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Capítulo 1: Por una hamburguesa.

LOREN:

Después de salir de la oficina hacía poco más que irme de juerga o pasar el rato en casa, pero desde que me mudé a Brístol empecé a tomarme algunas tardes libres para hacer de niñero en el puto parquecito de la Victoria St. No lo hacía por obligación, George no era mi hijo, pero estar con el segundo bebé de Rachel mientras sus padres trabajaban mejoraba bastante mi humor. Era relajante hablar con alguien que no te estuviera gritando o con el que no te sintieras juzgado. Y por lo cerca que estábamos de la agencia de eventos de su mamá, podía llevárselo cuando necesitara un cambio de pañal o tuviera uno de sus ataques de ira. Ya ni siquiera quería tener mis propios hijos. No hacía falta. Con George me bastaba. Él era tener lo mejor sin tener que vivir lo peor.

Viéndolo desde un punto de vista comercial, era una ganga.

Casi tan bueno como follar sin condón.

─¿Ves aquella nena de allá? ─Señalé la carriola rosa que estaba justo a unos pasos de nosotros. Él miró mi dedo, no a la bebé con lazo en el cochecito─. No, ahí no, mira. ─Gire un poco su cabeza. Su reacción al toparse con ella fue soltar un chorro de baba, chillar y mover los brazos como si estuviera pidiendo socorro, causando que la niña llorara hasta que su mamá se la llevó dirigiéndonos una mala mirada. Joder. Iba a necesitar ayuda profesional para durar toda una cita sin sufrir una eyaculación precoz─. ¿Crees que tu padre se moleste si te llevo a un burdel? Eso te ayudará con los nervios. La primera vez será difícil, pero luego dejarás de ser tan torpe como...

Mi cabeza dolió. El refresco que bebía escapó de mi agarre, ensuciándome con su contenido antes de estrellarse en el piso. George reía mientras maldecía y me inclinaba para recoger la lata para arrojarla a la basura. También cogí la pelota de voleibol, el arma del atentado, que casualmente cayó junto al cesto. Contuve las ganas de desinflarla mientras buscaba al responsable. Quién quiera que fuera, iba a pagar con creces la mancha en mi camiseta blanca favorita.

Me di la vuelta, sin perder a George de vista ni por un instante, al sentir un toqueteo insistente en mi trasero que creí era la brisa o esa sensación al saber que hay alguien observándote con intenciones oscuras.

«¿Qué mierda...?».

Me estaban violando.

─Tú ─le dije al pequeño agresor─. ¿Esto es tuyo? ─Alejé la pelota de su alcance cuando intentó saltar para tomarla─. Si es así, te recuerdo que acabas de estamparla contra mi cabeza y que por tu culpa se manchó mi camiseta favorita. ─Achiqué los ojos en su dirección. Satisfecho, observé como el niño de cinco años retrocedía mientras yo avanzaba. Usaba una sudadera de Shrek─. ¿Cómo te sentirías si de repente ensuciara tu ropa? ¿Te gustaría? ─Negó haciendo pucheros. Ni así me inmuté─. Me alegra que nos entendamos, niño, ¿entonces qué esperas?

─¿Pa-para qué?

─Para pedirme disculpas.

─Lo-lo siento-to, señor-ñor.

─Bien. ─Se la lancé. Él la atajó─. Que no vuelva a pasar, porque si pasa otra vez voy a perseguirte hasta que...

─Basta ─me calló otra voz con tono suave y autoritario. Sonaba tan dulce aún así─. Es suficiente, ¿no crees?

La pequeña pelirroja hecha curvas y pecas se arrodilló frente a él. Era la primera vez que la veía sin uniforme y aunque su vestimenta resultara ordinaria frente a lo que comúnmente me atraía ver puesto en el cuerpo de una mujer, se veía graciosamente hermosa dentro de un sencillo vestido de estampado de mantel con mangas cortas.

No graciosa a modo de burla, graciosa de poseer gracia.

Tierna.

─Sí, ya fue suficiente ─admití acercándome a la carriola de George para sacarlo cuando empezó a extender los brazos intentando murmurar mi nombre. Estaba en eso de decir sus primeras palabras─. Eres libre, chico, pero ya sabes que estaré detrás de ti si lo vuelves a... ─Le sonreí al niño cuando la ninfa me lanzó una mirada de advertencia. Si su propósito era intimidarme, había fallado estrepitosamente. Se veía adorable─. Solo diviértete y ten más cuidado, ¿sí?

─Sí ─dijo y corrió a unirse con su grupo de amigos, niños del kínder de Madison, tras obtener la aprobación de la mujer.

De no haber tenido a George mordiendo mi hombro la habría ayudado a levantarse, pero ese no fue el caso. Ella lo hizo por sí misma con torpeza. Luego se inclinó hacia delante, ignorándome por completo, para limpiar la suciedad en sus medias. Me llamó la atención la forma en la que su cabello rojizo cubrió su rostro como una cortina lacia a cada lateral. Su estilo era más el de una muñeca de porcelana que el de una mujer de carne y hueso. Me gustaba. En realidad sí. Pero no podía evitar hacerme ciertas preguntas que de hacer en voz alta seguro herirían su frágil corazón de buena persona: ¿por qué debía ser tan diminuta y delicada? ¿Por qué no usaba relleno en su sostén? ¿Cómo hacía que el rosado en sus mejillas se viera tan natural?

¿Y si era una adoradora de la cultura japonesa haciendo cosplay?

─¿Te gustaría merendar conmigo? ─Me mecí como un enfermo para dormir a George y llevarlo KO con Rachel─. Tenía pensado pasar por una hamburguesa.

─No, gracias. ─Se enderezó. Al hacerlo su cabello se dividió en dos porciones que reposaban cada una dónde deberían estar sus pechos─. Estoy a cargo de ellos. ─Señaló el grupo de niños─. Sus mamás me pidieron el favor. Están comprando helados.

─¿Todas ellas?

Se removió, nerviosa─. Sí. Todas ellas.

─Lo dudo. ─La imité apuntando con el índice hacia una viejecita cosiendo mientras los miraba de reojo. A ella venían dos gemelos cada cierto tiempo─. Ella se ve muy apta para hacerse cargo, en mi opinión, y tú no estás en tus horas de trabajo. ─Bajé la voz─. Mereces un descanso.

─¿Comer una hamburguesa con el monstruo anti-niños es tu recomendación de relajación? ─Puso los ojos en blanco antes de darse la vuelta─. No, gracias.

La detuve, rodeando su pequeña muñeca en su totalidad, consciente de que estaba actuando como un acosador, pero cansado como el infierno de verla de lejos─. Vamos. Yo invito. ¿Por qué no? Estoy seguro de que te gusta la hamburguesa. A nadie podría no gustarle. Y si es el caso, iremos a otro lugar.

─Tengo novio ─dijo haciendo énfasis en la segunda palabra.

─Eso no fue lo que te pregunté.

─¿No?

Negué─. No. Te pregunté por qué no querías salir conmigo, no si tenías novio o no. ─Una lenta sonrisa se expandió por mi rostro─. A menos que pienses que soy una amenaza para tu relación, no creo que ese sea motivo para reprimirte de ir a comer conmigo.

Arrugó la frente─. ¿Por qué pensaría eso?

Alcé las cejas. ¿No era obvio?

─¿Por qué no lo harías?

─Oh, Dios. ─Finalmente retiró su piel suave y cálida de la protección de la mía. A pesar de que sus movimientos gritaban desdén, su mirada y mejillas encendidas me decían algo muy diferente─. Tu ego consumió tus neuronas. ─Se empezó a distanciar─. Aléjate.

No sé si fue mi imaginación, pero sentí la risa de George vibrar contra mi cuello. Mierda. Anabelle, porque así se llamaba la nana del jardín de Madison, me estaba rechazando frente a mi pupilo.

No iba a permitir que la decepción que su desprecio me generó fuera tan evidente, así que simplemente me encogí de hombros─. No será difícil, dulzura.

Me sentí idiota al percibir un brillo herido en sus ojos verdes acuarela.

Eran tan bonitos.

─Sé que no ─murmuró antes de marcharse definitivamente.

ANABELLE:

Me aparté pensando en su sonrisa de playboy.

Era un odioso.

«Un odioso increíblemente sexy con un adorable bebé», me corrigió mi subconsciente.

─¿Ese buen mozo de allá es tu novio? ─La señora Nell, la única representante que no fue a chismear a la heladería bajo la excusa de traer helados para todos, dejó de tejer su manta para dedicarme una mirada curiosa─. Es muy apuesto, Ana. No sé si felicitarte o sentirme mal por ti por las mujeres que debe tener detrás. ¿Ese bebé que sostiene es tuyo? ─Concentró su atención en mi vientre─. No pareces haber tenido un bebé, ¿qué brujería hiciste?

─No es mi novio.

─Ah... ─Me observó con lástima bajo el cristal de sus gafas─. Debes estar agradecida de que al menos se hace cargo del pequeño.

─No es mío.

─¿De la otra?

Dejé caer mi cabeza hacia adelante en derrota─. No. No somos nada. Él no es nadie. No lo conozco. No tengo idea de quién es, solo que siempre aparece buscando a su sobrina o anda por allí con su hermanito. ─Guardé la novela que leía en mi bolso. Era hora de volver a casa. Él tenía razón. La señora Nell se podía ocupar de ellos─. Lo siento, me tengo que ir, pueden regalar mi porción de helado derretido al primero que termine con el suyo. ─Me levanté─. Adiós, señora Nell.

Me devolvió los besos en la mejilla luciendo confundida─. Adiós, chica.

El motivo principal por el que me acerqué al parque fue para poder leer en paz. No en paz personificada en silencio, sino en la paz que proporciona el ruido de las personas riendo, la brisa soplando contra mi piel y el olor vegetal. Lástima que el lindo escenario durara tan poco. Cuando estaba en la parada de autobús empezó a llover a mares. Intenté pedirle un aventón a alguno de los padres que reconocí, pero ninguno de ellos se tomó la molestia de ser mi ángel por un día. Había dejado mi paraguas en casa, junto con un abrigo apropiado, así que estuve abrazándome a mí misma hasta que finalmente una Hummer negra de vidrios polarizado se detuvo rugiendo y pegándose peligrosamente a la acera, lo que no me tomó por sorpresa debido a que muchos de nuestros padres eran de buenos recursos. Y era la única persona en la calle, así que supuse que era por mí. Lo que desconocía era si el conductor sería un psicópata con la intención de secuestrarme o un milagro que me llevaría a casa.

Al final resultó ser una mezcla de ambas cosas.

Se inclinó hacia el asiento copiloto─. ¿Te llevo?

Me obligué a sonreír.

─No, gracias, estoy bien aquí.

─Luces como si en cualquier momento pudieras saltarme encima para comerte mi cerebro. ─Presioné mis labios juntos. ¿Por qué me hacía sentir mal? Sabía que no era una belleza, pero decirme que parecía un zombie era algo cruel─. Ven, vamos, no debes vivir lejos. Prometo no aprovecharme y dejarte sana y salva en casa. ─Hubo una larga pausa en la que esperó por mi respuesta. Al darse cuenta de que no se la daría, añadió─: Por favor.

Iba a negar, pero un estremecimiento involuntario me detuvo. De quedarme seguro me enfermaría. Recién salía de un fuerte resfriado y mis defensas estaban bajas. No podía pedir más días libres en el kínder sin atrasarme o perder dinero de mi salario. Se suponía que iba a ahorrar para mis vacaciones en España. Nunca iría si todo el tiempo faltaba al trabajo.

Enfermarme era un riesgo que no quería correr.

─¿Solo me llevarás a casa?

─Sana y salva.

─Bien. ─Ignoré las advertencias en mi mente y entré. El asiento de cuero era tan cómodo y la calefacción se sentía tan bien que jadeé─. Vamos.

─Como quieras. ─Aceleró─. ¿A dónde te llevo?

─Bedminster, por favor.

Silbó─. Lindo barrio. Creo que venden buenas hamburguesas allí.

─No creo.

─Mis amigos me han dicho que sí.

─Puedes ir a comprobarlo después de que me dejes en casa.

─No seas descortés. Te llevaré sana y salva después de una hamburguesa.

─¿No entiendes un no por respuesta?

─No si siento que puedo convertirlo en un sí.

─No.

─Por favor...

Gruñí sin entender por qué insistía tanto─. De acuerdo. Iré, pero luego me dejas en mi casa sin trampas. Y tú pagas.

─Por supuesto que sí. ─Me guiñó─. Soy un caballero.

«Claro que sí. Tienes el dinero para serlo, o más bien, para ser un príncipe o rey», pensé deteniéndome a evaluar el interior de la camioneta. Me sorprendió que estuviera tan limpia. Parecía nunca haber sido usada antes de hoy. Paseé mi mirada por el asiento inferior en busca del bebé, pero no encontré nada salvo un asiento trasero vacío. Ya debía haberlo devuelto a su hermana. Sonreí al recordar su manera de sostenerlo. Realmente parecía adiestrado para ello. Suponía que fue todo un proceso por el que tuvo que pasar para que Rachel, una de las madres más protectoras que hubiera conocido, le permitiera pasearlo.

Diez minutos más tarde llegamos a Bedminster. Para hacer más rápido el proceso lo guié a mi hamburguesería favorita. Era un pequeño lugar a dos locales de la entrada de mi residencia. Se llamaba Pepino caliente y su dueño, Maurice, atendía la caja. Mi acompañante o secuestrador no tardó en darse cuenta de que ya había estado allí, siendo mis anteriores evasivas grandes mentiras, así que me dejó tomar el control de la situación.

─¿Te gustan los pepinillos? ─pregunté sin darme la vuelta para no perderme en aquellos irises tan grises como el humo.

Eran los ojos más hermosos que hubiera visto.

─No.

─Dos dobles de carne y queso sin pepinillos. Y dos refrescos de uva ─pedí.

─Como quieras, encanto ─respondió Maurice facturándole mientras tatareaba una canción─. Esperen cinco minutos y saldrán. Si quieren pueden tomar asiento. Yo mismo se las llevaré a la mesa.

Le sonreí amablemente─. Gracias.

─Eres tan dulce ─susurró su voz rasposa y ronca en mi oído, desestabilizándome por un instante─. Vamos. ─Me guió a través del pasillo de mesas. Tuvo el bonito gesto de mover la silla para mí─. ¿Cómo te llamas? ─preguntó cuando estuvimos uno sentado frente al otro.

Ya no tenía frío, pero estaba hambrienta.

─Anabelle, ¿tú?

─Loren.

Uní mis cejas─. Loren es nombre de mujer.

Asintió─. Sí. Así es. ─Mordió su labio como si se estuviera debatiendo entre contarme algo o no hacerlo. Al final decidió que la chica que recién estaba conociendo era digna de su confianza─. Mis hermanas no lo saben. Mis padres nunca han hablado con ellas al respecto. Solo lo hicieron conmigo porque me jodían en el colegio y quería una explicación de por qué me odiaban tanto como para ponerme un nombre de niña, pero después de que supe el motivo me sentí orgulloso de llamarme como me llamo. Nunca más me molestó ese tipo de burlas. ─Tomó un sorbo de agua. Lo imité─. Nuestra madre sufrió una pérdida antes de tenerme. Iba a tener una niña. Me puso su nombre menos la vocal del final.

─Oh...

─Trágico, ¿no?

─Un poco, sí.

Loren sonrió─. Mejor cambiemos de tema. ─El frio volvió a asaltarme. Sentí que mi mundo verdaderamente estaba volviéndose loco cuando se levantó para cubrirme con su suéter. Justo en ese momento Maurice dejó una bandeja con nuestra comida en la mesa─. Joder, esto es el cielo ─rugió tras dar su primer mordisco─. Eres una pequeña mujer malvada. ¿Ibas a dejar que comiera una basura en otra parte teniendo esto? ─Le dio otro que acabó con media hamburguesa. Separé mucho mis párpados─. Esto es la gloria.

Lo imité sin todo el show de jadeos y pulgares.

─Está bueno.

─¿Bueno? Buenísimo. Es la puta mejor hamburguesa que he probado en mi vida. ─Ya la había terminado para entonces─. ¿Te la comes toda?

─¿Por qué no lo haría?

─Porque tu cuerpo es un cuarto del mío y yo me siento algo lleno.

«Cierto».

─Te puedo dar la mitad si quieres. Normalmente me la llevo a casa para la cena, pero si... ─A media frase ya tenía la mitad de mi hamburguesa entrando en su boca─. De nada.

─Gracias ─murmuró al limpiarse la comisura de los labios.

En silencio, sin molestarme más, me dejó picotear mi mitad con tranquilidad. No le tuve que ceder mi refresco, pero tampoco fui capaz de tomármelo completo. Quince minutos más tarde, estábamos despidiéndonos de Maurice y saliendo de su local sobándonos el estómago. Loren sonreía como un vikingo satisfecho tras una gran comida hecha con su caza. Reí discretamente cuando entrecerró los ojos como si quisiera quedarse dormido. Era serio y algo idiota, pero también muy chistoso.

─No es necesario que me lleves. Vivo cerca ─le detuve cuando se dirigía a abrirme la puerta.

─¿Qué tan cerca?

Señalé una pequeña entrada que llevaba a una escalera. Esta a su vez daba con un ático en alquiler sobre un almacén de zapatos─. Ahí.

─¿Te acompaño?

─No es necesario, pero gracias...

─Lo haré. No me cuesta nada.

Por primera vez en el día le sonreí de forma sincera─. Está bien. Vamos.

Me impresionó que me tomara de la mano y me llevara a mi lugar favorito en el mundo como si él supiera su dirección exacta más que yo. Cuando llegamos se detuvo frente a mí y se tomó el atrevimiento de abrazarme, inundándome así de su olor a Carolina Herrera. O eso pensé que hacía hasta que mi piel se erizó y me di cuenta de que ya su suéter no me protegía. Luego se fue tras depositar un beso en mi mejilla, dejándome a la merced de mis ideas y pensamientos. Quitando su arrogancia, su falta de tacto, quizás su actitud de niño rico... era un buen sujeto. Y era la primera vez que uno, bueno o malo, se tomaba tantas molestias por mí.

O por una hamburguesa.

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