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Capítulo 8: Amber Lager.

Estocolmo, Suecia

Pasado


El festival de baile internacional de Estocolmo era realizado cada tres años por el reino escandinavo. Eran cuatro domingos, los últimos del mes de Abril y los primeros de Mayo, en los que docenas de parejas y grupos de baile representaban a sus correspondientes academias en una ardua competencia. El objetivo era estar entre las tres primeras puntuaciones más altas y obtener la retribución que ello conllevaba. Pero era muy jodido quedar entre los galardonados. Los participantes eran verdaderos profesionales en la pista de baile; hombres y mujeres que nacieron con el designio de formar parte de la danza.

El ensayo de Jimmie y Cornelia era prueba suficiente.

Los dos suecos eran los representantes de la Escuela de Ballet Eriksson, el lugar que nos cedió sus instalaciones para entrenar. Y no podía estar en desacuerdo con la decisión de Ingmar, amigo de Broken y guía de más de doscientos estudiantes, de escoger al dúo como sus dos únicos competidores. Competir requería dinero y al final eran pocos los que recibían una remuneración. Y ellos eran una buena inversión. Todos lo éramos, pero Jimmie y Cornelia aprovechaban cada moneda depositada en ellos y eso era lo que se tomaba en cuenta.

Eso era lo que los jueces evaluarían.

Tras terminar con mi propia preparación con Ginger pasaba el rato en la banca y, viéndoles, debía reconocer que su rutina lírica merecía el temor y el respeto de sus contrincantes.

Yo entre ellos.

Cornelia era elegante por naturaleza con su porte de cisne, cadera estrecha y brillantes rizos rojos. No podía evitar fijarme en ella, en sus movimientos, en los finos que estos eran. Parecía una hoja desprendiéndose de una rama en otoño, grácil. No necesitaba forzar sus pies. Andaban por sí solos. Jimmie, por otro lado, seguramente destacaría con su habilidad para la actuación. Su rostro te hacía sentir dentro de una historia, parte de ella. O en primera fila de una función de Broadway.

Eran magníficos.

― ¿Busco una cubeta? ―Miré a Sad babeando por la pelirroja.

― ¿Qué pasa? ―Sus ojos se ensancharon―. No... Yo sólo... Me gusta cómo bailan.

Por supuesto que sí.

―Lindo, ¿no?

―Sí, muy linda.

Negué con sorna y decidí enfocar mis ojos en la vista que ofrecía la pared de cristal. Llevábamos seis días en Estocolmo y habíamos hecho poco más que ir a sitios de comida rápida, dañando nuestra saludable dieta deportiva, y practicar. Amaba lo que hacía, pero maldición que también quería disfrutar un poco más de Suecia. No quería irme y sólo recordar Nyköping, la residencia y el estudio, por más agradables que fueran.

Apareció una posible solución cuando Jimmie nos invitó a beber cerveza después de terminar con Cornelia. En la mirada de Sad hubo desilusión al notar que la pelirroja se despedía de su compañero e inmediatamente se iba. Palmeé su espalda antes de levantarnos para marcharnos.

―Vamos ―dije.

Afuera seguimos al castaño entre el mar de gente. Perdí la cuenta de cuantas cuadras recorrimos para finalmente estar frente a nuestro destino; una entrada subterránea con un letrero brillante encima de los pasamanos de la escalera.

El anuncio de neón estaba lo suficientemente alto como para no golpearse la frente contra él.

―Llegamos ―Jimmie frotó sus manos y dio saltos sobre sus pies con evidente entusiasmo―. Bienvenidos al Amber Lager.

Al descender al bar lo primero que llamó mi atención fue los retratos y fotografías en la pared. No tardé en descubrir el motivo tras el nombre del negocio subterráneo. Amber se llamaba la hija del matrimonio que abrió el local especializado en cerveza roja. Todo muy significativo.

Pero hasta allí lo familiar.

Amber Lager era zona de adultos. Su estilo de mazmorra de época y sitio de reunión de la mafia lo gritaba. Y la mirada que nos echaban los hombres trajeados con porros en la boca lo reafirmaba. Nada en sus clientes, empleados o decoración decía que podía haber niños presentes. Ni siquiera mayores de veintiún años. La identificación y los vellos valían mierda. Tenías que ser muy hombre o muy mujer para atreverte a tomar asiento en una de sus mesas.

Tenías que merecer sentar tu culo en sus bancos de madera.

Era, definitivamente, mi tipo de lugar.

No jodías y no te jodían.

―Siéntense ―ordenó Jimmie en un entendible inglés cuando estuvimos frente a una de las cabinas―. Ya vuelvo.

Sad me echó una mirada de reojo y me encogí de hombros mientras obedecía. Mierda.

En el mismo instante en el que la madera crujió bajo mi peso me sentí observado por un montón de gigantes de cuero. En Brístol solía llevarme bien con los motorizados, pero no sabía cómo eran los motorizados suecos. Recordaba haberme sentido fuera de su grupo, pero no haberme sentido invadiendo su espacio. No como ahora. Ellos parecían querer matarnos a Sad y a mí por agotar su aire. No volteé de nuevo tras echarles un vistazo. No quería incomodarlos más.

―Siento que en cualquier momento sacarán mis órganos para dárselos de comer a un bulldog. ―El rubio leía el menú que tenía polvo como si nadie jamás se hubiera tomado la molestia de abrirlo―. ¿Hay algo que no sea cerveza roja o cerveza?

Levanté las cejas.

― ¿Algo que no tenga licor?

―Exactamente.

―No lo creo.

―Hay agua en el baño. ―Jimmie se nos unió rápidamente con una bandeja. Sobre ella reposaban tres vasos llenos de espuma roja―. ¡Hey, Jude!

― ¿Hay karaoke? ―Sad sonaba emocionado mientras subía y bajaba el cierre de su chaqueta en uno de sus actos de ansiedad―. Nunca he ido a uno.

― ¿En serio? ―pregunté.

―Sí, a Broken no le gustan. ―Puse los ojos en blanco. Algunas veces quería patearlo hasta que se diera cuenta de que eran gemelos y no siameses―. No canto bien, pero me agrada escuchar.

―Pues lamento informarte que no habrá ninguna interpretación de los Beatles hoy ―mencioné al darme cuenta de que el escenario al fondo estaba vacío y que uno de los grandotes era Jude y se acercaba a nosotros―. ¿Por qué no bebes un poco de esa cerveza, Sad?

Él se percató de nuestro nuevo acompañante y asintió, tomando el último vaso de la bandeja. Permanecí en silencio mientras Jimmie intercambiaba palabras con el rudo Jude, perdiéndome en la descomunal cantidad de botellas que reposaban en estantes tras la barra. Interrumpí la charla entre el bailarín sueco y el potencial dueño de una Harley para excusarme e ir hacia allá. Había dejado mi cerveza con sabor a hortalizas y leña en la mesa, así que me senté en uno de los taburetes y le pedí algo de Whisky escocés al barman.

Me atraganté con el primer trago.

La bebida dorada era mil veces más fuerte. Quemaba mi garganta y dejaba un rastro de fuego que se consumía en mi estómago. Pedí la botella entera al poco rato. Siempre me había gustado más beber en solitario, así tenía la oportunidad de dedicarme a la inhibición de mis pensamientos, por lo que no volví a la mesa y preferí quedarme ahí sentado porque no había otra persona cerca.

Pasé la tarde entre alcohol y organización de mis prioridades. De vez en cuando también le echaba un ojo a Sad rodeado y suelto con el grupo de motorizados, sus nuevos amigos a quienes no podía entender, o veía el partido amistoso de rugby entre los All Blacks y Los Pumas. Me levantó el ánimo presenciar cómo la selección de Argentina pateaba el culo lleno de ego de Nueva Zelanda en un 19-7, pero me decepcioné cuando finalizó en un 21-49. Y seguidamente acabé soltando juramentos cuando me percaté de mi botella vacía y de mis bolsillos aún más vacíos. No entendía por qué mierdas tenía que quedarme sin efectivo cuando en mi equipaje tenía el suficiente. Nada excesivo, pero suficiente para no tener la necesidad de vender mi cuerpo o mi alma por algo de beber.

Ahí fue cuando pedí un vaso con agua y fui enviado al baño.

No estaba particularmente borracho, pude diferenciar las puertas de los servicios y reconocer que el baño de hombres era un asco con olor a orín. Pero no fui capaz de beber lo que salía del grifo del lavamanos. Me lavé la cara e intenté parecer menos un indigente, eso sí.

¿Qué...?

Estaba dándome la vuelta para salir cuando mi visión se oscureció por completo. Al dar un paso hacia atrás me di cuenta de que mi rostro había chocado contra un par de pechos blancos y suaves.

―Perdón, perdón. ―Alcé la mirada y me hallé con un rostro angelical enmarcado por una cascada rubia―. Mierda, lo siento.

La furia en el par de ojos azules se desvaneció con mi disculpa, intercambiándose con una chispa que conocía muy bien. Esa que de ser alimentada crecería hasta convertirse en pura combustión.

Lo cual no era mi intención. O al menos no la de mi cerebro.

No podía decir lo mismo de mi polla.

La mujer rubia entró en el cubículo de metal contoneando sus caderas bajo el vestido rojo de encaje. No tenía que saber sueco o cualquier otro idioma para entender lo que quería de mí. El hecho de que dejara la puerta entreabierta y bajara sus bragas hasta que estas quedaran arremolinadas en sus tobillos, de tal forma que yo pudiese ver cómo salía de ellas, era suficiente. No podía mentir, la tentación de entrar y ensartarla en mi miembro estaban presentes. Pero no llevaba protección conmigo y no me arriesgaría a contraer una ETS tan a la ligera, o a regar descendencia. Por más buena que estuviera la sueca o por más dura que estuviese mi verga; era ella, el tenerla sin siquiera saber su nombre, versus un lío de toda la vida. O tal vez dos.

Me largué.

Salí del baño sin haber bebido agua, con la boca más seca que antes y con una molestia que rezaba no se notase tanto.

―No entiendo cómo quieres que piense que no eres un acosador.

Joder.

No podía estar sucediendo. La miré como si fuera un fantasma.

― ¿Qué haces aquí? ―Realmente quería saberlo más allá de la emoción de verla de nuevo. Este no era sitio para ella―. No deberías...

― ¿Estar aquí? ―Resopló y levantó uno de los mechones de su cabello negro y sedoso―. Estoy alquilando arriba del bar.

Recordé el lujoso edificio sobre nosotros y entendí.

¿Placer?

Rodó los ojos.

―Sí, hago una gira alrededor de Suecia por placer.

― ¿En búsqueda de él?

Maldición que debía estar borracho. Me lancé a devorarla con la mirada y a sorprenderme más con ella. Marie no necesitaba usar telas apretadas o colores insinuantes. Ella estaba bien dentro de sus vaqueros y camisa de gasas arcoíris. Los tonos alumbraban su rostro; su sonrisa y sus ojos destacaban. Y el pantalón se ajustaba a sus piernas, marcando sus muslos y su lindo culo.

Era una cosita muy bonita.

―No. ―Se sonrojó como si un petardo hubiera explotado en el interior de su piel, alcanzando la punta de su nariz―. No, no estoy en búsqueda de placer. Y si lo estuviera no te buscaría a ti.

―Lo que tú digas, preciosa ―Su mirada no decía lo mismo―. ¿Quieres tomar algo?

¿Con qué dinero la vas a invitar, Ryan?

―Gracias, pero ya tengo un daiquirí de fresa esperando por mí.

Eso lo traduje a que ya había alguien esperando por ella.

―Espero que la pases bien. ―No era cierto. Quería que el sujeto dejara de existir para tomar su puesto―. Fue agradable verte otra vez, Marie.

― ¿Te vas? ―No supe identificar si lo que escuchaba en su voz era desilusión o alegría―. ¿Por qué?

Indiscutiblemente tenía la manía de preguntar como niña pequeña.

―Mis amigos están en una mesa. ―Me reservé el hecho de que los había olvidado y que no quería irme, que en realidad quería anotar su número de teléfono sin importar el código que tuviera―. Yo...

La sueca salió del baño de hombres y se vengó de mi abandono con un empujón que hizo que cayera sobre la morena. Estuve a un paso de aplastarla de no ser por mis manos aferrándose a la pared, una a cada lado de su cabeza. Odié el hecho de que la rubia fuera mujer y no pudiera hacer nada al respecto. Gracias a ella Marie estaba oliendo el alcohol en mí.

Ella se escabulló antes de que pudiera disfrutar de la cercanía de su cuerpo con el mío.

― ¿Qué haces? ―Quise saber cuando su boca empezó a soltar palabras que no entendí, comprendiendo únicamente la furia en ellas y que estaban dirigidas, en sueco, a la sueca que ahora ocupaba sitio junto a su acompañante. Marie le reprochaba. Yo no podía hacer algo al respecto, pero ella sí―. ¿Marie? ¿Qué le dices?

Tendría que empezar a llevar conmigo ese diccionario.

―Nada ―dijo acomodando su cabellera de muñeca hacia un lado, encima de su hombro derecho―. Sólo le decía me agradó la forma en la que se desquitó por no obtener un affaire contigo en el baño.

― ¿Lo viste? ―Separé mucho mis parpados.

―La puerta no estaba precisamente cerrada.

―No la conozco, ella entró y yo salí.

―Lo sé. ―Arrugó su nariz con desagrado, ruborizándose con pudor―. ¿Podemos no hablar de esto, por favor?

Asentí, avergonzado, mientras caminábamos de regreso a la barra. Había una copa con daiquirí de fresa junto a mi botella vacía. ¿Cuánto tiempo llevaba Marie en el bar? ¿Había robado mi papel de acosador? ¿Por qué servían daiquirís y no agua?

Debió leer las preguntas en mi expresión.

―Llegué cuando estabas levantándote para ir al baño. No es muy higiénico entrar allí, así que te esperé afuera. Quería... saludar. Supongo.

― ¿Supones? ―inquirí.

El petardo volvió a estallar, machando sus mejillas.

Otra sorpresa.

Marie estaba pasando de ser fría y recelosa a la celebración del puto año chino.

Adorable.

―Sí, supongo. ―Hizo una pausa, pensativa―. Lamento si te molestó. Pensé que...

―Me agrada que me hayas saludado, Marie ―la corté y rodé para centrarme en su perfil y no en las botellas, estaba tan malditamente alegre de que no hubiera un idiota con ella―. De verdad estoy feliz de verte.

― ¿Por qué dijiste que estabas con amigos, entonces? No te he visto con ninguno.

―No estaba intentando liberarme de ti ―le dije a la cara, evaluando sus reacciones, pues ella también había girado sobre su taburete para quedar frente a mí―. Estoy con los de allá.

Me tomó todo lo que tenía no reírme de su expresión al ver a Sad gruñendo con Jimmie y los motorizados en un juego de cartas, mi compañero de viaje estaba reclamando casi encima de la mesa y sin su camisa. La había apostado. Y su chaqueta también.

Se estaban divirtiendo.

―Ellos la pasan bien sin ti, ¿no? ―Tomó un gran trago de su daiquirí y evité pensar inapropiadamente sobre su boca cerrándose en torno a la pajita―. ¿Cómo he podido cruzarme contigo de nuevo?

―No lo sé. ―Me entretuve con su indignación. Ya éramos dos sintiéndonos igual―. No debe ser completa casualidad. ¿Cuántas probabilidades hay de ver a una persona desconocida, de tu mismo país, dos veces en el extranjero?

―Pocas ―contestó―, pero las suficientes para que ocurra.

Sí, afortunadamente.

―Jimmie dijo que este era un sitio concurrido.

― ¿Y en la pista de hielo?

―Coincidencia.

Mhmm. ―Hubiera preferido otro tipo de Mhm provenir de ella―. ¿Esto es un tipo de "Encuentra al moreno" por toda Suecia?

Me carcajeé.

―No me llamo Wally.

Ella dejó de sonreír.

―Eso no lo puedo saber. ―Había olvidado que Marie no sabía mi nombre―. No sé cómo te llamas. Nunca lo dijiste.

―Nunca preguntaste.

― ¿Tenía que hacerlo? ―No, no tenía―. Se supone que una persona le dice su nombre a la otra cuando se presentan.

―Tal vez estabas roncando en la camilla del doc cuando te lo dije. ―Mentira, solamente ella pudo revelar su nombre antes de caer inconsciente. No dio tiempo para más. Y no era que no quisiera revelarlo; quería recrearme con ella un poco más―. Y te recuerdo que nuestros encuentros han tenido de todo menos cordialidad y que tuviste veinte oportunidades para saberlo.

La rabia relampagueó en la profundidad de sus irises oscuros.

―Aún me quedan preguntas.

―Y a mí ―la presioné un poco más―. Pero esas oportunidades expiraron.

― ¿Quién lo dice?

―Yo lo digo.

―No es justo ―refunfuñó―. Debería saber tu nombre, tú sabes el mío.

No podía contradecirla.

―Te lo diré, Marie. Antes de irme lo haré. ―Me contuve de apretarla contra mi pecho y acariciar su espalda hasta que dejara de estar enojada―. ¿Contenta?

Marie asintió sin decir nada.

― ¿Podrías compartir la verdadera razón por la que estás en Estocolmo? ― No quería sonar insistente o metido, pero la curiosidad de saber más sobre ella me mataba―. No creo que sea por puro placer.

―Lo es. ―Vi cómo alzaba la mano y llamaba al barman para pedir otro daiquirí. Me molestó que él la mirara tanto, pero no lo culpaba―. Hay un evento aquí en el que necesito estar.

Recordé su gracia, su fluidez.

― ¿El festival?

―Sí, iré al festival.

Muchas personas estaban viniendo a Suecia por él. ¿Cómo no pude haberlo supuesto antes? Marie, junto con miles de personas más, probablemente era una fan del baile o una bailarina dispuesta a disfrutar de ver a otros ejerciendo lo que tanto le gustaba.

Por sus movimientos en los patines sospechaba que la segunda.

Abrí la boca para responderle y decirle que podría conseguirle algún puesto dentro del escenario, con la única intención de verla una tercera vez, pero mi nombre gritado a los cuatro vientos me interrumpió.

― ¡Henry! ―Broken, no Sad, me estaba buscando mientras llevaba a su hermano borracho con ayuda de Jimmie―. ¡Se nos hace tarde!

¿Tarde para qué?

Maldición. Miré a la pelinegra, un tanto bastante resentido con Broken, y la hallé mordiendo su carnoso labio para evitar reír. Pero no importaba, sus ojos los hacían por ella.

―Deberías irte ―Marie lucía efusiva―, Henry.

Asentí y me uní al grupo.

Abandonamos el Amber Lager con Sad desnudo.


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Hola *o*

Aquí les dejo nuevo capítulo, espero que les haya gustado.

Preguntas:

1-. ¿Pasado vs. presente? ¿Cuál les gusta más?

Ganadora del capítulo: @days82 Gracias por tus opiniones, son geniales :3 *le lanza pétalos de flores*.

Pregunta para ganar el próximo capítulo: Marie estará a cargo de un pequeño personaje, ¿quién?

Feliz día del trabajador ❤️.

Gracias por sus votos y comentarios.

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