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Capítulo 32: Paz antes de.


Gamla Uppsala, Suecia

Pasado


─I am lost... in our rainbow ─empezó a susurrar en nuestro oído el intérprete de The Irrepressibles─. No our rainbow has gone. Overcast, by your shadow, as our worlds move on. But in this shirt... ─La abracé tras haberla alzado sobre mis hombros─. I can be you, to be near you for a while. There's a crane, knocking down all those things... That we were. ─Dimos vueltas desde extremos diferentes hasta que terminó entre mis brazos. Luego tiré de ella sutilmente hacia abajo─. I awake, in the night, to hear the engines purr. There's a pain, it does ripple through my frame, makes me lame. There's a thorn, in my side, it's the shame, it's the pride. Of you and me, ever changing, moving on now, moving fast. And his touch, must be wanted, must become, through your ask... ─Terminé con mi frente apoyada en la suya mientras elevaba su pierna derecha. Estábamos haciendo una rutina lirica, de su estilo, para la final─. But I need, Jake, to tell you, that I love you, it never rests. ─Si cómo me miró en esa parte de la canción no fue la confesión más bonita y malditamente sincera del universo, entre pasos de baile, no sabía ponerle otro nombre entonces─. And I've bled every day now, for a year, for a year...

─I did send you a note on the wind for to read ─siguió Marie cuando su barbilla se apoyó en mi hombro─. Our names there together must have fallen like a seed. To the depths of the soil buried deep in the ground. On the wind, I coul hear you, call my name, held the sounds.

─I am lost ─terminé por ella.

─I am lost ─repitió─, in your rainbow, now our rainbow has gone. ─La estrofa sonó de nuevo. Ninguno la volvió a cantar, pero terminamos entonándola acurrucados en el piso, frío por la estación, cómo estaba previsto─. I am lost.

Besé su frente cuando la música terminó─. No sabes cuánto.

Ni siquiera yo conocía cuánto.

Cada vez que creía tener la respuesta no era así. Era más cuando por fin la aceptaba. Ella evolucionaba, crecía, a grandes pasos y de manera descontrolada, descomunal, dentro de mí. A segundos. El tiempo que tardaba verificando los números se sumaba al resultado final porque el amor simplemente no se puede medir. A menos que algo lo frene está en constante expansión. Es como querer contar las estrellas o las nubes en el cielo: a medida que tu campo de visión se extienda verás más y más. Son incontables. Es infinito, irrefrenable y descontrolado; violento por cómo se adueña de ti como Colón de América. Realmente siempre ha estado ahí. Todos nacemos llenos de amor para dar al mundo, pero pertenecemos a quién lo hace surgir.

─¿Soy la única de los dos que quiere quedarse así para siempre?

La miré─. ¿Cómo? ¿En el suelo?

─No. ─Presionó su mejilla contra mi pecho. Cómo me observó por debajo de sus pestañas, como una gatita, me mató─. Así. Contigo. ─Frotó su carita contra mí─. La temperatura debe estar por debajo de los diez grados, Henry, pero eres tan cálido... ─ronroneó─. Me gustas.

Mandé lejos las ganas de romper su vestido, el traje de lentejuelas y encaje con el que iba a bailar la última ronda, y la alejé suavemente. Cuando me levanté la ayudé a hacer lo mismo. Habíamos llegado el día anterior, pero no fue hasta hoy que pusimos el trasero en marcha. Desde la mañana estábamos en ello. Y ya eran las cinco de la tarde y por fortuna, más que todo por el milagro de la química entre nosotros, la base estaba lista. La coreografía era exclusiva de nosotros. Decidimos montarla desde el principio. Es decir, no había nada viejo, reciclado o antes hecho por alguno de los dos aquí. Era innovador para Marie porque ella jamás había hecho tantos saltos en una rutina, prácticamente volaba en mis hombros, y para mí porque nunca había utilizado mallas antes. No en vivo.

Al menos las llenaba bien.

Me di la vuelta cuando la escuché riéndose tras de mí─. ¿Qué?

─Na-nada. ─No logró contener sus risas. Fruncí el ceño─. Es que... ─Sonrió con cierto deje de arrepentimiento─. Es que me dan muchas ganas de morderte el trasero. ─Estalló en carcajadas al ver mi cara─. Deberías usarlas más a menudo. Te lucen.

Por andar burlándose de mí, más que todo de mi mal humor cuando me dijo que tendría que ponérmelas para estar a juego con ella, no se dio cuenta que me detuve y tampoco de mi plan hasta que lo estaba llevando a cabo con ella sobre mis hombros. El mueble de la sala sirvió. La deposité en él con sus rodillas en los cojines, su pecho contra el espaldar y su trasero apuntando hacia mí. Sostuve sus manos e hice presión en su espalda baja para evitar que se moviera.

La tenía.

─¡Ry! ─gritó─. ¡Suéltame!

─No. ─Le di una nalgada. Gimió─. Ahora yo te quiero morder el trasero, princesa. Tengo tantas ganas. ─Me las arreglé para mantenerla en esa posición en contra de su voluntad, o eso creía, y agacharme hasta que mi nariz rozó su espalda baja, descendiendo hasta que mi boca terminó encima de una de sus lindas nalgas─. No sabes cuantas...

─Henry... ─pidió con voz temblorosa─. No lo... ─La mordí con fuerza─. ¡Henry! ¡Animal! ─gritó con furia─. ¡Quítate! ─Me aparté cuando intentó patearme con su pierna derecha. De haberme dado habría dolido un infierno. Su pequeño pie iba directo a mis niños─. ¡Psicópata!

Me alejé a tiempo. Pretendió saltar sobre mí mientras se acariciaba. Aterrizó sobre la alfombra por el espacio vacío que quedó en mi lugar. Esta vez fue mi turno de reír. Sus mejillas estaban encendidas. Los ojos que tanto amaba echaban chispas de ira e impotencia. No era mi culpa que fuera tan adorable, pequeña e indefensa junto a mí. Me gustaba, sin embargo, porque podía protegerla del mundo tanto como joderla.

Me encogí de hombros─. ¿Qué? Tú me diste la idea.

─Ya verás...

No entendí el achicamiento de sus párpados hasta que sentí su dentadura clavarse en mi muslo. No recordé haber sido tan salvaje como ella. Literalmente los hundió en mi piel, casi consiguiendo rasgar la malla. Aunque me hubiera gustado que lo hiciera, la aparté con firmeza y cierta consideración que no se merecía por portarse así. Me estaba dando de mi propia medicina, pero no. Era una salvaje gatita con garras que debía ser castigada. No había justificación.

─Joder. ─La impulsé a ponerse de pie. Después, cojeando, me acerqué hasta estar lo suficientemente cerca. Arrastré mis manos por su cuello hasta que mis dedos se cerraron en su nuca─. Me lastimaste. ─Arañé su labio inferior con mis dientes hasta que se hinchó─. Pagarás.

─¿Cómo?

¿Y esa sonrisa?

¿Estaba ansiosa con la idea? Mierda.

─Pues... ─Volví a recostarla en el sofá. Esta vez lo hice de forma horizontal para poder hacer lo propio sobre ella. Tristemente, como un litro de anestesia siendo inyectado en mi cuerpo, noté como sus ojos empezaron a aletear─. Solo te puedo decir que será un castigo muy cruel y que necesitarás todas tus energías para aguantarlo. ─De pronto estuve hablando del ensayo de mañana─. Así que mejor duerme, princesa. ─Besé sus pestañas cuando chocaron entre sí─. Hasta más tarde.

Se hizo bolita con la sábana─. Hasta más... tarde.

Su bostezo me confirmó su lejanía espiritual. No me molestó que hubiera hecho de microondas, calentándome sin cocinar, porque sabía por experiencia propia que el ejercicio de hoy había hecho mella en su sistema. Yo mismo busqué una colchoneta que vi en el armario de nuestra habitación y la extendí en el suelo a su lado tras encender el fuego de la chimenea, cayendo dormido de inmediato. Al día siguiente me desperté a causa del fuerte olor a comida casera que penetró mis fosas nasales. La diosa de los waffles estaba en acción.

Su cabello habitualmente suelto o perfectamente peinado estaba envuelto en un moño despeinado con mechones sueltos. Ya no traía puesto el trajecito, así como yo no llevaba más las mallas, y revoloteaba entre los cajones con solo una de mis camisetas puestas. Me incliné sobre una de las bibliotecas para observarla mejor tras cepillarme. No me escuchaba porque la radio estaba a mil. Daba vueltas, una mierda bonita de ballet, y batía más mezcla a la vez. Debía pensar que estaba alimentando a un ejército. Y si era así estaba en lo cierto. Estaba hambriento de lo que estuviera cocinando, de ella y de sus besos.

─Te sienta bien el ambiente hogareño.

─Buenos días, león ─cantó sentándose en mis piernas cuando lo hice sobre un taburete al otro lado del mesón para darme un beso─. ¿Cómo dormiste?

─Como un puto bebé.

Arrugó la frente como una niña pequeña que no entiende lo que le están diciendo porque esto viola todos sus conocimientos previos─. Los bebés no son putos, Henry. Son puros.

─Tienes razón. ─Mordí su oreja y halé de ella hasta que escapó de entre mis dientes cuando se alejó─. ¿Te falta mucho para terminar ahí? Si quieres puedo darte una mano.

─No, gracias. Ya tengo dos.

─Pues... quizás estoy pensando en otro tipo de tarea para mía. ─Me puse de pie. Acaricié sus muslos con las yemas de mis dedos, colándolas por debajo de la tela. Se retorció, pero no de placer. Su actitud gritaba incomodidad. Primera vez que sucedía─. ¿Te sientes bien?

─Henry, por favor, basta.

Me hice a un lado─. Oye, ¿qué te pasa? Sabes que puedes contar conmigo para lo que sea, princesa. Solo di.

─No pasa nada ─siguió evadiéndolo como una experta─. Nada de nada. Es solo que ya tengo dos manos. ─El ruido de la puerta siendo tocada me hizo arrugar la frente─. ¿Ves? Ya vino a ayudarme.

─¿Quién?

─El lechero.

No podía estar hablando en serio.

─¿Me duermo dos horas y me cambias por el lechero? ─La seguí a través de la sala como un maldito perrito faldero─. ¿Por esto? ─exclamé incrédulo cuando lo vi─. Lo siento, hombre, pero ese uniforme tuyo es una mierda ─me disculpé con él por reírme de sus pantaloncillos y suéter de lana con estampado de vaca─. Marie, no creo que deberías dejarlo entrar. ─Ella había empezado a abrir más la puerta─. No sé por qué motivo o circunstancia se conocieron, pero no es bueno invitar a extraños a casa sin razón alguna.

─No es nuestra, es alquilada ─contratacó─. Y Jared conoce a la dueña, ¿no?

El chico asintió y se abrió paso a nuestro paraíso. Era apenas un adolescente en la etapa cumbre de la pubertad que en la noche, en la oscuridad de su habitación de pervertido, se masturbaría pensando en los pechos descubiertos de mi chica. La cubrí con mi cuerpo como pude. No era competencia para mí, sí un puto bebé. A este tipo de bebé me refería, no a las cosas adorables a las que se les cambia el pañal y babean. Él era la definición de puto bebé impuro sediento de sexo.

─Supongo ─dijo sencillamente como si no fuera la gran cosa.

Interrumpió mi sueño con Marie... Se metió entre nosotros, violando nuestra intimidad de pareja y ni siquiera traía una botella de leche consigo. ¿Y yo lo iba a permitir? ¿Era en serio? Tomé la pelota de algún perro que vivió aquí del piso y, sin importar sus babas secas en él, la hice mi juguete antiestrés. Me sentí orgulloso de mí mismo cuando nos sentamos en la misma mesa. Ya había pasado más de dos minutos sin matarlo.

¿Era ese record suficiente?

─¿Debo esperar más o ya puedo colgarlo del techo como la lámpara que es?

─Henry... ─masculló Marie dándole el plato con waffles, huevos y jamón que debía ser para mí─. Invité a Jared a desayunar para no hacerlo sola. Tú dormías más que una marmota genéticamente diseñada para rugir como un tractor.

─Yo no ronco.

─Se escuchaba realmente feo, viejo ─ríe el mocoso.

Sonreí enseñando los dientes y tronando los dedos casualmente─. ¿Ah, sí?

Negó─. No, señor.

Entendí en parte la razón por la que Marie lo invitó cuando nos siguió el ritmo con el inglés. Era británico pero estaba viviendo en Suecia con su tía por mala conducta. Y al parecer fue la decisión correcta. Del chico malo y rebelde no quedaba ni la sombra. Pero no fue hasta que se fue que comprendí el otro motivo de su presencia. Tres bolsas verdes, sin identificación, se diluían en el agua caliente dentro de un frasco de vidrio con azúcar.

Hierba.

¿Cómo no se dio cuenta? ¿O sí lo hizo? ¿Era un hábito suyo?

Algo me decía que no.

Me di la vuelta con el frasco─. ¿Qué te dijeron tus papás de los alucinógenos?

─Mantenlos en secreto.

─Pues los has decepcionado. ─La sostuve cuando se tambaleó. Una bolsa era normal. Te jodía lo normal. Pero tres... tres eran demasiado para su pequeño cuerpo de bailarina de ballet─. La primera regla para aparentar normalidad es esa, Marie, actuar como normalmente lo haces. ─La tomé en brazos─. Me di cuenta de que algo andaba mal contigo cuando me besaste como una colegiala enamorada.

─¿Por qué? ¿No lo hago siempre? ─Envolvió sus brazos alrededor de mi cuello─. ¿Cuál fue la diferencia? Dímela, Ry, por... por favor.

La deposité sobre el colchón de nuestra habitación con cuidado, ignorándola mientras iba por una cubeta al baño y un paño mojado. Me acosté a su lado y lo dejé sobre mi regazo, sosteniendo su cabello cuando se inclinó sobre él para vomitar como supuse que haría. Sabía qué hacer por el amigo adicto a los excesos que todos alguna vez tenemos o, en mi caso, por Broken pasando del alcohol a algo más debido a Cornelia rechazándolo por un alemán.

─Lo normal es que me hagas luchar por ti ─susurré en su oído.


Se los dejo cortito porque subiré presente este fin

También anuncio que ya nos quedan solo dos o tres capítulos en pasado, máximo cuatro.

Gracias por sus votos y comentarios ♡

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