Capítulo 18: Sin esperanzas.
ANABELLE:
Dos días antes del cumpleaños de Madison, ella y su hermano vinieron a pasar la noche con nosotros mientras sus padres obtenían un descanso de todo el lío que habían sido los preparativos para su cumpleaños. Cuando era más pequeña Rachel siempre se encargaba de hacer de sus fiestas las mejores, pero ahora que ella y sus compañeros del jardín podían hablar y opinar por sí mismos... la hermana de Loren da todo de sí para que sus niños tuvieran la mejor celebración en todo el continente, lo que también tenía que ver con mantener su reputación de organizadora de eventos estrella. Rachel estaba semanalmente en cada revista de la ciudad. O mejor dicho, lo estaba uno de sus eventos. Eran tan hermosos. Había asistido a algunos colada junto con Marie, que a veces la ayudaba, y Luz, la esposa del hermano de Nathan, y robaban el aliento. Si un día me casaba definitivamente querría que ella estuviera a cargo. Estaba segura de que convertiría mi boda en un cuento de hadas.
Mi corazón se oprimió, estrujándose dolorosamente en mi pecho, ante ese pensamiento, casarme, y se rompió cuando dirigí mi atención en dirección a las risas que provenían de la cocina. Al hombre que batía el contenido de un tazón con sus dos sobrinos sentados en el mesón. Los tres estaban llenos de harina de la cabeza a los pies. Hacían galletas. Como si sintiera mi mirada sobre él, Loren se giró hacia mí y me sonrió de esa forma tan tierna y llena de amor que tenía. Mis ojos se llenaron de lágrimas. Me di la vuelta antes de que lo notara. En lugar de esperarlos en la sala como prometí, subí su escalera de cristal y me encerré en su habitación.
Si alguien merecía casarse y formar una familia, era él.
LOREN:
─¿Cuántas puedo comer?
─Tres ─le dije.
Madison cruzó sus brazos.
─George se ha comido cuatro, tío Loren. Machista.
Puse los ojos en blanco. Rachel tenía que parar con su feminismo. Todo era culpa de Nathan por dejarla introducir la teoría de la dominación mundial a manos de las vaginas en su mente de cinco años, sin embargo.
─Maddie fea ─soltó George mordiendo otra galleta con una sonrisa maliciosa.
«Pequeño cabrón».
─¡No te metas! ─lo empujó, sus ojos llenos de lágrimas─. ¡Tía Anabelle!
Mi expresión se puso en blanco.
─Madison, haz silencio ─le advertí.
Anabelle había tenido una dura semana trabajando en el kínder y apoyándome con las obras de caridad de la marca. No me pareció extraño que huyera al segundo piso en búsqueda de una cama caliente. Mi chica estaba exhausta. No debí ofrecerme como una puta niñera hoy, pero, como siempre, nadie más contestó cuando Rachel preguntó por el maldito grupo de WhatsApp de la familia. Lo abrí para conectarnos. Para no ser el último en enterarme de las locas decisiones de mis hermanas.
Ahora sabía demasiado.
─¡Tía Anabelle! ─sollozó más fuerte, su cabello cobrizo balanceándose a medida que corría en dirección a las escaleras. Antes de que pudiera empezar a subirlas, una especie de actividad extrema que no debería hacer sola, Belle apareció. Sus ojos grises brillaron al verla─. Tía Belle...
Anabelle me miró antes de recogerla del suelo y guindarla en su cadera.
Joder.
Cada vez que hacía algo como eso no podía dejar de pensar en ella haciéndolo con nuestros propios hijos.
─¿Qué pasó?
Madison me señaló con su pequeño dedo índice.
─Tío Loren no me deja comer galletas. ─Entrecerró los ojos en dirección a su hermano─. George se comió cuatro, ¡cuatro!
George, ahora sentado en el mesón metiendo sus manos en el tazón con la mezcla restante y llevándosela a la boca, se ruborizó cuando Ana lo miró. En su defensa, él no protestó cuando le servimos ensalada y puré en vez de una hamburguesa del asqueroso McDonald. Alcé un poco la vista para echarle un vistazo a Meg. No quería que se estresara con esta mierda.
─¿Qué tienes que decir al respecto? ─me preguntó.
Como siempre, me recriminaba por tener preferencia. Y no era una jodida preferencia. Madison hacía mi vida miserable y Suzanne aún era pequeña. Willy solo me prestaba atención cuando le hablaba de autos o motos. Mierda. Hasta me decía cómo jodidamente tenía que conducir cuando se suponía que un día fui el maldito rey león de las calles. Mags estaba en París. Kevin, que no estaba emparentado biológicamente conmigo o si quiera con Nathan, pero era como si lo estuviera, o incluso más, solo tenía ojos y sentidos para Madison. Y Louise, su hermana, hacía competencias de babas con Suzanne.
George definitivamente era el único aquí que me entendía.
Alcé las manos.
─No solo puede tener galletas en su estómago.
Con una sonrisa de suficiencia que iba a una niña de cinco años, vi cómo mi chica se pasaba al lado correcto de la situación ofreciéndole esa mirada de te caché a Maddie.
─Debes comer mejor, Madison, o tu estómago se enfermará. ─Se veía adorable con su vestido y mini-delantal de cocina. Si en lugar de un berrinche hubiera usado la palabra mágica, habría tenido su galleta. Sus mejillas estaban rojas y sus ojos grises brillantes. Mi sobrina separó los labios para replicar─. ¿Quieres terminar enfermita en el hospital? Tu mamá no volverá a dejar que te quedes con nosotros si eso sucede. ─Negó lentamente. No era una broma─. Tienes que comer mejor. George comió su ensalada. Tú no. No te podemos dar un premio por hacerlo mal.
─No soy un perro ─protestó, pero ya empezaba a entrar en razón.
─Si te vas a la ducha y te cepillas los dientes sin problemas, te prometo que mañana en la mañana tendrás tus galletas. ─George bostezó. Lo levanté y las seguí a la segunda planta. Belle y yo hicimos un buen trabajo bañándolos y acostándolos en su habitación aquí. Era un cuarto con literas para ellos y los demás─. Fue un día largo ─susurró arrastrándose a mi habitación. Soltó una risita mientras se lanzaba sobre mi cama boca abajo. Su trasero quedó elevado mirando tentadora y graciosamente hacia mí. Su mejilla estaba aplastada contra el colchón y sus ojos cerrados mientras hablaba─. No sé si tenga fuerzas para bañarme yo misma, ¿te molesta si duermo con mi olor natural?
Arremangué mi camisa. Seguía con ropa de trabajo.
─En lo absoluto. ─La levanté y sostuve contra mi pecho. No le hice caso a sus gritos mientras caminábamos hacia la ducha─. Pero preferiría dormir sin tener que tapar mi nariz.
─¡Loren!
─No tendrás que hacer ningún esfuerzo físico. Déjamelo a mí. ─Nos metí dentro y abrí el grifo para que el agua la retuviera. Si saldría haría un desastre. Sonreí a su expresión enojada. Acerqué mis labios a los suyos sin pensarlo, pero su preciosa boca me recibió con un mordisco que, por su cara ante mi gruñido, fue más fuerte de lo que esperaba─. Mierda, Belle. ─Llevé mi mano a mi labio inferior para luego revisarla─. Me has hecho sangrar.
Sus ojos verdes se ampliaron.
─Loren... yo... lo siento.
─Yo no ─dije─. Ahora tengo una excusa para tenerte comiendo de mi mano. ─Le di la vuelta y la empujé conmigo detrás hasta que sus pechos se presionaron contra la baldosa. Encajé mis pulgares en la cinturilla de sus leggins─. Deja que te mime o estaré jodidamente molesto por ese motivo.
─Eso es chantaje ─protestó entre gemidos mientras sentía que deslizaba la tela mojada y apretada a lo largo de sus piernas, liberando su piel de la opresión sin perderme ni un detalle, ni un escurridizo lunar, marca o peca de esta.
Era un hombre que sabía lo que tenía.
─Eso te hace la única mujer que debe ser chantajeada para que su chico la trate como una princesa ─murmuré─. Y a mí el único cabrón al que le gusta. No sé cómo lo haces, pero nunca me canso de ir tras de ti. ─Fui por los botones de su camisa. Mi labio magullado se entretuvo del dolor llenando de besos su cuello. Jadeé cuando sus pequeños senos llenaron mis manos sin la molestia de una capa de algodón de por medio─. Eres tan preciosa.
─Loren. ─Seguramente entornó los ojos─. Por favor. Estoy cansada.
Besé su mandíbula. Desabroché mis pantalones. No podía malditamente esperar.
Quería tanto estar dentro de ella.
─Es una suerte que no tengas que hacer nada.
Anabelle era una aficionada a rasguñar mi espalda cada vez que lo teníamos duro y rápido, como ahora cuando mi único propósito era terminar tan exhausto con ella, pero al estar frente a mí y tenerme tomándola por detrás, solo pudo alcanzar mi nuca sometiéndose al esfuerzo de alzarse de puntillas para hacerlo. Estaba tan apretada y húmeda para mí, como siempre, y no paré de hacerla mía hasta gritó mi nombre sin cesar dentro de una avalancha de húmedo placer. Me dejé ir dentro de ella sin un puto condón, otra vez, pero estando cien por ciento seguro de que sus pastillas impedirían que mi semilla llegara a cumplir su función biológica.
Estaba malditamente tentado a suplantarlas por Tic Tac's.
─¿Ves? No tuviste que hacer nada. Hice todo el trabajo sucio ─susurré en su oído retirándome y deshaciéndome de mi ropa mojada para continuar con nuestra ducha.
Soltó una débil risita.
─No es como si te quejaras.
Mordí su oreja.
─Nunca.
Tras encargarme de su cabello y el resto de su cuerpo, lo hice con el mío propio y nos saqué de la ducha con ella de nuevo entre mis brazos. Senté su pequeño cuerpo en el lavado para cepillar su cabello y animarla a lavar sus dientes. Normalmente no tenía que preocuparme por su higiene, pero los grandes círculos rodeando sus ojos me gritaban que algo no estaba bien con ella, algo más allá del trabajo. También lo hacía la nueva forma en la que sus huesos sobresalían. El temblor inusual de sus manos. Su falta de apetito.
Sus evasivas. Sus respuestas cortantes. Su distanciamiento.
Al principio pensé que se había aburrido de mí y estaba asustado como la mierda por eso, porque era un bastardo egoísta que no la dejaría ir así estuviera odiándome, lo que nos haría infelices a ambos, pero luego pasaron los días y volvió, me alivié, y luego volvió a decaer. La única razón por la que no hacía nada al respecto era por temor a estar presionando los botones equivocados, así que escogía fingir que no sucedía nada hasta que ella misma diera el paso y confiara en mí para ayudarla con lo que sea que estuviera pasando por su mente. Fingir que Anabelle no me había rechazado más en el último mes que en todos nuestros tres años de relación, que no veía lo mal que lo estaba pasando, que no estaba al borde de entrar en pánico por el hecho de que no habíamos avanzado en lo absoluto, que no era un incompetente que estaba fallando en la misión más importante de su vida.
Hacerla feliz.
ANABELLE:
Al día siguiente me fui directamente al kínder tras desayunar con Loren y los chicos. Él se ofreció para llevarme, después de todo ahí terminaría con George y Madison, pero quería pasar un poco de tiempo a solas. Disfruté caminando. Del sonido de los pájaros. Del viento chocando contra mi mejilla. De la calidez en mis manos proporcionada por el abrigo vegano. Del sonido de mi respiración perdiéndose en el ruido de la ciudad.
Una vez llegué, saludé a mamá y después me dirigí al salón al que había sido asignada como auxiliar. Los niños me dieron un buen día, por lo que cuando Luc, desaparecido desde navidad, llamó pidiéndome tener una noche para ponernos al día, acepté. Invité a Loren porque se suponía que saldríamos hoy, pero declinó y prometió llevarme a cenar otro día. Suspiré con alivio. No estaba de ánimos. Últimamente me cansaba muy rápido y cada vez tenía más cosas que hacer. Un día de descanso no me vendría mal. Sabía que Luc no haría más que acurrucarse en el sofá, a diferencia de mi muy adicto al sexo novio, así que estaba bien con eso.
Excepto que terminamos bebiendo.
─¿Qué se supone que haces cuando tu mejor amigo está por casarse con alguien que no crees que sea buena para él?
Luc sonrió.
─Ser su dama de honor.
La sorpresa de sus palabras me llevó a beber directamente de la botella de vino.
Uno de los beneficios de ser la chica del dueño de una marca mundialmente reconocida era tener una dotación semanal de licor de por vida. Cada vez que Loren venía a cenar traía una botella. No nos bebíamos una en una misma noche, así que se fueron acumulando y ahora mi despensa estaba llena de licor.
─Solo llevas dos meses conociéndola ─gemí.
─¿No dejaste a Brandon a penas conociste a Loren?
─Eso es diferente.
─¿Por qué? ─Arrugó la frente─. ¿Por qué tu historia de amor debe ser más que la mía? Yo también sentí el flechazo. Mi mundo también se detuvo cuando la vi y una vez volvió a hacerlo fue a su alrededor.
Los dedos de mis pies se encogieron.
Amaba a Luc como un hermano, pero precisamente por ello admitía en voz alta que pensaba que su repentina boda estaba mal. Él conoció a esta chica, Tabatha, en un club nudista para motociclistas. Tan solo tenía diecinueve y no había recibido en su vida más que maltratos, él veintiocho, ¿cómo se supone que iba a funcionar? Lo había visto antes en otras tantas historias de amor. Como novelista no dejaba de pensar que Tabatha se aferraba a él como lo único bueno que había tenido, no como su verdadero amor. Temía que cuando él viniera, quizás mañana o en unos años, Luc estaría destrozado. Pero no era quién para meterme en sus decisiones, en especial con mi pasado con Brandon. Estuve con él porque creí que era lo único que había para mí.
Suspiré y estiré el brazo para darle un apretón a su mano.
─Tienes razón, Luc. No soy quién para insinuar algo como eso.
Sus ojos brillaron con emoción.
─¿Eso significa que serás mi madrina?
Asentí.
─Estoy contigo.
─Bien.
Se colocó de rodillas y aplastó sus labios contra mi frente por, al menos, diez segundos en los que mi respiración se trabó por la sorpresa de su movimiento. Me tensé. No había estado tan cerca de mí desde que le dije que salía con Loren porque pensó que era equivocado. Insistí en lo contrario. Incluso mi chico me empujó a salir con él para demostrarle que no estaba mal con nosotros siendo amigos, que confiaba en mí, pero no lo entendió. Suponía que eso cambiaría ahora que, al igual que yo, pertenecería a alguien más. Ya no existía el riesgo a causar tensión, lo que era, en primer lugar, un motivo estúpido para mantenerse alejado de mí. Había pensado todo este tiempo, dolidamente, que era una excusa.
Ahora, sin embargo, veía verdad en lo incómodo que había estado.
─¿Ya tienen alguien a cargo de los preparativos?
Luc negó.
─Haremos algo pequeño. ─Su sonrisa se volvió tímida─. Quería pedirte ayuda.
─¡Claro! No soy la persona más experimentada, pero Rachel, la hermana de Loren, me ha enseñado mucho. Podría pedirle consejos. ─Di otro sorbo de vino─. ¿Realmente no tienen nada pensado? ¿Un tema?
─A Tabatha le gusta la realeza. Podría...
─Tener una boda real. ─Mi sonrisa se hizo ancha─. ¡Eso será increíble! Tenemos que encontrar un color que me quede bien, para el vestido, y que haga juego con todo lo demás. ¿Ella usará blanco?
Las mejillas de Luc se sonrojaron.
─Sí. Es lo tradicional.
«La pureza es lo tradicional», corregí dentro de mi mente.
Pero, aquí en la actualidad, todas íbamos de blanco a pesar de haber explotado la cereza. No estaba de acuerdo con el estereotipo, pero nadie iba en contra de una no-virgen usando blanco, así que no tenía nadie con quién guerrillear en este siglo. Incluso mi suegra había hablado de usarme como conejillos de indias para una reconstrucción como si fuera un chiste. Si incluso Anastasia, la persona a la que probablemente le importaba más la opinión de los demás, se reía de una costumbre arcaica, debíamos estar haciendo las cosas bien. Doscientos años antes y Anabelle Young hubiera sido plasmada en la historia del feminismo.
─Entonces, como es real, iré por el champagne.
Luc metió un mechón de mi cabello tras mi oreja.
─Te verás hermosa en cualquier color.
─¿Incluso naranja?
Me acarició.
─Sobre todo en naranja.
Solté una risita neviosa y me alejé de su mano. El movimiento, rápido, me causó nauseas debido a las cinco horas que llevábamos sentados sobre la alfombra de mi casa bebiendo vino en pijama.
─Pero no tanto como en champagne. No quieres que tu dama de honor parezca una manzana, ¿o sí? Recuerdo cuando la tía Greta... ─La tía de mi madre─. Me hizo usar ese tutú naranja en la boda de Ellie. ─Ellie era mi prima─. Fue horrible.
Luc hipó. Sus ojos melancólicos. En esa época fuimos novios y él me acompañó.
─Te veías bastante bonita. Diablos, ¿cuándo no lo has hecho?
Mis mejillas se sonrojaron.
─Bueno, hay un montón de veces que...
Su mano en mi mejilla me calló. Esta era la prueba número tres de que habíamos terminado con el vino. Esta vez cuando me separé las nauseas me inundaron como nunca antes, por lo que me levanté y salí corriendo hacia el baño para vomitar mi cena de mariscos y nuestro postre de chocolate. Probablemente también el almuerzo. No me detuve hasta que mi estómago se quedó vacío y el sabor de la bilis inundó mi boca. Mi cabeza dolió mientras me acomodaba para sentarme apoyada en la pared. Luc, que sostuvo mi cabello durante el proceso, hipó, completamente borracho, después de hacer bajar el retrete.
─¿Crees que te cayó mal la cena?
─Puede ser, pero... Loren y yo hemos comido antes en ese restaurant. ─Me levanté con cuidado para mojar mi rostro con agua. Las nauseas no se habían ido, pero no tenía nada más que liberar─. Debe ser un virus.
Luc se medio desmayó en el piso.
─O un bebé.
Me tensé.
─No creo. ─Llevé las manos a mi estómago plano buscando alguna inflamación. No hallé ninguna. Mi barbilla empezó a temblar─. Eso es imposible.
Y no me animaría a mí misma a esperar lo contrario de nuevo.
Buenas noches, chicas, no estoy de ánimos para escribir mucho, otra vez, así que solo les mando saludos y fuertes abrazos.
Para ganar el próximo cap, hipótesis sobre lo que separará a Loren y Belle.
Gracias por sus votos y comentarios ♡
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