Capítulo 29: Realidad.
Brístol, Inglaterra
Presente
Rachel me dio el día libre. Desistí de ir a Collingwood por cansancio. Ryan, siendo lo más caballero que podía dadas las circunstancias, hizo caso omiso de lo sucedido y me llevó a casa tras darme de desayunar. Por fortuna Gary se quedó con Eduardo, por lo que no nos topamos con él y su escrutinio. Salimos, entramos en su coche y llegamos a mi edificio en silencio. No sabía si me hubiera sentido mejor de haber tenido una respuesta más humana y cálida, menos robótica, de su parte, pero si su intención fue dejármelo lo más cómodo posible: lo logró. No hablar de ellos, ignorarnos por completo, me recordaba los tiempos en los que no lo quería cerca. No me enojé con él por hacerlo porque era justo lo que necesitaba; espacio para decidir qué hacer con lo que hice con él.
─Llámame si quieres ─dijo a mis espaldas cuando empecé a bajarme.
─Lo haré.
─Marie... ─empezó─. Eso no debió pasar. Sé que te debes sentir fatal. Fue una mala jugada de mi parte. Debes estar pensando que soy un imbécil que no se merece estar cerca de ti. Habíamos acordado respetarnos. ─Escuché cómo dejó caer la frente sobre el volante─. Lo siento.
Me apoyé un poco en la puerta, pero no lo miré─. Lo sé.
─Esta vez es cierto. Juro que no te volveré a llamarte bruja, princesa.
«¿Princesa?». ¿Qué?
Terminé de despertarme con sus palabras. Ryan, sin embargo, no dio explicación alguna. Se despidió con una sonrisita. Me alejé a tiempo que aceleraba. ¿Esa fue su forma de decir que no se arrepentía? Qué ser sin escrúpulos. Pero claro. Acostándose conmigo no engañaba a nadie, yo sí. Mientras que yo me retorcía en el infierno de los infieles, él era libre de estar conmigo y con quién quisiera. Era yo la que estaba rompiendo mis lazos con el mejor y más amable hombre de Inglaterra, no él. Mis ojos se llenaron de lágrimas que derramé subiendo a mi piso. Patrick no se merecía esto. No me merecía. Y yo tampoco lo merecía, no de nuevo. Cada vez que recordaba lo ocurrido y mi estómago se llenaba de mariposas, sentía que el kilométrico camino que recorrí se acortaba hasta estar a punto de desaparecer. No era justo que tanto tiempo fuera tan insignificante al lado de unas cuantas horas a su parte. No lo era que lo hubiera preferido, a él que tanto daño me hizo, sobre mi salvación. Por más llena de altos y bajos que me desconcertaron, la noche no debió terminar conmigo siendo suya.
Debí resistir. No debí caer. Debí buscar calor en los brazos que me pertenecían, no en los que me pertenecieron. No debí encontrar consuelo en ellos. Y debí sentirme mal al respecto, no querer volver a ceder como actualmente era el caso. Al ver su rostro soñoliento y satisfecho en la mañana, desconcertado, las ganas de besarlo me invadieron al grado de tener que renunciar a mirarlo para no sumergirme en el impulso. Por más que lo negara, por más que él lo ignorara, lo nuestro era más fuerte que el tiempo y la cólera.
Era amor.
Uno que nos consumía más de lo que fortalecía, pero amor. Y que lo fuera no me excusaba. No cuando otros salían heridos.
─¡Sorpresa! ─la voz de Pat en efecto me tomó por sorpresa.
─¿Qué haces aquí? ─pregunté sin filtros─. No te esperaba. Se supone que deberías avisarme antes de venir para estar lista. ─Lo abracé con ansias sobreactuadas. No quería que fuera evidente que era a quién menos deseaba ver en esos instantes─. No me gusta que me veas mal.
─¿Estás mal? ─Me ofreció una mirada hambrienta que se concentró en la abertura de mi abrigo. Esta dejaba ver el encaje, las plumas y los ligueros en mis muslos─. Yo te veo bien. ─Depositó un beso en mi mejilla─. Muy.
─Es el traje que usé ayer para el evento. ─Mis mejillas se tornaron rojas al sentir el peso de su deseo. Sabía que quería sexo salvaje en mi habitación, pero estaba cansada─. Ahora estaba regresando de ir a...
─Lo sé. Pasé la noche aquí. Te estoy esperando desde anoche.
Mis manos empezaron a temblar─. ¿Lo sabes?
─Sí. Sé que trabajas mucho ─dijo e instantáneamente mis hombros se relajaron─. Debo hablar con Rachel, Marie. Te está robando demasiado tiempo. Odio que siempre estemos tan ocupados. ─Mordisqueó mi oreja─. Piensa en las cosas que haríamos si estuviéramos juntos un poco más.
Las pensé. En serio que sí, pero no del tipo que él quería. ¿Qué pasaría si, aún con lo que pasó, seguíamos juntos? ¿Qué sucedería si lograba perdonarme o si yo conseguía vivir con la culpa? ¿Boda? ¿Casa? ¿Hijos? ¿Yo esperándolo con la cena lista? ¿Él enfurecido conmigo porque no le dedicaba la suficiente atención? ¿Yo renunciando al baile por una panza? Quizás para otros sí, pero esa no era mi vida ideal. De nuevo las lágrimas se deslizaron por mis mejillas al caer en la realidad. Patrick era perfecto, pero no era perfecto para mí. Y que no lo fuera no impedía que quisiera que sí.
─Eh... ¿qué pasa? ─preguntó angustiado─. ¿Dije algo incorrecto?
─No. No es eso. ─Elijo concentrarme en el móvil que cuelga de la ventana en la sala─. No es nada. No hiciste nada malo. ─Finjo un bostezo─. Solo estoy cansada. Iré a ducharme y luego dormiré, ¿me acompañas?
Responde con una enérgica afirmación, pero cuando intenta meterse en el baño conmigo se lo impido cerrando la puerta con seguro. No lo dejé entrar por más irresistible que fue su berrinche de hombre adulto. Requería de unos minutos a solas, sobre todo cuando gran parte de la razón por la que estaba aquí tenía que ver con el aroma de Ryan en mí. Tal vez Patrick no se dio cuenta, pero yo no dejaba de oler otra cosa que no fuera su esencia. El maldito, no conforme con arruinar mi vida, dejó su marca en mí. Restregué mi piel con una esponja y mucho jabón, concentrándome especialmente en las partes que más me dolían y más sensibles se hallaban. Lo maldije aún más al notar las huellas de sus dedos en mi cadera. Para colmo no había traído la muda de ropa conmigo, por lo que tuve que salir en una toalla y rezando interiormente para que a Pat no se le ocurriera la brillante idea de arrancármela. Gracias a Dios no fue así. Se limitó a observarme encerrándome en al armario y a alagarme al verme en mi pijama.
─Eres tan tierna así.
Me acurruqué a su lado en mi cama. Veíamos Gotham─. Gracias.
─Selina es tan adorable.
─Prefiero a Bruce. ─Entrelacé mi mano con la suya por un breve instante en el que no sentí nada. Era como tocar mármol─. Espera, ¿estamos hablando de niños? ─Deshice el agarre─. Me gusta creer que sabes que no estoy lista.
─Lo sé. No te tienes que enojar ─susurró pellizcando mi nariz─. Sé que no los quieres, Marie. Ni siquiera necesitas decírmelo. Se nota.
─¿Por qué lo dices?─No eres la mejor con ellos, muñeca.
Mordí ligeramente mi lengua. Con Madison, George, Mags y los demás chicos de Collingwood no era tan mala. No era que no fuera buena con ellos. Era que no estaba lista para hacerme cargo de alguien más─. Está bien.
Acarició mi espalda─. ¿Segura que no tienes nada qué decir?
Paré de cepillar mi cabello, más largo que meses atrás, para dedicarme por completo a su pregunta de interrogatorio. Aunque pudiera ser lo más normal del mundo, casi de rutina, tenía el presentimiento de que a partir de ahora no dejaría de sentirme culpable en el sentido de que vería señalamientos en cualquier parte. Tendría un cartel de reo pintado en el rostro por la eternidad.
Con Patrick más que con cualquier otro.
─¿Sabías lo de Rachel? ─solté lo primero que se me vino a la mente.
Levantó las cejas─. ¿Qué de Rachel?
─Su embarazo.
─¿Está embarazada?
─Sí. ─Evalué su expresión. La sorpresa en ella no me cuadraba─. ¿No sabías?
─No. Ella cambió de médico.
─¿Qué? ¿Por qué? ─Pat era el mejor obstetra─. ¿Qué sucedió?
─Nada. ─Me ofreció una sonrisa llena de un cariño que no merecía─. Le referí con un amigo cuando nació George. No me sentía cómodo atendiendo a mi cuñada. ─Hizo una mueca─. Nathan tampoco.
Aquello me desconcertó. Pat quería mucho a sus pacientes. Tanto que hacía lo posible por quedárselas lo más que pudiera para estar al tanto de su salud él mismo. Su ética era tan grande que no confiaba en otros con ellas.
Era un buen hombre, un buen profesional y un buen novio.
¿Qué estaba mal conmigo entonces?
─¿Dejaste ir a una paciente por mí?
─Por mi polla también. ─Seguro se refería al jardinero y sus celos enfermizos─. Pero sí. Básicamente lo hice por ti. No quería que te sintieras incómoda conmigo revisando la vagina de tu hermana.
Mis labios se fruncieron en una mueca─. Asco, Pat, acabas de hacer que deje de ser un lindo acto a uno muy depravado y asqueroso. ¿No hay una ley que te prohíba mencionar esa palabra fuera del consultorio?
─¿Cuál? ─Alzó sus cejas rubias─. ¿Vagina?
─Sí. Esa.
─Vagina, vagina, vagina... ─repitió haciéndome cosquillas en el abdomen─. ¿Es tan malo? ─Asentí entre risas. Casi no podía respirar─. Marie, muñeca, me permites... ─Sin dejar de mover sus dedos contra mi vientre, coló una de sus manos en mis pantaloncitos─. ¿Me permites hacer uso de tu vagina?
Dejé de reír a causa de su tono ronco, pero también porque paró para detenerse a observar mi reacción. Relamí mis labios. No quería pensar en otra cosa que no fuera él. No debía. Aún podía salvarnos. Si quería hacerlo mi obligación era cooperar lo más posible, luchar por nosotros en todos los sentidos que hubiera, entre ellos obligar mi cuerpo a cambiar de dueño. Pat era mi futuro. Mi única tarea en el presente era mantenerlo a salvo, incluso de mí misma y mis engaños.
Enredé mis dedos en su cabello dorado─. Te lo permito.
─Marie, muñeca, encanto... ─gimió presionándose contra mí─. Te amo.
La sinceridad en sus ojos dolió. Envolví mis piernas alrededor de su cintura─. Te quiero.
Patrick no protestó. La ternura con la que me observaba tampoco se esfumó por el hecho de que no se la devolviera al mismo nivel. Fue dulce y caballeroso como siempre, pero yo no estuve tan bien. Me dejé hacer como su muñeca en vez de actuar como su amante. Cuando acabó me sentí mal por sentirme bien. Otorgué la sensación a la culpa que hacía remolinos en mi estómago hasta el punto de causarme náuseas.
Estaba perdida. Ya no sabía a dónde pertenecía. Ayer creía que aquí, con él, y hoy... Hoy no sabía qué hacer para controlar las ganas de escapar sin hacerle demasiado daño a las cadenas que me retenía a una relación condenada al desamor, personificadas en el cincelado y amable rostro de Pat. Mi único consuelo era nosotros.
Estaba en un lío.
─Marie, me voy, solo cancelé las citas de la mañana. ─Presionó sus labios contra mi frente. Ronroneé como un gatito. Sabía que le gustaba. Nos habíamos quedado dormidos─. Regresaré por ti en la tarde. Imagino que pasarás el día aquí. ─Se asomó desde la puerta antes de salir por completo─. Te compensaré, Marie, recuérdalo.
Giré y oculté el rostro en mi almohada cuando se fue. Era yo quién debía compensarlo, no él a mí. Ardería en el infierno por esto.
Me levanté al mediodía luciendo como el monstruo come galletas de Plaza Sésamo, una de las caricaturas de Madison, y tan hambrienta que estuve a punto de comerme a mí misma. Me conocía. Sabía que de quedarme no haría más que compadecerme y arrastrarme en mi miseria, así que decidí cambiar el estampado de palmeras por un vestido gris hasta los tobillos, una chaqueta de cuero, sandalias y una trenza de medio lado. En la calle lloviznaba. Brístol lloraba desde la noche anterior como si le hubieran roto el corazón. El ambiente no era purificador, sino melancólico y triste. No hizo mucho mejorando mi humor. Solo ayudó haciéndome compañía, al igual que Elastic Hearth de Sia sonando en el Burger King al que entré a saciar mi apetito de comida chatarra. No estaba para negarme caprichos de mujer deprimida. Terminé añadiéndole al combo un helado de chocolate que era el equivalente a las calorías que consumía en un solo día. La pantalla de mi teléfono brilló varias veces mientras comía.
Primero fue Mags, seguramente para preguntar cuándo recuperaríamos las clases, y luego Rachel. Final y sorpresivamente recibí la llamada de Anastasia, mi madre, tantas veces que terminé contestándole llevada por la preocupación.
─¿Hola?
─¡Marie! ─gritó─. ¡Cariño! He estado intentando comunicarme contigo desde ayer. Rachel se tuvo que quedar hasta tarde en la fiesta de soltero por la tormenta. Nathan me despertó llamando como un desquiciado. ─Suspiró como una adolescente enamorada. Papá debería preocuparse. Anastasia estaba amando más a su yerno que a cualquiera de nosotros─. En fin. Al final terminamos planeando una reunión aquí en Cornwall este fin de semana, ¿vendrás? Di que sí, Marie ─suplicó antes de que pudiera negarme─. Si quieres trae a Patrick. Me gustaría conocer mejor a ese médico tan guapo con el que estás. Y ya es tiempo de que conozca mejor a su familia política y lo que viene contigo, ¿no crees? ¡Podría enseñarle a catar!
─Mamá...
─¿Vendrás con Rachel?
Froté mi frente─. Mamá...
─¿Traerás a Pat contigo?
─Mamá...
─¿Lo harás?
─Yo...
─Te quiero, cariño. Nos vemos el sábado.
Traté de volver a la normalidad tras la llamada, pero me resultó imposible. La presión del mañana con Patrick volvió con sus palabras. Ahora no solo venía a mi mente el tema de los niños y la boda, sino también los paseos en familia, el mantenimiento y el manejo del patrimonio. Eran tantas cosas en las que pensar, tantas de ellas que me causaban una leve repulsión, que perdí el apetito y me marché dejando media copa llena de helado de chocolate.
De regreso sus palabras, las únicas ligeras y livianas en el día, volvieron a mi mente. «Llámame si quieres», dijo, ¿pero qué tan cierto era?¿Qué significaba? ¿Quería decir que tenía permiso de llamarlo para compartir la culpa? ¿O debía pensar que era solo una frase lanzada para evitar que me echase a llorar? No lo pensé demasiado. Simplemente busqué y marqué su número de entre mis contactos. Ya tenía una excusa preparada, por lo que mi voz no sonó nerviosa al lado de la suya ronca y masculina, viril. Estaban igualadas, lo que me hizo sentir orgullosa de mí misma por no ceder a las emociones. Un noventa por ciento de mí quería echarse a llorar en un rincón.
─¿Marie?
─Hola.
─Hola ─dijo─. ¿Cómo estás?
─Mal ─admití.
─Dime dónde estás.
Le di la dirección.
Hola.
¿RIP #TeamPat?
Mañana les hago una nota mejor ♡
Gracias por sus votos y comentarios.
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