mente inundada con imágenes de Nick, sus sentidos colmados de su voz, el tacto de su piel, su característico perfume. Se volvía loco de deseo por el maldito hombre. Desde que lo había conocido, no se reconocía a sí mismo. Jamás le había ocurrido algo parecido por una persona de su mismo sexo, y estaba desconcertado y mareado con la revolución en su interior. La noche anterior había sucumbido a sus más bajos instintos, solo debía mantenerse alejado a fuerza de voluntad. Se repetiría en su mente esas palabras hasta que se le grabaran a fuego.
¿Qué demonios le sucedía? Él no era gay. No le gustaban los hombres. Pero su mente, la muy maldita, no tuvo ningún reparo en recordarle que, sin embargo, sí se sentía atraído hacia Nick. Nunca había tenido una reacción tan visceral hacia otra persona, mucho menos un hombre. Nunca había tenido cada fibra de su ser añorando el toque de otro ser como había su cuerpo llorado por el de Nick, por la satisfacción, cada pensamiento focalizado en ese instante, en el sentimiento que el creativo había despertado en él. Trabó las mandíbulas y cuadró los hombros, cada pensamiento intrusivo desterrado de su mente de modo intencional, o al menos lo intentó.
Terminó de poner las tazas en una bandeja, añadió unas tostadas, jugo de naranja de un cartón de Tropicana en dos vasos, y se encaminó a la recámara a despertar a la joven que descansaba en su lecho.
Nick volvió a sacar su móvil del bolsillo del pantalón como por enésima vez y constató que no tenía ningún mensaje ni llamada perdida desde los últimos cinco minutos en que había revisado. Había pasado todo el día anterior a la espera de alguna comunicación por parte de Brian en respuesta a su mensaje, pero nada de nada. Sabía que se estaba desesperando como una colegiala, pero eran tan acuciantes las ansias de estrecharlo entre sus brazos que creía que enloquecería.
Salió del ascensor y entró en S&P. Le encantaba su trabajo y más el compartirlo con sus mejores amigos, pero esa mañana de lunes no se hallaba en su mejor estado de ánimo y hubiera preferido haberse quedado metido en la cama. Aunque tenía que admitir que la distracción sería bienvenida. Necesitaba mantener su cabeza ocupada si no quería que Brian la colmara a cada segundo.
De pronto, una mano lo asió fuerte por el brazo y comenzó a arrastrarlo.
—Andy, ¿qué demonios te pasa?
Pregunta estúpida. Sabía qué era lo que le ocurría a su amigo, había tratado de comunicarse todo el domingo y él no le había devuelto ni uno de los llamados. Lo arrastró hasta la sala de archivos y, una vez dentro, cerró la puerta.
—Nick, creí que tenías mejor criterio. —Andy sacudió la cabeza con desilusión—. Vas a decirme qué ocurre con Brian. Soy tu mejor amigo y me preocupo por ti.
—No lo hagas, encanto. —Nick enterró las manos en los bolsillos de su saco y se encogió de hombros—. Entre Brian y yo no ocurre nada. Solo fue un... —dejó escapar un suspiro profundo y conectó la mirada con aquella tan clara—, no lo sé, un lapso suspendido en el que compartimos el mejor sexo que quizás tenga en toda mi vida...
—¡Maldición, Nicholas! —Golpeó uno de los estantes de la repisa repleta de cajas—. Sabes que él no es como tú —gritó en un susurro, si es que existía eso de susurrar gritando—. A ver, ¿cómo es el asunto? Se la pasa con Morrigan y mantiene sexo contigo a escondidas. ¿Así son las cosas ahora? —Hizo una breve pausa en la que parecía buscar aire antes de sellar su juicio—: No es de los que da la cara.
—No creo que lo tuviera planeado, Andy. No seas tan rápido en juzgarlo.
Nick se apresuró a defender a Brian y comenzó a enfadarse con la expresión de Andy. Nadie tenía que meter las narices en ese tema, ni siquiera el que era su mejor amigo. Lo que ocurría entre él y el abogado quedaba entre ellos.
—¿Que no lo juzgue? ¿Acaso van a tener algo? Y no me refiero a otra revolcada sin que nadie lo sepa. ¿Va a cortejarte abiertamente?
Nicholas soltó una carcajada amarga.
—¿En serio? ¿Cortejarme? Ya debes dejar de leer novelas románticas, encanto. Te están friendo el cerebro.
—Déjate de estupideces —lo tomó del cuello de un lado del saco con una mano y lo zamarreó un tanto—, sabes a qué me refiero. No quiero que salgas lastimado.
—Un poco tarde para eso, ya conoces lo que siento por él. —Nick mantuvo una mano en alto—. Y antes de que me digas nada, también tengo en cuenta que él no comparte mis sentimientos ni que saldrá a la vista de todos conmigo.
Andy se acercó a su amigo y le posó una palma en la mejilla áspera por la falta de afeitado.
—Me preocupo por ti. Te quiero y no deseo que salgas herido. —Le pasó unos mechones del cabello lacio por detrás de la oreja y conectó su mirada con la melosa—. Nick, si sabes lo que no será, no te embarques en un viaje que solo resultará en el arribo a una tierra de puro dolor para ti.
—¡Ay, Andy! —Rio con un tinte agrio—. Lo haces parecer tan fácil. Te desafío a, cuando tengas el amor al alcance de tus dedos, contenerte como me pides que haga.
Andy bufó y metió las manos en los bolsillos del pantalón, balanceándose sobre sus pies. Nick sonrió ante la expresión de Andy, era un romántico incorregible que buscaba a la mujer ideal, pero no lo lograría encerrado en las cuatro paredes de su apartamento.
—Hagas lo que hagas, cuentas conmigo.
—Andy, él no se puso en contacto conmigo desde la inauguración, así que creo que estaré a salvo de sus garras —se carcajeó Nick, pero de un modo vacío que no pareció engañar para nada a su amigo.
—¡Hijo de puta! ¿Cómo se atreve a no llamarte después de haberse acostado contigo? Es un idiota.
Nick lo tomó por la barbilla y obligó a que esos ojos que redundaban en furia lo enfocaran. Lo amaba, no podía pedir mejor amigo que Andrew Morgan, y le enternecía en el corazón el que creyera que tenía que ser defendido su honor. Era un caballero de brillante armadura, aunque nadie más lo percibiera.
Andy había entrado en Hayworth Enterprises unos pocos meses después que él, donde trabajaban antes de decidir a arriesgarse con el nuevo proyecto de sus jefes. Habían tenido una conexión instantánea y, a pesar de que Nick se llevaba muy bien con todos, con Andy tenían una relación especial.
—Encanto, ya te he dicho que no soy una jovencita, soy fuerte como un roble como para soportar el corazón herido. —Nick se golpeó dos veces con el puño en el pecho para dar énfasis a sus dichos—. Solo debo tener un poco de tiempo para lamer las heridas. Ahora, permíteme regresar al trabajo, lo que mantendrá mi mente ocupada en algo productivo.
A lo largo del día, varios de sus colegas y amigos se acercaron a preguntarle qué le sucedía. La respuesta que cada uno obtuvo fue un simple «nada». Los ojos celestes tan claros como el agua de Andy lo taladraban ante cada contestación. Parecían decirle: «Eres un mentiroso de primera». Sabía que estaba enfadado y comprendía que era porque se preocupaba por él. Pero, ¡maldición!, Nick ya era adulto y no necesitaba una niñera.
Si no estuviera tan irritable, seguro que apreciaría que sus amigos se interesaran en su bienestar; ese día no era el caso. Sacó de nuevo su móvil y nada. Lo apoyó con un golpe seco sobre el escritorio y se concentró en el proyecto que revisaba en el ordenador. O al menos trató.
Todo el santo día persiguió a Brian el maldito mensaje de Nick. Sus palabras se reproducían una y otra vez en su cerebro, diciéndole que ambos habían disfrutado para finalizar con un «llámame». Ese llámame hacía que sus ojos se enfocaran en el teléfono sobre su escritorio cada tantos minutos. Golpeó la superficie de madera oscura con el puño para evitar tomar el tubo y aventó el informe que sostenía en la otra mano hacia el maldito aparato. Era evidente que le sería imposible trabajar.
Tenía que prepararse para la audiencia del día siguiente y no hacía más que pensar en el cuerpo de Nick bajo el suyo y en el sabor y aroma de su piel. Hundió su rostro en las manos y gruñó. Se estaba volviendo loco. ¡Él, que siempre había sido tan racional y tranquilo!
Se recostó en el sillón giratorio de cuero negro y cerró los ojos al tiempo que esperaba a que su respiración se apaciguara, sin embargo, la imagen de Nick curvando su espalda contra él y estirando su cuello al llegar al clímax lo desestabilizó nuevamente.
Se aferró con fuerza al borde del escritorio y trató de enfocarse en sus obligaciones durante el resto del día, apenas lográndolo y con gran esfuerzo. Al llegar la tarde, dejó de pretender y dio por finalizada la jornada laboral.
Al ingresar en su apartamento, sus pies lo dirigieron junto a la contestadora y sus dedos la accionaron como si tuvieran vida propia. La voz de Nick interrumpió el silencio de la sala, un estremecimiento recorrió la columna de Brian y un deseo irrefrenable le fluyó por el cuerpo. Ya no aguantó más. Si Nick quería volver a tener un encuentro con él, que así fuera, pero sería bajo sus propios términos. No podía dejarse llevar nuevamente por aquel camino de descontrol. Él no era gay. Y punto.
Levantó el teléfono y marcó el número del hombre que lo había perseguido en su mente durante todo el día. Dejó un mensaje claro y directo. Una invitación a su apartamento para la noche siguiente.
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