"Designios divinos"
Las palabras escritas en esa arrugada hoja de papel eran imposibles de ignorar. Era la citación urgente de una señora llamada Catherine Kent, una mujer muy respetada en la comarca y conocida por la elevada posición económica en la que estaba. La mencionada rogaba por tu ayuda, alegando que su marido había desaparecido hace un par de días, y sospechaba que todo era culpa de un ente satánico que había endemoniado su casa.
Negaste, sin creer ni una palabra de lo que decía la carta. Tú eras un hombre de ciencias, culto y racional, te era imposible imaginar esa patraña. Aún así, decidiste ayudarla. Eras un detective de palabra y, aunque no te gustaba admitirlo, te daba curiosidad. Te pusiste tu afamado Fedora y, con la mano, indicaste que te siguiera.
Caminamos durante una hora por las frías calles. A cada paso que dábamos, el ambiente era más tenso, más sombrío, más silencioso. Una joven, al ver a dónde nos dirigíamos, se acercó a ti, angustiada, y te suplicó "Por favor señor, no vaya, esa casa está embrujada". Negaste con la cabeza, seguro de ti mismo, afirmando que no te pasaría nada. La mujer, aún dudando, te miró con ojos llorosos y nos dejó pasar.
30 minutos más tarde llegamos a la vivienda. Era esbelta e imponente como siempre, pero ahora rodeada de un aura perturbadora. Tragando saliva, llamaste a la puerta. Una vez, dos veces, tres veces... Nada, nadie te abría la puerta. Tu evidente nerviosismo desapareció, dejando una mezcla entre preocupación y enfado. "¿Y si a la mujer le ha pasado algo?" "¿Y si fue todo una broma?".
De repente, la puerta se abrió, dejando ver un gran pasillo iluminado por lámparas de araña, incitando a entrar. Llenándote de valor, entraste y yo te seguí, el viento cerrando la puerta tras nosotros. La casa daba escalofríos de solo verla: Las paredes estaban roídas por la humedad, los muebles quemados y la televisión estaba estática. Escaneaste con precisión toda la sala, anotando todo lo raro que veías. Un olor a putrefacto te llamó la atención, provenía del primer piso. Subiste bajo unas escaleras que chillaban, exigiendo una renovación. Te seguí, como siempre. La estancia superior estaba igual o incluso peor que la anterior. Un susurro te sacó de tus pensamientos. Con una velocidad vertiginosa, levantaste la cabeza. Miraste alrededor, pero solo estaba yo. Me miraste y, sin decir palabra, entraste en la habitación del desaparecido, con la intención de encontrar pruebas. Lo que encontraste fue la respuesta absoluta: Las paredes estaban llenas de sangre y arañazos, como si hubiera una bestia ahí metida. La cama ya no parecía una cama y la chimenea estaba encendida, dando un ambiente particularmente hogareño.
Me dijiste que me quedara en la puerta, y eso hice. No quería entrar: Seré aspirante a detective, pero sigo siendo un niño. Miraste hacia una esquina y tus ojos irradiaron curiosidad, habías encontrado algo interesante.
Una silueta masculina asomaba detrás de la "cama". Estaba de espaldas, abrazando algo mientras sollozaba. Te acercaste con sigilo, pero el hombre se dio cuenta de tu presencia. Al contrario de lo que pensabas, el retrocedió, llorando. "¡Por favor, no te acerques, no quiero hacerte daño!" te dijo, con los dientes ensangrentados. Miró a su mujer, los restos de su mujer, y volvió a llorar más fuerte. Noté en tus ojos una mezcla entre asco y comprensión.
De repente el chico empezó a convulsionar, sus lacrimales empezaron a echar sangre y, después, silencio. Cayó al suelo, muerto. Su espalda se abrió en dos y algo salió de él. Una tercera persona estaba dentro de la habitación, pero no se veía. Algo tocó tu hombro, lo supuse porque diste un salto y chillaste, mirando hacia atrás. Yo no veía a nadie, ni tu tampoco. Pero algo que me llamó la atención es que si se escuchaba. Un murmuro continuo que cada vez iba en aumento, llegando a ser un grito agudo, desgarrador, matador. Te tapaste los oídos con mucha fuerza, para que no te dejara sordo. Yo hice lo mismo.
Cuando parecía que ya no había nada, una silueta de un hombre se hizo ver: era alto, delgado. Su pelo, desordenado e irregular, le llegaba hasta los hombros. Sus ojos irradiaban ira y dolor y, debajo de ellos, unas ojeras prominentes se dejaban ver. Curioso, algo muy poco común en ti, fuiste hacia él. El ente no se movió ni habló, no hasta que te acercaste lo suficiente. Con una voz distorsionada, empezó a hablar.
"Sé que está confundido, Sr. Nelson. Pero no se preocupe, su confusión durará poco".
"¿Quién es usted?", dijiste, asustado. Inconscientemente, tus piernas empezaron a temblar, y tus rodillas flaqueaban. "¿Por qué ha hecho esta barbarie?"
"Usted no sabe nada de mi ni de esta familia. Estos seres del averno" dijo, señalando a la pareja inerte en el suelo, "son unos sin corazón. No merecían vivir." Sentenció, con la ira ardiendo en sus ojos. Viendo que no notaba mi presencia, me escondí aún más, para tener posibilidades de escapar si su ira se descontrolaba.
"Pero no lo entiendo. ¿Qué le han hecho? Son gente de bien. Buenas personas." Tus palabras enfadaron más a la criatura.
"¿Gente de bien? ¿Buenas personas? ¡No me hagas reír! ¡Me dejaron morir, ahogarme en el dolor de una enfermedad incurable!" gritó, perdiendo los estribos. "Estaba en el lecho de muerte, solo unas máquinas me mantenían con vida. Antes de ser incapaz de hablar, le había rogado a los médicos que realizaran una eutanasia, para no sufrir más. Pero ellos, fanáticos de Cristo hasta su muerte, no me dejaron acabar con mi dolor." Su voz era amarga, rodeada de resentimiento. "Decían que Dios era el único que podía acabar con mi vida, que eran designios divinos y que, si el Señor quería que muriera con dolor, lo iba a hacer."
"Mire señor..." comenzaste, escogiendo con precaución tus palabras. "Entiendo sus instintos de venganza pero... No creo que el matarles fuera la mejor opción." Te miró a los ojos, con furia.
Listo, habías hecho que la gota colmara el vaso.
"¡Sí era la mejor opción! Les hice sufrir en sus últimos minutos de vida: Hice que el marido se comiera viva a su mujer, por mandar una carta pidiendo su ayuda." Te regaló una sonrisa sádica, recordando con felicidad los gritos de la señora mientras era devorada. "Y ahora, usted está estorbando en mi plan. Lo siento amable detective, pero ahora su cuerpo es mío". Chillaste, aterrorizado, segundos antes de que su espíritu se introdujera en tu cuerpo. Tu piel perdió su habitual color, y tus ojos se tiñeron de un rojo sangre. Miraste a tu alrededor, mientras movías las articulaciones de una manera anormal. Ya no eras tú, eras él.
Asustado, caminé de espaldas hacia la puerta. Sin perder ni un momento contacto visual con tu figura, bajé las escaleras e, inmediatamente, eché a correr. Con un grito agudo me perseguiste, a una velocidad vertiginosa. Aún así, fui más rápido que tú, y conseguí escapar. Salvé mi vida por segundos.
Ahora, diez años después, sigo recordando ese momento. Tu cuerpo siendo controlado por esa aberración me produce pesadillas. Y seguramente seguirás errando por alguna calle de la comarca, saciando la sed de venganza de ese ente que, por órdenes divinas, no pudo morir en paz.
FIN.
Esta historia la escribí para un concurso de terror en mi Instituto, aún no sé los resultados. Espero ganar :D
En fin, espero que os guste chicos. Comentad lo que os ha parecido.
Un saludo:
Lucía.
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