Víctor, por extraño que sonase, no sabía qué hacer. Cuando intento hablarle para comunicarse con él, descubrió que aunque por mucho que lo intentara, su voz no salía, intento gritar, chillar, pero ningún sonido salió de su boca. Por eso permaneció inquieto en su lugar, no sabía qué hacer y eso lo volvía loco.

Yuuri, por su parte, sentía un gran terror, no sabía cómo interactuar con su nuevo interlocutor. Nunca en su vida fue alguien sociable, no tuvo muchos amigos, mucho menos una novia. Murió virgen, y esas cosas solo le demostraban cuan patética fue su vida, con solo ver al otro ser notaba lo carismático que debió ser, incluso pensó que cuando este denegó en su intento de acercarse fue gracias al hecho de notar lo patético que era, así tuvo miedo, miedo de que incluso en la muerte no ser lo que las personas quería que fuera.

Aun en la muerte, el temor no abandonaba, los prejuicios no se largaban, y la incertidumbre también carcomía.

Aunque dos almas rotas se llamasen con locura, la mente no dejaba el alma, siempre le seguía atada.