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IV: Las mentiras tienen patas cortas.

Margarita:

Ya era mi tercer día trabajando en la floristería de Antonio. La verdad me agradaba, me encargaba de las flores y las plantas, Antonio me dejaba disponer de ellas alegando que yo era la experta y yo no ponía objeción a ello.

—Buenos días, Miguel —Saludé cuando llegué.

—Buenos días, Margarita. Antonio quiere que empieces hoy con los arreglos, ¿vas a necesitar ayuda?

—Por ahora no, pero si necesito algo te lo digo.

Me senté en una mesa luego de que recogí algunas flores —específicamente margaritas y rosas rojas— para comenzar a hacer los arreglos. En eso se me fue la mañana, haciendo ramos, guirnaldas, coronas, hasta tenía pensado hacer un hermoso arco para las fotos, pero había un detalle: quería hacerlo con rosas blancas y de esas no había.

—Miguel, ¿cuándo llega el próximo cargamento de rosas blancas?

—En tres semanas —Respondió mirando la agenda.

—¡¿Qué?! ¡¿Cómo que en tres semanas?! ¡Las necesito! ¡Pero para ayer!

—¿Qué necesitas para ayer? —Preguntó Antonio saliendo de su oficina.

—Rosas blancas para hacer un arco, pero no hay, el próximo cargamento llega en tres semanas y el compromiso de Villarroel es en... ¡Ah sí! ¡Dos semanas!

—Hey, hey —Musitó tomándome de los hombros—. Te estresas muy rápido¿Verdad? Se donde conseguir rosas blancas.

—¿En serio?

El verdadero *panic* y *calm*, amigos.

—Sí, ven conmigo. Miguel, te quedas a cargo.

Seguí a Antonio hasta su auto para subirnos. Yo movía mi pierna izquierda repetidas veces hacia los lados, sin parar, mientras jugaba con mi ganchito de margarita.

—Deja de hacer eso.

Di un brinco en mi asiento cuando su mano derecha se posicionó en la pierna que estaba moviendo. Si otra mano se mantenía en el volante.

»Me pone nervioso, relájate ¿Sí? Terminarás a tiempo, te quedan dos semanas y apenas es el inicio de la primera.

—Lo siento, es que suelo tomarme esto muy en serio.

Me incliné un poco para verme en el retrovisor y recoger mi fleco con él.

Antonio se detuvo frente a una gran casa y se bajó del auto.

—Bájate —Pidió—. Es aquí.

Obedecí y lo seguí hasta el interior de la fachada.

—¿Esta es tu casa? Porque es muy linda.

Antonio se rió.

—No, qué va. Es la casa de mi madre.

¿Su qué?

Por favor que haya entendido mal, que haya entendido mal.

—¿Tu... Madre?

—Sí, mi madre.

Listo, Margarita, oficialmente estás acabada.

—Antonio, hijo, ¿eres tú? —Se escuchó la voz de una mujer.

Huye, Margarita, corre y no mires atrás.

—Yo...este... ¡Iré al jardín! Por las rosas, digo —Informé comenzando a caminar.

—Pero no te he dicho donde está.

—Me las apañaré, tú ve y saluda a tu madre.

Y así fue como después de cagar por toda la planta baja tratando de no ser descubierta, logré encontrar el jardín, donde efectivamente había rosas blancas, pero eso era lo que menos me preocupaba, en ese preciso momento en lo único que pensaba en qué podría hacer si me descubrían.

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