Capítulo 7: Paz tras caos.
Saltford, Inglaterra
Presente
Me había levantado. Estaba de pie sobre el mullido césped, mirándolo sonreírme con sus apetecibles labios simétricos. ¿Cómo podía ser tan irritable? ¿Cómo podía tener la desfachatez de aparecerse frente a mí en privado? ¡¿Cómo?! Debía soportarlo con mi hermana presente; por ella. Nosotros teníamos que estar en una misma habitación por las personas acompañándonos. Pero sin ellas no existía motivo alguno por el cual vernos, olernos u oírnos.
No había ninguna razón.
―No tengo problema con que estés aquí ―respondí en voz alta y cruzándome de brazos. Al parecer no había entendido mi anterior respuesta. O la falta de ella.
Soltó una carcajada ronca que irritó mis tímpanos.
―Mientes, tu expresión grita el cariño que me tienes ―dijo acercándose a la fuente y comenzando a repasar su borde de piedra con el índice de la mano derecha―. Tanto tiempo y no has aprendido a mentir sin ocultar lo que sientes. Tus ojos se vuelven linternas cuando estás enfurecida, Marie.
Por mi mente pasó un lejano recuerdo que involucraba palabras similares. Sin vacilación lo arrojé de vuelta a la papelera de reciclaje de la mente de Marie. No valía la pena. No servía de nada enfocarse y gastar energía en mentiras. Menos si eran tan antiguas y estaban tan desgastadas. En su lugar ladeé la cabeza y chasqueé.
―Mis ojos siguen iguales, Ryan ―le aclaré con desdén―. Tu estupidez es lo que no cambia.
Me ofreció un sencillo encogimiento de hombros con el que dio a entender que no le importaba lo que pensara de él.
―Sólo digo. Si fueras menos exigente ya tendrías trabajo de farol en el muelle.
Agh.
Qué inmaduro.
Además de violar el término más importante del acuerdo, el de no acercarse, ¿me atacaría? ¿Esa era su única forma de tratar conmigo? ¿Lo único que tenía por decir después de tanto? ¿Lo único por hacer? ¿Fastidiarme y soltar sus niñerías?
Aunque, a parte de aborrecerlo y quererlo bien lejos, ¿yo tenía algo más por decirle o hacerle? ¿Deseos que no fueran los de leer una larga lista de insultos retenidos y acumulados? ¿De arrojarlo por un acantilado junto con los sentimiento que despertaba, todos malos? ¿Esperaba algo más que su inmadurez?
No.
―Eso suena muy conveniente para ti. ―Me concentré en mis uñas que requerían de una ida al salón que no podía pagar―. Así me verías todos los días.
Durante mis primeras semanas en Brístol, meses antes del nacimiento de George, había visitado a Rachel en una residencia de lindos apartamentos de clase media. Ellos quedaban cerca de la zona industrial de la ciudad, a unas pocas cuadras del muelle del río Avon. Allí vivían Ryan y su hermano, el mejor amigo de Rachel; Gary.
El menor de los Parker me caía bien, no importaba que compartiera sangre con un neandertal. Nunca me había sentido incomoda en su presencia, lo que estaba segura que no sucedería si Rachel no me hubiera contado sobre su desconocimiento de mi asquerosa situación con su hermano infiel. Es decir, él sabía que había algo. Todos lo sabían. Muchas cosas pueden ser obvias a simple vista. El rencor entre ellas. Pero nadie, a excepción de mi hermana, sabía con exactitud qué había entre Ryan y yo.
O qué hubo, más bien.
Ellos solamente pensaban que nos llevábamos mal y ya.
―Tampoco has dejado de creerte más de lo que eres ―dijo y mis ganas de estrangularlo sobrepasaron la estratósfera.
Maldito.
¿Cómo podía decirme eso cuando yo siempre intenté que él y muchas otras personas se sintieran a gusto conmigo? ¿Cuando siempre fui yo la que se sintió harina de otro costal? ¿Cuando siempre había intentado encajar? Incluso actualmente era lo que trataba con Rachel y sus amigos; ser parte de ellos. Ser parte de algo, verdadero, por una vez. La resignación a verlo no era por nada.
Respiré hondo como me enseñaron en algunas clases de yoga prenatal.
Quería estallar y armar una escena.
Lo necesitaba.
Pero me contuve de nuevo. En vez de ello, en vez de empujarlo al río para que dejara de apestar, guardé distancias. Lo odiaba. No importaba si ello significaba que no le era tan indiferente como quería. No podía negarlo; detestaba todo de él tanto como alguna vez amé los minúsculos detalles que caracterizaban su forma de ser. Era un sentimiento fuerte, despreciable, directamente proporcional a la magnitud de mi cariño en el pasado.
―Será mejor que vuelvas dentro. ―No repliqué, no seguí con su juego. Usé una voz calmada y paciente, lo traté como si fuera un pequeño que no sabía lo que hacía y que por ello merecía ser reñido con suavidad―. Estaba bien aquí.
Comenzó a inspeccionar la zona. Seguí la dirección de sus ojos y dejé de hacerlo al darme cuenta de que se trataba de otra artimaña más. Al terminar su evaluación del jardín me observó con burla. ¿No entendía que no quería seguir?
―¿Sola? ―preguntó metiendo las manos en sus bolsillos.
―Sin ti.
Ante mi respuesta arrugó la frente sin dejar de sonreír como un imbécil. No respondió pero tampoco se marchó. Me enojé más cuando se hizo evidente que no me iba a contestar. Estaba ignorándome. Estaba haciendo lo que yo debí hacer. Y lo hacía porque sí. Pues yo no había lanzado golpes verbales en su contra.
Frustrada a más no poder fijé mis ojos en el río Avon.
Desde que nos reencontramos en el cumpleaños de Nathan, cuando él y mi hermana todavía no eran la parejita de hoy en día, habíamos firmado un acuerdo tácito de no involucrarnos con el otro y de respetar nuestro espacio, de no explotar la burbuja de felicidad que rodeaba a los amigos y familiares que desgraciadamente teníamos en común. Y por un momento llegué a sentirme cómoda y a gusto con el documento invisible.
Segura.
Cada vez que coincidíamos en casa de Rach o en una reunión permanecíamos tan lejos que era casi imposible que nos uniéramos a la misma conversación. Por lo general él se quedaba charlando con Nathan, Diego y John o entreteniendo a los niños mientras yo me juntaba con el club secreto de mujeres. Pero ahora no sabía por qué me hablaba, por qué estaba aquí, desconocía en qué cambiaría nuestra no-relación. Y eso me hacía sentir expuesta; padecer del común miedo que se le tiene a lo desconocido. ¿A partir de hoy nos lanzaríamos platos y cuchillos en la mesa?
―¡Maaaddie!
Me di la vuelta en dirección a la casa para ver salir a una niña de casi dos años que luchaba con su impermeable rosa y con los altos escalones que necesitaba bajar para salir. No la ayudé. Nathan, su padre, la tomó de la cintura y la dejó sana y salva en el suelo. Él nos miró mientras le daba una pelota de Nemo, la película favorita ella, y se marchó cuando asentí.
Madison vino corriendo hacia mí.
―¡Maddiee! ―Volvió a decir el nombrecito que me tenía. Cómico. Este también era su apodo. Pronunciaba su nombre como el mío―. ¡Tííía!
No la aparté cuando soltó a Nemo y se guindó de mi pierna. Al contrario; me agaché a pesar de la altura de mis botines y le devolví el gesto. Olía a colonia de bebé y a talco, y se sentía suave y cálida. No la había visto desde que fui por mis cosas a la Academia de Ballet de Brístol. La extrañaba. Estar con Madison significaba estar junto a una caja de felicidad e hiperactividad.
Tras un largo abrazo ella sola se apartó con una sonrisa, enseñándome sus dientes, y fue en busca del pobre Nemo que había rodado hasta terminar estancado en un charco de barro.
―¿No me vas a saludar a mí? ―Me voltee a tiempo para ver a Ryan haciendo un puchero―. Mejor jugaré con George...
―¡Ry! ―Se me hizo imposible evitar reír cuando Nemo fue arrojado al suelo otra vez y enternecerme cuando alzó a Madison e hizo movimientos que le sacaban risitas―. ¡Pelooota!
Ryan la soltó cuando empezó a agitarse en el aire y él mismo fue en búsqueda de Nemo atrapado entre los arbustos. Madison me miró desde el suelo con sus grandes ojos grises cuando él le pasó la pelota, invitándome a jugar. Negué con una sonrisa y acaricié uno de sus rizos castaños antes de dar media vuelta y empezar a caminar en dirección a su hogar.
―¿No se te hacen tiernos? ―Rachel sacaba una bandeja del horno. A penas entré a la cocina había reconocido el olor a receta secreta de Brownies de Natalie, su suegra―. Ella lo adora. Adora a todos, pero a Ryan más. Supongo que tiene que ver con el tiempo que pasaban juntos.
Su voz estaba decorada con un matiz de nostalgia. Los Parker, Madison y ella habían vivido juntos como una gran familia. Pero luego llegó Nathan y su familia biológica de mierda, Loren y yo, volvió a su vida. La rutina a la que se había acostumbrado dio un giro de ciento ochenta grados que terminó siendo para bien. Al final de cuentas acabó sonriendo y con un lindo cierre de cuentos de hadas.
―¿Cuánto le pagas por ser niñero de Madison? ―Había escuchado que Ryan tampoco tenía empleo y que únicamente contaba con el salario esporádico de las clases que daba en un gimnasio―. ¿Es seguro dejarla con él?
―Marie. ―Rachel puso los ojos en blanco y detuvo el choque de la bandeja contra el mesón para prestarme su exclusiva atención―. No importa lo que haya pasado entre ustedes, él sigue siendo valioso para Madison y para mí y tú sigues siendo mi hermana. Los dos deberían intentar llevarse mejor para...
―¿No importa? ―¿También empezaría a sacar a luz el tema? ¿Aún cuando le había dejado claro, especialmente a ella, que lo quería olvidar? ―Lo sé, sé que no importa. Sé que es insoportable estar en una habitación con tanta tensión. Y lo intento, sabes que lo hago. Me esfuerzo por hacer que esto entre nosotras funcione. Tanto que lo soporto a él. Es injusto de tu parte exigirme más.
Tomé una honda bocanada de aire.
Rachel parpadeó y asintió.
No la culpaba, esto era lo más lejos que habíamos llegado con respecto a eso y seguramente no quería presionar. O estaba tan asustada y sorprendida que no sabía cómo hacerlo. No era común en mí hablar de lo que me molestaba o dolía. Generalmente lo ignoraba y permitía que desapareciera por sí solo. Pero nunca lo sacaba a la luz tan abiertamente.
Cogí un delantal de los que se encontraban doblados en un estate y la ayudé a cortar los Brownies. Trabajamos en silencio. Al terminar con ellos fui por el helado de mantecado en el congelador. A veces mi vista se iba al cristal de la ventana y a Madison y a Ryan jugando a pasarse la pelota. Rachel reía cuando mi sobrina la pateaba en la dirección equivocada y el moreno tenía que ir a buscar a Nemo a orillas del río. Yo, en ocasiones, compartía su alegría y diversión con una sonrisa a medias. Por mi sobrina. No por él.
―Marie. Lo siento. ―Rachel me detuvo. Habíamos terminado de dejar bolas de helado sobre los cuadrados achocolatados e íbamos rumbo a la sala con las bandejas de la cena―. Dije que no importaba lo que sucedió entre ustedes, pero...
―Tranquila. ―Seguí caminando y dejé el tazón con Paella en el centro de la mesa―. No hace falta que te disculpes, soy yo la que debe tratar con mis problemas. No tú.
Mi hermana suspiró tras depositar la Ensalada César sobre la superficie de cristal. Lucía innecesariamente arrepentida y preocupada.
―Importa. No debería someterte a tanto. No sé que tan grande o intenso fue lo de ustedes ―me dijo con culpabilidad―. No puedo pedirte que te sientas a gusto con él. Es egoísta, lo siento mucho.
―Está bien. ―Le ofrecí una sonrisa tranquilizadora―. Anunciaré que la cena está lista, ¿puedes terminar de poner los platos sola?
Asintió dubitativa y fui a la sala. Diego y Cleopatra habían llegado en mi ausencia y charlaban animadamente con Luz, Nathan y Patrick. No tuve que anunciar nada, el olor de la Paella de Rachel llegó a sus narices y se levantaron. La rubia y el español me saludaron cuando nos cruzamos. En la comida dónde Ryan ocupó asiento con Madison y George en la mesa para niños, Luz derramó las lagrimas que tanto había retenido gracias al gesto de mi hermana de preparar algo que le era tan familiar.
La cena transcurrió entre bromas de Diego, mejor amigo de Nathan y hermano de Luz, caricias de Patrick por debajo de la mesa y miradas preocupadas de Rach. Al terminar se suponía que nos reuniríamos un rato en la salón principal, pero al ver a Ryan tan cerca de nosotros determiné que había sido suficiente en un día. Madison no protestó al verme partir. Ya estaba dormida sobre el pecho de Nathan y abrazada a un pulpo de felpa morado. En cambio George, su hermanito de dos meses, no nos quitó los ojos de encima a Patrick y a mí mientras salíamos y Frodo, el perro, nos ladró a modo despedida.
―Dios. No sabes quienes son tus pacientes hasta que cenas con ellos. ―Fue lo primero que dijo el rubio cuando estuvimos en el auto y rumbo a Brístol―. ¿Es normal que el esposo de tu hermana esté acosando con los ojos a las personas? La noche entera me sentí violado.
Patrick me hizo reír. No, no era normal. Pero Nathan era celoso con su jardín; con su arbusto, George, pero más con sus dos flores.
―La próxima vez será en un sitio público, lo prometo.
―¿Próxima vez? ―Apartó su concentración de la carretera y la enfocó en mí por unos segundos―. ¿Quieres decir que habrá una próxima vez?
―Sí ―afirmé―. ¿No quieres? Si no quieres no...
―Mierda, claro que quiero. ―Aceleró―. Muñeca, que me hayas traído a cenar con tu familia es todo un avance. Pensé que lo hacías por complacer a tu hermana. Por obligación. Pero ahora... Marie, estoy encantado con la idea de pasar el rato con las personas que te rodean.
Esa era una forma de tener más de mí, entendí.
―Entonces no seguiremos ignorando a Rachel.
―Definitivamente no. ―Admiré el perfil de su sonrisa―. Estoy disponible para ti cuando lo necesites. Tú únicamente debes decirme dónde y cuando.
―Está bien ―murmuré.
Patrick, no tenía idea de cómo, consiguió sacarme del auto, tomar las llaves de mi bolso y subir conmigo en brazos hasta el departamento sin arruinar mi sueño. Me desperté en mi cama, aún usando mi vestido pero sin zapatos, y con una taza de manzanilla sobre la mesa de noche. Arrastré mi cuerpo hasta incorporarme y bebí el té. Al terminar me levanté. Él no se iría sin despedirse.
Vi el reloj al pasar por el pasillo, era la una de la mañana. No me desconcerté. A veces sus pacientes llamaban en la madrugada y lo despertaban. Él estaba en la cocina. No tenía camisa y su cabello rubio estaba desordenado. Llegué a su lado abrazándolo. Acabó con su propia taza de manzanilla y al dejarla vacía sobre el mesón subió sus manos y sostuvo mi rostro entre ellas. Con una inclinación unió sus finos labios con los míos. Me parecía adorable cuando tenía que agacharse para besarme.
Abrí mi boca para permitirle el acceso completo a ella y entré en la suya a cambio. Patrick sabía a manzanilla y a sí mismo. El último de ellos era mi sabor favorito. Más exótico y especial, más él. Me oprimí contra su pecho y gruñó, volviendo a tomarme en brazos pero esta vez para enredar mis piernas alrededor de su cintura. Le obedecí y me abracé a su cuello con el fin de juntar más mi rostro con el suyo. Nos devoramos.
Yo no era una pluma. Comprendí y estuve complacida cuando nos llevó al sofá. Me depositó sobre la superficie de cuero con cuidado y acarició mi cabello mientras se ajustaba encima de mí, atento a no aplastarme. Volvió a juntar nuestros labios pero lo hizo para marcar el inicio de un intenso recorrido de besos, mordidas y succiones a través de mi cuerpo. Mi vestido no estorbó. Antes de seguir descendiendo por mi cuello lo retiró de tal forma que tuve que ondularme como una serpiente para salir de él.
Entre sonidos guturales y dándole un sutil mordisco a la piel de mis costillas, Patrick terminó de desnudarme con paciencia, ternura, mirándome con ojos brillosos en busca de mi aprobación al momento de quitarme las bragas y el corpiño. Le hice saber que estaba de acuerdo alzando mi trasero para hacerle la tarea más fácil. Mi entusiasmo le hizo soltar una risa baja que estrujó mi corazón.
Cuando fue mi turno debí desatar su cinturón y bajar sus pantalones, decidiéndome entre el millón de ideas que se me ocurrieron en la floristería de Saltford. Me eché a reír, más que él, cuando llegó el momento de arrastrar la tela por la longitud de sus velludas piernas. Me calmé al repetir la operación con su ropa interior. Patrick era alto y mucho más grande que yo, todo él lo era.
Uno de nuestros puntos en común era que nos disgustaban las cosas a medias. Si empezábamos debíamos terminarlo. Así que no paramos de probarnos hasta que no existió un rincón de nuestros cuerpos en el no hubiera huellas mías o suyas. No entró en mí sin más como lo haría cualquiera, me preparó para él. Se tomó la molestia, como en todas las veces en las que habíamos estado juntos, de ajustarme con un par de dedos a su tamaño para no lastimarme. Lo que no hacía más que incrementar mis ganas de tenerlo ahí, entre mis muslos, incrustado.
―¿Preparada? ―susurró en mi oído con dificultad.
Froté mi rostro contra su pecho al afirmar.
Estar con Patrick era una experiencia que no podía comparar con las anteriores. Llevábamos más de cuatro meses saliendo y más de dos como amantes. Aquello era una sorpresa para mí; el dejarme, yo, llevar por él. Era encantador, inteligente y me hacía sonreír o reír con una oración. Pero no estaba acostumbrada a que alguien me hiciera sentir remotamente similar a cómo él lo hizo, mucho menos a olvidar. Y Patrick, como un milagro celestial, llegó a mi vida y se convirtió en el interruptor que mi dolorida memoria había ansiado durante tanto.
Fue calmado y dulce, lento y profundo que nos arrastró con fuerza al culminar. Mi sofá no era tan grande. Boca arriba no cabíamos. Con estremecimientos involuntarios ocupó mi puesto debajo y se aferró a mi cintura al tenerme sobre él. Me permití depositar besos de agradecimiento en su mejilla hasta que la ola se deshizo en la orilla. Sus dedos reaccionaron a mis atenciones trazando circulitos en mi espalda y enredándose en mi cabello. Temblé y no de placer.
La ventana estaba abierta. Hacía frío. Pero logré dormir sin que mis dientes chocaran entre ellos. Patrick nos arropó con una manta, no lo suficientemente grande para ambos, que dejaba en la sala para cuando quería acurrucarme en frente del televisor. Era gruesa y suave, de algodón, pero no tan cálida como él.
El joven médico me transmitía calor y la reconfortante seguridad de que estaríamos bien mientras no lo presionáramos y lo dejáramos andar por sí solo, sin empujones. De que podía ser yo misma, sin adornos, y él me querría. Me garantizaba un lugar que no tendría que ganarme o mantener porque era incondicionalmente mío.
Estar con él era ser aceptada.
Caí dormida con una sonrisa dibujada en el rostro. En paz.
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Hola :D
Aquí les dejo nuevo capítulo. Espero que les haya gustado. Fue el primero que me ha tocado emocionalmente porque ya empieza lo fuerte.
Preguntas:
1. ¿#TeamPatrick?
2. ¿#TeamRyan?
(Estoy recordando aquellos viejos tiempos con el #TeamNathan c':)
Ganadora del capítulo: @camiimartinez10 *Le lanza pétalos de flores*.
Pregunta para ganar el próximo capítulo: De momento no se me ocurre nada, así que lo dejaré a libre opinión acerca del capítulo de hoy. No me fijo en la magnitud del comentario, en su contenido sí.
Abrazos, tengan un lindo fin de semana. Hasta el sábado (o antes) ❤️.
Gracias por sus votos y comentarios.
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