Triada óneiros
Me encuentro parada en frente de la cama de mi habitación. El ambiente a mi alrededor es semi-oscuro y frío, y aun así, la mirada del ser frente a mí me calienta, sus ojos como dos tizones me distraen de la penumbra.
No recuerdo cómo es que acabé en esta situación, tal vez sea un sueño, pero esta vez no quiero que el hecho de estar consciente arruine este momento.
Se acerca lentamente y me besa…
El sujetador blanco se desliza hasta el suelo, sus manos se deslizan por mi cuerpo, mientras que sus labios mortifican mis pezones.
Los masajea, saborea su dulce sabor, los mordisquea suavemente.
La punta de su nariz me roza, haciéndome cosquillas.
Me dejo llevar, intentando asimilar todas esas emociones.
¡Qué sensación tan maravillosa!
Se da vuelta y termina detrás de mí, con su pecho presionado contra mi espalda; un contacto ardientemente deseado.
Siento una punzada de placer en mi sexo y automáticamente aprieto mis piernas.
¡Cómo me gustaría tenerlo dentro de mí!
Con un dedo, mueve mi cabello hacia un lado y comienza a besar mi cuello, mis hombros, mi espalda…
Me rodea con sus brazos, hunde sus dedos en la suave piel de mis pechos, los aprieta, mientras simula una embestida y estruja su erección contra mis nalgas.
Las llamas de la lujuria se apoderan de mi ser. ¡Sí, es tan embriagador! Se siente tan real.
Completamente adicta, cierro los ojos, echo la cabeza hacia atrás y, abriendo un poco la boca, gimo.
¡Jodidamente magnífico!
Hace calor, demasiado calor. El aire es bochornoso, casi irrespirable. ¿Son nuestros cuerpos los que la sobrecalientan o es solo mi piel la que arde bajo el suave y anhelante toque de sus dedos?
El deseo aumenta, mi mente evoca campos de fresas, tan rojas, jugosas, fascinantes y eróticas. Todas explotan, junto conmigo. Casi puedo sentir su frágil sabor.
Nuevamente, estamos cara a cara. Sus ojos rojo sangre, me miran posesivos, emocionados.
Me sonríe, revelando sus caninos afilados y amenazantes, colapsando con fuerza cada pieza de mi inhibición.
Debería tener miedo, pero por alguna extraña razón, quisiera sentir esos caninos afiliados en mi carme.
Coloca una mano en mi mejilla, liberando descargas eléctricas de pura comprensión, de una sed insaciable. Su mirada no se mueve, me aturde gratamente. Junta nuestras frentes y luego me da un suave beso en el labio superior.
Sus besos, sus besos son algo sublime, único. Sentir su boca cálida, sensual, decisiva…
Es imposible describir perfectamente las emociones que provoca en mí el contacto más natural; sin embargo, aquí estoy, sonrojándome al sentirlo en mi piel.
Su mano se desliza traviesamente por mi cabello y me empuja hacia abajo…
Me encuentro besando su pecho desnudo, su ombligo, oliendo el delicioso aroma de sus bellos plateados. Desciendo hasta llegar a su vientre, tan suave, tan perfecto, atractivo.
Dejo un pequeño rastro de saliva justo en la tela de su ropa interior y allí, donde se esconde el miembro latente, doy besos y lametazos hasta ser recompensada con un suspiro de su parte.
«¡Desnúdalo, hazlo tuyo!» Grita mi mente perversa.
Lo agarro de sus caderas, aferro el tejido que mantiene prisionera su virilidad. Un escalofrío lo sacude mientras, con exceso de audacia, libero la bestia hambrienta con inquietante lentitud.
Leo en su mirada una súplica silenciosa, un deseo ardiente. Tiembla de impaciencia. Acaricio su sexo, de la manera más erótica que puedo, apenas tocándolo con mi dedo índice. De repente me alejo de él y lo empujo para que se siente en el borde de la cama.
Él se recuesta, sosteniéndose con los codos y me observa, como si quisiera adueñarse de mi alma.
Con un suspiro entrecortado, me arrodillo frente a él y mi mirada cambia de dirección. Puedo sentir la sangre corriendo por mis venas, calentar mis orejas, palpitar en mis sienes.
¡Todo eso es para mí!
Extiendo una mano, me doy cuenta de que estoy temblando solo cuando siento la piel caliente de su excitación en contacto con la mía.
Sus ojos se abren, antes de echar la cabeza hacia atrás y dejar escapar un suspiro, como si hubiera estado esperando ese momento toda su vida. Respira mi nombre suavemente…
Un escalofrío. Un maldito escalofrío recorre mi espalda. ¡Solamente por oírle susurrar mi nombre!
Sin soltarlo, planto mis pies firmemente en el suelo, lanzándome sobre su pecho nuevamente. Mi boca retoma su carrera incesante; lamo su pezón, beso el contorno de sus costillas y mordisqueo su costado.
Lo siento crecer en mis manos. Es tremendamente hermoso saber que entre tantas mujeres que lo desean, soy yo quien lo está disfrutando en estos momentos.
Ya al límite, agarra mi mano firmemente alrededor de su sexo, invitándome a moverla juntos. Arriba, abajo, arriba y abajo otra vez…
Él cierra los ojos, sin reprimir un gemido. Aprovechando ese momento, me agacho lentamente y lo toco con mis labios, tomándolo por sorpresa. Espontáneamente, arquea su vientre, siguiéndome la corriente.
Dejo un ligero beso, saboreando su excitación.
¡Oh!
Siento la abrumadora necesidad de profundizar mi veneración, la siento partiendo del centro de mi ser, de mi núcleo palpitante. Lo provoco con calma, acariciando la punta con la lengua, describiendo pequeños círculos.
Es suave, pero duro al mismo tiempo.
Es vigoroso, incesante, inmanejable.
Bajo lo más que puedo, recorro su longitud con los labios entreabiertos, emprendiendo un recorrido continuo del cielo al infierno.
Exhalo mi cálido aliento sobre él; inhalo su mágico aroma, envuelvo mi lengua una última vez, antes de bajar más y chuparlo con labios apretados.
Sus caderas suben y bajan conmigo mientras Lo empujo, finalmente, dentro de mi boca. Más y más profundo, más y más dentro en mi corazón. Me atraganto con aquel monstruo, logrando cumplir un acto que en la vida real sería imposible realizar.
Me agarra del pelo, me acerca y me hundo más. Está en todas partes; en mi lengua, en mis dientes, en mi garganta. Lo bebo con avidez, quito mi sed.
Él se retuerce de placer, estira las piernas y sé que está a punto de explotar.
Me detengo a tiempo, una sonrisa provocativa se abre en mi rostro, tan pronto como me encuentro con sus ojos llameantes. Su respiración es entrecortada, sus pómulos sonrojados y sus ojos furiosos.
«¿Me castigarás?» Pienso, y realmente deseo que lo haga.
Lo empujo completamente sobre la cama, “lo domino”, aprisionándolo debajo de mí. Le quito los pantalones por completo y los tiro al suelo.
No puedo esperar más, lo necesito.
Tomo posesión de su boca en un instante, mientras mantengo una mano sobre su erección. Aún percibo su sabor en mi lengua, ha quedado grabado en mi mente, en mi alma.
Se retuerce, mueve las caderas, mientras yo me froto contra su muslo, moviéndome con dulzura.
«¿Me quieres?»
Él siente febrilmente, sigue mi juego, la ilusión de que soy yo quien tiene el control.
Sin quitarle los ojos de encima, paso mi lengua por mi labio inferior y lo muerdo. Siento dolor, ¿cómo es posible?
Lentamente aflojo mi agarre; anhelando ser sometida. Me dejo deslizar a su lado, con cuidado de que nuestra piel encaje.
«Eres mía». Susurra en mi oído, tremendamente excitado. El aliento caliente en mi cuello me pone la piel de gallina, haciendo que mi estómago se retuerza de tormento.
Agarra mi barbilla entre su pulgar e índice y comienza a besarme suavemente, explorando cada rincón de mi boca. Se mueve sobre mí, acompañando el baile de nuestros labios.
Su mano se desliza desde mi cabello, a mis senos, a mis costillas, a mis caderas, a mis muslos, hasta allí.
Cada centímetro de mi piel se enciende, como si sus ansiosos dedos dejaran un rastro de fuego detrás de sus incesantes caricias.
No puedo contener un escalofrío. Sus dedos viajan expertamente sobre mi sexo, dando vueltas y estimulando el clítoris. Giran en círculos, se insinúan entre mis labios, acariciando cada suave pliegue.
¿Pueden unas extrañas manos con garras causar tal sensación?
Siento la humedad de mi placer y él se ríe diabólico, besa mi hombro y me muerde. Se desliza hacia abajo, jugando despiadadamente con la entrada del disfrute de ambos.
¡Sí!…
Las llamas en el bajo abdomen se avivan, ascienden hasta mi mente donde explotan inexorablemente. Son inmanejables, incontrolables.
Me rindo, no tengo fuerzas para resistirme.
Estoy jadeando fuerte y casi no me doy cuenta de que se ha detenido, se ha detenido. Vacío repentino, abismo de sensaciones.
Hay un momento de silencio en el que nos quedamos quietos y escuchamos la respiración de cada uno, el corazón de cada uno, uno frente al otro.
Arrastrándose entre las sábanas, se acerca a mí y captura con su boca una pequeña gota de sudor en mi cuello. Inhala profundamente, pero permanece así.
Creo que este es el momento más dulce que jamás he compartido con un hombre.
Lo abrazo fuerte, deseando que sus brazos nunca me abandonen.
Pero esto es solamente un sueño.
«Siempre te miro mientras te tocas pensando en mí» Murmura, sus palabras resuenan en mi cabeza, mientras desliza su lengua por debajo de mi oreja.
Me masajea lentamente el muslo, recorriendo a lo largo, clavándome sus garras de vez en cuando. Y yo que debería gritar de dolor, gimo de placer. Luego su mano se detiene debajo de la curva de la rodilla, entiendo inmediatamente lo que quiere hacer; tira de mi pierna hacia él, levantándola.
Cierro los ojos y lo dejo hacer, tratando de concentrarme únicamente en el cosquilleo que me provoca su presencia.
Siento su pelvis acercándose y la punta de su sexo, presionando el mío, entrando ligeramente. Se va casi de inmediato y luego regresa. Una tortura terrible.
Lleva una de sus manos a mi cuello y aprieta, arrastrándome al borde de la locura, haciéndome desear desesperadamente que se hiciera en mí, que me tomara. Cuerpo, mente, alma.
¿Alma?
«Siempre te he observado sin poder tocarte, ¡pero ahora eres mía!»
Un momento y estoy libre de su agarre.
Se sienta y agarra mis hombros con firmeza. Me guía y lentamente me deslizo frente a él. Nos miramos a los ojos por un segundo que parece infinito.
Sus brazos aprisionan mis caderas, me levanta ligeramente y yo, me siento en aquel trono que he añorado. Le rodeo el cuello con mis brazos y sonrío feliz con mi rostro tan cerca del suyo que nuestra respiración parece fusionarse en una sola. Arqueo mi ingle para crearle acceso dentro de mí. Espero, en silencio, con los ojos cerrados.
«Por favor».
¿Era esa mi voz? Apenas la reconozco, tan suplicante, desesperada, ronca.
Se desliza, penetrándome, llenándome. Se hunde, completamente. Gimo de gratitud al sentirlo tan profundamente. Es un placer intenso que se extiende desde abajo por todo el cuerpo, como una descarga eléctrica. Nos completamos, nuestros cuerpos encajan a la perfección, se unen en una maravillosa espiral de seducción, en la apoteosis de un amor imaginado.
Apoya su cabeza en mi pecho, rozando mis pezones con su largo cabello lunar. Me muevo, ya no me contengo.
Lo he deseado durante tanto tiempo, he imaginado sus besos, he ansiado sentir esos dedos largos y afilados en mi piel desde el primer momento que lo vi bajo forma artística animada. Se veía tan hermoso, místico, imponente, indiferente, feroz, inalcanzable y ficticio. Un ser inexistente del cual no pude evitar enamorarme.
Voy de un lado a otro, meciéndome sobre él. Cada embestida es una nueva emoción.
Arquea sus caderas, yo echo la cabeza hacia atrás y mi cabello cae ligeramente sobre mis hombros.
Cada vez más rápido...
Presa de las sensaciones, coloco mis manos detrás de mí, sobre el colchón y me empujo hacia arriba y hacia abajo. Yo bajo, él sube. Yo subo, él baja. La unión de los opuestos, su perfecto equilibrio.
El aire está impregnado de nuestro placer, un cántico erótico, un mantra diabólico que se repite en mi mente, parece unificarse con el vaivén de mis caderas:
A partir de aquí todo es cuesta arriba, un ascenso gradual, cada vez más intenso. En un segundo, invierte nuestras posiciones, se eleva sobre mí y se desploma, explota dentro de mí.
Su rostro es una máscara de disfrute mientras lo da todo; gruñidos entrecortados de pura felicidad salen de sus labios.
¿Esto es lo que significa entregarse completamente a alguien? Ahora yo también lo sé, puedo entender de qué hablan todos.
Llego al éxtasis, sostenida en su cálido abrazo. Grito, me libero, mientras él vuelve a hundirse una vez más.
Me rindo, me abandono a su calor. No quiero moverme, no tengo fuerzas para hacerlo. Huele delicioso, una fragancia que me embriaga, un aroma seductor y cautivador.
Me siento agradablemente débil e increíblemente mareada.
¿Qué me sucede?
Mi amante no se mueve, se mantiene sobre mí con la cara enterrada en mi cuello y sus brazos alrededor de mi cuerpo. Siento su peso hacerse más ligero, como si su presencia estuviera desapareciendo, sin embargo, su calor permanece, su respiración en mi piel me confirma que aún sigue aquí, sobre mí, dentro de mí.
«Sesshomaru» Susurró, moviendo la cabeza hacia un lado, con la esperanza de volver a ver su rostro, poder apreciar una vez más esos rasgos que lo hacen único. Pero él no me responde, no se mueve, solo puedo sentir su respiración.
Trato de levantar una mano para acariciar sus cabellos, pero mis músculos no responden a mis órdenes, tal vez es mejor así.
Me quedaría con él toda la vida si tuviera la oportunidad. Me quedaría entre estas sábanas, así, para siempre.
«Morirías»
Escucho su voz en mi mente.
«¿Te volveré a ver?» Le pregunto angustiada, consciente de que nuestro encuentro ha llegado a su fin.
No recibo respuesta alguna y esto no hace que aumentar mi desconsuelo. No quiero, por primera vez, no quiero despertar de mis sueños.
«¿Segura?»
De nuevo hago el intento de moverme, pero es inútil, inicio a sentir una fuerte presión en mi pecho, mis ojos no distinguen nada más que la penumbra del techo en mi habitación.
«¿Vendrás a mí nuevamente? ¿Qué debo hacer para que lo hagas?»
Estoy al límite, mi desesperación aumenta, la falta de oxígeno no hace más que agravar la situación, aun así, hago lo posible por aguantar un poco más. Solo un poco más.
Mis párpados se vuelven increíblemente pesados, mis ojos empiezan a arder.
Trato de no pensar en nada, sé que debo tranquilizarme, no puedo impedir que este sueño se concluya, tampoco puedo controlarlo, no sin el consentimiento de Hypnos.
Una lágrima cae silenciosamente por mi mejilla. Me gustaría que él la secara, me gustaría escuchar su voz, prometiendo buscarme todas las noches, para hacerme el amor, para amarme.
No sé si fue por piedad divina o el triste delirio de mi mente atormentada, pero parece que mi deseo de escucharlo al menos una vez más fue concedido.
Lo último recuerdo antes de despertar son sus labios en mi frente y un susurro, un susurro, inquietante.
«Y ahora eres mía».
Abro los ojos repentinamente, me encuentro parada en frente de la cama de mi habitación. El ambiente a mi alrededor es semi-oscuro y frío, y aun así, las miradas de los tres seres frente a mí me calienta, sus ojos me distraen de la penumbra. No puedo dejar de mirarlos, parecen tres partes de una única pieza:
Humano, demonio, bestia.
Los tres me sonríen y susurran que les pertenezco.
No recuerdo cómo es que acabé en esta situación, tal vez sea un sueño, pero tengo la sensación de haber vivido este momento.
Se acercan lentamente, cada uno besa, lame una parte distinta de mi cuerpo. Me pierdo en una espiral de emociones, cabalgando el ápice del placer, para luego hundirme en la agonía de la desesperación, durmiendo y despertando en la oscuridad de mi habitación una otra vez.
Volviendo a amarlo, amarlos, dormir y despertar, por la eternidad.
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