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1.-Centinela

Esta es la continuación de " Cenizas del desierto"

Habrá saltos de tiempos y recuerdos para justificar los motivos de la desaparición del dios.

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Ramsés II, joven soberano de cabellos rojizos y nariz prominente cuya presencia infundía respeto, señaló al extraño hombre de cabellera oscura larga, alto y de tez clara que yacía de pie a su lado como un fiel guardián. Nadie sabía el origen de aquel hombre silencioso y de mirar severo que empuñaba una temible khopesh, solo lo que el faraón decía en sus banquetes...

 Llegó durante una tormenta, sus ojos parecían juzgarme como Osiris en el tribunal

Un dignatario que miraba con evidente interés al mudo centinela, creyó que veía al desaparecido dios de las tormentas, Seth, vilipendiado por viejas dinastías en pos de dioses más prominente y menos malignos. Sin embargo, sabía que el monarca era astuto y se daría cuenta por sí solo del verdadero origen de su silencioso protector.

—Sutekh, también lo llamaban así—ante la mención, el centinela apretó la mandíbula y casi pudo jurar por Ra, que vio un rastro de ira oculta en sus facciones.

Ramsés se echó a reír con diversión, Sutekh había desaparecido hace mucho tiempo luego de abandonar su templo sin decir nada cayendo en el olvido por generaciones más los sacerdotes de Horus y los faraones conocían de él y su conflicto con su familia inmediata.

—¿ Lo dices por mi tono de cabello, Kha?

—Quizá, Señor de la dos tierras, tal vez—murmuró observando como el protector abandonaba su posición y se perdía en los pasillos decorados con jeroglíficos y frescos dejando más interrogantes que certezas.

El dignatario pensó que quizá los dioses bajaban cada cierto tiempo a convivir con sus súbditos más leales. Incluso llegó a creer que la herejía de Akenatón y sus terribles consecuencias se originaron porque alguno de los dioses caminaba entre ellos y al ver que fueron reemplazados por Atón cernieron su cólera sobre la población de Kemet.

 A Ramsés no le asustaba tanto los castigos de los dioses, a ellos también les daba su espacio, sin embargo Seth era la deidad que su padre y abuelo adoraban. Apuró un trago de su copa en tanto mantuvo la sonrisa inicial como si supiera un gran secreto y que no lo compartiría con nadie.

*****

Nefertari, la reina, esposa favorita de Ramsés sostenía entre sus finos dedos un amuleto que apreciaba con su vida y el cual le fue entregado al casarse con Ramsés quién no dudó en contarle que el mismo era una reliquia que el mismo dios en sus tiempos de gobernante supremo de Egipto antes de la primera dinastía, lo mandó a confeccionar para la deidad que robó su corazón, pero esta desapareció sin dejar rastro alguno.

Se aseguraba entre los cantos de los sacerdotes y sacerdotisas que Horus se vio obligado a contraer nupcias con la diosa Hathor a la cual no quería y esta al saber que el dios ordenó la confección de aquel amuleto trató de apoderarse de él a través de un espejo. Horus al saber lo que pretendía la diosa del amor se le ocurrió crear una corona con forma de cuernos de vaca y el sol en el centro para que olvidara esa manía de tener el amuleto. Por supuesto que el obsequio gustó mucho a la diosa que lo comenzó a usar habitualmente para tranquilidad de Horus.

Cuando Horus dejó el gobierno de Egipto a manos del primer rey humano, dictaminó que la esposa más querida de un monarca debía usar el amuleto sea la principal o secundaria. Solo aquellas que conquistaban el corazón del Horus terrenal emulando el sentimiento que el dios tuvo para con esa divinidad, tenían derecho a usarlo.

Sutekh molesto por las palabras de aquel dignatario caminaba por el pasillo que conducía hacia el gran jardín donde el faraón contemplaba en sus ratos libres a las especies exóticas que mantenía en jaulas, tan ofuscado estaba que no advirtió que Nefertari venía en su dirección con el amuleto y la tropezó provocando que el objeto cayera estrepitosamente cerca a un estanque.

—¡ Oh Ra!—dijo asustada la reina incorporándose con ayuda del centinela y sus damas—disculpa, estaba distraída y...

Él se disculpó con una reverencia ya que no emitía palabra alguna, luego echó un vistazo a su alrededor para buscar el amuleto sin éxito alguno, la reina entendiendo su gestos, sonrió para luego decirle que no importaba, sus damas podían buscarlo. La reina sabía que no tendría otra oportunidad para expresar su inquietud respecto a Ramsés. Sutekj tan intuitivo esperó a que ella le hable.

—Mi esposo te aprecia mucho, sé que lo proteges celosamente y me gustaría que lo siguieras hasta Kadesh.

Las cejas oscuras de Sutekh se alzaron con sorpresa, Nefertari no se extrañó por el gesto y lo esperaba por eso agregó lo siguiente.

—Tienes un aire místico como si el espíritu de la guerra está en tus venas...

Sin quererlo, una extraña electricidad recorrió su cuerpo ante la palabra " guerra", era como si algo oculto despertaba ante ella, más se controló y siguió escuchando a Nefertari.

Cuando la reina decidió que era suficiente se retiró a sus aposentos dejándolo con mil preguntas, a decir verdad desconocía los planes del faraón respecto a la plaza de Kadesh, cuya ubicación entre Egipto y el Imperio Hitita le provocaban molestias. Los hititas se habían fortalecido por lo que el monarca según su esposa, ya preparaba la campaña para partir al norte.

Abrumado por todo, asomó su rostro en el reflejo del estanque, justo cuando se disponía a apartarse vio algo extraño que le erizó los vellos de la piel.

Un rostro similar al suyo pero con pupilas rojas como la sangre fresca que acompañaban a una sonrisa ladina provocó que su pecho latiera como un caballo desbocado. ¿ Acaso estaba loco o querían jugarle una mala pasada?

Seguro el cansancio estaba haciendo mella en él, pasaba muchas horas vigilando cada paso del rey y su familia sin contar el trabajo sucio que cumplía. Se alejó del estanque para distraerse buscando el amuleto que la reina perdió, no obstante ignoraba que el verdadero amuleto no era el que había caído de las manos de Nefertari. Todo había sido un señuelo para hablar con él.

Al no hallar nada decidió patrullar por los alrededores del palacio en busca de intrusos porque ladrones y enemigos sobraban en el país; días atrás habían capturado algunos espías de potencias como Hatti cuyos reyes eran verdaderos titanes en la guerra. Ramsés ante aquello aumentó la vigilancia para sus esposas e hijos por temor a que sean atacados. Mientras caminaba a la salida, vio a una pareja de halcones peregrinos posarse sobre un ala del templo de Horus que colindaba al palacio. Sintió una extraña nostalgia cuando uno de ellos lo miró fijamente para luego volar en dirección suya, intentó espantarlo más el ave lo seguía emitiendo un chillido lastimero que alarmó a los sirvientes y unos cuantos sacerdotes que comentaron algo sorprendidos por la escena.

—¡ Qué carajos!—bufó internamente mientras se protegía el rostro de un posible ataque mientras el ave buscaba su hombro, nada más que eso.

El pico del halcón abrió traviesamente sus hebras como si quisiera hacerle un masaje. Pasado el susto inicial, una pequeña risa se apoderó del centinela ante la acción inocente del halcón que se acurrucó entre su hombro y cabeza.

—El dios Horus ha bajado para bendecirte, Sutekh—gritó la voz del faraón quién hacía acto de presencia acompañado por varios sirvientes—desde que llegaste, muchos de ellos regresaron...

Sutekh dibujó una mueca ante las palabras de Ramsés quién se rio divertido, él sabía que su centinela no era un hombre común y que su aparición una noche después de visitar los restos del templo de Seth olvidado por la dinastía anterior suponía una respuesta del dios que en Cannan era conocido como Baal. Ramsés sabía que Seth había sido el amor secreto y prohibido de Horus y que el día que el dios pelirrojo regrese de su largo exilio, el amuleto milenario que las esposas amadas de cada monarca usaban debía ser restituido a su legítimo propietario en una ofrenda donde el sacerdote de Horus y un halcón debían estar presentes.

¿ Quizá ya había llegado ese momento?

Pero no tenía corazón para pedirle a Nefertari que se lo entregue, ella era feliz con el mismo. Incluso con la réplica que lo usaba cuando quería.

Tan atento estaba en esas elucubraciones que ni vio que Sutekh se había acercado con el ave entre sus manos, al reparar en su presencia volvió a reírse sin poder evitarlo, es que el de cabellos negros actuaba como el dios caótico y gruñón que contaban en los mitos capaz de aplastar ejércitos en su desierto.

—¿ Qué le causa tanta risa?

El sirviente que acompañaba al faraón se quedó estupefacto al oír por primera vez su voz, Ramsés mantuvo una sonrisa al comprobar sus sospechas. De modo que el dios Seth había regresado, solo que no recordaba su vida en Kemet y había adoptado el acento de los cananeos.

—¡ Haz regresado, gran dios Seth!—proclamó el soberano mientras cerraba sus manos en las suyas para que no soltara al halcón—en cuanto a ti se dirigió al sirviente que temblaba—ni una de palabra de esto o perderás tu lengua y nariz.

Sutekh trató de zafarse de ese agarre que le parecía tan familiar, más sin embargo este lo mantuvo fuerte tal cual que de repente quizá le pareció advertir un brillo azul cielo en los ojos de él. Luego una voz tan profunda y mística que besó cada parte de sus nervios paralizados. Ya no era Ramsés el que le hablaba, si no él, el dios que le había dado la mano cuando todo el panteón le dio la espalda.

Tío, tío... Haz vuelto a mi... Tío nunca dejé de pensar en tu partida. Que Geb y Nut me castiguen si miento en lo que te digo.

Y luego todo fue tinieblas. Sutekj había despertado su lado divino sin saberlo.

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