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Capítulo 25: Intercambio de información.

Brístol, Inglaterra

Presente

Corrí tras ellos sin detenerme a pensar qué estaba haciendo. Simplemente lo hice. Me sentía libre, separada de un grillete que por años estuvo reteniendo una parte de mí. Una que los que me conocieron después de tenerlo jamás han visto. Mags y Hugo, los más cercanos a mí por las horas que pasábamos juntos, notaron mi repentino cambio desde el comienzo de la clase, pero ninguno de los dos opinó al respecto. Quizás temían decirlo en voz alta por miedo a que el efecto desapareciera, algo así como cuando te piden revelar el deseo que pediste el día de tu cumpleaños. Quería animarlos a desprenderse del temor, pero yo también lo tenía. Ryan y yo bailamos sin parar en el garaje, tanto que terminamos montando media coreografía, y eso definitivamente contó como la oficialización de nuestra nueva relación basada inicialmente en limar las asperezas del pasado. Y fue tan lindo, genial lo que vivimos como bailarines junto a los cargamentos, que volver a lo de antes sería resignarse a pisar la tierra tras conocer el cielo.

Al acabar la sesión grupal con los chicos, dónde los puse a trotar por Southville uno tras otro al mismo ritmo como otra de mis técnicas para mejorar la sincronización, me reuní unos quince minutos con Sad, quién hacía malabares con sus gemelas pelirrojas mientras me pedía un favor, y regresé al salón para encargarme del dúo de Mags y Hugo. Ya lo hacían estupendamente. No podía estar más orgullosa de ellos. Ganaran o no, ni siquiera sus madres los aplaudirían como yo.

Estaba por salir para irme a la agencia de Rachel, desde la mañana me estuvo llamando para que almorzáramos juntas, cuando pasos rápidos hicieron que dejara de retirarme la falda para ver a quién se le quedó algo. Me llevé una gran sorpresa al notar a Mags, sollozando, dirigiéndose directamente hacia mí. No lo pensé dos veces y la abracé de vuelta. ¿Qué le habían hecho ahora? Como adulta responsable e imparcial, no podía ir halando orejas por la vida. Pero como mujer que entiende a la perfección lo cruel que puede llegar a ser el mundo para los débiles de corazón, la consolé.

―Mags, cariño, ¿qué sucedió? ―Intenté que no se notara que me sentía un tanto incómoda siendo la buena de la historia―. ¿Por qué lloras?

Me miró con sus grandes ojos marrones llenos de lágrimas―. Lo hizo de nuevo, Marie. ―Hipó―. O bueno, en realidad no hizo nada. Nunca hace nada.

No hacía falta preguntar a quién se refería―. Hablaré con Hugo, ¿sí?

―No. Déjalo estar ―arrastró las palabras apartándose de mí―. No importa.

Arrugué la frente―. ¿Cómo qué no? Sé que no puedo ponerle un dedo encima, pero te diré cómo patearle el trasero. ―Le sonreí cuando se echó a reír entre moqueos―. Será divertido.

Mags barrió las lágrimas lejos de su rostro. Había estado tan tranquilo todo hoy... ¿por qué mis alumnos adolescentes debían ser tan hijos de puta?

―Seguro que sí.

―¿Eso quiere decir que tenemos planes?

―No, no, tranquila. ―Agachó la mirada. Aparentemente sus zapatillas eran más lindas que mi cara. Siempre era así―. Lo siento por molestarte, sé que tienes que ir a tu otro trabajo. Yo solo... yo solo necesitaba...

«Calor y comprensión», entendí entre líneas.

―No te preocupes ―le resté importancia para no hacerla sentir peor―. De todas formas iba a practicar una o dos veces un bailecito que me ha tenido pensando.

―¿En serio?

―Sí, ¿quieres quedarte a verlo?

Mags asintió como loca, repentinamente emocionada, y fue corriendo a buscar sus cosas en el banco del pasillo en el que las había dejado. Cuando volvió la tomé con la guardia baja pidiéndole que lo intentara conmigo. En un principio le dio vergüenza, pero su pudor se desvaneció al prometerle que podría aportar pasos y algún que otro toque suyo.

What If I Told You de Jason Walker comenzó como un solo, pero terminamos convirtiéndolo en un baile de dos que iniciaba con pasos de antaño dedicados al placer del roce en el vals. Unimos nuestra experiencia en ballet y jazz en lo demás. En contra de mis palabras, no fueron dos veces las que ensayamos. Repetimos la canción al menos en ocho ocasiones. Terminamos memorizándonos los pasos. Al principio fue difícil por la complejidad de los movimientos suaves, muchos de ellos tomaban su tiempo, pero cuando entendimos que una era el espejo de la otra, nos dejamos ir por la melodía y nos fijamos en los pies de nuestra alma gemela al olvidar algún próximo paso. No fue una experiencia similar a estar con Ryan, Mags no era nada como el explosivo y cavernícola hombretón, más jamás había logrado sentirme tan ligera y en confianza como me sucedió con ella. Aunque yo la estuviese guiando, hubo momentos en los que no pareció así. Mags tenía un corazón labrado para el baile en general. Para el ballet, sin embargo, toda ella estaba hecha. Definitivamente no era como yo, no tenía una parte de sí en cada lugar, y allí el problema-virtud.

Cuando finalmente nos despedimos en la parada de autobús, yo por estar yendo hacia la St. Victoria y ella por irse a casa a cambiar para el colegio, la incógnita de lo sucedido entre Hugo y ella se hizo más desconcertante. Después de haber compartido a tal extremo como yo lo hice con ella, ¿cómo podía deshonrar su talento así? O yo me equivoqué y el trigueño era idiota de pies a cabeza o...

O había sentimientos más fuertes involucrados, demasiado para sus pequeñas mentes juveniles, de entre los cuales se hallaba un ego roto que no quería reconocer que se estaba enamorando.

Sonreí. La experiencia se me hacía remotamente familiar.

―Llegas tarde. ―Fue lo primero que dijo mi obstinada hermana cuando llegué a su mesa en la cafetería cercana a la agencia―. Pero supongo que me lo merezco por no haberte dejado más opción que irte con Ryan anoche, ¿no?

―Estás en lo correcto ―susurré dejando mis cosas en la silla junto a mí, pues al lado de ella estaba George. El hombrecito ya iba a cumplir un año y cada vez que lo veía lo notaba más grande―. ¿Nathan no pudo con él hoy?

―No, tiene cosas que hacer ―respondió agitando la mano en el aire―. Volviendo al tema de anoche, ¿por qué no me cuentas cómo...?

―Deberías comenzar a pensar en meterlo en la guardería ―la interrumpí.

Sacarme información no sería tan fácil.

―No. Me dolió meter a Madison tan pequeñita, no haré lo mismo con él.

Mi sobrino debía estar en contra de la idea, pues agitó su sonajero antes de escupir el chupón y ponerse a berrear. Con una paciencia que no entendí, que posiblemente tampoco poseía en ninguna de mis versiones alternas, tomó al renacuajo de su silla y le dio pecho, colocándose una manta sobre el hombro para cubrirse, sin importarle su mala educación al interrumpir una conversación de mayores. Georgie succionó como una sabandija feliz.

―¿No está muy grande para eso? ―seguí desviando el tema.

―No, no lo está. Sus médicos dicen que por un tiempo más no le hará daño. ―Me observó con gesto interrogante. Reí sin importarme la discreción. Rachel y su harén de pediatras dominarían el mundo de escribir un libro sobre maternidad―. En fin, Déjalo comer en paz que él no te interrumpirá cuando tú lo hagas. Es un niño muy educado, ¿no, Georgie? ―La criaturita sonrió con su pezón en la boca. Hice una mueca. ¿Eso era normal?―. Ahora, Marie, regresemos a ti y lo que pasó ayer cuando...

Señalé un afiche de Marilyn Monroe―. ¿El dueño tendrá una obsesión?

―¡Marie!

―¡Rachel!

―¡George! ―gritó cuando, suponía, le mordió por el susto.

Confirmé mis sospechas con su expresión de sufrimiento bajo tortura. Acaricié la naricita del pelinegrito cuando me lo dio para poder reponerse sin él en brazos. Pobrecito. Lo que tenía que soportar de su madre... No importaba. Él me tenía a mí. Su tía que siempre lo querría por darle su merecido a Rachel Van Allen. Por más refrescantes que terminaron siendo nuestros momentos juntos, estar a solas con Ryan pudo terminar en desastre. Y no cualquier desastre, sino en un terremoto que, no contento co los resultados, desataría un tsunami que barrería con los escombros.

Complacida con la venganza que libró, aclaré mi garganta―. Fue bueno.

―¿Qué? ―Dejó de amasarse el seno con pudor, cosa que debía hacer que le doliera más, para regresar su vista gris a mí―. ¿Ryan?

―Sí. Fue bueno ―repetí.

De repente cualquier rastro de dolor desapareció de su rostro―. ¿Lo dices en serio? Es decir, ¿no se mataron? ―Negué. Sabía que había dormido casi nada, ¿pero tan mal me veía que parecía zombie?―. ¿No pasó nada... malo?

Detuve al mesero para ordenar. No respondí hasta que se marchó―. Nada malo. En serio. Hablamos de lo que sucedió antes y de lo que sucedió después. ―Apreté su mano cuando palideció―. Puedes estar tranquila. Ya lo arreglamos.

―¿Segura?

―Sí, segura.

―¿Segurísima?

―Segurísima.

―Pues... ―Sonrió con nerviosismo, signo de que la tomé por sorpresa. Juraría que no tendría esa cara si le hubiera dicho que me iba a casar con un príncipe húngaro―. Me alegro por ustedes, Marie. No sabes el peso que me quitas de encima. Ya no tendré que estar todo el tiempo pendiente de si ya se han asesinado.

―Créeme que sí sé. Pero Rach, eso no es todo.

Levantó las cejas―. ¿Pasó algo más?

―Sí. ―Rodé los ojos ante su expresión pervertida―. No es nada de lo que estás pensando. ―Que mi jefa fuera mi hermana me daba cierto privilegio de insultarla a mi antojo fuera de horario―. Bailaremos juntos, Rach. Ryan terminó conociendo a los dueños, los cuales nos unieron para tener su dúo estrella en la competencia.

―Mierda. ―Se echó hacia atrás, desconcertada, en su silla―. Me estás dando demasiadas sorpresas en un día, Marie. No sé si eso es sano para mí y el... Oye, estas emociones fuertes me han dado hambre otra vez, ¿qué pediste?

Abrí los ojos como platos, reteniendo el impulso de cubrirme la boca porque George estaba felizmente dormido en mi pecho―. ¿Para ti y quién?

Rachel sonrió―. No serás la única impresionando por aquí.

―¿Para ti y quién? ―insistí.

Sus comisuras se curvaron más. ¡¿Por qué no lo soltaba de una vez?!

―Para mí y el bebé.

―¡¿Qué?!

―Sí, Marie. Como lo oyes. ―Me robó una papita frita cuando el mesero apareció con mi orden―. ¡Nathan y yo estamos embarazados de nuevo!

El joven que, por su expresión consternada, llevaba trabajando allí el tiempo suficiente para conocer ya a los dos pequeños y muy seguidos hijos de mi hermana, abrió la boca tanto como yo. ¿Embarazada de nuevo? ¿Tres niños? Negué sin creer su amor masoquista por el proceso que me prometió no repetir hasta que Madison y George fueran más grandecitos. Le devolví a este último para intentar comer en paz. ¿Ella no sentía lástima por su... vagina? Tantos elefantes saliendo de su madriguera de conejo podrían causar daños irreparables.

―Felicidades ―murmuré cuando nos dejaron solas.

―Es absolutamente genial, ¿no crees?

―Claro.

―Eres la primera en saberlo. ¡No sabes cuánto me moría por compartirlo con alguien! Tengo un mes y medio más o menos. Ya hemos ido al médico y abierto un nuevo caso, ¡Nathan está tan feliz! ―exclamó―. No quiero contarle a nadie todavía. Siempre es mejor esperar a los tres meses, ¡pero ains! Debía decirte o explotaría.

Junté mis cejas. Así que Patrick sabía...

―Estoy alegre por ti ―seguí haciendo que mi voz sonara extasiada y no preocupada. Aún no lo terminaba de asimilar―. Por ti también, futuro hermano del medio a quién nadie recordará. ―Batí la manita de George―. Excepto yo, tu tía favorita, que te entiendo a la perfección.

Rach rodó los ojos―. No seas tonta, sabes que Loren y yo te adoramos ―dijo con el cariño que destilaba al pasar al plano familiar, a su mundo de fantasía en el que todos nos adorábamos mutuamente―. En fin, Marie, ahora hablemos de trabajo, ¿sí? Tenemos pendientes.

Le di un mordisco a mi sándwich―. Dime en qué soy buena.

Lo meditó, lo meditó más y después lo lanzó como una granada―. ¿Qué tan cierto es que tomaste clases de Pole Dance? Y... ―Cortó mi respuesta, responsabilidad de Cleo, de meterse el palo de aluminio por el culo―. De ser cierto, ¿qué tan buena eres?

No pude responder a su tono serio con sarcasmo, así terminé aceptando formar parte del show para sacarla de un apuro de despedida de soltero que también me concernía. Serían solo dos canciones, me prometió; una dirigida al público masculino y otra al comprometido. La idea en sí no me entusiasmaba. Solo pensarlo me causaba náuseas. Pero Rachel, aún siendo la dueña de la agencia de festejos, una que otra vez tuvo que hacer sus sacrificios. Sería injusto negarme de buenas a primeras.

Ella también me dio la opción de conseguir el tipo de bailarina exótica que el padrino de la boda quería, una mujer elegante y de buen porte, pero al pasar veinte minutos comprobé lo que intuía: nadie se encontraba disponible, detalle del que mi hermana debió haber sido consciente al momento de darme la noticia. Suspiré en mi puesto de oficina, un cubículo de cuatro paredes junto al que algún día perteneció a Cristina, al resignarme a mi sensual destino. Al menos mi jefa tuvo la decencia de darme la oportunidad de salvarme hallando a alguien más que ocupase mi asiento en el autobús borracho, cachondo y próximamente casado.

En vano, pero al menos eso.

―Toc, toc.

Alcé la vista para encontrarme a Luz, la genial Luz, apoyada en el marco de plástico, cartón o de lo que estuvieran hechas las paredes falsas―. ¿Qué haces aquí?

La sonrisa en su rostro desapareció. Lo que usaba, un vestido verde pino de cashmere con cuello de tortuga, se opacó todavía más sin ella. Sus bucles dorados acabaron siendo lo único que le daba luz al atuendo.

¿Por qué vestía tan oscura? ¿Ella no tenía prohibido usar esos colores?

Luz era un arcoíris andante.

―¿No estás feliz de verme?

―¿John y tú pelearon? ―pregunté lo primero que se me vino a la mente.

Frunció el ceño―. Si lo hicimos me acabo de enterar, ¿por qué preguntas?

―Pues... ―La recorrí de pies a cabeza con la mirada. Intenté en lo posible no parecer una sádica, pero por su sonrojo supe que fallé―. Te ves diferente.

―Ah ―soltó cayendo en cuenta―. No te preocupes. Sigo felizmente casada. Solamente me vestí de acuerdo a las circunstancias. No sabía si te gustaría llamar la atención mientras...

―Vamos a comprar lencería ―la interrumpió mi hermana con un par de gafas puestas, George dormitando sobre su pecho en su bolsa de canguro y con la que venía siendo la tarjeta de crédito de Nathan en mano―. No creíste que te iba a dejar en esto sola, ¿o sí?

Tomé mi chaqueta de cuero de la silla al levantarme. Me cambiaba y aseaba en los baños de Collingwood antes de venir―. Por supuesto que sí. Eso habría sido muy tú.

―Por supuesto que no. ―Se hizo a un lado para dejarme pasar―. Soy la mejor hermana del mundo. ¿O no, Luz?

―Eres una... cuñada muy amable ―se limitó a responder la rubia.

Rachel, exasperada, nos adelantó a grandes zancadas. Reímos cuando la vimos pelear con el botón del ascensor que nos llevaría al estacionamiento subterráneo. Su mal carácter podría tener un motivo con título de película: «Mi cuerpo cambia y no me soporto ni a mí misma, parte tres, el regreso de la conquista de las hormonas». De camino fue más de lo mismo; ella gruñendo incoherencias por doquier y nosotras conteniendo la risa. En la tienda, un local absurdamente escondido en las profundidades de Brístol, fue que se calmó antes de que la bomba estallara al no sentirse cómoda con ninguno de los modelitos con corsés y ligueros que se midió. Pero Dios, ¿quién se sentiría bien consigo misma sabiendo que en unos meses, con la presión, el atuendo podría estar asfixiando a un ser vivo inocente de la depravación que lo creó y luego lo torturaría? No se me ocurría nadie.

Luz y yo, por nuestra parte, nos limitamos a comprar bragas de algodón para el día a día, sujetadores con lindos estampados y a seleccionar mi disfraz para la noche. El trajecito con plumas negras, afortunadamente no un corsé, se ciñó a mi cuerpo como si hubiera sido especialmente creado para mí. Parecían mías, no tela estratégicamente esparcida.

Listas, nos dirigimos a la caja dónde Rach discutía con la dependienta por no tener tallas más grandes, ideales para cumplir con sus expectativas, pese a que cada cosa que se probó haría que Nathan babease.

―No creo que lo lleve bien esta vez. La experiencia no siempre hace al maestro.

Detuve mi andar para observar a Luz. Al parecer no era la única que lo pensaba―. ¿Ya lo sabes? ―Asintió. ¿Rachel me mintió cuando me dijo que era la primera en saberlo? ¿O le había contado mientras no veía?―. ¿Cómo te enteraste?

―Nathan.

―¿Nathan te dijo?

―Nathan le dijo a John, John le contó a Kevin... ―La sonrisa volvió a sus labios pensar en sus dos hombres dorados. No la culpaba. Dejando de lado su comportamiento infantil, el mayor de los Blackwood la adoraba con su alma―. Y yo iba pasando, la puerta estaba entreabierta y simplemente escuché. Pero... ―continuó―. No le digas a Rachel. Sé que quiere darnos la noticia ella misma.

―Vaya... ―Así que el jardinero no podía mantener la boca cerrada―. ¿Qué opinas tú de eso? ―Algo en ello debió haberle causado gracia, pues soltó una risita baja de ratón. ¿Tenía algo en la cara y no me había dado cuenta? Madison no estaba cerca con su estuche de maquillaje de princesas, así que... ¿de qué me perdía?―. ¿Qué pasa?

―Nada, Marie. ―Ladeó la cabeza―. Es solo que me alegra saber que Louise tendrá alguien de su misma edad con quién jugar.


¡Hola! 

Aquí les dejo capítulo para irme a dormir en paz con la luz del día. Me quedé sola en casa desde las 4 am y me dio miedo dormir porque empecé a pensar que alguien entraría en la casa a robar, así que me puse a escribirles capítulo ¬¬. Espero que les guste. 

Ganadora del capítulo: CasterAmapola

Para ganar el siguiente: Siempre me hacen reír con sus comentarios cortos. Lo dejaré a quién me haga retorcerme de felicidad o hacerme pis. Ew.

Gracias por sus votos y comentarios. 

Feliz inicio de semana 

Empecé otra nove:  https://www.wattpad.com/story/60203791-en-mi-falda-%C2%A9



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