Capítulo 22: Nigiri Zushi
Estocolmo, Suecia
Pasado
Nigiri Zushi en el centro de Gamla Stan no resultó ser lo que maldije mientras estuvimos en el taxi. Para empezar los meseros no eran los típicos pingüinos, sino modelos asiáticos que además de servir ofrecían sus cuerpos como bandejas. Dicha solicitud era inusual en las mesas de dos, no me podía imaginar cenando con Marie con un esqueleto en medio, pero bastante común en las familiares dónde mujeres celebraban a lo despedida de soltera. La decoración, por otro lado, era más moderna que japonesa y el menú contenía comida normal.
―Por aquí, señorita. ―El sujeto que preguntó por la reservación entrelazó sus codos con los nuestros sin pedir permiso. La miré por encima de su cabeza. Ella solo sonrió aguantándose la risa. ¿A este lugar la iba a traer su cita? Yo no era Cupido, pero seguro pude haber escogido mil veces mejor―. Tengan ustedes. ―Nos entregó dos menús antes traer una silla extra. Esta era más pequeña que las nuestras y más alta. Pese a ser de niños un adulto cabría en ella. Quise saber quién traería a sus hijos a un restaurant Yaoi―. ¿Pedirán o esperarán a su acompañante?
―Pediremos.
―Esperaremos ―dijo Marie al mismo tiempo.
―¿Pedirán? ―El mesero levantó una ceja―. ¿O no pedirán?
―Arroz thai, por favor. ―Era tailandés; mucho mejor que el frito chino y no crudo―. Para beber... ―Miré a Marie con la seriedad que requería el poder que estaba a punto de transferirle. Saber qué haría con él sería significativo dentro de nuestra relación jurídica―. Lo mismo que pida la señorita.
―Henry. ―Me ofreció una mala mirada. La estaba obligando a no esperar al impuntual y eso la enojaba―. Lo siento ―se disculpó con el muchacho que no hizo otra cosa que alzar más la ceja―. Lo mismo que el señor para comer. ―Le guiñé y gruñó―. Y dos limonadas. Gracias.
―Ahora mismo. ―Se inclinó y desapareció.
―Pensé que no te gustaba la tailandesa.
―No me gusta. ―Suspiró―. Pero no me apetece otra cosa.
―¿Me vuelves a explicar por qué estamos aquí? Es obvio que no es ni por la comida, ni por la compañía ―le pregunté señalando la silla alta vacía―. ¿Es por los modelos? ¿Es eso? ¿Te gustan?
Su mirada ganó el premio del mal.
―Eres libre de irte.
No le contesté porque claramente no estaba de humor y no quería ser un intenso. Limité mi escrutinio a admirar el arco de su cuello, cortesía de la intimidad que nos otorgaba nuestra ubicación alejada. Carecía de marcas pasionales para evitar una castración. Ella, pese a que se removía con mi atención, decidió hacerse la indiferente y leer la carta de postres. Esa fue mi oportunidad para evaluar cada centímetro de su belleza. Estar molesta o amargada con el mundo no quitaba que para mí fuera la mujer más hermosa sobre él.
El brillo en sus ojos penetrantes, su cabello aún más oscuro, la palidez de su piel, la forma en las mangas de su enterizo acentuaban sus clavículas, sus labios rojos... era un sueño.
Temporalmente mi sueño.
A la decepción de que el despertar fuera inminente se le sumó la de nuestras bebidas. Cambió al darle un sorbo. Al parecer el alcohol no era lo único que podía quemar la garganta. El arroz también fue una elección que valió la pena. Me dio esperanzas. Quizás visitar Asia no sería tan malo, cualquier cosa podría llevarme leña para la fogata y un kilo de arroz en la mochila. Y a Marie con sus limones, por supuesto.
¿Qué sería de mí sin su sensualidad y ganas de joder?
Estábamos tan bien en su casa: juntos, solos, encamados.
―¿Qué tipo de música te gusta? ―Estaba pensando en regalarle un disco―. ¿Clásica?
Sus labios se curvaron en una sonrisilla.
¡Al fin!
―No para todo...
―¿Entonces?
―Bailo de todo un poco y usualmente lo hago con música. Está difícil elegir, amor. ―Adoré el mote aunque estuviera impregnado de sarcasmo―. Sé más específico.
―¿Cuál cantas en la ducha?
―Aerosmith.
―¿Es coña?
Negó riendo y entonando el coro de Crazy. A los segundos lo hice con ella. Reír, no cantar. Y lo hacía tanto por la falta de talento como por mí mismo. Si Steven Tyler lo decía...
No tenía cómo contradecirlo. Estaba loco por ella.
―¡Marie! ―Un grito nos interrumpió justo cuando pensé que nos libramos de la discordia―. Dios, mujer, sabía que no pasaría mucho para que encontraras con quién hacer malabares. Al menos me hubieras dicho para traer a alguien también. ―La peluca dorada se enfocó en mí―. Oh, pero te entiendo, está muy guapo. Por cierto, un placer.
Por fortuna no era ni sueco ni japonés, sino inglés. En apariencia era alto y de músculos finos pero marcados. De la presentación lo recordaba con el cabello oscuro, pero aquello también debió haber sido una ilusión porque sus cejas eran pelirrojas. Su cita era el típico bailarín de ballet europeo.
―Henry. ―Estreché su mano―. Un placer.
―Milo ―se presentó asintiendo y escalando su silla alta.
―Ry, Milo es mi compañero de baile. No sé si lo recuerdas ―interrumpió mi contacto visual hombre a hombre con él―. Íbamos a celebrar haber quedado. ―Lo que por supuesto no pasaría―. Pero mientras más mejor, ¿no?
Le sonreí.
―Por supuesto.
Mientras discutían su próxima rutina, Marie le explicaba que yo formaba parte de los que restaban y me daba cuenta de que Milo no era competencia, no por potencial y sí por no estar en la misma liga, volví a centrarme en mi comida. El arroz había sido servido en gran cantidad. El mío se agotó rápido pero Marie no pudo con su plato. A pesar de que ya no estaba resentido, me irritó que en vez de pedir para él comiera lo de ella. A Marie también pareció incomodarle que le hubiera quitado las sobras, pero por amabilidad no hizo nada, mientras que yo hervía. Tenía razones de más para hacerlo. Por su culpa no estábamos arrumados, interrumpió nuestra "segunda cita" y le robaba la comida a mi chica.
Podía ser pansexual si quería, y serlo no significaba que tuviera carta blanca para meter las manos en lo que no le pertenecía.
―Entonces, Milo... ―empecé a adentrarme en la conversación―. ¿A qué te dedicas?
―Colaboro con el negocio familiar ―respondió con un encogimiento de hombros y llevándose otra cucharada a la boca.
Fue una mala decisión preguntarle. De ahí la cena pasó de estar centrada en el festival a las minas de oro que manejaba su padre en Sudamérica y su amor por Francia, dónde practicó ballet desde niño y conoció a Marie unas vacaciones de invierno, y también de sus visitas al esteticista. No supe identificar quién estaba más cerca de ceder a la tentación y meterle una servilleta en la boca, pero sí que los dos estuvimos igual de aliviados cuando levantó su trasero y se fue diciéndonos que tenía cosas qué hacer.
Probablemente iba tarde a su sueño de belleza.
―Al menos baila bien ―murmuré feliz de estar solos para el postre―. ¿Quieres cerezas? ―Había un montón en mi helado. A mí no me gustaban, pero a ella la atrapé varias veces comiendo de un frasco en su casa―. Juro que no las he babeado.
―Ew, Ryan. ―Se estremeció―. No, gracias, suficiente tengo con esto. ―Apuñaló el pastel de piña con su tenedor―. ¿Crees que gane si me hago una pelota? Aunque bueno, tal vez así mis saltos mejoren.
Obvié su comentario inclinado a la desnutrición, solo lo hice porque me había encargado de que comiera bien todo el día, y apoyé mis antebrazos en la mesa.
―¿Problemas con los saltos?
―Sí, me cuesta mantenerme arriba.
―¿Qué tan mal crees que te va?
―¿Del uno al diez? ―No lo pensó mucho―. Siete.
―¿Te ayudo?
No me causaba felicidad que le fuera mal. Me alegraba encontrar una forma de verla y pasar tiempo con ella. No era que no fuera capaz de pedirle salir o careciera de agallas para ir de nuevo a verla, sino que quería un poco de esa sensación de compromiso.
No importaba si era debido a ayudarla a ganarme.
―Yo... uh, ¿no necesitas entrenar? ―La parte de mí que vino a Suecia a ganar le dio la razón, la que la acompañó a su cita por celos no―. No me malinterpretes, me encanta estar contigo y sería fabuloso tenerte como mi entrenador. ―No me creí que me lanzara una de esas miradas en público y con tanto descaro, pero lo hizo y me encantó―. Pero no quiero que esto... ―Nos señaló mordiéndose el labio con nerviosismo―. Sea un obstáculo para cumplir lo que vinimos a hacer. Conocerte fue genial, lo sigue siendo, pero no quiero que cambies nada de lo que eres o tienes en mente por mí. Primero tú, tu vida, y cuando termines ves si tienes espacio para meterme en ella.
Ante su discurso por la presidencia me dejé llevar por la emoción de lo fantástica que era. Mi memoria se encargó de almacenar el momento, cada palabra que mencionó, pero el resto de mi mente de plantear un problema:
¿Y si quería una vida con ella?
―Estoy seguro de poder hacer espacio. Moverme de más no me vendrá mal. ―Alcancé su mano y la estreché. Mi intención era no soltarla hasta que estuviéramos en la calle―. En serio, Marie, para mí no representa ningún problema. Y... aprecio bastante tu punto de vista. Es más, lo comparto.
―¿En serio? ―Sus ojos brillaron―. ¿No dejarás que el concurso nos afecte o al revés?
―No lo haré. Lo prometo.
―Gracias.
Mientras intercambiaba una pequeña sonrisa con ella, el mesero nos detuvo y nos separó llevándome a pagar la cuenta. No solo comía hamburguesa y comida rápida en la calle, también me gustaba lo bueno, pero muchas veces eso no entraba en mi presupuesto.
Como ahora.
Además de dejarme las tarjetas en el piso, mi efectivo apenas alcanzaba para cubrir los postres. Pero esta vez sí había sido intencional. Nunca imaginé que necesitaría tantos de los grandes en un día. A ella no le pediría dinero, así que le dije al cajero que iría por mi cartera a dónde mi prometida y la envié en un taxi para hacerme cargo de la situación. Cuando se fue intenté llamar a Sad y a Ginger, incluso a Broken, y ninguno contestó. Lamentablemente no tenía el número de Teresa o de otro de la compañía para evitar que ellos tuvieran el mío junto con la posibilidad de joderme con mensajes, así que me tocó jugármela contándole al jefe japonés la verdad.
―¿Qué quieres tú que yo haga? ―preguntó por fin tras escuchar mi historia, discutirla en japonés con sus amigotes y unos minutos de meditación―. Eres todo musculitos, señor Parker, pero no me sirves para nada. Lo tengo cubierto.
―¿Eso qué quiere decir?
Golpeó la mesa con furia samurái.
―O me paga, Parker, o me paga.
―Bien... ―Miré hacia todos lados menos en su dirección. La oficina de muebles de bambú y bonsáis era una recreación a escala de un vivero japonés―. ¿Entonces qué mierda quieres que haga? Ya pagué los postres, no tengo más dinero. Me estoy ofreciendo a traértelo mañana o a trabajar de friegaplatos y no quieres. ¿Qué hacemos?
―O me paga, Parker, o me paga.
Puse los ojos en blanco.
Joder, ¿por qué no podía hablar normal? Seguramente llevaba en Europa desde la Dinastía Tang de China y todavía no sabía manejar el inglés. Claro, estábamos en Suecia, pero según los carteles de afuera habían montones de Nigiri Zushi esparcidos por todo el mundo, incluyendo USA e Inglaterra.
―¿Y si me llevas a mi casa y te pago?
―No.
―¿Y si...?
―No.
Me masajeé la cíen. No me arrepentía de haber enviado a Marie a casa, sí de no haber revisado mi billetera por andar con la cabeza cien por ciento en la faena con ella. Antes de contarle toda la historia al samurái estaba seguro de haberlas dejado en mi cuarto, pero me cuestionaba más y más por cada minuto que pasaba dentro de aquél sitio. ¿Y si las perdí? Dudaba que poderles pagar con mi propio dinero si conseguía un aventón. Mi esperanza era pedirle un préstamo a quién encontrara primero, pero esa posibilidad ya había sido descartada por el hombretón.
―¿Cómo haremos?
Él lanzó un rugido que sonó a grito de guerra, solo que uno de sus amigos lo detuvo cuando se estaba levantando para venir a hacerme pagar con sangré.
Menos mal. Samurái Jack lo tenía perdido.
―Suéltame, Kai, le enseñaré.
―Te espero sentado. ― Mi posición era desfavorable: estábamos seis a uno y le debía dinero. No me convenía darle más motivos para patearme, pero no se me daba lo de reservarme comentarios―. ¿Y si abro una cuenta con... ―metí la mano en mi bolsillo―... tres libras?
Se retorció y rugió más.
Dos sujetos de la yakuza, Kai y su socio, consiguieron calmarlo murmurando en su oído tras hacerlo entre ellos. Lo que sea que le dijeron logró que su jefe me mirara con atención, sin enojo y con algo de avaricia.
¿Me harían bajar a entretener a las mujeres?
―Está bien. Tengo una idea.
Vaya mierda. El embrollo empezó por no querer quedar mal con Marie, cosa que de una forma u otra sucedería. ¿Qué le iba a decir cuando encontrara en internet una foto mía a lo Qué pasó ayer en tanga y con señoras? A todas estas, ¿qué basura pasaba por la mente del samurái para abrir un restaurant temático de pollas asiáticas? Pensándolo así entendía por qué ella no quiso traerme y la elección de Milo.
Si este era el paraíso del camarón.
―¿Qué me ofreces?
Embozó una sonrisa siniestra.
―¿Cuánto levantas?
No entendí su pregunta hasta que la yakuza me sacó del restaurant, de Gamla Stand y posiblemente de Estocolmo, llevándome a un gimnasio abandonado en medio de la carretera. Debíamos estar verdaderamente lejos porque al bajarme no palpé el olor del mar. De la ciudad en sí. En su lugar mis fosas nasales se embriagaron con el aire fresco de la naturaleza. Fue lindo mientras duró. Dentro del local solo pude inhalar humo de marihuana.
―¿Quieres? ―Kai me ofreció de su porro encendido.
Hice una mueca.
―No, gracias.
―Como tú quieras. ―Se encogió de hombros colgando su chaleco en la gran mesa redonda en la que me senté con los otros seis―. Eh, no. Tú no.
―¿Yo no? ―Kai hablaba mejor el inglés pero su tono pese a carecer de la furia ninja de su jefe, lo hacía de emoción. En lo que a mí respectaba daba más miedo que el samurái―. ¿Cómo que yo no?
―Taiga.
Un japonés teñido de purpura apartó la vista de su teléfono para levantarse. Samurái había ido a tomar por culo a algún sitio apenas entramos, por lo que me di cuenta de que Kai era quién mandaba en su ausencia.
―Señor.
―Lleva a Park con el maestro.
―Parker ―lo corregí.
Me miró dando caladas.
―Par.
Con su pelo engominado y traje de funeral se veía todo menos yonki, lo cual incluía asesino en serie y líder de una secta. Taiga debía pensar igual que yo. Se comportó como su jodido perrito faldero. Él hizo una reverencia y al pasar junto a mí me dio un codazo para que lo siguiera. Ignorando la escena de mi muerte que mi imaginación empezaba a idear, le pisé los talones hasta un salón con equipos de entrenamiento. Entre estos destacaba un saco de arena rojo.
Silbé.
En contraste con el basurero de afuera, el gimnasio se veía bien.
―Con que esta es la guarida de Rocky, ¿eh?
―Entrena, Park.
―¿Ah?
El cabeza helado de uva no me respondió. Se fue.
Lo seguí por más a gusto que estuviera rodeado de maquinas, pero cuál fue mi sorpresa al encontrarme encerrado con llave. Pateé la puerta de metal hasta darme cuenta que de seguir lo único que conseguiría sería romperme el pie. En eso recordé que la yakuza no me había quitado el móvil. Marqué el numero de Ginger, ella no contestó pero esta vez porque no había ni una puta barra de señal.
Resistiendo las ganas de aventar el teléfono, me dejé caer en el suelo. ¿Cuánto levantaba? Probablemente sesenta o cuarenta de lado y lado, eso porque las pesas no iban conmigo. Era un bailarín. Me gustaban más los aeróbicos que la idea de ser un musculitos. Eso no impedía que hasta cierto punto lo fuera.
Al menos contaba con batería. Eso permitió que pudiera llevar el tiempo que duré prisionero. Fueron dos horas en las que no hice más que echar un sueño y examinar mis alrededores buscando una vía de escape. En vano. No les di el gusto de cumplir con sus ordenes de la mafia, si me mandaban a exterminar a alguien me excusaría en ser un debilucho, pero sí cedí a la tentación e hice uno que otro ejercicio por ocio. Nada exagerado o que me convirtiera en una máquina de matar.
―Park, ¿listo?
―Parker ―dije y empujé la puerta tan fuerte que Taiga cayó sobre el concreto.
Pensaba amenazar a la mafia japonesa con llamar a la policía. El trato sería no denunciarlos por lo que sea que ellos hicieran a cambio de que no me obligaran a cometer un delito. Si ellos mismos no la llamaron en Nigiri Zushi fue porque algo escondían. Podía chantajearlos con ello también.
Cuando salí, sin embargo, descubrí que no podía dar más de dos pasos sin chocar con un cuerpo borracho o alguna mujer mostrando demasiada carne. El lugar se encontraba lleno hasta el techo. El ring tampoco estaba vacío. Dos sujetos estaban luchando hasta la sangre en él. La mesa ovalada con Kai, el samurái y los demás era uno de los escasos lugares que no parecían un refugio de guerra. Taiga y yo fuimos hasta ella golpeando a la gente. O empujabas o te empujaban.
Entendí de qué se trataba al observar cómo un sujeto con capucha y parlante recibía dinero. Eran jodidas luchas callejeras. Ilegales.
Con mucho dinero de por medio.
―Parker ―dijo samurái bebiendo ron o té de una taza de porcelana―. ¿Te gusta?
Kai interrumpió mi respuesta, dónde le decía que me gustaba tanto como comer mierda, colocando sus pies sobre la mesa y aclarándose la garganta tras toser ahogado por la marihuana.
―No importa si le gusta o no. Es el siguiente.
―¿El siguiente? ―demandé una explicación.
Ambos asintieron.
Gracias por sus estrellitas y comentarios ♡
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