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Capítulo 26: Pude verme.

Suecia, Estocolmo

Pasado

Esta vez no nos quedamos sin hacer nada en su apartamento. Esperé en la sala que se cambiara para ir a ensayar. Mientras tanto me entretuve fisgoneando en su computador. Se suponía que estaba revisando mi propio correo electrónico con mensajes de Gary por doquier, pero en su lugar jugué al solitario hasta que una ventanilla en la parte inferior de la pantalla llamó mi atención. No era el mensaje completo, pero sí un resumen de él con el nombre del emisor que desapareció a los segundos. No lo suficientemente rápido como para que no pudiera leerlo:

«De: Harry Stuart.

Asunto: Hola, belleza.

Marie, ¿cómo estás en Suecia? ¿Y si te visito? Me encantaría pasar un tiempo a solas contigo. Te... ».

Arrugué la frente. ¿Te amo? ¿Te extraño?

¿Te debo dinero?

―¿Qué haces?

Me estremecí. Su voz venía del pasillo. Cerré el portátil antes de que pudiera descubrir que de cierta forma espié su correo. Cuando la miré no pude evitar que el nombre Harry Stuart apareciera grabado en su frente como un tatuaje, ¿quién mierda era? ¿Una rosquilla como su compañero de baile? ¿Un admirador? ¿Un novio en Inglaterra que no mencionó porque nunca le pregunté si estaba soltera?

¿Debía preocuparme eso?

«No, claro que no», le respondí a mi subconsciente, valores y principios al recordar que esto entre nosotros era temporal y que ella no era un drama andante como otras mujeres que preguntan cada cosa.

Definitivamente yo no sería así.

―Eh... ―Me levanté pasando una mano por mi nuca―. Nada.

Entrecerró los ojos―. ¿Nos vamos?

―Por supuesto.

Tomé mi maleta y nos conduje hacia nuestro destino sin apartar mi mano de su espalda baja. Su ropa dejó de ser clásica para abrir paso a sus licras de baile bajo un abrigo de piel. Odié que su cabello estuviera preso dentro de una cola de caballo, pero amé la forma en la que sus pómulos y labios resaltaron a través de esto. En la Escuela de Ballet Eriksson nos dirigí al mismo salón en el que practicaba con Ginger.

No conseguí escapar de las miradas hambrientas de las niñas rubias.

―Henry, Dios ―murmuró cuando por fin escapamos de ellas―. ¿De verdad no puedes controlarlo? Es algo molesto a veces. ―Marie se sonrojó―. Digo, para ti debe serlo.

Le ofrecí una mirada sin entender―. ¿El qué?

―Las endorfinas.

Reí revolviéndole el cabello mientras entrabamos, lo cual la enojó y me costó una porción de piel que me arrancó de un mordisco. Agité mi mano. ¿Por qué siempre tenía que ser tan salvaje? ¿No podía ponerse nerviosa como las demás? Seguro no sería tan bonita si sí, pero tal vez así ella no daría miedo la mitad del tiempo.

―Pues no. ―Le guiñé empezando a estirarme―. El efecto que causo en los demás es irremediable e imparable. No hay un botón de apagado en eso.

Puso los ojos en blanco―. Suponía que dirías algo así, ¿no podías ahorrártelo?

―No. ―Sonreí atrayéndola hacia mí―. Quería saber si te molestaba.

―¿Querías?

―Quería ―afirmé.

―¿Ya no?

―Ya no lo necesito. Sé la respuesta. ―Encendí el reproductor―. Sé que sí.

Marie boqueó como un adorable pez molesto para contestar, pero no se lo permití. La callé juntando sus labios con los míos y empezando a movernos como sí bailásemos una balada. No conocía mucho de ballet, es decir, de lo que ella hacía. Había tomado unas cuantas clases a lo largo de mi vida. No tantas como para ser un profesional, sino un número que bastó para satisfacer mi curiosidad y dominar pasos que captaron mi atención al ser aplicables en mis coreografía. Aunque sus labios hoy supiesen a fresón y caramelo, esto se trataba de que podía ayudarla.

Podía darle el impulso para elevarse.

―¿Cómo se llama la canción? ―susurró en mi oído como si no quisiera interrumpir la letra.

Sostuve su mano en el aire mientras giraba―. In This Shirt.

―Es hermosa.

―Es perfecta para ti. ―Para nosotros cuando esto hubiese terminado―. ¿Ya?

Asintió ligeramente antes de alejarse de mí. No sé de qué forma lo haría con Milo, pero a mí se me hizo fácil levantarla para que pudiera extender sus piernas como alas y después depositarla suavemente en el suelo. Marie con su gracia asociándose con mi fuerza logró imitar una y otra el aterrizaje de un ángel. Detesté al sujeto, al bailarín con el que compartía escenario, por no ser tan bueno como para merecerla. No era que yo lo fuera, pero al menos me esforzaba para serlo.

Si yo sí, ¿por qué él no? ¿No veía lo magnifica que era?

¿O siempre había sido cosa mía?

¿Siempre había estado tan hipnotizado con Marie que la ideé de una determinada manera? No lo creía. Ella era magia. Cada vez que mi destino se hiló por casualidad en la suya volví a creer en los trucos, en algo más profundo que una ilusión. El aura de polvo de hadas que en ocasiones parecía rodearla me lo confirmaba.

―¿Cómo te sientes? ―le pregunté bajándola de su último acto de confianza.

Lo que hizo una y otra vez aquí sin siquiera considerar que la dejaría caer era eso: un acto de confianza que yo valoraba. En especial cuando no estaba siendo del todo sincero con ella. Marie prácticamente desconocía todo de mí. No la culparía si de repente quisiera creer que era un idiota intentando dañar su competencia. 

Eso me hacía quererla de una forma enferma.

Sí. «Querer». Ya aceptaba que la quería y que estaba siendo más que un simple romance con ella. No fue fácil. Tuve que estar dispuesto a ser golpeado hasta la saciedad para terminar de acostumbrarme a la idea de estar enamorándome. Pero era eso, decírmelo a mí mismo de una buena vez, o esperar la próxima y posiblemente más cruel forma de abrirme los ojos que la vida me tendría preparada.

Quizás un accidente, un error, cualquier método violento.

No deseaba eso para nosotros. Lo que quería era acabar con el festival aquí en Suecia, tener su dirección en Inglaterra y trasladarme a dónde sea que estuviera para acosarla como un psicópata asesino violador hasta que tengamos algo más. Una relación, un compromiso, citas con exclusividad, no sabía en concreto qué sería ese «algo más». Solo sabía ella debía estar en él.

―Un poco agitada. ―Colocó su frente en mi hombro―. ¿Tú?

―Obsesionado. Enfermo. Angustiado ―respondí haciendo que abriera uno de sus ojos para mirarme con preocupación. Fuera quién fuera Harry Stuart, no lo escondería más―. ¿Sospechas qué me tiene así?

Negó deshaciéndose de mi agarre―. No, pero iré a buscarte una medicina en...

La atraje a mí de nuevo. Quizás se trató de un nuevo labial con sabor, pero sus labios nuevamente me supieron a caramelo y fresón. Sus piernas, firmes y flexibles, se envolvieron en mi cintura cuando la animé a hacerlo. Una de las razones por la que pensaba que era la indicada era esa, el cómo se moldeaba a mí como si hubiera venido a este mundo a mi medida. Y el hecho recién de que pareciera sentir lo mismo. Sin preguntas, sin vacilación, sin titubeos. Marie solo saltaba.

―No encontrarás nada allá fuera que me sirva. Tú me tienes así. ―Junté mi frente con la suya―. Lo gracioso del asunto es que... ―Tuve que aclarar mi garganta. No se lo diría en una voz ronca de pervertido―. Solo tú puedes curarme, ¿entiendes el chiste? Me tienes enfermo, pero solo tú puedes aliviarme ―dije acariciando sus mejillas con las yemas de mis dedos―. Te quiero.

―Henry...

Cubrí su linda boca con mi dedo―. No respondas.

―¿Por qué no?

―Porque no quiero que lo hagas, Marie. No quiero que lo digas hasta que sea definitivo. ―Me separé de ella para ir hacia la puerta y asegurarme de que estuviera cerrada con pestillo. También nivelé la luz―. No soportaría que cambies de idea, princesa.

―Henry ―gimió tomándome por sorpresa al lanzarse contra mí―. Gracias por esto. A pesar de que estoy prácticamente sola en esta ciudad, nunca me he sentido tan acompañada. Es... maravilloso.

Mi sonrisa flaqueó al ver el brillo desaparecer ligeramente en su mirada. ¿A qué se debía? Fuera lo que fuera, Harry Stuart al parecer no era tan bueno resolviéndolo. Teníamos una oportunidad. Yo sí lo hacía. Marie lo dijo, así como yo también podía decir lo mismo. Estar a su lado era estar acompañado.

La apreté más contra mí―. Lo sé.

Su aroma me invadió apenas nos rebajamos a retozar en el suelo de madera. A los segundos mi mayor anhelo fue que la pasión en sus besos, el cariño en sus caricias y la suavidad de su piel fueran sensaciones que jamás se apartaran de mi lado. La sostuve mientras se aferraba a mí haciéndome suyo. Más suyo. Previamente la había desnudado con delicadeza para luego besar y mordisquear sus pechos al tenerla juntándonos en mi regazo, lo mismo que ella hizo conmigo para dejar sus marcas en mi cuello mientras me montaba. No fue como las otras veces que hemos estado juntos. Cada gemido y exhalación suya se grabó a fuego en mi mente, así como también cada curva y línea de su figura. Pero que fuese hecho con más dedicación no impidió que nuestra química surgiera de nuevo. Sus uñas arañando mi espalda y mis manos aferrándose a su cintura con fuerza, tal vez ocasionando uno que otro cardenal, eran pruebas.

Estalló unos segundos antes que yo, pero no tardé en seguirla.

―Tenemos la mejor sincronización ―fue lo primero que dijo riendo.

La acerqué abrazando sus caderas. También reí―. Así es.

Marie echó su cabello a un lado con un elegante movimiento que me hizo querer pasar mis manos por él―. ¿Qué piensas hacer conmigo ahora? ―Trazó círculos en mi pecho―. ¿Seguiremos ensayando o saldremos? Sería feliz con cualquiera de las dos.

―Ambas ―contesté alcanzando mi ropa interior―. Te alimentaré y después...

Se mordió el labio―. ¿Me alimentarás?

Junté las cejas. ¿Usó la voz Lolita conmigo?

Negué para mí mismo, apartando sucias ideas.

―Sí, te llevaré a un restaurant y pedirás o te pediré algo de comer. Depende de qué tan quisquillosa estés al respecto. ¡Marie! ―me exalté cuando, ya yo de pie, con un ágil movimiento se arrodilló debajo de mí, llevándose mi miembro semierecto a la boca sin dilatación. Seguía tan desnuda como yo. Sus pechos se bamboleaban cuando se apartaba para después engullir poco más de la mitad―. Joder. ―Envolví mis dedos en sus rizos negros―. Marie... ―Me derrumbé cuando me miró a los ojos con fingida y diabólica inocencia. La mujer era un arma en funda de seda―. Marie ―gruñí su nombre convertido en rezo―. Marie.

«Joder».

Acabar en su boca no fue tan bueno como hacerlo en su cálido interior. Me picó el hecho de que claramente los dos, ella, lo habíamos hecho antes con otros, pero ello no quitó que me resultara increíble. Al enderezarse me dirigió una seductora sonrisilla que prometía mil y un placeres similares. Tragué viéndola recoger sus prendas y dirigirse a uno de los pequeños baños del salón. Entendía que quisiera privacidad, así que noqueado como estaba me encaminé al de hombres. Ya no cojeaba y mis heridas solo dolían si las presionaban.

Parecía que literalmente ella era mi cura.

En el aseo me derrumbé unos instantes sobre la pared de baldosas. Por más que quisiera llevarlo en paz, ella reclamaba tanto de mí que mi temor más grande era quedarme sin nada.

O peor; con un vacío que solo la misma Marie pudiera llenar.

―No sabes cómo odio esto. ―Al salir levanté lo que pretendía imitar el pelaje de un oso polar―. No me deja ver nada de ti, Marie. Es como estar junto a un animal muerto. Es algo terrorífico.

Sus hoyuelos aparecieron―. Los abrigos de piel nunca pasan de moda.

―¿Por qué? ¿El espíritu del animal refuerza el colágeno?

Me abraza―. ¿No te parezco adorable?

¿Adorable como un oso de felpa? No.

¿Adorable como un oso disecado? Sí.

―No lo sé... ―La abracé de vuelta y así, como osos cariñoso, salimos a la calle. Nos iba a dar diabetes en un futuro próximo―. Mierda, ¿qué digo? ―Besé sonoramente su frente ante los demás peatones y su desconcierto―. Claro que sí.

Gracias a Dios esta vez pude elegir el sitio sin tener que tener en consideración su estrecha opinión, al menos al principio. La idea era impresionarla. Fuimos a Kottbullar, un local grande al estilo galpón y comedor. Ya que me dio esa libertad pedí dos platillos de la especialidad de la casa. Las albóndigas tenían cebolla rallada en su interior, eran fritas e iban acompañadas de su salsa especial, puré y arándanos azucarados. Comí aquí mis primeros días en Estocolmo. Me encantó. La mirada aterrorizada de Marie, sin embargo, era todo lo contrario a lo que quise lograr.

Pensé seriamente que lo había hecho mal hasta ver su expresión al tomar un bocado y entender la razón de su incomodidad, no desagrado―. Debe ser él quién levante su peso en hierro por las mañanas, no tú quién altere su alimentación y juegue con su salud para que el idiota pueda levantarte bien. Si no puede que se vaya a la mierda. Consigue a alguien mejor.

Desvió la mirada dándole un trago a su jugo de naranja―. No es así de sencillo.

Sabía que no. Probablemente ya estaba emparentada con él, pero no dejaba de mosquearme que no comiera. De verdad no dejaba de preguntarme cómo era posible que la forzaran a cambiar cuando para mí era tan fascinante así.

Justo así. Excesivamente tranquila, pedante, quisquillosa. Sin cambios.

―Fue así de sencillo levantarte ―contraataqué apretando su mano con la mía―. Estás bien. Me encantas y no lo digo porque te quiero. ―Intenté no hacer una mueca. Seguía siendo difícil decirlo en voz alta sabiendo que no tendría una respuesta―. Ellos opinan lo mismo. ―No me importó que fuera de mala educación, señalé a cada uno de los sujetos que habían dejado de prestarle atención a sus acompañantes para verla. La mayoría se avergonzó cuando los miró. Otros intentaron engatusarla con guiños y «llámames»―. ¿Ves? Eres lo que cualquiera quisiera.

―En el escenario es diferente.

―Sin duda ―le di la razón―. En el escenario eres lo que todos quieren.

Marie comió tranquilamente tras ello. Disfrutó de la comida con actitud relajada. Me dolió pensar que seguramente como seguramente nunca lo había hecho. Como me pidió que no la dejara sola el día ese día en particular, decidí pedirle que fuera deteniendo un taxi mientras yo pagaba sin tenerle que vender mi alma al diablo. Había mandado al traste las lecciones de saltos en la tarde porque consideraba que podíamos gastar nuestro tiempo en algo mejor, en nosotros, y que la culpa era del rosqui, no suya.

―¿Adónde vamos? ―preguntó dentro del auto.

―Al Djurgården ―le respondí pasando un brazo por sus hombros 

El chófer asintió a través del parabrisas alescuchar. Aunque el viaje fue corto, Marie se quedó dormida hasta que tuve quedespertarla para que nos bajásemos. Nos guiamos mutuamente a través de pasillosde tierra, obras de arte y museos hasta acabar en el parque de atracciones.Durante el trayecto aprendí a amar otra cosa de ella; su risa. Pero no la mal intencionaday forzada, sino la que viene directamente de su niña interior emocionándose hastacon el más mínimo detalle. Esa que a su vez despierta la alegría en otraspersonas con tan solo oírla, incluyéndome. Como nos tomamos nuestro tiempo enel zoo, dónde terminó comprándose una chamarra ecológica en la tienda deregalos porque uno de los animales confundió su abrigo con un amigo muerto, ymerendando bollos de canela en el una cafetería casera rodeada de jardines de rosasen la que sirven café orgánico, terminamos en el a tiempopara ver las luces de los juegos encenderse al caer la noche.

―¿Por dónde quieres empezar?

Le dio un mordisco a su algodón de azúcar―. ¿Qué te parecen esas?

Seguí la dirección de su dedo. Eran las sillas. Se elevaban bastante alto. No era una atracción para niños, sino para adolescentes y adultos con agallas. Tomé su mano, entrelazando sus dedos con los míos con naturalidad, y nos acerqué a la fila. No había muchos delante de nosotros. Solo debíamos esperar a que la vuelta terminara.

Decidí robarle unos mordiscos de su algodón mientras tanto.

―¡Henry! ―protestó dándome un golpecito en el abdomen―. Es mío.

Inflé una de mis mejillas, dónde quedaba algo de la nube rosada, sintiéndome imbécil pero feliz―. Entonces tómalo.

Marie aceptó el reto colocándose de puntillas y acercando sus labios a la comisura de los míos. Lamió pausadamente sin posarlos por completo sin juntar por completo nuestras bocas. Me estremecí queriendo besarla, pero cuando decidí dar el paso las rejillas se abrieron con un sonido mecánico y el encargado nos informó que ya podíamos pasar, pero que para ello Marie debía arrojar su algodón en la basura. La rabia de la interrupción solo pasó cuando se sentó junto a mí en la atracción y fui testigo de la fascinación en sus irises oscuros. En ellos pude ver Estocolmo cuando estuvimos en el aire. Pude ver millones de sentimientos pasando por ellos como diapositivas de una película antigua. Pude ver, entender, que no estaba solo. Pude ver mi algo más. Pude ver y sentir cómo serían mis días si conseguía que los pasara a mi lado. Pude ver mi futuro con ella, respuestas que ni siquiera estaba buscando. Incluso pude verme a mí mismo enamorándome más y más cuando me enfocó con una sonrisa satisfecha, complacida y agradecida por encontrarme que jamás olvidaría.

Pude verme con ella.

Hola c:

Lamento el retraso de un día, sentí que le faltaba al capítulo ;-;

¿Qué tal les parece el romance-pasado de Ry y Marie? A mí me dan ganas de llorar cuando escribo.

Ganadora del capítulo: sanfela. "Que compren televisores" 7u7.

Preguntas para ganar el próximo capítulo: ¿Quién creen que aparecerá cerca del tubo de Marie?

Abrazos, hasta la próxima semana ♡

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