Margarita:

Acabábamos de bajar del avión, ya estábamos en Autumnville. Antonio insistió en ayudarme a llevar mi maleta, ¿y quién soy yo para impedírselo?

Hmmmmm... ¿Una vaga?

Claro que no.

Rentamos —o más bien él rentó— un auto para ir al hotel donde nos hospedaríamos, le dije que era más fácil pedir un taxi, pero es terco.

—Pediré una habitación —Informó.

—Claro, aquí te espero —Él hizo ademán de irse—. Pero... Mi habitación tiene dos camas individuales, podemos quedarnos allí los dos.

—¿Por qué reservaste una habitación con dos camas individuales?

—Se suponía que vendría con mi hermano.

—Si no pago por otra habitación dirán que soy un vividor mantenido.

—Y si pagas dirán que eres un machista opresor y que yo soy estúpida. Te van a criticar por todo, tú ven a dormir conmigo. ¡Separados! O sea, en dos camas diferentes, tú en una y yo en otra, quise decir —Agregué tratando de arreglar mi metida de pata.

Margarita, creo que se sobreentiende que si son camas diferentes es porque en una dormirá él y en la otra tú. Deja de explicar cosas obvias.

—¿Puedo ayudarlos en algo? —Preguntó el chico del mostrador.

—Nuestra habitación es la 39 —Dije y él nos entregó la llave—. Gracias.

—Disfruten de su estadía en el Autumn Time.

Subimos a la habitación y acomodamos las cosas. Era hermosa para ser una habitación común, tenía un ventanal en la pared izquierda del cuarto y un pequeño balconcito, dos camas individuales y un buen televisor que contaba con varios servicios de streaming.

—Iré a comprarme algo de ropa. Vuelvo en un rato —Dijo Antonio y salió.

Por alguna razón quedarme a solas en esta habitación con Antonio, me ponía nerviosa, al igual que la idea de dormir —aunque fuera en camas separadas—. El único chico «lindo» con el que había compartido la cama, era Rubén —por eso las comillas—, ocurrió cuando nos estábamos mudando a Nuevo Verano y estaban habilitando la que iba a ser su habitación.

Con algo de suerte, Antonio se cansaría de estar aquí conmigo y se iría.

¿Y por qué no le pides tú que se vaya?

Porque es un testarudo y no se iría ni aunque llorara.

¿Es eso o... no quieres que se vaya?

Sacudí mi cabeza para alejar ese pensamiento y me dispuse a darme un baño para posteriormente organizar mis cosas. Cuando acabé, busqué el dinero del local y empecé a contarlo.

—Ya volví —Anunció Antonio entrando en la habitación con algunas bolsas.

Las conté. Eran cinco bolsas.

»¿Qué ocurre?

—Son varias bolsas, creí que serían menos.

—¿Qué? ¿crees que porque soy hombre sobreviviría con el mismo conjunto el tiempo que vayamos a quedarnos aquí?

—No, solo... no me lo esperaba.

Guardé el dinero de vuelta en el sobre esperando que él no se hubiera dado cuenta.

Antonio metió su mano en una de las bolsas y sacó una margarita.

—La ví y pensé en ti —Comentó entregándomela—. Es de plástico porque si te traía una verdadera, se marchitaría tres días después y necesito que recuerdes esto.

—¿Qué cosa?

—Esto —Dijo para unir su boca a la mía.