Despedida en blanco y negro.
Febrero, 14.
Querido Raúl.
Escribir en prosa para decir Adiós siempre me ha parecido un acto de suicidio en blanco y negro. Aquello de aniquilarse con un bolígrafo y una hoja de papel es postergar la agonía, y se corre el riesgo de fallar en el intento. Un acto digno de un masoquista e incompetente irresoluto quien rubrica su propia estupidez. ¿Será acaso porque la prosa no es mi fuerte que me resulta un suicidio "prosaico"? Prefiero los suicidios en rojo. Aunque he de reconocer que para eso tampoco soy buena. De ellos, tengo en mi haber innumerables conatos y perceptibles vestigios en mis muñecas. En realidad, toda mi existencia ha sido una interminable suma de octavas notas, de fallidos intentos, con tan solo una excepción.
Hoy, precisamente, cuando el alba irrumpió para que la noche se fuera de juerga, quise suicidarme en intenso rojo carmesí, pero volví a fallar y opté por la tinta y la amalgama de sustancias vegetales para ofrecerte una despedida. ¿Entonces no quiero morir? ¿O deseo alargar mi aflicción?. No lo sé.
De lo que sí estoy segura es de haberte amado. De amarte aún con la fuerza inconmensurable de un volcán y el ímpetu del bravío mar. No llegaste a mi vida por azaroso destino. Te busqué y te encontré. Fuiste la resulta de una empecinada cazatesoros quien apretaba en su puño la joya pandórica. Fuiste mi tesoro, cuando abandonada en una isla, sin alimento, sin vestimenta, sin refugio, sin asidero, sin voluntad y sin fe, decidí arriesgar todo lo que no tenía y emprender una búsqueda que, quizás para otros era una auténtica locura. Pero, ¿qué otros?, si estaba sola en mi islote de inconformidades y frustraciones.
Inconformidades y frustraciones que fueron reemplazándose por altas dosis de adrenalina que en desbocadas cataratas se arrojaban en mi torrente sanguíneo. Con tan solo mirarte el miedo se apoderaba de mi humanidad. Mi corazón se agitaba como potrillo rebelde cuando por primera vez le abren las puertas del corral para que corra sabana. Tú eras mi sabana. Tú eras mi excepción.
Era temor a ser artífice de otra rotunda negativa como aquella de la que fui destinataria en aquel lugar cuando me arrojé en tus brazos. Era temor por confesarte que lo que se había iniciado como un juego, en ese momento era mi innegable realidad. Era temor por saber a ciencia cierta que mi realidad no era la tuya. Era temor de perderte sin haberte tenido nunca. Ahora siento que te pierdo luego de haberte tenido. ¿Acaso te tuve alguna vez? No sé que es más doloroso. No podría dilucidarlo.
No escribo estas líneas para perpetuar reclamos y decepciones. Las escribo para recrear un final para nuestra historia de amor. Porque los cuentos de hadas siempre merecen un bello final. Aunque en esta atípica historia de zapatillas perdidas, tú mi amado pirata, mi rey, mi sultán, preferiste al gigante de siete leguas con corazón de enano y no a esta loca enamorada que enfrentó sus propios molinos de viento para conseguir tu amor. Fue tu decisión y la respeté. Así será mientras tenga aliento. Porque te amo y solo seré dichosa cuando esté convencida de que la felicidad amanece contigo en tu cama.
Ese mismo aliento esparcirá, en complicidad con el aire, el cántico de amor que día a día, entonaré para ti. Cántico que tu ensordecido corazón se ha negado a escuchar. Ensordecido por tu propia volición. Más nunca sabré con certeza si tuviste oídos para mí. Sin embargo, tus hechos, tu silencio y la elección que hiciste me asoman una dolorosa y cruel respuesta... que creo en este instante ya no me lacera, no me duele. Siento que mi cuerpo y mi alma se distancian para nunca más juntarse. ¡Creo que he muerto! Es un hecho consumado. Me he suicidado en blanco y negro. Pero antes de irme rubrico mi estupidez.
Por siempre Tuya.
Laura.
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