Capítulo 34: ¿Por qué?
Gamla Uppsala, Suecia
Pasado
─¿Me vas a contar qué pasó hace unas horas?
─No hay nada que decir. ─Siguió su camino por el pasillo de la tienda de regalos. Para evitar que la competencia terminara consumiéndonos, habíamos decidido hacer turismo─. Pensé que era té, nada más. No consumo.
Metí un par de pantuflas de lana en el carrito─. Hoy consumiste.
─Por accidente.
Aprisionándola contra los estantes de animales de felpa interrumpí su análisis de camisetas para regalar a los amigos en casa que no tuvieron la oportunidad de conocer el pueblito y sus cuatro sitios de interés. Quería asegurarme de que fuera cierto. Un futuro dónde su personalidad se dejara extinguir por las drogas, incluyendo su carrera como bailarina y el brillo de sus ojos, me era jodidamente aberrante por experiencia propia. Me crié envuelto en ejemplos de la situación. Gary y yo tuvimos una infancia feliz, pero durante nuestra adolescencia no hicieron falta las propuestas del otro mundo o los caminos fáciles. Ninguno se dejó llevar por ellos, gracias a Dios.
─Te creo. ─Deposité un beso en su frente de porcelana─. Pero júrame por todo lo que quieras en este mundo que no volverás a caer, sea por accidente o no.
Juntó las cejas─. No soy tan estúpida.
Claro que no lo era.
─No lo eres, princesa, pero hasta el más bello cuento de hadas tiene brujas y dragones. ─La acerqué a mí rodeándola con mi brazo─. En una fiesta un idiota podría poner algo en tu bebida y aprovecharse de ti. Un amigo cercano podría cambiar tus pastillas por otras. Un día puedes ir por la calle, ver una viejecita, tener piedad y comprarle un brownie. Podrían regalarte una planta medicinal, pero no explicarte cómo usarla o en qué dosis y...
─Nadie me regalará una planta. ─Me miraba como si estuviera a punto de llamar al psiquiátrico, pero yo tenía la razón, joder─. Los que me conocen saben que conmigo moriría o que de no ver al barman preparar la bebida, o no estar en confianza, compro mi propia botella.
─Hay casos en los que los sujetos inyectan la sustancia a través del corcho.
Puso los ojos en blanco─. También hay casos de ruptura de relaciones por desequilibrio mental de uno de los amantes.
Acaricié su nariz con la mía. Lo hice porque quise y porque le molestaba que me pusiera tan cursi, aunque en el fondo sabía que lo amaba. Marie tenía esa particularidad amor-odio hacia las cosas, conmigo. Eso me volvía loco y comprendido, como una pieza de puzle que finalmente encaja con otra. Yo era igual. Ella me hacía sentir en casa sin importar qué tan lejos estuviéramos de nuestra tierra en realidad, a pesar también del hecho de que no la conocí allá, sino aquí en el puta era de hielo.
Era un tráiler.
─¿Soy tu amante?
─¿No lo eres? ─Sutilmente metió sus manos por debajo de mi camisa. Me maldije por no haberla guardado dentro del pantalón. Hizo un puchero─. Yo pensaba que sí, pero si no es así... ─Las retiró tras hacerme estremecer con una larga caricia en el abdomen─. No tengo razón alguna para soportar tus ataques de locura.
Sujeté sus muñecas por encima de su cabeza. Un muñeco de pingüino chilló por la presión que ejercí sobre Marie. Me haría gracia más tarde, pero ninguno de los dos le prestó atención. Estábamos demasiado concentrados en contener las ganas de querer saltar sobre el otro frente a la dependienta, una señora en la flor de la vejez que ya haber visto y sentido todo en este mundo, pero que aún así merecía respeto.
Era jodidamente difícil.
─Sí que las tienes.
No la besé como queríamos, no fundí mi lengua con la suya usando como base nuestro calor, sino que le compartí mi frustración con un pico y un pequeño mordisco a su barbilla. La solté después, alejándome rápidamente de la tentación hacia la caja tras haber levantado al amigo de felpa del suelo. Junto a los jabones artesanales, el jamón y las artesanías que Marie escogió, Gary no se podía quejar. Fue tan entretenido pasar el rato con ella, mirando cada cosa, que había explorado cada pasillo a fondo para extender más el momento, pero ya bastaba. Le llevaba los regalos de mis próximos quince viajes por adelantado. Como Marie se fue a esperarme en el auto, cerré los ojos para no ver el monto final hasta que la mujer pasara la tarjeta y me entregara el recibo. Solo le eché un vistazo antes de arrojarlo a la basura con un suspiro. Mis ahorros se estaban acabando.
Dentro nos limitamos a escuchar el noticiero local. Advertía una fuerte tormenta, por lo que acordamos hacer una única parada más en la panadería. Alguien no sabía hacer pan casero, en contra de la ley de la vida, y a mí me quedaban como piedras. Empezó a llover cuando estábamos regresando a la cabaña. No era una llovizna típica. Me bajé primero y arreglé la sombrilla, dejando las bolsas de Gary dentro y tomando el pan, para evitar que se mojara al abrirle la puerta. Sujetaba los dulces que compramos y, al ser el alto de los dos, llevé el paraguas hasta que llegamos a la puerta. Dentro lo primero que hice tras dejar el pan en la cocina fue encender el fuego de la chimenea. Hacía puto frío. Ni los esquimales estarían contentos.
─No eres como yo ─dijo riendo desde el otro lado del salón mientras abría latas de atún para la ensalada─. Me gusta el frío.
─A mí también ─admití pinchando los troncos con una vara de hierro para avivar el fuego─. Pero no me gusta tan seguido. Eventualmente extraño la calidez como estoy seguro que lo hace cualquier otro ser humano.
─Tienes razón.
─En tu caso tiene que ver el que seas lampiña.
─¿Por qué?
─El pelaje es como un escudo, Marie. Protege la piel. ─Le guiñé─. No pongas esa cara, princesa, adoro que algunas zonas de ti no tengan protección de mí.
Se sonrojó tanto que los tomates de repente parecieron rosados─. ¡Henry!
Sonreí.
Cenamos su ensalada de atún, mi pasta y nuestras albóndigas con pan. Afortunadamente ningún lechero vino a interrumpir nuestra comida. De haberlo hecho por segunda vez habría dividido al chico por la mitad. Las interrupciones no me gustaban. La comida estuvo bien. No hablamos mucho, solo intercambiamos nuestras opiniones de la casa y los defectos que le encontramos. Al terminar subimos a nuestra habitación y fuimos directos a la cama tras pasar por la ducha. Nos bañamos juntos, pero fue un acto más tierno que sexual. No me molestó que fuera así. El punto, en el fondo, era demostrarle que éramos más que sexo. Creí que quedó bastante claro cuando acepté cepillar su cabello nuevamente como un puto peluquero; sacaba a mi Gary interior.
Bajo las sábanas la amoldé a mí para no perderme ni un centímetro de su cuerpo mientras dormíamos. Le dije que no lo hiciera porque podría enfermarse, pero Marie mojó su cabello y este se esparcía por la almohada en mechones mojados, empapándola. No podía acariciar su pelo así, por lo que en su lugar me entretuve trazando circulitos sobre la suave porción piel de sus nalgas descubierta por el pequeño pijama de caricaturas. Cerré los ojos a los minutos de ella haberlo hecho. Estar así con ella, a su lado en este sitio donde reina el silencio y las bajas temperaturas, era una sensación sumamente exquisita a la que no renunciaría a cambio de cualquier cosa. Era paz. Finalmente había hallado mi porción.
El día siguiente y los demás antes de la competencia consistieron en lo mismo: mantener una vida sedentaria, sexualmente activa y cómodamente monótona cuando no estábamos exprimiendo nuestro potencial artístico al máximo. El viernes, cuando llegó el momento de empacar, ninguno de los dos quería irse por el simple hecho de que jamás volveríamos a sentirnos tan a gusto, probablemente tampoco volveríamos a estar tan juntos, y lo sabíamos. La nostalgia, en mi caso, me azotó a penas pisé fuera de la construcción. Si en ese momento me hubieran dado a elegir, hubiera escogido pasar una vida entera en Gamla Uppsala con Marie criando ovejas a regresar a Estocolmo y posteriormente a Brístol como si la última semana, el último mes, ella, no hubiera sucedido jamás. Tan enamorado estaba para ese entonces de Marie Van Allen. Tan enamorado que estaba seguro de que nada jamás volvería a ser como antes. Tan enamorado que no me veía capaz de decir adiós. Tan enamorado que cuando contara nuestra historia habría un antes, un durante y un después marcado por ella fácilmente notable.
Eso es lo que sucede cuando amas.
No importa si el «nosotros» no es para siempre, el amor sí.
Lo que Marie me hacía sentir duraría para siempre.
─Si hay cualquier posibilidad de que haya un después luego del domingo... ─Apreté con mis manos el volante─. Dímelo. Quiero quitarme esta estúpida punzada en el corazón.
No me miraba a mí, sino al paisaje a través de la ventana. Despegué mi vista unos segundos de la carretera para echarle un vistazo. Su labio inferior temblaba como si estuviera reteniendo sollozos, pero sus mejillas estaban completamente secas. Me gustaba creer que al menos una cuarta parte de ella se sentía como yo. Desesperado. Ansioso. Inconforme por el escaso tiempo que estuvimos juntos. No decía que estaba dispuesto a casarme al día siguiente en Las Vegas, pero mataría por la oportunidad de llegar a conocerla más y enseñarle mi mundo a su vez. No la veía en la parte trasera de mi motocicleta, no me veía llevándola cada fin de semana a cenar en un restaurante lujoso como a los que claramente estaba acostumbrada, pero nos veía. Nos veía intentándolo. Nos veía creando un «algo» juntos. No importaba qué.
Sus siguientes palabras, sin embargo, aplastaron mis esperanzas.
─Lo siento, Henry. ─Sus ojos se conectaron con los míos por un breve instante. Estaban llenos de lágrimas sin derramar. Solo una de ellas escapó frente a mí─. No lo habrá.
Volví a concentrarme en la carretera─. ¿Por qué?
─Simplemente no puede haberlo.
─¿Por qué? ─repetí.
─Lo siento tanto.
─¡¿Por qué?! ─Le di un maldito golpe a la guantera. No debí haberlo hecho, pero estaba tan emocionalmente alterado que el sentido común no tenía cabida dentro del vehículo─. ¡¿Por qué?!
─Aquí soy libre ─respondió con voz rota─. En Inglaterra todo es diferente.
─¿Qué te ata?
Bufó pasándose la manga del suéter por el rostro, limpiándolo─. ¿Qué no?
─Si me pones en situación quizás sea capaz de procesar la mierda que me estás diciendo con más... más... ─Apreté los dientes─. Más comprensión.
─No quiero que pienses que lo nuestro no fue importante para mí.
Aceleré. No lo hice por la furia. Lo hice porque quería llegar lo más pronto posible. No toleraba estar con ella tan cerca sabiendo que luego estaríamos tan lejos si siquiera saber los motivos. Era cruel. La peor tortura a la que me hubiera enfrentado. No era físico, tampoco mental o emocional. Era el inicio de un desgarre espiritual. La vida me dio mi otra mitad, nos juntamos, pero ahora nos estaba separando de nuevo sin razón. Marie lo hacía como si nada. No se esforzaba en decirme lo que sucedía y eso era lo que me carcomía. Nada antes de nosotros tenía importancia para mí, ni lo suyo ni lo mío. Ninguno podía cambiar lo que el otro fue antes de. Simplemente debíamos aceptarnos, saber trabajar con ello y avanzar, porque de lo contrario nunca evolucionaríamos. En lo que a mí respectaba no había nada que no le pudiera perdonar. Nada. Dolía que ella no tuviera esa misma fe en mí, en nuestro amor que, aunque rápido, se sentía como de mil años.
Dolía.
Presioné mis labios entre sí─. ¿Es importante para ti y ya hablas en pasado?
─¿Ya no lo es? ─Me miró, pero yo no lo hice─. Empezó a ser pasado desde que hiciste la maldita pregunta. De una y mil formas te pedí, te rogué, que no miraras más allá del presente porque sabía que esto sucedería, yo tendría que darte respuestas y... ─sollozó─. Me odiarás. ¡Lo sé!
─En eso te equivocas.
─¿En qué?
─Jamás podría odiarte, Marie. ─Me obligué a calmarme para tomar una curva peligrosa. Sonará cliché y a protagonista suicida, pero si ella no estuviera junto a mí rompiéndome el corazón me habría visto tentado de tomarla con más velocidad─. Cuando amas tanto a una persona no eres capaz de odiarla.
─¿No?
─No. Te odias a ti mismo por no dejar de amarla.
─Henry...
─Por eso nada de lo que digas cambiará lo que siento por ti. Sea lo que sea que tengas que decir, no hará que te ame menos o más ─murmuré mi triste verdad─. Podré estar furioso, podré gritarte o tratarte como el infierno para hacerte sentir de la misma manera que yo, en la mierda, pero en el fondo lo haré porque aún te sigo amando. Grábate eso.
─Pero es que... ─Se mordió el labio─. No quiero hacerte daño.
─Ya lo haces dejándome. Un poco menos de dolor, un poco más de dolor, ¿qué diferencia hay? Por lo menos ten la decencia de darme una razón. Me la merezco, ¿no? Merezco saber qué fue lo que hice mal, ¿no crees? En qué fallé.
─Tienes razón.
─¡Entonces dilo!
─Estoy comprometida con alguien más.
─¿Harry?
Vi cómo sus ojos se abrieron de par en par por la sorpresa─. ¿Cómo...?
─Cuando me prestaste tu computadora vi uno de sus correos. Apenas lo leí supe que tenías una relación estrecha con él, pero no creí que fuera serio al punto de estar... ─Tragué el maldito nudo que se había formado en mi garganta─. Por casarse.
─¿Por qué no me lo dijiste?
─Fue antes de conocerme. Será narcisista, pero pensé que lo dejarías por mí.
«Lo que al parecer no sucedería». Ya me lo habría dicho si sí, ¿no?
─¿No pensaste que era una mentirosa? ¿Cruel? ¿Una zorra que te usaba?
La observé mientras cambiaba de velocidad─. ¿Lo eres?
─Lo siento ─repitió y fue lo último que dijo hasta que hicimos una parada en la primera estación de servicio que encontramos.
No solo llenamos el tanque. Nos acercamos a la pequeña cafetería para almorzar su menú de pollo, arroz y ensalada con jugo de mora. Ella intentó hablarme, pero deseché cada uno de sus temas con respuestas secas. No quería que una simple charla sobre el clima se convirtiera en un interrogatorio de nuestras vidas en Inglaterra. Tan masoquista no era. No iba a obligarme deliberadamente a escuchar cómo de perfecta es su realidad allá al lado de Harry, alías el partidazo, o que me deje claro una y otra vez que jamás sería capaz de cumplir sus expectativas. Menos le presté atención al sabor del platillo, solo comí de forma mecánica a la vez que miraba por la ventana hacia el coche al que quería regresar solo para ponernos de nuevo en marcha a Estocolmo y así deshacerme de Marie, como si así, dejándola sana y salva en su casa, el dolor pudiera desaparecer mientras más distancia marcara entre nosotros.
Qué equivocado estaba.
─¿Me acompañas al baño? ─murmuró alcanzando mi mano.
Por primera vez su contacto quemó como el hielo, no como el fuego que nos caracterizó desde el inicio de nuestra aventura. Porque ahora eso éramos, ¿no? Marie había reducido todo lo maravilloso que tuvimos a un amorío pasajero. Jodida bruja. ¿Cómo podía ser tan fría? Lo más triste del asunto era que yo aún así ardía de amor por ella, que lo haría por un largo tiempo más. No importaba cuánto tiempo transcurriera, mi corazón no dejaría de latir más rápido cada vez que la viera o la oliera cerca. Menos hoy que todo el asunto de la ruptura estaba reciente y se veía hermosa, absolutamente adorable, dentro de un suéter de algodón que le quedaba inmenso, botas y medias bajo él.
─¿Me estás ofreciendo una clase de despedida?
Se mordió el labio─. No quería ser tan directa, pero sí.
Lancé la servilleta a la mesa─. Vamos.
─¿Al tuyo o al mío? ─preguntó halándome hacia los servicios.
Señalé el cartel con falda. Era lo más caballero que sería.
Ya no tenía ganas de flores y corazones.
─Aquí ─dijo guiándome con una sonrisa tensa al cubículo de discapacitados.
Era más grande que los otros. La cafetería estaba vacía salvo por nosotros y un grupo de camioneros, los cuales irían al cuarto de al lado, por lo que no temí dejar caer su ropa en el piso. Quién diseñó los baños con una abertura en el piso fue realmente un idiota. A nadie le importa el color o diseño de tus zapatos mientras estés haciendo lo que hagas dentro. Marie gimió cuando metí un par de dedos en su centro sin dilatación. Emití un sonido gutural al sentir sus calientes paredes contraerse en torno a ellos, halando su preciosa melena para exponer y adorar la belleza de sus clavículas con mis labios.
Tras mi inspección inicial únicamente quedó con sus bragas negras de encaje. Su sujetador decoraba la barra de apoyo en la que se sentó cuando la alcé contra la pared. Así quedo expuesta, notablemente necesitada y mojada frente a mí. Me dediqué a morder sus pequeños pezones, más oscuros y sensibles por el frío, mientras desabrochaba mi cinturón y me bajaba los pantalones hasta que estos se arremolinaron en mis tobillos. No tuve tiempo de quitarme la camisa. Estaba ansioso de tener nuestra última vez, pero más todavía de demostrare a mí mismo que podía hacerlo sin romanticismos de nuevo. Que en un futuro podría hacerlo sin ella. Besé su cuello imaginándome a cualquier otra mujer en su lugar. Ya no era Marie. Por más que quisiera que sí, era cualquiera.
Ella quiso serlo.
Así sería.
Hice a un lado sus bragas con el dedo, apuntando su centro con mi miembro completamente duro y palpitante─. ¿Lista?
Envolvió mis cuellos con sus manos, juntando nuestros pechos.
Inhalé su aroma─. ¿Lista? ─repetí con insistencia.
─Siempre ─respondió alzando levemente su pelvis en ofrecimiento.
─Joder.
Sumergí únicamente la punta de mi polla en su coño para escucharla rogar en gemidos por más. La besé con furia hasta quedar saciado de sus ruegos, momento en al fin me adentré completamente en su estrecho interior. No me molesté en usar protección porque los últimos días noté que tomaba sus pastillas responsablemente, por lo que el contacto piel-piel fue brutal.
Marie envolvió mis caderas con sus piernas. Mientras la embestía acariciaba mi cabeza con una suavidad que contrastaba enormemente con mi salvajismo. Era una ninfa queriendo calmar la aptitud de un león con sus encantos. Lo que ella no sabía era que ninguna criatura, mágica o no, sería capaz de apaciguar el ardor que guiaba mis acciones. Le di un rápido cachete en el culo cuando empezó a hacerme cosquillas en el cuello deliberadamente. Se detuvo, pero yo seguí con los azotes hasta que se estremeció contra mí y yo la seguí. Al acabar de derramarme apoyé mi frente en el cómodo espacio entre sus pechos: pezón rosado y gordito.
Los extrañaría tanto.
─Te amo ─supliqué una respuesta.
Marie cerró los ojos, suspiró, se separó de mí y empezó a vestirse sin dignarse a mirar en mi dirección. Apreté los puños y salí del puto cubículo tras subirme los pantalones. Me lavé las manos sin mirarme en el espejo. No quería sentir compasión del patético sujeto que sería mi reflejo. Ya habíamos pagado, por lo que salí directamente al estacionamiento y la esperé dentro del vehículo con el motor encendido. Me costó un infierno no quedármele mirando como un idiota cuando salió de la cafetería visiblemente afectada por nuestro encuentro en el baño. Caminaba con prisa y luchaba por acomodar sus medias a la vez. Seguramente pensó que salí rápido del baño con el propósito de dejarla tirada en medio de la nada, más no de evitar millones de repeticiones de nuestro «rapidito de despedida» gracias a la tentadora visión de su cuerpo sin cubrir.
─Solamente falta medio camino ─anuncié en voz alta al observar un cartel en la carretera que indicaba los kilómetros faltantes para llegar a la capital sueca.
─Gracias a Dios.
No me tomé la molestia de irritarme. Ya no.
«Gracias a Dios» para ella y yo odiando no tener más tiempo juntos.
Quemé el acelerador después de eso. Llegamos a Estocolmo muchísimo antes de lo planeado. La luz del día todavía no se había extinguido. No me bajé del auto a abrirle la puerta cuando me detuve frente a su edificio. Era el amante, ¿no? Que esas cosas las hiciera su prometido. Todo lo que vivimos empezaba a parecer falso por su comportamiento desinteresado. ¿Por qué fingir más?
Si ella no se tomaba la molestia de fingir que me quería, ¿por qué yo sí?
─Nos vemos mañana ─le recordé, nos recordé, que teníamos una competencia sobre los hombros, una que ya no dejaría por ella.
Ahora competir era nuestra prioridad. La mía.
─A eso de las ocho de la mañana está bien ─estuvo de acuerdo.
─Bien, nena. Adiós.
No esperé una respuesta. Avancé al estar seguro de que estuviera lo suficientemente retirada del coche. El contrato de alquiler era hasta mañana, por lo que llegué a Slottsbacken sobre cuatro ruedas y por primera vez hice uso del estacionamiento del edificio. Saludé a la señora Olofsson con la mano al pasar frente a su casa con mis maletas. No había círculos violetas bajo sus ojos, por lo que deduje que sus nietos no estaban pasando la semana con ella. Lucía uno de sus lindos trajes tiernos de abuelita con estampado floral y el cabello rojo, recientemente pintado por Teresa, sujeto en un moño en lo más alto de su cabeza.
─Al parecer alguien bebió un sorbo de la fuente de la juventud ─bromeé.
─Y alguien se hizo más viejo ─tartamudeó debido al reciente temblor de sus encías, sonriendo tanto que aparecieron esas lindas arrugas en las esquinas de sus vibrantes ojos.
─En eso tienes razón.
─Hijo... ─Sus irises brillaron con compasión─. ¿Te apetece una taza de té?
Sonreí─. No todos los ingleses bebemos té, Astrid.
Carraspeó─. Tú sí. Te he visto comprar galletas y bolsas de manzanilla. Entra.
Me debatí entre hacerlo o no por unos segundos. Luego recordé que en el piso no haría más que recostarme a lamentarme o joder a Broken por tener sus felices para siempre con Ginger. A parte de un sujeto despechado y hastiado con el mundo, sus sentimientos y habitantes, especialmente una pelinegra de grandes ojos y exquisito cuerpecito manipulador...
¿Quién era yo para negarme?
─De acuerdo. ─Levanté las manos─. Me atrapaste.
─Puedo ser vieja, pero sigo atrayendo a los de tu especie como la sirena que un día fui ─dijo guiñándome un ojo y sosteniéndome la puerta con dedos temblorosos, la cerré por ella y luego tomé asiento junto a Rubio en el rincón para merendar─. ¿Un terrón o dos?
─Dos, por favor.
Hice ademán de levantarme para ayudarla con la bandeja con dos tazas, una tetera humeante y llena de pastelillos, pero me detuvo con una mirada más que mordaz. Que tuviera todo tan listo me hizo pensar que esperaba alguien más. Maldito el que la dejó plantada. Acaricié la cabeza del gato mientras su ama servía el té con suma concentración que no sirvió de nada. De igual forma los temblores terminaron haciendo que derramara la mitad del contenido de cada taza al endulzarlos. Los minutos hasta que se sentara frente a mí me resultaron agobiantes.
─¿Ya estás a gusto?
─¿A gusto para qué? ─Tomé un sorbo del té.
─Para contarme la historia tras la magia en el escenario.
Lo normal en mí habría sido decir que no.
Cuando se trataba de Marie, sin embargo, lo normal no existía. ¿Qué mejor oyente que una anciana que lo ha visto todo en la vida? Tenía fe en que uno o dos buenos consejos saldrían de la charla. Astrid era hermosa a su edad, pero joven debió haber sido una belleza con bolsillos llenos de corazones rotos. Debía haber mucha experiencia amorosa tras esa mirada llena de sabiduría y compresión. O, como mínimo, la visión exterior de muchos amores.
─Vaya ─soltó cuando terminé.
Terminé mi brownie─. Sí.
─Estás en un lío, hijo. ─Se llevó su pastelillo de zanahoria a la boca─. No viví tus problemas en carne propia, ¿sabes? Mi William fue el primero, único y último hombre en mi vida. ─Sus ojos se empañaron de recuerdos─. Raramente discutíamos, pero cuando lo hacíamos... cuando lo hacíamos nos costaba reconciliarnos por una razón. ¿Tienes idea de cuál?
─No, no tengo idea.
─Debes haberlo oído antes; los motivos mueven las acciones. ─Achicó sus párpados de nuevo─. Cuando William y yo discutíamos durábamos días envueltos en el pleito porque ninguno era capaz de ceder ya que a ambos nos importaba demasiado lo que estaba en juego. ─Sonrió mirando las calles de Gamla Stan a través de la ventana─. Se me hacía difícil perdonarlo porque me importaba, Henry. De no haberlo hecho habría cedido como si nada. Si Marie se alejó después de haber vivido contigo lo que tú me cuentas, es por algo. Tal vez no eres el único sintiéndose poca cosa para el otro. ─Empezó a levantarse─. Ahora, si eres la clase de hombre que creo y estás cansado de perder el tiempo aquí, anda. Sal y ve por lo que quieres.
─Astrid...
─Astrid nada ─gruñó empujándome hacia la salida con su débil cuerpo─. Ve.
─¿Adónde?
─Sabes dónde.
Me quedé callado. Sí, lo sabía.
Me estaba enviando de vuelta a Marie como si no necesitara más que ese mínimo impulso para ir allá. Tal vez ella lo sabía. Me di la vuelta para agradecerle el té sin importar cuál fuera mi decisión, pero antes de poder hablar cerró la puerta con un sonoro golpe. Sin saber lo que hacía, mucho menos por qué, troté fuera de mi edificio y volví al interior del vehículo del que nunca debí haber salido. Esta vez sí abusé de la velocidad sin necesidad. No creía que Marie hubiera tenido tiempo de irse en la hora y media que estuvimos separados o que de haberlo hecho hubiera ido muy lejos. Así como era capaz de ignorar y perdonar cualquiera que fuera su vida en Inglaterra, pasaría horas esperando su llegada en el recibidor.
No me molesté en saludar a la recepcionista. El ascensor se tardaba demasiado, por lo que subí las escaleras corriendo. No iba a tomar el primer «no» de Marie tan a la ligera. Quizás ella me había puesto a prueba de alguna manera. Si sus inseguridades eran tan solo la mitad de las mías, la entendía. No podríamos salir nunca del abismo que ellas creaban si no las combatíamos juntos. En par. Por separado nunca seríamos más fuerte que ellas: que su estatus, Harry, mi miedo a no ser suficiente, la competencia, entre otras.
─¿Marie? ─Toqué su puerta─. ¡Marie!
─¡Cálmate! ─Una voz masculina gritó desde el interior─. Dios Santo, ¿qué haces aquí? ─me preguntó Milo con voz chillona─. ¿No tienes más parejas que deshacer? Nadie ha logrado convencerme de que no has sido tú el responsable de mi malestar ese día. Fuiste el único que se benefició.
─¿Dónde está Marie? ─Lo demás me importaba una mierda. Lo empujé para entrar─. ¡Marie! ─la llamé desde la sala, empezando a recorrer el pasillo hacia su habitación cuando nuevamente no obtuve respuesta─. ¡Marie! ¡Mierda! ─Entré en su cuarto y, al no verla, toqué la puerta de su baño─. ¡Responde!
Milo apareció otra vez. Se recostó en el marco de la puerta─. No está.
─¿Qué?
─No está. ─Se encogió de hombros─. Marie se fue, Henry.
¿A cenar? ¿A caminar? ¿Dónde?
La desesperación debía notarse en mi mirada. Milo sonreía con cinismo.
Quise patearlo.
─¿En dónde puedo hallarla?
Le echó un vistazo a su reloj─. En algún punto de Inglaterra.
¿No creen que fue una forma fuerte de volver a la historia? Este capítulo tuvo de todo ;-;
Lloré.
Gracias por sus votos y comentarios.
Espero que les haya gustado ♡
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