II
Oscuro, muy oscuro, frio, tranquilidad, paz.
Eso fue lo último que recordaba el alma de Víctor antes de dejar su cuerpo.
Despertó, por así decirlo, en un espacio en blanco, muy blanco, cegador al principio, se froto lentamente los ojos mientras intentaba asimilar su visión. Poso las manos frente sí, especialmente las muñecas, las observo bien, y estaban sanas. No mostraban la consecuencia de la última acción que tomo.
Sinceramente se sentía extraño. Había escuchado que cuando uno moría de la forma en la que él lo hizo, uno no alcanzaba la paz, que su alma se retorcería en lo más profundo del purgatorio, condenado a vagar durante toda la eternidad, en condena de lo que había hecho.
Qué cosa más inesperada.
Se sentía extraño, eso era cierto, su cuerpo se había ido, el dolor se había ido. No tenía ningún miedo, se sentía flotar y ya no tenía que sufrir más.
Al fin lo alcanzaba, tanto tiempo atrapado, tanto tiempo perdido y por una vez en su vida obtenía lo que quería verdaderamente.
Por fin era libre.
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