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Capítulo 21: Lucky Devil.

Brístol, Inglaterra

Presente


―Relájate. ―Pat me abrazó. ¿Cómo me podía relajar si lo tenía tan cerca? ¿Cómo con su pelvis contra mi trasero?―. Extiende tu brazo un poco más... ―Lo hice―. Ahora agarra impulso, muñeca, sí. Así ―susurró―. ¡Suéltala!

La bola salió disparada de mi mano. Estaba segura de que habría sido un tiro ganador de salir horizontal y no verticalmente. Al darse cuenta de que no se estaba deslizando por la pista, Patrick se cubrió la cabeza con una mano y protegió la mía con la otra. Afortunadamente el piso no se rompió cuando impactó contra él. Las personas a nuestro alrededor, que no eran muchas, con una mirada nos etiquetaron de armas mortales.

―Mierda, ¿quieres matarnos?

―Yo... lo siento. ―Me alejé de él sintiéndome como si en cualquier momento pudiera sufrir una grave herida en el cráneo―. ¿Sabes? Prefiero verte jugar. ―Tomé asiento en la banca. Realmente prefería verlo. No solo por lo guapo que estaba sin bata y en caqui con franela, sino por lo tierno que se veía concentrándose en los pinos―. Lo haces bien, Patrick. Deberías entrar a un equipo si los hay aquí en Brístol.

―Los hay. ―Me sonrió―. ¿Tú crees? ―preguntó cogiendo la siguiente bola de la maquina. Era un coco rosa.

―Definitivamente.

Mientras él seguía derribando las piezas saqué mi teléfono del bolso para programar la clase de al día siguiente con Mags y Hugo. Ambos estaban presentando exámenes en la escuela, habían faltado jueves y viernes al entrenamiento y accedido a recuperar el tiempo perdido el domingo, mañana. No fue un mensaje de ellos lo que encontré. Mi bandeja estaba llena de Rachel, eran tantas letras R en mi buzón de textos que el SMS de Ryan proponiendo un horario para nuestros entrenamientos casi pasa desapercibido. Casi.

Al principio me extrañó encontrarlo en mi celular, pero luego recordé que le había pedido su número a mi hermana porque Cornelia no aparecía y que existía la posibilidad de que él hubiera hecho lo mismo, por lo que seguramente ella estaría llena de preguntas por hacerme, preguntas que yo no quería responder porque todavía no me acostumbraba a la idea de volver a tener que estar en la pista con Ryan. Una cosa era aceptarlo, pero otra estar feliz con ello.

―¿Hola? ―Su voz ronca al contestar me hizo pensar que lo había despertado pese a que eran las cinco de la tarde―. ¿Marie?

―Mario.

―Marie. ―Esta vez sonó seguro de que era yo―. ¿Qué sucede?

―Leí tu mensaje ―le respondí.

―Ah.

―Sí.

―¿Qué opinas? ―El ruido de fondo me indicó que o estaba levantándose o estaba yendo al baño. Hice una mueca al pensar lo segundo―. ¿Está bien para ti?

―No puedo en las tardes, Ryan, trabajo con Rachel.

―¿Y en las mañanas?

―Con Cornelia.

―Bueno, eso es una mierda. ―Silencio―. ¿Qué tal los fines de semana? Quizás hoy po...

―Mañana. Hoy tengo asuntos que tratar.

―Mañana.

Tras acordar la hora en la que nos veríamos en Collingwood, colgué y guié mi atención de regreso a Pat. Él había dejado de jugar para mirarme con atención, parecía molesto.

―¿Ryan, el Ryan de tu hermana? ―El Ryan que le golpeó e hizo que nuestra relación fuera incomoda por unos días―. ¿Estabas hablando por teléfono con ese Ryan, Marie?

Arrugué la frente. ¿Qué pasaba?

Era la primera vez que Patrick lo hacía; por lo general se abstenía de escuchar mis conversaciones telefónicas.

―Sí, estaba hablando con Ryan, Ryan de mi hermana, ese Ryan.

―¿Por qué? ―Regresó la bola en su lugar para acercárseme con una cara de pocos amigos nunca vista por mí y, tomando el cuenta el dulce que era con todos, por el mundo en general―. ¿De qué hablaban?

―¿Disculpa? ―intenté en lo posible que mi tono no se escuchara odioso e incrédulo; no funcionó―. No sabía que tuviera que pedirte permiso para hablar con alguien, Pat.

Con lo que le dije debió volver a ser él mismo porque inhaló y su rostro dejó de estar tan sonrosado como si se hubiera intoxicado. Fuera cual fuera el motivo de su ira, su actitud dio de lleno en mi vena sensible. No iba a empezar a dejar que me prohibiera o me exigiera todo. Se suponía que éramos personas adultas y que confiábamos en el otro, así que no comprendía. Era cierto que todavía no le contaba lo de Ryan, sí, y que hubo problemas entre ellos, sí, pero según él ya habíamos pasado página del asunto y por haberme oído debería saber que no le escondía nada. Me dolía porque creía en nosotros, en Pat y en que él hacía lo mismo. En que creía en mí.

Era libre de preguntar y yo de darle respuestas, pero sin un numerito.

―No tienes que hacerlo, muñeca. Lo siento.

Apreté mis parpados al sentirlo depositar un beso mi sien. La amarga sensación de que algo no estaba bien duró lo que el resto de nuestra salida y nuestro viaje a casa. No pudo pasar porque uno de sus bebés estaba naciendo. Por lo sucedido no le terminé de contar de Ryan, pero anoté en mi agenda imaginaria hacerlo lo más rápido posible y antes de que el concurso se convirtiera en una astilla en nuestro noviazgo.

En mi departamento su ausencia no causó que me consumiera en casa; jamás me sentí tan acosada por alguien como cuando abrí la puerta y encontré a Rachel y Cleo en mi sala.

Una era mujer casada con trabajo y niños, la otra una peluquera con pareja y otras cosas en la lista de quehaceres antes de llegar a ítem de violar propiedad privada.

Mi propiedad privada.

A eso yo le llamaba ser ociosa.

―Buenas tardes. ―Dejé la llave sobre la mesa luego de verificar que no hubieran forzado la cerradura. Por fortuna no lo hicieron―. ¿A qué debo esta... ―Tomé aire en medio de la búsqueda de la palabra adecuada―... espontanea visita?

―¡Por fin! ―Cleopatra levantó las manos―. Dios, Marie, ¿qué te hacía el doctorcito que no llegabas? ¿Te revisaba?

¿Qué?

―Buenas noches, señorita. ―Antes de que empezara a echar a la rubia, Rachel descruzó las piernas y se levantó para caminar hacia mí como una mamá gata al acecho―. Pensamos que nunca llegarías.

―Oh, lo siento por ser desconsiderada ―dije mientras me acercaba a la cocina por un vaso con agua―. Simplemente no sabía que había alguien esperando.

―Es que no contestas el teléfono.

Me asomé desde detrás de la puerta del refrigerador para fulminarla con la mirada.

―¿No contestar el teléfono es razón suficiente para que invadas mi casa?

―No la invadí. ―Se mordió el labio apoyándose en el mesón. Hice lo mismo de mi lado con el vaso con agua―. Tengo llave.

―¿Qué?

―Tengo llave de tu apartamento, mamá me la dio cuando... cuanto tú sabes.

―¿Por qué no me dijiste?

―Porque sabía que te enojarías, pero te juro que hasta hoy nunca la había usado. ―Tuvo la osadía de hacer pucheros―. Lo siento, pero no contestabas y tenía que verte.

―¿Por qué?

―Debemos hablar.

―¿De?

―Eso también lo sabes.

Suspiré. Estúpido Ryan. ¿Por qué le tuvo que pedir mi número?

¿Por qué le tuve que pedir el suyo?

¿Por qué Cornelia tuvo que esfumarse?

―¿Podemos cenar primero?

―Está bien, pero no aquí.

―¿No? ―Dejé de sacar verduras―. ¿Cómo que no?

―Lo que Rachel se ha tardado siglos en decir, Marie ―Cleo dejó de hablar para explotar la burbuja de chicle―. Es que vamos a tener una noche de adultos en un club. Ella, Nathan, John, Luz, tu hermano, Diego, Pat si puede, tú, yo... ―Ahora entendía sus vestidos de fiesta; el de Rachel rosa brillante y el suyo negro de terciopelo―. La manada entera, ¿me entiendes?

Oh...

Tomé el pollo del congelador.

―Lo siento, no puedo ir, mañana tengo que levantarme temprano.

Puso los ojos en blanco.

―Mañana es domingo.

―Mañana tengo ensayo.

―Te prometo que te traemos a las once.

―Marie, tienes que salir. ¡Hace años que no haces más que trabajar! ―Rachel empezó con su histeria―. Disfruta de la vida o ella te disfrutará a ti.

Arrugué la frente.

―Acabo de llegar de los bolos con Patrick.

Boqueó pero no tardó en cambiar de táctica.

―Tenemos mucho tiempo sin hacer algo juntas.

Me crucé de brazos, ella hizo lo mismo. Estábamos listas para una de las batallas que servían de motor de nuestra relación fraternal.

―Trabajamos juntas todo los días.

―Esos son compromisos laborales.

―El cumpleaños de Maddie fue hace poco.

―También trabajo.

―¿Me pagas por cuidar de George?

―¿De verdad tengo que rogarte para que pases tiempo conmigo? ―Con eso ella sabía que había ganado, pero tenía que insistir más. De lo contrario no sería Rachel Van Allen―. ¿Sabes qué? Mejor nos vamos. No pasaré toda la noche pidiéndote que...

―Dame media hora para cambiarme, guárdalo. ―Le di el pollo.

Rachel lo tomó con entusiasmo, pegando saltitos mientras su expresión centelleaba. De camino a mi habitación las escuché a ella y a Cleo chocarse las manos, celebrando. Yo por mi parte no podía creer cómo mi sábado ideal se había arruinado por la falta de Pat leyéndome un cuento para dormir y el allanamiento-secuestro de ambas.

Solo esperaba que mis expectativas no descendieran más.

―¿Qué se supone que debo usar para un secuestro? ―murmuré apenas salí de la ducha con una toalla envolviendo mi cuerpo.

Abrí mi armario en búsqueda de una respuesta.

De él cogí todo lo que podría usar para una noche de copas. No sabía con exactitud nuestro destino, pero la palabra club me llevó a escoger un top sin mangas con estampado y una falda de cuero sintético ceñida a mis muslos. No quería ser la más golfa de la noche, así que me cubrí con un abrigo marrón. Al verme en el espejo me sentí orgullosa de haber escogido botines y no tacones, y el cabello suelto y no una trenza.

Tantos años dentro del ballet me enseñaron a maquillarme para el escenario, pero para el día a día siempre escogía algo sencillo. Difícilmente me podían ver con más que protector para los labios y mascarilla. Esa noche, sin embargo, decidí vengarme de Rachel y Cleopatra opacándolas sin llegar a lucir exagerada. Solo necesité un labial rosa bebé, lápiz para ojos y lo usual para lograr un aspecto que haría que mi primera profesora de ballet, una anciana londinense, se sintiera orgullosa de mí.

Tras perfumarme me puse marcha a la sala. Allí me hallé a Cleo y a Rachel llorando con la repetición del final de la cuarta temporada de TVD. Repetía; a eso le llamaba ser ociosa.

―Ya estoy lista.

Ninguna de las dos giró hasta que terminó el episodio, pero cuando lo hicieron sus rostros se llenaron de sorpresa. Mi yo interior saltó en círculos alrededor de una fogata. Por perras.

―¡Oh, por Dios! ¿Y el palo que siempre tienes en el culo?

En el lenguaje de Cleopatra imaginé que eso era un cumplido, así como también pensé que Dios y culo no deberían estar tan cerca.

―Te ves linda. ―Rachel me guiñó―. ¿Quieres que le envíe una foto a Patrick? Deberías castigarlo por no estar contigo.

Chasqueé.

―Lo siento, no soy tú, no dañaré su hombría.

―¿Seguirás con eso? ―Ella y Cleo tomaron su bolso, yo solo saqué mi teléfono y monedero del mío―. Estoy cansada de decirte que Nathan hace lo que hace porque quiere. Para él no es ningún sacrificio quedarse con sus hijos...

―... mientras que tú trabajas.

―Marie, cariño. ―Cleo me miró cuando estuvimos dentro del ascensor―. Así como ella te dijo que disfrutes la vida o ella te disfrutará a ti, te digo que los uses o te usarán.

El viaje al club, Erno, fue una conferencia a favor de los derechos de la mujer dada por feministas ante la FIDH. El par me hizo entender porqué los hombres le temían tanto al compromiso. Es decir, yo teniendo pene ni loco me acercaría a ellas. ¡Si eran la castración andante! Pat, mi Pat, debería sentirse afortunado de tenerme. Yo era un poco difícil respecto a ciertas cosas, sí, como por ejemplo a relacionarlo con mi familia psicópata y a andar sujetándolo como un pulpo las veinticuatro horas los siete días de la semana, pero nunca sin razones y, sobre todo, nunca haciéndole rogar. Rachel y Cleo, en cambio, estaban esperando por los collares para humanos que pidieron para sus hombres en eBay.

Al principio no entendía la razón de su amistad, Rachel era muy ella a veces, pero era oírlas y saber que eran tal para cual.

―Marie, mujer, despierta que la noche apenas empieza. ―Cleo me sacudió, sacudió su melena rubia y su escote, para despertarme―. ¿Te quieres quedar en el auto, cariño?

Abrí los ojos despacio, intentando adaptarme a las luces del estacionamiento subterráneo. El auto de Rachel ya estaba estacionado, solo faltaba yo por salir de él.

Dios...

No me había bajado y ya presentía que no viviría para ver un día más. Tambaleante me puse de pie. Quizás solo había durado cinco minutos escuchándolas, no una eternidad, y eché un sueño el resto del viaje. Mientras subimos por el ascensor me retoqué el labial, cosa que para cuando yo empecé ellas ya habían hecho.

Al entrar en la terraza situada en décimo piso no sabía si seguía en Brístol o había sido transportada a una adaptación cosmopolita de Wonderland. La decoración del sitio era muy similar al entorno de la historia. Si me hubieran dicho que las mesas serían naipes y el barman un conejo no habría abandonado la comodidad de mi casa, lo que estaba mal porque a pesar de la infantil temática el local lucía bien.

―Florecita. ―Casi vomito arcoíris cuando entramos una cabina y Nathan se acercó a mi hermana―. ¿Por qué tardaron tanto? Las estamos esperando desde hace dos horas.

―Marie no había llegado. ―Rachel me estrechó y soltó para correr hacia su esposo, quién dejó de estar molesto con solo su abrazo―. ¿Cómo la están pasando?

―Bien ahora que estás aquí.

―¡Cleo! ―oí a Diego, padrino de George, gritar.

Indispuestaa seguir en el festival del amor, le hice señas a Luz, la que por poco no me ve por besar a su marido, y fui hacia la barra que estaba en el salón principal. Allá la música, Scream & Shout de Will. I. Amy Britne y Spears, sonaba más alto que en donde el grupo estaba sin llegar a aturdir. No me molestó.

―¿Qué se te ofrece, hermosa? ―Casi me da un infarto cuando el conejo saltó frente a mí―. Tenemos lo que quieras.

No usaba uno de esos trajes gigantescos de felpa para entretener a los niños, pero la máscara en su rosto estaba completamente adherida a sus facciones, así como la pintura, el reloj y el algodón a su pecho.Más que alguien desempeñando el papel del conejo blanco de Alicia, era una bonita y sexy obra maestra.

―¿Un Lucky Devil? ―pregunté.

―¡¿Lucky qué?!

―Canela, cardamomo, miel y vodka ―le explicó por mí un hombre a mis espaldas, uno que al echarle un vistazo estuvo a punto de darme el infarto que perdí―. ¿Faltó algo?

―Azafrán ―murmuré.

―Y azafrán.

―Lo siento, señorita, me ganó ―dijo el conejo rascándose la cola con nerviosismo. La escena se me hizo tan surrealista que predije mi falta de sueño en los próximos días, semanas, quizás años―. ¿Otro? Le puedo traer el menú si quiere.

―Un martini con vainilla y miel, por favor.

―O traerle un martini con vainilla y miel.

Me guiñó un ojo rodeado de espesas pestañas y empezó a prepararme el coctel entre saltos. Yo no quería girarme aún, así que fingí que me importaba su pequeño episodio de cocina. Cuando terminó me lo entregó con una sonrisa y, a pesar del morbo extraño de la situación, no quise que el conejo se fuera y me dejara sola con Ryan. Lamentablemente se fue tan rápido como llegó.

―Así que tenías asuntos por atender.

―Sí... ―Me removí en el taburete―. Eso fue hasta que encontré a Rachel en mi casa.

―¿Dentro?

―Dentro. ―De verdad odiaba la forma en la que repetíamos las mismas palabras―. ¿Sigue en pie lo de mañana?

―Sigue en pie lo de mañana.

Mi mente se torturó a sí misma para no hacer un comentario o morderme la lengua y que mi desesperación fuera notable. Era difícil. El hombre solo respirando me aturdía, que dijéramos lo mismo me hacíacreer que jugábamos a algo sin conocer las reglas o a qué. ¿Por qué? ¿Noteníamos suficientes neuronas para formular una oración diferente a la delotro? Bueno, dicha carencia explicaría por qué me le había quedado viendo como en trance. ¡No a él, a su traje! Las costuras eran sorprendentes.

―¿Disculpa? ―pregunté al percatarme de que había dicho algo.

―Joder, hablar con un retrete sería más efectivo que contigo. Al menos él suena si le doy a la cadena. ―Tomó un trago de su ron―.Marie, te preguntaba si podíamos hacer lo de los ensayos entre semana. Mañana puedo, pero usualmente Loren necesita que lo acompañe a los viñedos los fines de semana.

Al escuchar la mención de mi hermano, el jefe deRyan, todo cambió. Yo no era tan mala como para arruinar su empleo. No tenía necesidad. Además, citando a Mags, debíamos ser uno.

No podríamos serlo si se unía a la tasa dedesempleo, de nuevo, por mi culpa. Yo misma había estado en esa situación antes de asentarme con Rachel y Cornelia y no era divertido. Saber si al siguientedía tendrías para hacer la compra, contar los billetes para comprar un par dezapatos... Bueno, por mis ahorros y el apoyo moral de Pat nunca llegué a ese extremo,pero estuve cerca. Pero tan solo estarlo, palpar el miedo a no sobrevivir en unfuturo gracias a una sociedad donde todo tiene un precio, me hacía entenderlo.

―Solo si es muy temprano, Ryan. ―Al ver sorpresa y satisfacción brillando en sus ojos negros decidí que tampoco sería tan buena―.Y me pagas el taxi.

―¿De lunes a viernes?

―Sí... ¿Ah? Sí. ―Me quedé muda otra vez. Realmente susirises se habían convertido en linternas, ¿el supuesto trabajo de Loren y élcon los vinos eran una tapadera para sus puestos en MIB? Parecía afectado por un virus alíen. O drogado―. Claro. Pero el taxi lo pagas, no lo olvides. A esa hora no quiero irme en bus.

―No pagaré una mierda, conseguiré que alguien vaya a buscarte a... ¿las siete?

―Seis.

―A las seis. ―Pese al madrugón que tendría que echarse no dejó de sonreír―. Y para que te encuentren viva te haré el favor decambiarte la cerradura, bruja.

Bruja. Maldito.

¿Por qué siempre volvía a confiar sabiendoque con él nada podía ser bueno y amigable?

―Como quieras, idiota. ―Solo aceptaba porque un cambio de cerradura evitaría futuros altercados contra mi privacidad―. Uh ―murmuré cuando una castaña invadió mi campo de visión―. Tienes visita.

―¿Qué?

―Hola, guapo ―habló sin que yo pudiera explicarle a Ryan la sección de una noche del manual de coqueteo―. ¿Te apetece bailar? ―Veinte minutos atrás habían comenzado a pasar de las pistas de ambiente y a poner música más bailable, a veces salsas, a veces las mismas electrónicas e incluso baladas―. ¿O quizás dar un paseo?

A pesar de que el nivel de claridad de las luces de repente había bajado y no podía ver muy bien a Ryan, no me perdí de la forma enla que mojó sus labios mientras la veía; como un hombre sediento en el desierto frente a una botella de agua.

Ugh.

La chica era bonita: de ojos claros, cabello largo, como el mío antes de que lo cortara en medio de un ataque de ansiedad y la proximidad de las tijeras de Gary, y un buen cuerpo bajo un minivestido, pero debía tener entre dieciocho y veintiún años, lo que en realidad no tenía importancia. A mí podía parecerme absurdo que Ryan estuviera con una niña, pero en el fondo sabía que él no tendría problema en dar un paseo por todo su cuerpo siempre que fuera mayor de edad. Por eso, porque conocía su faceta mujeriega, su respuesta me impresionó como nada más lo había hecho durante mi corta vida.

―Lo siento, dulzura. Esta noche no.

―¿No? ―Su voz que segundos atrás había imitando a la de Jessica Rabbit, me hizo estremecer―.¿Cómo que no?

Anonadada por su reacción le di un sorbo a mi bebida. La vainilla me ayudó a soportar su inmadurez y la miel su falta dedignidad. Pobre chica.

―Que no. Ya tengo alguien con quién bailar. ―Me lanzó una mirada que me exigía ser su cómplice―. ¿No es así, Marie?

―Sí, cla... ro. ―Me atraganté cuando la furia adolescente se desvió a mí. Desconocía la razón por la que le estaba siguiendo el juego―. Nosotros dos bailamos. ―Literal―. Es mi pareja.

Las mejillas de la muchacha por fin se ruborizaron.

¿Mi pareja?

―Yo... lo siento, no sé qué me pasa. De verdad, perdón.

―Está bien, te perdono, pero vete ―seguí haciéndole creer que había roto un código de chicas y merecía la furia celestial―. Ahora.

A mitad de la palabra ya se estaba marchando, así que no fue necesario que aplicara otra de las técnicas para espantar a las avispas que conocía por Pat, sus pacientes hormonadas y el mismo Ryan. Más por las pacientes hormonadas. 

El especial de los mejores momentos en el consultorio de mi novio que se reproducía en mi cabeza fue interrumpido por unatorre de músculo y olor a Dolce & Gabbana juntoa mí.

―Marie, vamos a engranar las caderas.

¿Engranar?

―¿Engranar?

―Bailemos.

―¿Qué? ―Detesté que mi martini se agotara justo en ese momento―. No quiero, ya suficiente tengo con lo que sucederá en la academia.

―Te prometo que no huelo a vagabundo.

Abrí la boca para replicar, pero Mags y Hugo volvieron a mi mente. Nunca había estado tan molesta con alguien por meterse en mi consciencia como lo estaba con ellos.

Debíamos ser uno y una mierda.

―Bueno, una. ―Me sentí mal por aceptar bailar con alguien que no fuera Pat. Calmé mis culpas recordándome que debíamos restablecer ese no sé qué entre nosotros al bailar―. ¡Solo no me lances o dejes caer! ―Empecé a gritar para que me escuchara por encima del volumen. Cuando la tendió acepté su mano, que me guiara entre las personas a la fuente de Feel so close, y de inmediato los escalofríos volvieron. Si él iba a cambiar la cerradura para garantizar el bienestarde su pareja, yo haría lo mismo con su calefacción―. ¡Por favor!

―Nunca ―murmuró en mi oído y, como tonta, le creí.


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Hola.

Lo siento si tardé, he estado escribiendo un relato para un concurso y no me entraba nada más a la mente que él. Por suerte hace unos días terminé el primer borrador y pude escribir un capítulo, ya el próximo se los traigo en lo que termine definitivamente el relato (o antes, depende de qué tan inspirada estoy para DO o el relato, quién sabe). Ya leí (DE NUEVO) que quieren picante en el presente u.u Les prometo que pronto (muy pronto), pero mientras tanto nos conformamos con el pasado (?)

Pregunta:

1) ¿Quién tiene más madera de rompecorazones? ¿Marie o Ryan?

Ganadora del capítulo:

Gracias por sus votos y comentarios, abrazos ♡.


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