Esclavo voluntario
☆゚.*・。゚🔮☆゚.*・。゚
__________________________________
Les dejo una de mis melodías fv.
Witch: Peter Gundry
__________________________________
Brujas...
Viles meretrices, arpías insaciables, cuyos corazones de piedra, corroen el alma hasta reducirla en tóxicas ascuas quemadas. Deterioran un trapo tras otro, devoran cruelmente a la humanidad, execran las inocencias, la arrastran hacia el infierno, en una perdición que no tiene expiación.
Las odio.
Una vez que la mirada oscura se posa sobre ti, solo puedes poner un revólver en tu boca y apretar el gatillo, deseando convertirte en difunto.
Hay algo peor que la muerte; una sentencia que ata la libertad a trescientos años de tortura, una maldición inquebrantable, yendo de una cama inmoral a otra, de una bruja depravada, hambrienta de tu cuerpo a la siguiente. Te conviertes en un juguete erótico en manos viciosas y mentes perversas, tu voluntad anulada para el deleite lujurioso de quienes no conocen indulgencias ni piedad.
Odio a las brujas, furcias lujuriosas, que juegan con la muerte y te arruinan por placer. Las odio tanto que, devoraría sus carnes hasta vomitar.
Excepto a una:
Flor de nieve nocturna, carnalidad voluptuosa, provista de un ascendiente incondicional sobre mí. Criatura intensa, de perfume meloso, salvaje de todo dictado.
La mía es una historia como muchas otras. Los que desprecian compran y tanto desprecié, que terminé en la trampa mortal de los sentimientos, esos que te hacen bajar la guardia para matarte.
Desprecio tanto el amor que ha insuflado en su sangre, anhelo hacerle un daño indecente, ponerla de rodillas ante la ira provocadora, hacerle saborear el deseo enfermizo que la ha caldeado. Una brasa febril que jamás se saciará. Me quemo en la pira a la que me aferro con cada fibra de mí, es un dolor erótico que me mantiene encadenado.
Esperé años espasmódicos antes de convertirme en su esclavo. Y ahora que soy una ofrenda atrapada en su telaraña, ella no se decide aceptar lo que le ofrezco.
Se aferra a mí sin darse cuenta, ella, la joven bruja, aquella cuyo cuerpo yo profanaría hasta la perdición. Nunca estaría sacio de su carne tierna, de sus curvas femeninas y sus secretos inexplorados. Mi pequeña flor de loto, que no se da cuenta de las ganas que tengo de penetrarla o finge no ver, esquiva mi erección para ella desde que acabé en sus delicados brazos.
Ella nunca ha lastimado, es un lirio blanco entre rosas negras marchitas, ajena a las que la precedieron, lejos de la depravación y la ferocidad, pero es más peligrosa que todas las brujas.
No se ha deslizado en mi cama y, sin embargo, ha asediado mi corazón. El hechizo más exitoso para quien apenas practica el antiguo arte oculto, le bastó mirarme una vez para condenarme eternamente.
Mira concentrada la película que transcurre en un tedio soporífero en la pantalla del televisor. Mientras la contemplo sigilosamente, una lascivia inmoral anima mis ojos hambrientos, que se atormentan en cada centímetro blando, y lo que no veo lo imagino en numerosas viles fantasías eróticas.
La piel de terciopelo, color melocotón, reclama mi atención en voz alta, exige en silencio ser profanada en el pecado del placer más desenfrenado. Solamente pido pasar cada respiro a mi disposición entre sus piernas obscenamente abiertas, deleitándome con su sabor, embriagándome de su dulce néctar, hidromiel que me hechiza. Loco de amor, me haría maldecir mil veces solo por estar con ella hasta que mis sutiles miembros se desgasten.
Quiero ser el primero, el último, el único. Pero las brujas no tienen relaciones amorosas con sus esclavos, especialmente si estos últimos son bestias inmundas, como ellas suelen llamar a los hombres lobos.
La mano delgada se desliza ajena a mi amplio pecho, permanece en mi estómago contraído y parece tener un poder oscuro que la conecta directamente con mi excitación.
Erecto, listo, incontenible, la pretendo tanto que mis miembros tiemblan, una electricidad oscura me impide estar quieto. Un animal salvaje, vivido en cautiverio, que desea deshacer las cadenas, pero que las anhela más que nada. Es tan pequeña a mi lado, frágil, podría romperla por capricho, pero es ella quien me rompe y lo hace sin necesidad de tocarme.
Ella sonríe y me rompe, me mira y soy un sirviente sin voluntad, me convierto en un mar de fragmentos esparcidos en su vida, donde sea que esté, ahí estoy yo.
Sigo contemplando a la diosa de la destrucción, trago burbujas de aire que no llegan a mis pulmones. No puedo respirar, tengo que irme, desahogar mis bajos impulsos, despejar mi mente y luego regresar a ella. Siempre lo hago.
Me alejo bruscamente del abrazo, me apresuro a levantarme del sofá, pero ella me detiene confundida. Debe usar toda su débil fuerza para detener el remolino que intenta escapar.
—¿Adónde vas? -pregunta alarmada, su voz es una afectación tóxica que se pega a mi alma y me ata a ella.
Le queda claro un instante después cuál es el motivo y la dolorosa conciencia debilita los delicados rasgos, es una traición insoportable.
>>Por favor Sesshomaru, no te vayas.
Es la primera vez que me ruega, las brujas nunca lo hacen, ordenan, someten, no se rebajan a rogar mucho menos a un hombre lobo.
Mi nombre tiene un sonido tan pecaminoso en sus labios carnosos, permanece en el paladar y luego se convierte en una dulce caricia aterciopelada. No es solo mi nombre lo que desearía que esa boca supiera.
Veo mi carne espasmódica, penetrando en la suya, fundiéndose con los gemidos confusos en la oscuridad, hasta anularme de ella, dentro de ella. En una noche de impronunciables perversiones, juntos en el perverso Círculo de los amantes infernales.
Las escenas impetuosas irrumpen en mi cerebro y hacen imposible el mero intento de marcharme.
—Tengo que hacerlo -digo rabioso, alzándome rápidamente. Si la vuelvo a mirar, no podré alejarme, tomo distancias físicas para evitar que me ponga de rodillas.
Siento el deslizar de sus pies descalzos sobre el suelo frío. Esta vez será más difícil dejarla.
—Quédate conmigo -implora, sin entender realmente lo que me pide-. No tiene que ser así.
Los celos la devoran viva, lo percibo en el tono desesperado de su voz melodiosa.
Una carcajada cavernosa sube de mi caja torácica, giro la cabeza sobre mi hombro, solo percibo la diminuta silueta en medio de la habitación.
—¡¿Por qué no eres como las otras putas oscuras?! —estallo feroz, malvado, despiadado. Soy un manojo de nervios inquietos viajando en una frecuencia lúgubre de sexo y muerte-. Con ellas las cosas son más fáciles, solo quieren una cosa de mí.
Estoy de perfil, apunto mi mirada dorada directamente al frente. Lleno vulgarmente mi mano con la forma masiva y desproporcionada de mis voluminosos genitales, para convertir en concreción las palabras suspendidas. Un fuego oscuro arde en el centro de gravedad de mi pecho, pretendo herirla con todas las armas a mi alcance, la quiero para mí con el dolor, atada por el dolor de estar aquí y no poder tenerme.
>>No encuentras fácilmente este producto en los machos humanos. Ninguna de ellas ha dejado escapar la oportunidad de montarme, después de todo, esto es lo que soy, un esclavo sexual -continúo sin piedad, como un tanque de guerra cuesta abajo y con los frenos rotos.
—¿Por qué me hablas así? -un susurro roto por un sollozo inesperado, estalla letal en mis oídos, se abre una brecha inesperada en los muros de mi indiferencia fingida-. No te considero un esclavo.
Chasqueo mi lengua en el paladar, recupero la máscara desprendida, la furia no cesa.
—¡Es porque eres una santa, Kagome! —replico con burla, como si su pureza fuera una realidad de la que avergonzarse, y eso es exactamente lo que mis palabras desencadenan en ella. Vergüenza.
Ella retrocede, como si la hubiera abofeteado, traicionada por una de las personas en las que más confía.
Mi lengua suelta no cesa, hay una fuerza ancestral voraz de sangre que actúa por mí. Cuanto más la amo, más la lastimo.
>>¿Quieres que me quede? —la provoco descaradamente, llevo mis manos a la cremallera de mis pantalones, pretendiendo desabrochar la bragueta, mientras faroleo en su dirección consciente del epílogo de mis acciones-. Entonces vamos, tengo una erección en este momento, muéstrame lo que puedes hacer con esa boca, convénceme.
Me detengo de inmediato, en cuanto ella se aleja asustada de mí, con los ojos rojos al borde de las lágrimas, yo soy el enemigo.
>>¡Dios Kagome! Me quieres, pero no me quieres —levanto mis manos en el aire en señal de rendición. No tengo ningún propósito de hacer nada en contra de su voluntad-. No pretendo tocarte, no te preocupes, no quiero robar tu preciosa pureza. ¡Pero me gusta follar, no he hecho nada más en los últimos trescientos años y no voy a parar porque me lo pidas! No eres como las demás y a este punto ni siquiera me importa que lo seas.
Nunca había sido tan difamatorio y atroz con ella. La única que siempre me ha tratado como persona y no como un animal. Me siento furioso, como un impío asesino, con un cuerpo ya muerto. Me enfurezco porque le exijo el mismo ardor apasionado que ella desata sobre mí.
Aprieta sus puños cerrados sobre su corazón, sus nudillos se vuelven morados, comienza a temblar visiblemente en la violencia condensada de la atmósfera indigerible. Lágrimas silenciosas escapan de su inquebrantable tenacidad.
En el silencio de su dolor, pierdo las ganas incontrolables de hacerle daño. Y es cuando vuelvo a mis sentidos que me doy cuenta del terrible crimen que acabo de cometer. No puedes obligar a un lirio a tener las espinas de una rosa.
—¡¡Es porque te amo, perro idiota!!-grita tan fuerte que casi tengo el impulso de cubrirme los oídos. Rompe a llorar en una tormenta abrumadora, vibra con una energía arremolinada, una mezcla de pasión desgarradora que la convierte en una criatura de rara belleza-. ¡No puedo usar tu cuerpo como un objeto! ¡Lamento no estar a la altura de tus altas expectativas sexuales, si siento incomodidad cuando me tocas es porque sé que tú buscas la plenitud del cuerpo, mientras yo busco tu alma! ¡Y siento haberme enamorado de ti, si es tan terrible estar conmigo, eres libre, puedes elegir a otra, puedes elegir irte y no soportar más el peso de mi presencia!
Es lo único que puede hacer, no depende de ella romper la maldición que me somete a las brujas, no sin un pacto de sangre voluntario.
Un silencio insólito llega opresivo, se aferra a mi garganta y me estrangula con dedos de acero. De fondo, los protagonistas de la película que estábamos viendo, coronan su sueño de amor con un beso pegajoso bajo la lluvia.
—Es prohibido -es la única tontería que susurro. La confesión me ha desplazado, depuesto las armas, quitado mi armadura, estoy desnudo frente a la Venus de la Destrucción, puede asaltar mi existencia, destrozar mi corazón, convertirme en un gusano arrastrándose a los pies de la única verdadera amante-. No puedes...
La pongo a prueba, quiero saber si realmente tiene la temeridad que válida con sus palabras.
Arquea una ceja y me lanza una mirada de puro desafío.
—¿Ah, sí? ¿Y quién me prohíbe amarte? ¿Tú o tus perras oscuras? Así es como las llamas, ¿verdad? Todas somos putas para ti. Pronto yo también lo seré, por eso te empeñas en hacer esto, es cuestión de tiempo y entonces tendrás la prueba de que todas somos iguales, que solo queremos follarte y te sentirás en paz. Así podrás consolarte con la historia de cómo mi amor fue solo una excusa para terminar en la cama contigo -una hilaridad demacrada, desprovista de alegría, agudiza sus rasgos furiosos-. ¡No me someto a las reglas de nadie, ni siquiera a las tuyas! ¡Vamos, Sesshomaru! ¿Qué haces todavía aquí? ¡Vete a la mierda con quien quieras, sal de mi vista y no vuelvas esta noche, ni mañana, ni nunca!
Los iris azules se han convertido en un huracán furibundo. El orgullo lleva nuestras acciones por caminos equivocados, ninguno de los dos pretende bajar la guardia para dejar ganar al otro. Permitimos que la soberbia hiciera un abismo entre nosotros.
Me da la espalda, legislando sobre la loca discusión animada, corta cada respuesta limpiamente y no puedo evitar cargar con las consecuencias de mis estupideces.
A pasos pesados, camino fuera del cuarto irrespirable, soy un títere derrotado que se marcha.
Cierro la puerta detrás de mí y me siento vacío. Me desplomo sobre mis rodillas, cierro los ojos y escucho el aleteo convulso de su corazón desgarrado, los sollozos ahogados para no concederme la hegemonía sobre su sufrimiento.
Su dolor huele a fresca lluvia nocturna de verano, de esas que saben a brisa marina, apagan el calor y llenan de ligereza la vida.
Ella nunca ha sido como las otras brujas, se lo han repetido tantas veces, menospreciándola, burlándose, devaluando el valor de su habilidad. Siempre ha tenido que trabajar cuatro veces más para ser aceptada en su propio mundo. Tan diferente a quienes han hecho de la maldad un rasgo distintivo, ella que es incapaz de lastimar a nadie y yo jugué la única carta que tenía, pasando al otro lado del foso, donde suelen estar los antagonistas.
Tengo que disculparme.
Mi cuerpo es un peñasco inamovible que no pretende colaborar, en mi cabeza fluyen las palabras sinceras, fáciles, sencillas. Sin embargo, la boca queda sellada, este puto orgullo me llevará a la tumba.
La puerta se abre de golpe, Kagome es la viva imagen de la venganza, ahora es diferente, una furia ciega, rebosante de la misma maldad que he percibido en otras brujas, pero ella es más que eso.
Adornada con una rabia largamente domesticada, espoleada por la agonía despiadada a la que la obligué.
Me apunta con el athame con el que practica las artes ocultas, presiona siniestramente el afilado estilete con la empuñadura negra decorada en mi arteria carótida.
Un gesto seco sería suficiente para atravesarme con la hoja.
—¿Dime por qué no debería hacerlo? ¡Dame una razón, Sesshomaru!
Es una lucha taciturna de ojos virulentos, anhelo corrompido, exaltación de la oscuridad en su piedra angular más insidiosa.
La oscuridad se retuerce en un nudo de terciopelo burdeos, solo estamos nosotros y un nefasto frenesí de carne y hueso que rebota emocionado de su cuerpo al mío.
De un tirón decidido, rasgo la tela blanca de la camisa que llevo puesta, los botones trinan rítmicamente en el piso. Con el dedo índice guío la punta de la hoja desde la garganta hasta allí, justo donde debajo de las capas de carne, músculo y hueso, yace un corazón que late convulsivamente.
—Aquí es donde debes atacar, Kagome. No lo pienses demasiado, derrama toda tu ira en mí, si no puedes darme lo que te pido, entonces, concédeme el dolor, concédeme la muerte.
Me mira aterrada, se ahoga en mis ojos, se parte por la mitad por la necesidad espasmódica entre vengarse y amarme.
Los pensamientos fluyen como un torrente en crecida, ella despierta del hechizo de la malicia, sus facciones pierden fuerza, la hiel es un trago amargo que traga, porque ella es solo miel, está hecha de dulzura y bondad. Por eso la agarro secamente de la mano y la obligo a apuñalarme contra su voluntad, no puede oponerse a la fuerza disruptiva. Interrumpo el reprochable gesto cuando ella emite un grito de terror, liberándose de mi agarre.
El athame cae al suelo con un ruido sordo de hierro, mi pecho está salpicado de una espesa sangre roja brillante. La herida no es profunda, pero es lo suficiente para hacerla entrar en pánico.
—¡¿Estás loco?! —me grita aterrorizada, mira desconcertada el fruto de nuestros actos desequilibrados.
—Un esclavo sexual lo soy ya, un esclavo de sangre aún no.
La petición es implícita, pero incisiva. Me ato a ella en una conjunción eterna hasta mi último aliento, ninguna otra mujer, no seré propiedad de otras brujas, solo de ella.
>>Acércate, Kagome. Tócame, hazme tuyo.
En el conocimiento de su calor, siento la piel febril y una necesidad abismal de muerte despojándome por dentro, el frenesí toca un pico inaudito.
Un instante catártico donde pasan millones de futuros diferentes, yo estoy en cada uno de ellos, ya no hay un fragmento donde yo no exista.
Los próximos respiros son decisivos:
Tomar o dejar. Todo nada. ¿Odio o amor?
¿Qué tan delgada es la línea entre estos dos impulsos? Camino torpemente por esa línea, un paso en falso y caeré en la perdición más convulsa o en la agonía infinita.
Traga con dificultad, una nueva conciencia se esparce en esos ojos zafiros, una voracidad voluptuosa, fuego bajo las cenizas, un volcán dormido explotando en la penumbra. Ahora es una bruja rebelde, desconocida y descarriada. Avanza decidida, no hay rastro de consternación o incertidumbre, libre de angustias y pesares, nada puede hacer que se aparte de la elección realizada.
Sus dedos tiránicos agarran la cintura de mis pantalones y con un tirón autoritario me acerca a su cuerpo. Su olor es una caricia erótica que me deleita, discierne una humedad secreta que cobra vida para mí, se arroga la perentoria desatada y no quedará satisfecha hasta que la llene con mi carne dura.
Mantiene la mirada felina firme hasta el último momento y luego lo hace. Realmente lo hace, he corrompido el lirio, la mancho con el color del pecado, deterioro la luz con las sombras rapaces del vicio malvado y pecaminoso.
Apoya sus tiernos labios sobre la herida y sedienta de mí, bebe el espeso líquido carmesí, sellando el pacto de sangre entre la señora que he favorecido y su esclavo voluntario, no habrá otra mujer después de ella. Elegiría morir que romper el juramento.
Una contracción caliente brota de mis entrañas, vuelve penetrando atravesando la columna vertebral y humedece el intelecto.
Echo la cabeza hacia atrás, un gemido monstruoso brota directamente de mi garganta. Instintivamente, uno su cuerpo a mi erección prominente en una urgencia insoportable de sentirla justo en cada célula que me compone.
—Me perteneces —reclama con intensidad, su boca sucia de rojo, sus iris dos brazas azules.
Permito que la marca de la propiedad me libere de la maldición que desaté. Me golpea, se enfurece, es coercitiva, es autocrática, cuanto más guerreo, más amenaza con matar a los impíos, me arranca el corazón de la caja torácica y la aprieta hasta convertirlo en polvo.
Los nudos de mi alma se cortan uno a uno, las prioridades se arrancan, mi odio por las brujas oscuras pierde importancia, el sufrimiento pierde consistencia, ya ni recuerdo por qué empezó todo esto, qué sentido tiene todo lo que me rodea. Me gustaría tener la capacidad de razonar, de ralentizar el torrente insano de la pasión, en cambio, soy un nervio palpitante en carne viva, a merced de un océano de obsesión que me arrastra hacia el abismo, hacia las aguas inexploradas donde aterrizo por primera vez.
—¿Me quieres?
Es una pregunta retórica, el altercado nació precisamente porque la quiero más que al propio oxígeno, el deseo me ciega y me confunde.
Toma mi mano, la lleva provocativamente a su boca y con una indecencia deslumbrante, chupa con avidez los dedos índice y medio que la llenan por completo.
>>¿Qué estás esperando entonces? —murmura, mientras guía confiadamente mis dedos húmedos hacia abajo, más allá de la cinturilla suave de sus pantalones, más allá de su ropa interior, presiona enérgicamente sobre el capullo de carne cálida que vibra a mi tacto. Se abre a mí como una prohibida flor que me demanda dentro de sí misma. .
Contiene la respiración, presa de un profundo temblor inquieto que la recorre por completo. Busca ansiosamente mi sexo, traza sus contornos macizos, masajea con disimulada despreocupación, sigue sus instintos sin saber exactamente qué hacer, quiere presentarse digna ante mis ojos.
Su inexperiencia me hierve la sangre y me triplica el hambre. La beso con desvergonzada vehemencia, es un encuentro voraz de lenguas y saliva, no seré dulce, no seré cariñoso, seré como la naturaleza me creó.
Retiro mi mano de su calor y pruebo su dulzura vulgar, la levanto con fuerza en mis brazos, el final es la cama.
Maldición, infierno.
—¿Seré como tus furcias oscuras? —pregunta indescifrable, es como si quisiera ser considerada como ellas, como si quisiera aspirar a liderarlas, a tener la corona, reina y soberana de todo mi ser. Quiere borrar el olor de las demás, imprimirme el suyo para la eternidad.
Le tapo la boca para que no se indigne, esa palabra no es para ella, desfigura la imagen que tengo de su persona, ella que lo es todo para mí.
—¿Es así como quieres que te vea?
Le acaricio un lado del rostro, evidenciando una ternura nunca antes mostrada. Y con una conciencia escalofriante, realmente me doy cuenta de cuán ilimitado es el amor perverso que cultivé. Casi me dan ganas de morir frente a tan terrible violencia. Ella asiente resueltamente, se sienta y lame mis labios entreabiertos.
—Tómame, Sesshomaru. Déjame ser lo que quieras, no me ahorres nada. A caso no es lo que querías?.
Sus manos curiosas recorren mi pecho musculoso, las yemas de sus dedos se demoran entre los pliegues definidos, acarician la herida abierta, alcanzan vacilantes el cinturón para desabrocharlo.
>>No tengas miedo de lastimarme, te quiero como eres, por lo que eres.
Desabrocha el botón, baja la cremallera y con una mirada encendida baja los pantalones sobre mis muslos. Tiene un momento de indecisión frente al sexo que salta macizo, tumefacto, hinchado de venas en relieve, arma de goce penetrante. No bromeaba cuando dije que tengo algo que los machos de la raza humana no tienen.
Rápidamente, borra la perturbación en su rostro, se esfuerza por parecer astuta, experta. Ella insiste en ser como las otras brujas, pero nunca lo será, nunca podrá ser un rostro que olvide después de una noche de sexo, pero sí el único que recordaré antes de morir.
Crea una estela de besos desde mi estómago, desciende hacia el fulcro vívido de sus intereses, saborea lentamente el miembro erguido, hace lo mejor que puede, satura su boca, apenas logra contener la masa inconmensurable.
Debe haber visto algún porno de segunda categoría pensando que es la forma correcta. Muerde suavemente, aprieta su mano en torno a mi falo caliente, lo peor de todo es que me gusta.
Se detiene un instante antes de hacerme perder la cabeza, se acuesta con los muslos bien separados, los labios hinchados, sus iris de diamantes azules me perforan el alma. La desvisto frenéticamente, tomo posesión de lo que siempre ha sido mío, conquisto la carne suave, pálida y sedosa. Toco y siento la textura perfecta de su piel, lleno mis manos con su redondez abundante. Mi lengua se aturde por el sabor de la miel, de la cual nunca beberé hasta saciarme, me sumerjo ávido entre los pliegues femeninos.
El primer orgasmo invocado es anunciado por una vigorosa sacudida estremecedora, arquea la pelvis contra mí y literalmente estalla en mi boca insatisfecha.
La observo consumida por los torrentes del goce, un extraño temor mezclado con emoción, se apodera de mis entrañas. Mientras la contemplo embelesado por un embrujo de locura amorosa, me deslizo sobre ella como un buitre diligente sobre su almuerzo.
—Dijiste que querías ser tratada como las demás —le recuerdo en un susurro barítono con sabor a intimidación. No le doy tiempo para razonar sobre las palabras turbias, entro inexorablemente dentro de ella, arranco el último vestigio de candor y se vuelve totalmente mía.
El lirio blanco es ahora rojo carmesí, como la sangre que sella para siempre el fin de su inocencia y la convierte en mi hembra. Se aferra a mis hombros en busca de un salvavidas para el lacerante dolor, dejando escapar un débil gemido, no añade nada más, aguanta estoicamente sin fallar.
—Sí, como las demás —responde con lágrimas en los ojos, resurgiendo del hueco de mi cuello—. Pero la única que te ama.
Naufragado en los iris luminosos, casi puedo ver mi rostro reflejado en ellos, me veo tan diferente a través de ella, menos bestial, más hombre, casi humano. Acaricio el largo cabello azabache que se extiende sobre la almohada, tratando de transmitirle todo el amor que siento por ella.
Lleno de una terrible sensación de agobio por haber tratado con tanta furia a la mujer que amo, estoy a punto de dar un paso atrás, aunque sea demasiado tarde.
—Kagome, yo...
—¡No! —espeta, agitada por la inesperada retirada. Cruza las piernas detrás de mi trasero para evitar que me aleje—. No, no quiero tu piedad, te acepto como eres. ¿Quieres mi cuerpo? Aquí estoy, mi corazón, mi alma, ya son tuyos.
Está nublada de amor, el sentimiento nubla su discernimiento, ya no le importa si yo apunto solamente al placer, le importa que ese placer sea con ella.
No será fácil enfrentar las consecuencias por la elección tomada, en un mundo donde ha luchado por mantenerse a flote, las brujas no dejarán pasar su traición. Sé que ella no es débil, es una joya preciosa y peligrosa, sin embargo, tengo una necesidad espasmódica, casi física, de llevarla a salvo conmigo. Quiero protegerla y lo haré.
Piensa que para mí no es lo mismo y tal vez así es, tal vez es más, algo que no se puede explicar verbalmente. Me encadené a ella y para un hombre lobo, un vínculo es para siempre. Mueve sus caderas desgarradas contra mi erección, no quiere respuesta, prefiere que siga sin añadir nada más.
Víctima de un impulso inagotable, reanudo el vaivén de mis caderas, dejo que la locura suceda, la tomo con poderosas estocadas totalitarias. Ella grita, me muerde, retuerce sus caderas, llevándome a la locura. Siento su núcleo contraerse contra mi sexo y es cuando pierdo el control, llegando rápidamente al ápice. Me derramo en ella, chorros calientes cubren su vientre fértil. Con un gruñido gutural culmino el ritual de apareamiento, cediendo el paso a la calma silenciosa, luego de la más agresivas de las tormentas.
¡Finalmente mía!
—Estás viva Kagome. Estás viva, y eres mía —murmuro incoherentemente—. Empaca tus maletas ahora.
—¿Por qué?
Enseguida capta a lo que me refiero. No pienso dejarla pagar una falta que no es tal, no sin antes haber luchado a muerte por su vida. Lo que ella no entiende es mi preocupación. Respiro con dificultad, trago saliva varias veces, sé que estoy a punto de confesarle la única verdad concreta de mi realidad.
—Porque te amo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro