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XVI: Tenemos que hablar.

Tiempo después...

hallábamos en la casa de Alonzo Villarroel, estábamos a un día de la boda, así que vinimos a ordenar todo, o más bien, Michelle y Miguel lo harían, yo solo fui para verificar que fueran cuidadosos con los adornos, en especial con el arco.

—He sido invitado a la boda.

Di un salto en mi lugar al sentir el aliento de Antonio chocar con mi oreja.

—¡Antonio! Deja de asustarme así.

—No era mi intención —Se excusó, pero estaba luchando por reprimir una risa.

Me extendió un sobre dorado que deduje era la invitación.

—Felicidades, asistirás a la boda más prestigiosa del año en Nuevo Verano.

—Iremos —Corrigió.

—¿Cómo? ¿también me invitaron a mí?

—Técnicamente no, pero dijeron que podía llevar un acompañante y quiero llevarte a ti.

—Owww, eso es muy dulce.

De repente, caí en la cuenta de lo que eso significaba. Significaba que debía encontrar un y zapatos que combinaran, tendría que buscar los accesorios indicados, también tendría que apartar una cita en el salón de belleza.

—Ten —Le regresé la invitación—. Tengo muchas cosas que hacer antes de mañana. Vigila que no sean rústicos con los arreglos.

Sin decir más, tomé un taxi hacia el salón de belleza que pertenecía a una amiga de mi madre que bien podía hacerme un descuento y aparté una cita a las tres en punto, luego fui a casa y sin saludar a nadie corrí a mi cuarto a revisar mi armario, vaciándolo y poniendo toda la ropa sobre mi cama. Durante horas estuve revisando con detenimiento las prendas y me di cuenta de lo siguiente:

No tenía ropa elegante.

Mi armario estaba lleno de overoles de todo tipo, mom jeans, camisas con colores estridentes, vestidos veraniegos, chalecos y bandanas... ¡Pero no había ropa elegante! Ni siquiera tenía un buen para de tacones, solo sandalias, botines y un par de converses.

Me arrojé boca arriba sobre el montón de ropa.

Listo, Margarita. Ya no irás a esa boda.

—Maggie, han dejado esto para ti —Dijo papá entrando al cuarto con una gran caja que dejó en mi peinadora.

—Gracias.

Cuando se retiró, perezosamente me puse de pie a ver de qué se trataba, pero al ver la enorme caja con el moño caminé hacia ella con más entusiasmo.

Deshice el lazo y destapé la caja. Había una tarjeta.

Este combina con mi corbata, pero eres libre de usarlo o no.

Atte: Antonio.

Mis ojos se abrieron con sorpresa y velozmente comencé a sacar el papel de seda. Era un vestido rosa pálido, corto y con un cinturón dorado. Venía con un par de tacones blancos.

—Antonio, donde sea que te encuentres, muchas gracias —Grité.

—Aquí estoy, no hace falta gritar —Dijo él desde la sala.

Ni siquiera terminó de subir las escaleras cuando me lancé a abrazarlo en agradecimiento.

...

El día había llegado, todos los invitados estábamos en el jardín, de pie, esperando que la novia hiciera su recorrido. Yo trataba de ignorar las miradas de odio de la señora Gloria García, que también estaba invitada.

¿Esta señora es amiga de todo el mundo o qué?

El sacerdote dijo su discurso cuando la novia se paró junto al novio, y luego procedió a dar paso a las objeciones, al ver que nadie se oponía, siguió haciendo la típica pregunta de si aceptaban amarse y respetarse en la salud y en la enfermedad hasta que la muerte los separase. Todo iba excelente hasta que le tocó responder a Alonzo que se quedó mirando a un punto fijo en la nada sin soltar prenda.

—Cariño —Llamó su atención la novia—. Tienes que responder.

Él miró a ambos lados como si buscara una salida.

—Lo siento, no puedo —Declaró para salir de allí.

—Iré a hablar con él, espera aquí —Dijo Antonio para ir detrás de su nuevo amigo.

—Yo iré al baño —Intenté empezar a caminar, pero la mano de la señora Gloria hizo que me detuviera.

—Tú y yo tenemos que hablar —Sentenció.

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