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Capítulo 40.5: En su piel.

LENA:

Las personas que hemos sufrido demasiado en esta vida tenemos un grave problema: a veces olvidamos que los demás, aquellos que no han sufrido tanto como nosotros, sufren también. Me di cuenta de ello cuando vi el rostro de Loren al traer a Mike. Lucía deshecho. No había entendido el motivo, puesto que se fue tan pronto llegó, hasta que mi bebé me contó todo lo que había sucedido. La novia de Loren, la bonita pelirroja del kínder, se había enterado de la prueba de una mala manera. Mi corazón se arrugó entonces, mi mente castigándome por lo estúpida que había sido teniendo esa conversación con el laboratorio tan cerca de él. Les había pedido que me enviaran los resultados de la prueba de paternidad primero que a Loren para poder prepararme con anticipación para los resultados. Mike, tras oírme, se había escapado de casa para ir a verlo y preguntarle si era cierto porque ya no confiaba en mí para preguntarme.

¿Podía culparlo?

No.

No podía mentirle a Mike por más que lo intentara. Tampoco ocultarle cosas. Pasábamos tanto tiempo juntos, en nuestro día a día éramos solo nosotros dos, que ya sabía leerme tanto como si hablaba como si no. Dolía, sin embargo, ser madre de un niño tan maduro e inteligente que pudiera ver a través de la ingenuidad de la infancia. Pero no por mí. Por él. Me dolía no poder protegerlo del mundo adulto. De mí misma. De mis errores.

Por eso no lo castigué por haberse escapado.

─Mike, ¿en qué estabas pensando? ─le pregunté mientras me acurrucaba con él en su habitación. Las paredes las habíamos pintado juntos─. No puedes simplemente tomar tus cosas e irte. Aún eres muy pequeño para eso. Ni siquiera he conocido a tu primera novia ─bromeé con los ojos llenos de lágrimas.

─Quería ir con Loren ─respondió abrazándome─. Mamá, no llores por mi culpa, por favor. Por eso no te pregunté. Las chicas lloran todo el tiempo. Estoy cansado de verte llorar por mí.

─Los hombres también lloran ─murmuré posicionando mi cabeza sobre su pequeño estómago, inmediatamente recibiendo sus caricias en mi cabello y rodeándolo aún más con mis brazos.

─Loren no llora ─dijo.

Bueno, Loren era un idiota.

Había estado enamorada de él cuando éramos unos niños, aunque no niego que gran parte de ello fue atracción física y el deseo mutuo de rebelarnos a nuestros padres, pero eso había quedado en el pasado. Un buen pasado. Uno donde mi padre aún vivía. Dónde tenía una vida propia. Amaba a Mike con todo mi corazón, pero no era mentira que ese amor me consumía. No hacía nada que no girara alrededor de él, de su enfermedad, por el cotidiano miedo de no tener un minuto más con él después. Por eso fue fácil para mí consumirme en el recuerdo de tiempos mejores y añorar una dosis de ello, hacerme ideas con Loren, pero ya había quedado más que claro que era a su novia a quién amaba y eso lo respetaba. Había llegado demasiado tarde a una historia que ya había empezado y cuyo final no podía alterar. Lo único que podía hacer ahora era rezar para que Anabelle no me odiara si Mike al final resultaba ser hijo de Loren. Había sido un poco perra con ella, aunque no era que no me hubiese devuelto el balón, por lo que esperaba que a largo plazo al menos pudiéramos mantener una conversación. Quería hacerlo lo más fácil posible de asimilar para él.

Mi príncipe.

Cada vez que íbamos a una quimioterapia o era sometido a un tratamiento que lo dejaba a penas consciente de sí mismo, recordaba cuándo era más pequeño y conservaba sus risos rubios arena como el de papá. O cuando íbamos al acuario y pedía nadar con los delfines, su enfermedad a penas iniciando, cuando tan solo tenía tres o cuatro años. Recordaba el color bronceado que podía adquirir su piel en la playa de una isla. Cómo lucían sus rostro con las mejillas regordetas, no planas a pesar de lo mucho que comiera. Aún enfermo era precioso, un niño de ojos marrones que cuando te veía te hacía sentir incómodo, porque realmente lo hacía. Mike te analizaba antes de decidir si eras algo que valía la pena y entablar conversación. Mi padre, Peter, era su clon. Después de que Paul nos dejó ellos jugaban a llamarse a sí mismo padre e hijo, algo que no detuve pensando que su abuelo sería la única figura paterna que Mike tendría.

Ese era parte del problema sobre desconocer quién era el padre de Mike. No se parecía a Loren o a Paul. Era exactamente igual a mi papá en todos los sentidos. Sus facciones. Sus gestos. El segundo era no haber ido en contra del deseo de mi ex de no hacerle una prueba de paternidad mientras estuvimos juntos. Paul era algo hippie cuando empezamos a salir. Se estaba dejando influenciar por un grupo de la universidad a la que asistía mientras trabajaba en la compañía de su padre, por lo que cuando le conté que lo había engañado con el corazón en la mano y dándole la opción de cancelar la boda, me había contestado que él no tenía problema con seguir. Que al menos había sido sincera y se lo había contado, por lo que seguiríamos adelante con nuestros planes.

En ese entonces realmente lo amaba.

Paul no era el hombre con el que me veía compartiendo cada día de mi vida, pero éramos novios, su familia no hippie lo presionaba para que se estableciera con alguien, mi padre ya había sido diagnosticado y me sentía sola, asustada de abrir los ojos y un día no tener a nadie, por lo que dije que sí. Luego, cuando se enteró de que estaba embarazada, la influencia hippie de que el amor es libre se tambaleó. A Paul siempre le importó demasiado la opinión de los demás, incluso más que Mike y yo, por lo que no me dejó o hizo un escándalo inmediato. Dejó que Mike naciera y decidió quedarse conmigo cuando notó que podía pasar por su hijo, que había tenido un niño rubio, como él, que podía criar en paz sin la presión de la sociedad burlándose de él por hacerse cargo de un niño producto de una infidelidad.

Paul quiso a Mike, lo amó, o al menos lo intentó sin dejar que él notara que el afecto no era tan fuerte como debería haber sido. No fue lo que merecíamos, pero no nos trató mal o sacó nada en cara. Lo único que siempre había pedido era que nunca le hiciera una prueba de ADN, puesto que ver la confirmación de que Mike era hijo de alguien más lo destrozaría. Acepté porque en ese entonces Mike aún no estaba enfermo y estaba casi segura de que era hijo de Paul, pero después Mike enfermó. Paul me apoyó hasta que le pedí la prueba de compatibilidad de médula, algo no era determinante sobre la paternidad, y se fue cuando los resultados arrojaron negativo.

Desde entonces hemos sido solo Mike y yo.

En todos estos años no busqué a Loren porque no creía que fuera material de padre, honestamente, y porque temía su reacción cuando se lo dijera. Era un mujeriego adicto a la silicona y el alcohol, por lo que a la semana se oían cuentos de él en Cornwall con más mujeres que dedos de mis manos. Sabía que él no recordaba nada de esa noche en la que me acerqué borracha y caliente, molesta con Paul por la estrecha relación entre él y su mejor amiga hippie, a saludar, por lo que... ¿cómo reaccionaría cuando le contara que había quedado embarazada y que no sabía si el padre era él o Paul? No de la mejor manera, creí, por lo que decidí pensar que Mike era hijo de mi novio y seguir adelante con mi vida. Ahora me odiaba a mí misma por haber sido tan estúpida. Nada de esto estaría pasando si tan solo supiera si Mike era hijo de Paul. No me sentía como una zorra por haberlo engañado, había estado fuera de mí y se lo había contado, pero sí como una idiota por no haberme puesto los pantalones y haber sido lo suficientemente inteligente como para prever esta situación.

Pero, honestamente, ¿quién espera que a la persona que más amas en este mundo lo diagnostiquen con una enfermedad terminal? Nadie, en realidad.

─Tenemos que ir con el doctor, Mike ─le recordé luego de nuestro almuerzo lleno de proteínas y verduras. Mi chico lo comía todo sin problema, salvo cuando su enfermedad lo rechazaba, como un campeón. Estaba enfermo, pero cada día con él valía el esfuerzo. Me había tocado el mejor niño del mundo─. Tienes otra sesión de quimio a la que no podemos faltar, lo sabes.

Mike asintió mientras me traía el plato para que lo lavara.

─Me daré una ducha ─dijo, a lo que asentí.

Luego de media hora de prepararnos, yo con mis típicos jeans y cazadora de cuero, estaba haciéndome una trenza con mi cabello mientras lo veía atar los cordones de sus zapatos en el piso. Dirigiéndome a la mesita de noche, sostuve el intercomunicador para bebés en el aire. Antes estaba de manera permanente en su habitación en caso de que algo pasara mientras estaba en otra parte de la casa o durmiendo, pero a pedido de él lo retiré. No quería que me despertara por su culpa, cosa que hacía con cada sonido que hacía, por lo que lo había sacado. Ahora simplemente no dormía al mismo tiempo que él. Lo hacía mientras iba a la escuela o cuando me dejaba acostarme a su lado, cosa que sucedía cuando nos quedábamos despiertos hasta tarde viendo películas. Por lo general no podía salir de casa luego de una quimio por los gérmenes, razón por la que no íbamos al cine, así que Netflix se convertía en el mejor invento del hombre junto con los paquetes de palomitas para microondas.

─Te dije que no te castigaría, pero no creas que lo que hiciste se quedará totalmente impune. ─Coloqué el intercomunicador sobre su mesita de noche─. Tu amigo volverá a acompañarte para avisarme en caso de que quieras salir por la escalera de incendios de nuevo.

Todas las cosas que pudieron haber pasado durante su pequeño experimento me desgarraban por dentro. Pudo haberse desmayado y caído al suelo. Pudo haberse resbalado y roto un brazo. Esto no volvería a pasar. Me lo juraba a mí misma. No quería que me viera como una carcelera y no bloquearía una salida de emergencias, motivos por los que no le ponía barrotes a la ventana, pero necesitaba la confirmación de que él estaba aquí de una forma u otra.

Mike hizo una mueca─. Mamá...

─No ─dije negando─. Nada de mamá con esa carita de borrego. Me asustaste, Mike. Eso no se le hace a tu mamá o a una persona que ames. ¿Viste al policía? ─Asintió─. Él estaba aquí para comenzar a buscarte porque creyó que te había pasado algo malo.

─Lo siento ─se disculpó terminando con sus zapatos y corriendo para abrazarme─. Te quiero.

Mi enojo se aflojó. Acaricié su cabeza.

─Y yo a ti, bebé. ─Tomando el intercomunicador en mis manos, lo quité de la mesita y lo dejé en la ventana─. Estará aquí para avisarme lo que necesito, no otras cosas, te dará... privacidad.

Mike hizo otra mueca, pero esta vez asintió en contra de mi pierna. Salimos luego de que me aseguré de que todos los grifos de la casa estuviesen cerrados, los aparatos electrodomésticos desconectados, ya que tenía un tic nervioso con ello. Tomamos un taxi hasta el hospital infantil. Tenía un auto, pero no podría hacer nada por Mike si le sucedía algo y estaba manejando. En el área de oncología ya había un cubículo listo para nosotros con la dosis de medicamentos que recibiría Mike y una enfermera preparada para atendernos. Él tenía leucemia linfoblástica aguda, LLA, la cual es un tipo de cáncer que afecta la sangre y la médula ósea, la cual produce demasiados linfocitos inmaduros. Al principio la quimioterapia ayudó, aunque tuvo sus días oscuros, pero ahora le afectaba cada vez más y más sin obtener los resultados que deseamos, por lo que en una balanza el tratamiento estaba resultando peor que la enfermedad y Mike ameritaba urgentemente de un donante.

El peor momento de mi vida había sido descubrir que no podía ser yo. Si eso garantizara que podría tener una vida normal, incluso tener una vida más allá del próximo año, el tiempo que me dio Arthur que tendría si no encontrábamos a alguien pronto, le donaría mi propio corazón. Cada uno de mis huesos. Lo que fuera con tal de que Mike pudiera tener un futuro.

─Hola, Mike ─lo saludó Eddie, nuestra enfermera favorita, mientras le indicaba que se sentara en un cómodo sillón.

Mike usaba un tapabocas porque luego de recibir los químicos que destruirían las células, no solo cancerosas, de su cuerpo estaría débil y susceptible a un montón de infecciones cuando fuéramos de regreso a casa.

─Hola, Eddie, ¿cómo estás? ─respondió con amabilidad, lo cual me hizo sonreír.

Mi pequeño niño educado.

Eso era lo más lindo de ser su mamá. No importaba si yo hubiese sido una mala persona durante toda mi vida, cosa que no había sido, o grosera. Podía criarlo para hacerlo mejor que yo y sentirme orgullosa a través de él. Lo estaba. Solo Dios sabía cuánto.

─Bien ahora que te veo ─respondió la mujer guiñándole un ojo.

Mike le sonrió abiertamente.

─Es comprensible.

Rodé los ojos. La mitad del tiempo no sabía de dónde sacaba palabras o diálogos tan elaborados para un niño de su edad, pero suponía que se debía al montón de tiempo que pasábamos en casa viendo televisión, usando el internet para leer las noticias internacionales, ver documentales, o leyendo libros.

Eddie rió mientras preparaba su brazo para la aguja─. ¿Y tú?

Me tardé en darme cuenta de que me estaba hablando a mí, mi mente en otro lugar. Aclarando mi garganta, respondí.

─Estoy bien también, Eddie, gracias por preguntar. ─Arrugué la frente─. Por cierto, ¿dónde está Arthur? Me dijo que estaría aquí hoy, pero no lo veo.

Eddie asintió.

─Estaba esperándolos, pero fue por algo de comer a la cafetería y a revisar otros pacientes mientras ustedes llegaban ─respondió insertando la aguja en el brazo de mi chico, para lo que me había acercado a apretar su otro brazo.

Una vez la quimio empezó, el ceño de Mike arrugado con dolor, le tendí su Ds para que se distrajera mínimamente mientras era tratado. Lo abracé hasta que se acostumbró a la sensación y su cuerpo dejó de estar en tensión. Quince minutos después de que todo inició y Eddie se había ido al cubículo con la promesa de volver en un momento, Arthur apareció con su bata blanca, el estetoscopio rodeando su cuello y cabello marrón con algunas canas. Tenía una barba bien cuidada que me hacía querer pasar mi mano por ella para comprobar su longitud por mí misma. También tenía la sonrisa más comprensiva y grande que hubiera visto jamás, como si estuviera agradecido con la vida solo por respirar, cosa que entendía y me hacía sentir entendida. Agradecía cada segundo que Mike pasaba conmigo.

─Hola, Lena ─me saludó antes de dirigirse a mi hijo─. Hola, Mike, ¿cómo vas ahí? ─Mike alzó la vista del Ds para sonreírle y asentir, su rostro lleno de concentración mientras jugaba al Mario Car─. Supongo que he sido desplazado por Mario. ─Me miró─. ¿No ha tenido más desmayos?

Negué.

─No, afortunadamente no.

Arthur asintió metiendo las manos en sus bolsillos.

─Eso es bueno. Significa que tal vez podremos volver en un mes o dos a una dosis más alta, pero debemos darle tiempo a su cuerpo de recuperarse. ¿Qué tal han estado las enfermedades a parte?

Humedecí mis labios, los cuales debían estar secos ya que no dejaba de mirarlos, para responder.

─Le di antibióticos a inicio de semana cuando pensé que se estaba contagiando de un virus en el kínder, pero lo ataqué a tiempo y no pasó a mayores.

Arthur me sonrió aún más ampliamente─. Lo hiciste bien, Lena, no queremos que después Mike se enferme y no pueda asistir al colegio. ─Miró a mi chico, quién hizo una pausa en su juego para vernos y volvió a él con expresión culpable cuando nos descubrió mirándolo. Mike se resistía a los antibióticos y al tapabocas a veces─. ¿Verdad?

─No, Mike adora ir y jugar con sus amigos.

─Es por eso que debe hacerte caso y beber sus medicamentos cuando pienses que sea necesario ─dijo alzando la voz para asegurarse de estar siendo escuchado por mi bebé─. Para que después pueda ir con sus amigos y jugar.

─Y usar su tapabocas para no contagiarse.

Arthur asintió.

─Debe recordar que las enfermedades son diferentes para las personas con leucemia. Que una gripe puede tenerlo en casa por días, donde podría aburrirse.

─Cosa que nadie quiere.

─No. Aburrirse es lo peor que le puede pasar a alguien ─comentó sonando horrorizado, a lo que finalmente sonreí.

Era apuesto. No lo iba a negar.

Tampoco negaría que cada vez que lo veía cerca mi corazón latía tres veces más rápido, pero que no sabía si se debía más a la gratitud que sentía hacia él por ser uno de los mejores médicos que habían tratado a Mike, lleno de calidad humana y conocimiento que no dudaba en poner en práctica, o algo más. 

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