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Capítulo 31: Leah.



Brístol, Inglaterra

Presente

Ryan llegó en taxi. Estaban revisando su coche. No se bajó de él, sino que me hizo espacio para que compartiéramos el asiento trasero. El conductor ni siquiera volteó a mirarnos. Era un amargado que solo quería dejarnos en nuestro destino sin salirse de las líneas del profesionalismo. Me agradó eso hasta que prácticamente nos echó como basura frente a la residencia de Ryan. Sus vigilantes nos saludaron con una mirada de complicidad que me dio a entender que sabían que había algo entre nosotros, que engañé a mi novio con el poli o que me estaban confundiendo con mi hermana. Opté por la tercera opción porque era la más realista. No había manera de que ellos supieran tanto de mí y, especialmente, de mi vida sexual.

Subimos por el ascensor en sin decir nada, silencio que me permitió evaluarlo de pies a cabeza: sus hombros anchos estaban cubiertos por una rara camiseta de Chewbacca y sus piernas por un pantalón de mezclilla oscuro, terminando con unas botas de militar que me podían. Se veía bien. Sencillo pero viril. Muy masculino. Contuve el impulso de darme en la frente contra el espejo hasta romperlo.

Iría al infierno por esto.

─¿Esto es sobre ti sintiéndote culpable por entrar en mi cama? ─pregunta cuando estamos en su cocina sirviéndonos una copa de vino.

No quería beber, pero lo necesitaba.

─Esto es sobre mí sintiéndome culpable por querer volver a entrar.

Ryan dejó de prestarle atención a la copa sobre la mesa que llenaba. Yo bebí un sorbo de la mía. Lo mejor era ser lo más directa y sincera. Obviamente me sentía mal por Patrick, él no merecía esto, no me merecía, pero me sentía aún peor por querer repetir tan pronto incluso tras haber tenido sexo con ambos. Eso era lo que realmente me carcomía.

Se suponía que debía arrastrarme sobre mis entrañas por al menos un mes primero y luego ceder a la tentación, no al revés. Era muy pronto para ser irracional. ¿Por qué no sucedía como en esas novelas dónde la protagonista puede resistirse al hombre sexy usando cada excusa barata para alejarlo? ¿Por qué un polvo me compraba? ¿Por qué ya estaba pensando en mandar todo al carajo con solo verlo cuando media hora atrás planeaba seguir con Pat? Pero no. Yo no podía ser así de buena. Yo tenía que tenerlo cerca para solo querer follármelo. Yo tenía que ser justamente de esas que hacen y deshacen sin tomar en cuenta los sentimientos ajenos. Era un chiste de mal gusto seguir jugando a ser la hermana, novia y mujer considerada. Yo no era así. Ryan lo sabía. Y él, al contrario de los demás, me aceptaba como tal ya fuera para criticarme o ser igual de egoísta a mi lado. No debía cambiar para estar entre sus brazos o sentada en su regazo. Marie Van Allen era una perra sin corazón y él lo sabía porque era él quién lo tenía, así que no había que dar explicaciones de por qué soy como soy. No con él.

Ryan me conocía.

─¿Y si simplemente lo mandas al carajo?

Mordí mi labio─. No es tan sencillo.

─¿Cómo que no? ─Levantó las cejas─. No quiero sonar como un idiota, pero personas rompen todo el día. ─Se tomó la libertad de apretar una de mis nalgas, pegando mi estómago a su entrepierna semidespierta. Casi me ahogo con el vino─. Si quieres hacer este tipo de cosas con total libertad... ─Frotó su polla contra mí─. Lo mejor es que cortes con él. No importa si es conmigo o con otro, no pretendo quedarme contigo, pero es lo mejor para ti y para él.

Arrugué la frente─. ¿No pretendes qué?

─Quedarme contigo. ─Se separó─. Ser pareja y eso, Marie, eso es de lo que hablo. No pretendo que volvamos a intentarlo. Con que haya salido tan jodidamente mal una vez sin razón alguna estamos bien ─habló de ello con una sonrisa llena de desinterés─. Somos más primitivos que eso. Sé lo que quieres, sabes lo que quiero, hagámoslo, pero no te estés sintiendo mal luego si realmente es lo que quieres. No hay razón. No la hay ni para eso ni para revivir aguas pasadas. Estamos bien siendo parejas de baile, amigos, ya está.

─Lo estoy hiriendo ─susurré en contra posición a sus palabras.

─Sí. Porque quieres hacerlo o no te importa.

─No puedo dejarlo.

─¿Por qué no?

─Él no me puede dar esto... ─Froté mi nariz contra su cuello. Antes lo rompía así─. Pero nadie más que él me puede dar esto. ─Presioné la palma contra su corazón─. No lo voy a dejar ir por un acostón, Ryan.

─¿Un acostón? ─Su voz sonó llena de incredulidad─. ¿Eso fue para ti?

Me eché hacia atrás para evaluar su expresión: rictus serio, labios fruncidos debido a la molestia o el desconcierto, frente arrugada y mirada oscura, intensa.

¿Era bipolar?

Él era quién estaba restándole importancia a lo que vivimos, tratando de convencernos a ambos de que nada más había allí. Yo solo estaba siguiéndole la corriente. No podía molestarse por eso. No tenía sentido. Si iba a ser un frío sin escrúpulos, ¿por qué yo no? Seguíamos con las mentiras, pero seguíamos juntos. Quiera el mundo o no, quisiera él o no, quisiera yo o no, así era.

─No. ─Acaricié su mejilla con suavidad. Los músculos de su rostro se relajaron en mi mano. Me gustó tanto─. No hubiera puesto en riesgo lo que puse por un simple acostón, ¿tú?

Negó, pero no dijo más.

Retrocedí un par de pasos. Empezaba a creer que no hacía más que perder mi tiempo aquí con él. Ni siquiera recordaba la razón por la cual acudí a él. Hubiera sido más útil irme a la casa de Rachel a hornear galletas con Madison. O bueno, no, pero al menos habría sido más terapéutico que mi ex siendo un rudo e indiferente tras acostarse conmigo cuando esta mañana fue todo lo contrario; considerado. Por eso fue una sorpresa el no llegar a abrir la puerta, aunque sí la alcancé lo suficiente como para que Ryan me presionara con fuerza en su contra. Mi cuerpo ardió. No lo entendí. ¿Ya no había tenido su dosis de sexo? Estuve con él, con Pat, no se podía ser tan golfa. Gemí cuando mordió mi hombro a la vez que retiró mi mano de la manija.

O tal vez sí.

─No te puedo obligar a tomar ciertas decisiones. No te puedo forzar a traerme de vuelta ─murmuró en mi oído para que solo nosotros pudiéramos escucharlo, no las paredes─. Lo siento, pero he estado tan muerto sin ti que el regreso a la vida es realmente complicado. ─Besó mi frente─. Haz lo que quieras, princesa, estaré feliz con lo que escojas.

─Con quién escoja, querrás decir.

Soltó un leve gruñido─. Eso.

─No deseo jugar con los dos, Ryan, créeme ─murmuró dándome la vuelta para abrazarme a su cuello sin problema─. Solo dame tiempo. Denme tiempo. Tú más que nadie debe entender lo difícil que es esto. Volverte a ver, tenerte tan cerca, por más que sea...

─Lo sé. Lo entiendo. ─Juntó su nariz con la mía─. No sabes la cantidad de veces que me he tenido que controlar desde que te vi, Marie, y más después de que empezaste el chiste con el doctor. Y aún ni siquiera sé por qué terminamos, por qué nos reencontramos, por qué ahora estamos aquí... no lo sé. Lo único que reconozco en medio de todo esto es que me gusta tenerte cerca.

No quería ser una perra, aunque ya lo era, pero...

─¿Estás celoso de Patrick?

─Mierda, sí. ─No respondí inmediatamente con la esperanza de que añadiera algo más, cosa que hizo al darse cuenta de que esperaba los detalles como una sádica los lamentos de su esclavo─. Odio ver cómo te ronda. Odio verlo contigo a dónde sea que vayas. Odio que sea él quien tenga derecho sobre tus labios. Me desangro cada vez que te toca. Quisiera matarlo, pero no puedo porque es un buen sujeto y nada de lo que haga será motivo suficiente.

─Hablas como si lo hubieras investigado.

─Lo hice.

─¡¿Qué?! ─Separé mucho los párpados─. ¿Cómo que lo investigaste?

─Sí. No fue nada extraño. ─Acarició su nuca con descuido─. Solo necesité su apellido y el año en el que nació. En realidad es un procedimiento de rutina en la comisaría. Cosas que te deja trabajar con el sistema. Nada del otro mundo.

─Es un procedimiento de rutina para narcotraficantes y ladrones, Ryan.

─¿Me estás diciendo que no tiene acceso a recetarios?

─Ryan...

─La posesión ilícita de morfina, Demerol, OxyContin y una larga lista de analgésicos más crece cada día por doctores como él que por fuera se ven santos, pero que en realidad drogan hasta a las moscas.

Mordí mi labio inferior para no reír─. Patrick no es de esos.

─Lo sé. Ya lo verifiqué. Está limpio ─masculló esto último como si no quisiera que fuera así─. No hay manera de meter al príncipe tras las rejas.

Me estaba sintiendo culpable por amar que se tomara atribuciones y recordando la manera en la que buscó pleito cuando creyó que él me golpeaba, pero más como una traidora ruin por estar hablando de mi novio con mi... ¿amante? ¿Rollo de una noche? ¿Pareja de baile? Ya ni siquiera sabía cómo llamarlo. Ryan sería entonces, sin cargos o etiquetas. Solo Ryan. Me puse de puntillas y besé el punto entre sus cejas. Lo dejé bizco.

─Gracias por cuidarme.

─En realidad estaba buscando joderte la relación, pero de nada ─le restó importancia.

Me abracé a mí misma cuando se apartó─. Bueno, sea como sea es mejor que me vaya a superar mi confusión, ¿no crees? ─Asintió─. Muchas gracias por la charla, Ryan, la necesitaba.

Me abrió la puerta─. De nada otra vez, princesa.

No le respondí, sino que salí en silencio. Sabía que de seguir nunca pararíamos hasta acabar en el mismo lugar que empezó todo este lío; su cama. En vez de dirigirme a casa tomé el autobús hasta la residencia de John y Luz. La rubia me había enviado un mensaje invitándome a ver cómo restauraba un par de obras renacentistas. Quería despejarme más la mente, olvidar mi estado amoroso, así que decidí ir. En el portón me recibió John que salía a la embotelladora con Kevin sentado en su asiento copiloto con un mini traje de negocios de hombre playboy hecho a su medida. Él definitivamente lucía como el pequeño dueño de un pequeño mundo.

─Marie, no me gusta que Luz ande inhalando ciertos componentes por... ─Casi sale del auto por la ventanilla para que nadie pudiera oír lo que tenía que decirme─. Lo sabes, ¿no?

Elegí hacerme la que no para frustrarlo─. ¿El qué?

─Nada. ─Volvió a aplastar su trasero contra el cuero─. Solo dile que no trabaje demasiado. Eso la puede enfermar a ella y a... la solitaria.

Reí─. ¿La solitaria?

─Sí. Tiene una solitaria que está haciendo que coma como no tienes idea ─dijo con una sonrisa mientras empezaba a acelerar─. Por favor, cuida de ellas, ¿sí? Debo estar aquí antes de la cena, pero por si acaso...

─¡Papá quero llegar! ¡Maddie espera! ─se quejó el rubiecito enfurruñándose de una forma que me sorprendió. Él era el ángel de los niños.

─Claro que sí ─dije guiñándole el ojo de una forma que lo confundió.

Me di la vuelta para dejarlos seguir y continuar con mi recorrido hacia la casa. El jardín de la pareja era una obra de arte. Luz y su madre lo sembraron con ayuda del dinero de John, porque de sus manos solo obtuvieron un cerezo que estaba grandecito, pero que crecía de lado. Esa única planta sembrada en el centro del césped del estacionamiento era un fuerte contraste con las flores sanas y los arbustos muy bien podados.

Dentro el ama de llaves me guió al estudio de la embarazada. Allí la hallé sentada frente a un lienzo que cincelaba con un pincel con una brocha ridículamente diminuta y una lupa. Se lo arranqué de la mano junto con los audífonos que le impidieron escuchar mi entrada.

─¡Marie! ─gritó abrazándome─. Pensé que no vendrías, como no respondiste, así que no estoy arreglada. ─Me ofreció una sonrisa brillante─. Me doy una ducha y bajo para que hagamos lo que te dije. Si quieres espera en el salón o acá, no sé, dónde tú quieras.

─Esperaré aquí. Gracias ─le dije devolviéndole el abrazo.

Se dirigió hacia el pasillo dentro de la gran camisa de botones, muy grande para ella, llena de manchas que sospeché que algún día perteneció a su marido.

─Estás en tu casa.

Me quedé viendo las obras en los maderos. Las tres eran escenas de las vidas de dos reyes que según la leyenda y los libros abiertos sobre la mesa en la habitación fueron amantes, pero también hermanos y discriminados por el incesto. En la primera estaban Leah y Alexander, dos años mayor que ella, tomados de la mano en un prado. Eran niños. No había nadie salvo ellos en la imagen. Ella era hermosa desde pequeña con una cabellera azabache, tez pálida y unos pequeños ojos verdes, mientras que él no dejaba de ser atractivo y apuesto de una forma muy rubia y oscura. En la segunda, en cambio, estaban rodeados de personas. Aún así todos eran mayores, ajenos a su luz de la juventud, y ambos danzaban en el centro de la pista ante la atenta mirada de todos.

El tercero, tras haber evaluado las dos anteriores con atención y creerme capaz de entenderlos, me partió el corazón y más cuando conocí su historia a mayor profundidad por los textos. Leah ya era mayor, debía tener unos dieciséis o quince años, y sobre su cabeza estaba la corona que debió haber pasado a su hermano de haber vivido lo suficiente. Tristemente murió en una encerrona hecha por su propio padre, quién quería que fueran los hijos de su segunda esposa los que gobernaran y no los de la primera que encerró en un manicomio hasta que Leah, hecha reina y con la ayuda del Papa, logró sacarla. En sus ojos alegres e inocentes ya no quedaba nada de ambas cosas, solo la fría fortaleza de un gobernante. Lo que me dolió fue eso, la extinción de su niñez, y el hecho de que las mismas personas que los obligaron a desconocer otro amor que no proviniera del otro, ya que a ella y a su hermano también los encerraron en su propia celda hecha castillo, fueran quiénes los juzgaran y separaran.

Era tan injusto.

No sabía si habían sido las hormonas del ciclo o los hechos recientes. No lo sabía. Para cuando Luz volvió estaba moqueando y llorando sobre la mesa, orgullosa de que Leah hubiera encontrado la fortaleza para vivir tanto tiempo, prácticamente su vida entera, sin amor. Ella, como le prometió a su hermano, nunca fue capaz de amar a nadie como lo amó a él.

─¿Marie? ─Luz se cubrió la boca con la mano─. ¿Estás llorando? ─preguntó con incredulidad acercándose─. Oh, Marie, lo sé. Es una historia horrible. ─Me abrazó de nuevo─. Pero no es verdad lo que dice esto. No termina así.

Moqueé─. ¿No asesinan a Alexander?

─No. Eso sí. ─Me acaricia el rostro con cariño maternal. A ella también le debían estar afectando sus hormonas─. Pero Leah fue capaz de encontrar el amor en otra persona. ─Abrió otro de los libros y me enseñó la imagen de un príncipe español─. No fue el mismo amor. Jamás fue capaz de revivir lo que vivió con Alexander. Esos dos no nacieron, pero vivieron para estar juntos. ─Sonrió cuando empecé a hacer pucheros otra vez─. Este es Julien. Él la protegió de las especulaciones que surgieron en torno a su virginidad cuando ella no fue capaz de ocultar sus sentimientos tras la muerte de su hermano, a pesar de que él mismo a veces no creía que Leah y Alexander nunca hubieran consumado su amor. Eso y otras muestras de afecto, a largo plazo, la ayudaron a sobrevivir.

─¿Ella rompió su promesa?

─¿La que le hizo a Alexander? ─Asentí─. No, no, no. Ella no dejó de amarlo, Marie. Leah lo dejó ir. ¿No ves que se estaba haciendo daño reteniéndolo? Dónde quiera que estuviera seguro estaba viéndola y sufriendo por ella. No puedes amar a una persona y permitir que sufra así por ti. Ella finalmente entendió eso. ─Una sonrisa se extendió por su rostro─. Eso es lo que más me gusta de esta historia. Te enseña que no tienes que olvidar las primeras veces o las decepciones, los golpes, pero sí superarlos por el bien de todos. He pasado días leyéndola e investigándola. Quiero todos los detalles posibles para ver si luego yo... ─Se mordió el labio─. Puedo hacer unos más realistas o continuarlos. ─Señaló los tres cuadros─. Sun Dies, el artista, fue demasiado cortante. Quizás pinte a Julien y a Alexander II, pero no a nuestro Alexander, sino al hijo que Julien y Leah tuvieron. Él sí llegó a ser rey de Opal.

─Luz... ─murmuré asombrada por su magia; John de verdad era afortunado─. ¿Puedo venir de vez en cuando y ver cómo trabajas? Si no es mucha molestia me gustaría ayudarte con la investigación o, al menos, saber de esos detalles.

─¡Por supuesto! ─Me ahorcó─. ¡No sabes cuánto he estado esperando por esto! ¡Mis otras amigas, incluso tu hermana, entran aquí y ni siquiera pestañean! Adoraré tener una que es así de emocional como yo por el arte. ─Finalmente se separó de mí para sacudir las arrugas que hice en su vestido─. Cuenta conmigo para lo que necesites ─susurró con menos efusividad observando mis mejillas─. ¿Quieres que te deje a solas un ratito más? Puedo ir yendo a la cocina a prepararla.

¿Tanto se notaba mi necesidad de desahogo solitario?

─Por favor.

Ella me dio una última sonrisa antes de darse media vuelta e irse por dónde vino. Me quedé un rato más leyendo sobre Leah, quién se había convertido en mi personaje histórico favorito del momento, hasta que me sacié por hoy y decidí bajar. Efectivamente ella encontró refugio en otros brazos que no eran los de su hermano, pero yo estaba tan obsesionada con lo que fue su historia juntos; el drama, el rechazo, el miedo, la abstinencia de los sentimientos, su profundidad, que no podía evitar sentirme rencorosa con ella por seguir adelante sin él. No pude descifrar si era porque yo no podía hacer lo mismo con Ryan o por Alexander.

Luz me tendió un cuchillo al entrar─. Gracias por venir, Marie.

─Cuando quieras. ─Si iba a sentirme tan espiritualmente llena cada vez que viniera a ayudarla con sus antojos de embarazada, iba a estar por aquí si me llamaba o visitándola por mi propia cuenta─. Me sorprendió tu llamada. ¿No son cosas que le pedirías a...?

─¿A Rachel? ─completó─. Sí, pero como sé que sirvieron este salmón en su boda y tú ayudaste, pensé que sabrías cómo hacerlo y preferí llamarte a ti. ─Mi corazón se derritió un poco─. Y Rachel ya tiene a Cleo, así que tú me tendrás a mí, ¿hay alguna objeción?

Negué con mi primera sonrisa relajada en mucho tiempo─. Ninguno.

─Bien, entonces empecemos, ¿qué va primero?

Tomé un puñado de espinaca y dos huevos─. La picamos y batimos con estos.

La cocina nunca fue tan relajante como con Luz. En realidad todo a su lado tenía esa sensación, pero muy concentrada, que desprenden las velas aromáticas y los inciensos. Ella era como un curso de yoga andante. Me calmé tanto que incluso consideré la idea de contarle todo, desde el principio, pero al final terminé recordando que nadie salvo él y yo entenderíamos. Volver a pensarlo me regresó una pizca de esa desagradable opresión en el pecho, pero gracias al momento que estaba viviendo con Luz pude sobrellevarlo un poco mejor. Todos necesitamos a alguien como ella en nuestra vida. Estábamos en la cumbre de nuestro éxito sacando el salmón del horno cuando me lancé.

─Luz...

─¿Sí?

─¿Me explicas mejor eso de la superación del primer amor?


Tengo sueño. 

Mañana viajo a las 5:30 am. 

Cómo ganar dedicación: buscando en el soundtrack de la nove su canción favorita (los vídeos que siempre les dejo) y haciendo una publicación en el grupo de lectoras explicando por qué. Las tres mejores se llevarán capítulo.

Gracias por sus votos y comentarios ♡

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