Capítulo 7: De compras.
ANABELLE:
No supe hacia dónde nos dirigíamos, mucho menos qué planes tenía para nosotros, hasta que Loren aparcó su camioneta en el estacionamiento del centro comercial. Sentí ganas de quedarme dentro cuando me abrió la puerta como todo un caballero para que saliera. Adoraba ir de compras, ¿qué mujer no?, pero temía que empezaba a acostumbrarme al ambiente confortable de la cabina. Suplantar eso por el calor de estar rodeada por cientos de personas con mi misma prisa por encontrar un atuendo ideal era un cambio significativo.
─¿Qué hacemos aquí? ─pregunté a pesar de que intuía la respuesta.
Loren seguramente era consciente de que nada en mi guardarropa estaría al nivel del lujo evidente en su hogar, su familia y, por lo tanto, en nuestra salida de hoy en la noche. Antes de ir a su casa pensaba usar el vestido rojo que utilicé para mi graduación. Era lindo. Una preciosidad de tirantes y flecos que me llegaba a las rodillas. Lamentablemente ni siquiera él estaba a la altura.
«Probablemente yo tampoco», pensé.
─Compraremos un atuendo para hoy. ─Tomó mi mano─. No hay nada en mi armario. Ahora que tengo una amiga pensé que sería interesante escuchar su punto de vista femenino. ─Sus ojos brillaron con diversión─. Y quizás mimarla un poco por esforzarse tanto en mantener esta relación a flote.
Sonreí ignorando lo que se marchitaba dentro de mí. Aunque para Loren no fuera más que un simple chiste, sus palabras, sus acciones desinteresadas, eran crueles recordatorios de lo que Brandon no hacía por mí, por nuestra relación, que me hacían sentir estúpida por seguir con él.
─Nos conocemos desde hace menos de dos semanas ─le recordé.
Pinchó mi nariz con la yema de su dedo─. Sí, Belle, a mí también me parece que fue ayer. ─Soltó un suspiro dramático que atrajo la atención de las personas detrás de nosotros en la escalera mecánica que nos conducía al segundo piso: el piso de las tiendas pijas─. El tiempo pasa tan rápido.
─Idiota ─reí dejándole pasar su brazo por mis hombros.
Estaba de buen humor.
Hizo un puchero─. Un idiota tierno y sexy, ¿no?
«El más tierno y sexy de todos», le di la razón dentro de mi mente.
─No ─respondí entre risas─. Solo idiota.
─Ah...
Se quedó en silencio por un rato. Estaba guiándonos hacia una de las tiendas cuando atraje su atención pinchando su pecho. Me sonrojé. Casi me doblo el dedo. Sus pectorales estaban tan tiesos.
Decidí armarme de valor, sin embargo, y seguir adelante diciendo─: No sé si te has dado cuenta, pero me gustan los idiotas. ─Esta vez fui yo quién tomó su mano para dirigirlo a un puesto de malteadas. Después del desayuno que nos echamos estábamos pecando de gula, pero tenía antojo de una─. ¿De qué sabor quieres? Te aconsejo oreo. Yo pediré una grande de chocolate. No tengo espacio para otro sabor más complejo.
Loren alzó las cejas al verme sacar un par de billetes de mi cartera.
─¿Tú invitas?
─Sí. ─Arrugué la frente─. ¿Qué hay de extraño en eso?
─Nada.
─¿Loren? ─insistí.
─Nada ─prosiguió con su negativa de contarme qué pasaba por su cabeza.
─¿Por qué no me quieres contar? ¿Es... malo? ─Le eché un vistazo al cajero─. ¿Crees que no cumplen con las normas de higiene? ─Mis parpados se abrieron de par en par al barajar una desagradable, pero probable, posibilidad─. ¿Es muy barato para ti? Sé que no es a lo que estás acostumbrado, no hay manteles o copas de cristal, pero te aseguro que muchos cocineros desearían hacer malteadas tan buenas como....
Me calló presionando un dedo contra mis labios.
─No, Belle, no es nada de eso. En realidad no tiene importancia. ─Pidió una malteada de oreo. Estuve en suspenso por esos segundos─. Es solo que creo que es la primera vez que una chica me invita. Por lo general... ─desvió su hermosa mirada de ojos grises hacia otro lugar lejos de mi rostro─. Yo pago.
─Oh ─dije antes de acercarme para coger la factura y esperar nuestro pedido.
─Sí.
Sin decir más se acercó a mí para hacer fila por nuestras malteadas. Teníamos una familia de seis por delante, así que perdimos alrededor de veinte minutos esperando. A los diez ya quería irse. No lo dijo, pero se alejó y acercó varias veces con gesto impaciente. Cuando finalmente nos atendieron lucía aliviado. Me sentí satisfecha conmigo misma con su expresión sorprendida al darle el primer sorbo. Estábamos probando algo bueno sin tener que pagar cientos, quizás miles, de libras. Con nuestros vasos en mano empezamos a caminar sin rumbo fijo por el pasillo.
─Bien ─rompí el silencio cuando pasamos frente a una sastrería─. ¿Qué vas a usar para hoy? ¿Un traje? ─Asintió─. ¿Qué tal si entramos? ─Asintió de nuevo sin dejar de succionar de la pajita. Puse los ojos en blanco─. Ah, no, espera. Tenemos que comer afuera. ─Señalé el cartel de prohibición de entrada con alimentos─. Loren, no, esperemos fuera ─lo llamé al ver la mala cara del vigilante─. Loren...
─Estás demente si crees que voy a esperar ─murmuró empujándome dentro.
Los ojos casi se me salían de sus orbitas cada vez que hacia ese irritante sonido de succión al sorber, lo que le negaba la paz mental a los empleados de la tienda y a mí. No dejaba de pensar que en algún momento vendría un mastodonte de seguridad a echarnos.
─¿Los puedo ayudar? ─preguntó un chico con pose de estilista.
─Necesitamos un traje para él. ─Señalé a Loren distraído con corbatas en un estante─. ¿Un conjunto de tres piezas hecho a la medida? ¿Negro? Y mocasines. ─Tragué ante la imagen mental. Estaba segura de que se veía bien en todo, pero seguramente se vería mejor en el clásico traje europeo de tres piezas. «Sexy, tierno y serio», ugh─. ¿Tienes algo que te sirva?
La versión miniatura de Tommy Hilfiger, en cuanto a fama, edad y tamaño, sonrió.
─Tenemos de todo, señorita.
Lo seguí hacia las perchas del fondo cuando me hizo señas. Tragué al ver dispositivos de seguridad colgado de cada una de las prendas. Probablemente debían ser las más caras de toda la tienda. Le eché un vistazo a Loren. Estaba cien por ciento segura de que no tendría problemas costeando una de ellas, ¿pero no se sentiría mal haciéndolo? Tanto dinero en un simple traje... negué.
Yo preferiría donarlo, invertirlo, algo, no gastarlo en ropa de una sola noche.
─Sé lo que estás pensando ─refunfuñó el muchacho husmeando entre las perchas─. Pero si tiene el dinero suficiente como para andar en zapatillas de cientos de libras por el centro comercial es porque lo está haciendo bien. Merece una recompensa. ─Finalmente sacó una percha con su funda─. ¡Aquí está! Me gustaría haber diseñado para él, sería encantador como modelo. ─Soltó un suspiro enamorado─. Pero el señor Armani siempre nos salva de los apuros. ¿Qué tal si pasa al probador? Le pasaré este y otros más. Tú puedes sentarte aquí. ─Me guió hacia el sofá de cuero frente a una pasarela que salía de los probadores─. ¿Quieres champagne?
Puse los ojos en blanco al recordar el cartelito de prohibición de alimentos y le enseñé mi malteada─. No, gracias.
─¿Brownies? ─insistió.
Jadeé.
«La próxima vez que me confiese tendré más penitencias que nunca por golosa».
─Bueno...
El castaño de pecas aplaudió y enseguida una mesera me trajo una bandeja. Intuyendo un coma diabético, devoré uno y luego dos mientras veía como Loren era arrastrado hacia los probadores por su nuevo asesor de moda masculina.
─¿Estás lista? ─preguntó el chico, Chris, sentándose a mi lado con las piernas cruzadas─. Me costó un poco convencerlo de que el blanco no era su color para esta noche. Escogía cosas horribles. ─Arrugó la nariz─. En definitiva no puedo creer como las personas pagan tanto por basura como esa.
─¿Tiene mal gusto?
─¿Tú crees? ─me preguntó moviendo el pulgar en dirección a una pila de prendas.
Un par de quejas más tarde sobre el mal gusto de sus adinerados clientes, Loren salió de los probadores luciendo un traje marrón de dos piezas con una camisa blanca debajo que me hizo arrugar el rostro entero. Lo odié al instante. Parecía salido de una novela de narcotráfico, no como un empresario exitoso y mucho menos como el hombre amable y divertido que conocía. Al notar a forma en la que sostenía su chaqueta en una pose que debía ser ardiente, a él sí le gustaba, casi me dolió decírselo. Pero tenía qué.
No sería su amiga si no se lo decía, sino más bien lo contrario.
─Siguiente ─dijimos Chris y yo a la vez.
En silencio disfruté cómo la sonrisa engreída se borró de su rostro. Se dio media vuelta y volvió a los probadores refunfuñando. Le ofrecí un brownie a Chris mientras volvía a salir con el siguiente conjunto. Obviando los momentos incómodos y la tensión de estar demasiado cerca de la tentación, me gustaba esto de ser su amiga.
LOREN:
Si mi intención era follármela, logré todo lo contrario.
Por la forma en la que Anabelle empezó a mirarme después de nuestro regreso del centro comercial, como a un puto cachorro, estaba convencido de que terminé convirtiéndome en un prototipo de amigo gay por accidente.
«Joder».
─¿A qué hora debemos empezar a arreglarnos? ─la oí preguntar desde su puesto, porque prácticamente se apoderó de él, en el asiento copiloto de mi camioneta.
A pesar de que contrastaba, era algodón al lado de cuero negro, me gustaba verla ahí sentada. Se sentía cómodo y natural como los segundos junto a ella. Eso era lo que más me fascinaba de pasar tiempo con Anabelle: no tenía que esforzarme siendo alguien más, sino en renegar la costumbre de serlo. Ella conocía al Loren despreocupado y relajado bajo todo las capas de arrogancia.
─Debemos estar ahí a las seis.
─¿Dónde?
─Brístol Old Vic.
Sus ojos se abrieron como platos─. No me digas que estaremos en un balcón.
─No ─murmuré con pesar; un balcón habría estado bien─. Iremos con mi familia. Cuarta fila. Escogí los asientos de la esquina para que no sea difícil salir. La pasaremos bien ─le prometí cuando una expresión preocupada adornó su rostro de facciones delicadas─. Marie es el centro de atención esta noche. No te molestarán demasiado.
─¿Desde cuándo baila? ─me interrogó sin hacerme sentir incomodidad.
La pregunta no estaba hecha en el sentido interesado. Lo vi en sus ojos verdes como el pasto seco cuando despegué los míos de la vía para echarle un vistazo. «¿Por qué tiene que ser tan bonita?». Sería tan fácil dejarla por ahí tirada si no tuviera el presentimiento de que me arrepentiría el resto de mi vida por dejarla ir. Ana era el tipo de mujer cuya belleza nacía desde dentro, un tipo de atractivo bastante escaso en estos días.
Todavía más en mi mundo.
─Desde que aprendió a caminar.
─Y Rachel... ─Jugó con sus dedos─. ¿Ella tiene un talento especial?
─Le gusta correr.
─¿Y tú?
Mordí mi labio inferior. Estaba cuestionándome si decírselo o no. Si lo hacía cabía la posibilidad de que se asustara o me regañara como si fuera mi madre, parte de nuestra amistad para lo que no estaba preparado, o empezara a hablar demasiado sobre el tema.
─También ─contesté pisando el acelerador.
Conocía el camino a casa de inicio a fin. Cada detalle de las calles que conducían a Castle Park, cada pasadizo secreto, cada desvío, curva o bache. Fue fácil pasar de la tranquilidad de unos sesenta kilómetros por hora a unos ciento veinte. Tuve que controlarme porque no íbamos en uno de mis deportivos, sino en un camión que mal manejado podía convertirse en un arma mortal contra la humanidad. Solté una carcajada por lo bajo cuando chilló al pasar un semáforo en rojo. No había policías a la vista, así que fue más de lo mismo hasta que llegamos a casa. Entré en el estacionamiento derrapando. Las llantas chirriaron bajo nosotros cuando bajé la velocidad. Para ese entonces Anabelle se aferraba a mi antebrazo como si su vida dependiera de ello. No la alejé.
Disfrutaba del contacto de sus cálidos dedos causando cardenales en mi brazo.
─¿Tu pasatiempo es arriesgar la vida? ─preguntó aún jadeando.
Negué─. No, Ana, me gusta correr.
─¿Ana?
La observé por dos cosas: se alejaba y quería saber el por qué del tono molesto.
─¿No es así como te llamas?
─Me gusta Belle.
Junté las cejas lo más que pude.
─Pero supongo que todos te dicen Ana, ¿no?
─Sí ─murmuró desabrochándose el cinturón─. Por eso me gusta.
Acaricié el dorso de su mano cuando estuvimos de camino al ascensor. Ambos llevábamos nuestra carga de bolsas. Sus mejillas estaban sonrojándose como si se estuviera arrepintiendo de lo que dijo. Mi misión ese momento era impedir que lo hiciera. No era algo de lo cual debería sentirse avergonzada.
─No hay problema. Te seguiré llamando Belle. ─Una sonrisa se extendió por mi rostro; había llegado el momento de jugar a ser un idiota para aligerar la situación─. Tú me puedes llamar dios.
Me llenó de satisfacción ver cómo las comisuras de sus labios temblaron conteniendo lo inminente─. ¿Dios?
─Sí, no en el sentido católico porque no quiero problemas con las viejecitas de la iglesia, pero sí como un ser más evolucionado que el hombre común. ─Abrí los brazos y di vueltas sobre mi mismo a bordo del ascensor─. Mírame, ¿merezco mi sitio en el Olimpo o no?
Por fin soltó la risita que retenía. Me hice el ofendido.
─¿Estás hablando en serio? ─Asentí con la expresión más seria que hallé─. Bueno... ─Jugó con sus labios y la punta de su lengua. «Mierda». Estuve a segundos de arrinconarla contra una de las paredes de metal por eso. ¿Era la pequeña Anabelle malvada o le pagaban?─. Eres mi dios de las hamburguesas ─susurró.
Mi boca se convirtió en una fina línea de pura incredulidad.
─¿Qué pasó con las categorías interesantes?
Sus ojos brillaron traviesos─. ¿Cuáles?
─Del sexo, de la fertilidad, del amor, de la pasión, de las mujeres.
─Todos esos ya están tomados. Eres mi dios de las hamburguesas y punto.
─Eres un desastre para mi ego ─mascullé buscando la llave para entrar.
Se encogió de hombros y pasó por delante de mí hacia mi propia casa. Los amigos debían sentirse como en su propio hogar cuando visitaban a los otros: lo primero que hizo fue depositar las bolsas de nuestra compra en el mueble de la sala. Lo segundo quitarse los zapatos y dejarlos alineados junto a la entrada. Lo tercero caminar descalza hacia la cocina para empezar a jugar con los cajones. La seguí hasta allá.
¿Cómo me leyó la mente?
─Como nos despertamos tarde y se nos hizo las cuatro, haré un una cena temprana para que no estemos hambrientos en el teatro. Deberías empezar a cambiarte. De lo contrario llegaremos tarde. ─Sacó una bandeja de chuletas ahumadas de mi refrigerador─. ¿Puré de patatas o arroz?
─Puré ─respondí demasiado entretenido con su baile de extremo a extremo como para interrumpirla proponiéndole pedir comida.
Una pizza llegaría rápido, pero no me entretenería tanto como verla cocinar. Y quería saber si lo hacía bien o si era el chef de la relación. En vez de hacerle caso apoyé mis antebrazos en el mesón sin despegar los ojos de su pequeña figura cortando verduras y añadiendo ingredientes a las cacerolas en la estufa. Enterré el dedo en un bote de nutella mientras tanto. Alimentar a un sujeto como yo era una tarea compleja. Demasiadas células hambrientas por hacer un trabajo tan bien conmigo. Me alegraba ver que lo estuviera entendiendo. Su cara cada vez que me veía comer era un poema.
─Listo ─canturreó al cabo de media hora.
─¿Ya? ¿No te falta nada?
─No ─replicó con una sonrisa dejando un plato frente a cada uno y una bandeja de ensalada rallada entre nosotros─. ¿Por qué?
─Por nada ─contesté caminando hacia mi reserva de vinos.
─Ah...
─Este es del noventa. No es demasiado fuerte. ─Lo descorché e inhalé su aroma─. Mmm. Espero que tu comida esté a la altura, Belle. Sería una lástima desperdiciarlo. Fue una de las mejores cosechas que hemos tenido. ─Serví dos copas─. Mierda ─ronroneé al dar mi primer bocado. Estaba bueno─. ¿Dónde aprendiste a cocinar?
─Vivo sola. Tengo que sobrevivir.
─Me encantaría vivir contigo.
Sus mejillas se sonrojaron─. ¿Por la comida o la compañía?
Le guiñé.
─Por ambas.
No me molesté en esconder una sonrisa cuando se ahogó ligeramente con su comida. Le ofrecí un vaso con agua y palmaditas en la espalda antes de seguir comiendo. Terminamos en silencio, ella incómoda, yo no tanto. Después de lavar los platos nos despedimos para alistarnos para salir. Nos dirigimos a diferentes alcobas intercambiando una mirada. Presioné mi frente contra la puerta por un instante tras cerrarla. No la vería desnuda dos veces un mismo día. No tenía tanta suerte.
«Bastardo afortunado», gruñí para mis adentros pensando en su novio.
BUENAS NOCHES.
Lo siento si ha pasado un tiempo. Es que la universidad empezó y... -suspira-. Es otro mundo. Anatomía e histología me traen de las trenzas. Pero en fin. Saqué tiempito y poco a poco conseguí el capítulo. Intentaré subir de nuevo entre semana. Ya para el próximo si viene la parte que todos esperan.
Les recuerdo por aquí también que tienen oportunidad de ganar dedicación a través de un sorteo en Ig. Sólo tienen que subir una foto con una frase de un capítulo de DP, más el #DP y #leemosaosc y seguirme (Instagram: oscaryarroyo) y etiquetarme. Después de actualizar haré el sorteo por vídeo anunciando a las tres ganadoras (mañana). Lo hago así para que tengan más oportunidad de ganar ♡
Gracias por sus votos y comentarios.
Las quiero.
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