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XIX: Adiós.

Miguel y Michelle me saludaron en cuanto entré a la floristería, yo les devolví el saludo y después de que conversáramos unos minutos, fui a la oficina de Antonio. Toqué dos veces.

—Adelante.

—Buenos días, Antonio —Saludé al entrar.

—Buenos días, Mag —Se levantó de su silla e intentó darme un beso, pero yo lo impedí interponiendo mi mano.

Él me miró confundido.

—Tengo que hablar contigo de algo.

Ambos tomamos asiento en un pequeño sillón que tenía la oficina.

—Tú dirás —Tomó la taza que estaba en su escritorio y comenzó a beber su contenido.

—Voy a suponer que no sabes que tu madre hizo que nos echaran de la casa a mi familia y a mí.

Antonio se atragantó y comenzó a toser. Una vez que se calmó, dijo:

—No tenía idea.

—Pues, eso hizo. Ella de verdad quiere que me vaya... Y creo que voy a tener que hacerlo.

—Espera, espera... ¿Qué estás diciendo?

Se puso de pie y yo igual.

—Es la única manera de que me deje en paz.

—¿Y yo qué? ¿Ya no te importa lo que yo sienta?

—¡Pero claro que sí! Pero no puedo dejar que tu madre me destruya. No. Voy. A hacerlo.

—Hablaré con ella.

—¿Ahora sí vas a hablar con ella? ¿Ahora que me sacó de mi casa?

—Margarita...

—Antonio, te quiero —Mi voz se quebró—, pero más me quiero yo.

Sin dejarlo responder a mi declaración, salí de su oficina y me fui de la floristería.

...

Cuando llegué al apartamento de Rubén, literalmente acaparé el baño, me encerré dentro de él y no salí ni siquiera cuando terminé de bañarme.

Alguien tocó la puerta como si quisiera derrumbarla.

—Margarita, ¿te gustaría salir ya? Estoy a nada de orinarme —Dijo Rubén desde el otro lado.

Me miré al espejo y sequé mis lágrimas, lástima que no pude hacer nada por mi aspecto de zombie.

—Todo tuyo —Le dije con la sonrisa más convincente que pude hacer.

Fui a la sala —donde estaríamos durmiendo porque la habitación de huéspedes estaba ocupada por los gemelos—, tomé mis audífonos y me acosté a escuchar música deprimente para hundirme aún más en mi sufrimiento.

—Maggie —Ignoré la voz de Rubén y le subí volumen a la música para no tener que escucharlo.

Sentí un audífono ser retirado y luego Rubén gritó en mi oído.

—¡Margarita, estoy hablándote!

Me incorporé de un salto y le pedí que hiciera silencio y señalé a mamá que dormía en un colchón de aire detrás del sillón donde yo estaba.

Papá estaba arreglando unos papeles para recuperar nuestra casa de Autumnville que al parecer, nadie habitaba aún.

—¿Qué quieres? —Pregunté.

—Quiero saber qué te ocurre.

—Nada.

—Ya claro, por eso Antonio te ha bombardeado el celular de mensajes mientras estabas en el baño.

Él se sentó a mi lado.

—Ya cuéntame.

Con un nudo en la garganta y al borde de las lágrimas, le conté todo.

—¿No crees que fue una decisión precipitada?

—No lo creo, él no iba a hablar con ella.

—¿Cómo estás tan segura?

—Rubén, es su madre. Entre su madre y yo, él la escogerá a ella, y entre él y yo, yo me escojo a mí.

—¡La tenemos! ¡Aún es nuestra! —Vimos a papá abrir la puerta y entrar en casa.

Nos mostró unos papeles que indicaban que la casa, efectivamente era nuestra, pues el contrato no se había vencido.

Despertamos a mamá y le contamos la noticia, ella inmediatamente comenzó a juntar todos nuestros ahorros y dijo que con un poco más de dinero podríamos irnos la semana próxima.

Los siguientes días fueron largos y agotadores para todos —menos para los gemelos—, mamá se puso a vender empanadas en un kiosko, papá y Rubén hacían horas extras en sus trabajos y yo me quedaba hasta tarde haciendo arreglos florales por mi cuenta, sin ir a la floristería y todo nuestro trabajo al fin dió frutos cuando obtuvimos el dinero que nos faltaba. Oficialmente podríamos irnos.

—¿Llevan todo? —Preguntó Rubén antes de que subiéramos al auto.

—Que yo sepa sí —Respondió mamá.

—Bien, avísenme cuando lleguen.

Mamá asintió y le dió un abrazo al que nos fuimos integrando poco a poco. Una vez que se terminó la despedida, subimos al auto. Yo subí primero que todos, y antes de que el resto subiera, saqué mi teléfono y marqué un número, su número.

—Mag —Fue lo primero que dijo.

—Solo llamé para decirte que no voy a volver a la floristería.

—Mag, si es por la pelea...

—No, no. No tiene nada que ver... Mi familia y yo nos vamos de Nuevo Verano.

—¡¿Qué?! ¿Cuándo?

—Estoy en el auto esperando para irnos.

—Mag, por favor, no te vayas —Suplicó.

—Te amo, Antonio. Adiós —Colgué.

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