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Capítulo 17: Brandy.

Saltford, Inglaterra

Presente

Lo de ponerlo bonito lo tomé literal.

―Estás hecho un muñeco. ―No pude evitar reír cuando John pasó y le apretó una nalga. Seguíamos en el patio, yo pintando y él atrayendo clientela con su cara de muñeca de porcelana; era un imán para las niñas―. ¿Dónde puedo conseguirme uno como tú? Es que no te quiero robar, Marie.

John cerró uno de sus ojos azules en un guiño para mí. Gemí disimuladamente mientras encogía mis hombros. El derecho aún dolía por lo de Ignacio. Sabía que el infierno ardería dentro de mí si encontraba una marca en mi piel, así que no había revisado el golpe para no arruinar la fiestecita de Madison con mi mal humor. Odiaba los moratones, mucho más si eran causados por un adolescente grosero e inmaduro.

―Eso se lo puedes preguntar a Luz. ―El moreno gruñó apartando su mano y volviendo a su rígida posición de guardia de seguridad―. ¿No deberías estar cuidando a tu mujer, Blackwood?

―Yo me puedo cuidar sola ―replicó la rubia apareciendo bajo el brazo de su marido, quién inmediatamente depositó un beso sobre sus salvajes rizos―. ¿Han visto a Kevin? No sé dónde se metió.

―Corre tras Madison. Nathan y Rachel deben estarlos acompañando ―le informó mi compañero con un tono más delicado―. ¿Cómo te va con las pinturas, Luz? Escuché que llegaste a Clifton.

Dejé de atender a la pequeña frente a mí para prestarle toda mi atención a la española. En Clifton quedaba el museo de Brístol. Formar parte de su galería era importante. Allí se alojaban pinturas y obras muy valoradas.

―Sólo me llamaron para unirme al equipo de restauración ―le restó importancia.

John la inspeccionó con cariño.

―Que te hayan llamado ya es algo grande, cielo.

―Lo es. ―Ryan estuvo de acuerdo.

La rubia asintió pero no dijo más, indispuesta a convertirse en el centro de atención. Sonreí. La humildad de Luz, no una fingida modestia, se me hacía más sincera y agradable que el egocentrismo que muchos manifestaban. De lejos podía ver qué le había atraído a John, un aventurero, de ella; su sencillez, la tranquilidad que transmitía, su calidez. De acuerdo con lo que Rachel me había contado se conocían desde pequeños. Como él siempre fue de ir y venir y había una diferencia de edad entre ellos, guardaron su amor hasta que fue posible que este floreciera. Tuvieron que pasar por grandes obstáculos primero, claro, pero seguían siendo una historia de amor que valía la pena contar.

― ¿Te estás aburriendo? ―me preguntó ella cuando el par de hombres nos abandonaron para ir a probar una botella de brandy que el rubio compró por Amazon―. Puedo hacerlo.

Solté al niño que para ese entonces estaba frente a mí y la miré. Usaba un pantalón de algodón y una camisa amarilla con estampado de hojas, muy otoñal y elegante. Me hubiera negado de no ser por sus dedos bailando de las ganas que tenía de robarme el pincel.

―No sé si Rachel te comentó que esto no lo hago por amor.

―Lo hizo. ―Se mordió el labio al tratar de contener su obvia diversión―. Seguro serás de ayuda dentro.

Medité su lógica. Yo no pintaba como nena de seis años y tampoco lo hacía como Picasso. Ella en cambio estaba a punto de reparar tapices Banksy, un pintor de identidad desconocida, y a parte de ello tenía sus propias creaciones. Estaba segura de que a Rachel no le molestaría tener a una pintora profesional trabajando de gratis en su fiesta.

―Es todo tuyo. ―Salté fuera de mi asiento. Llevaba más de una hora sentada, nadie podría decir que no hice mi trabajo―. Faltan pocos, pero quedan. ¿Estás segura? Podrías macharte.

―No me mancho desde los once ―confesó haciéndose un moño.

―Si se agrupan y no te dejan trabajar, me llamas y...

―Son niños, Marie. ―Por fin soltó esa gran carcajada―. Yo me encargo, tranquila. Mejor anda a cambiarte.

―Está bien, pero...

―Ve.

Carraspeé y retrocedí hacia la casa.

Mandé al diablo los remordimientos.

No pasé directo al baño, subí a la habitación de Rachel y saqué de su armario un vestido lila que le presté y jamás devolvió. Una parte de mi ropa cayó en el retrete cuando me estuve cambiando al llegar, de ninguna manera la volvería a usar, por lo que como venganza por no regresarme mis cosas cogí mi prenda de regreso, un collar de perlas de su joyero y un par de Christian Louboutin de quince centímetros. Desmaquillarme frente al espejo de su peinadora fue la gloria.

Al culminar hice sonar mis labios para ajustar el carmín.

Marie Van estaba de regreso.

Después de transformarme en mí doblé el disfraz y lo dejé listo para volver a la agencia sobre su cama. El cambio de zapatos se hizo notar al descender por las escaleras. No podía comparar las suelas de las zapatillas con las plataformas bajo mis pies.

―Sexy. Aunque esperaba verte más colorida. ―Gary silbó en el recibidor―. Lo suave te queda bien, Marie, así que no te preocupes por perder tu toque de luz bajo la ropa oscura.

―Bastante bien ―añadió su novio, Eduardo, con una sonrisilla.

Me permití sonrojarme por sus cumplidos. Al acercarme intercambié besos en las mejillas con ambos. Sabía que el mejor amigo de mi hermana no podía faltar, no verlo desde el comienzo de la celebración me había parecido bastante extraño. Él y Rachel se apreciaban mucho entre sí.

―Estaría más bonita de haber pasado por el salón.

―Más clara que el agua. ―El hermano de Ryan alcanzó una copa de vino de fresa de la bandeja de una de las camareras―. Te esperamos para la próxima, si nos eres fiel tendrás descuento.

―Allí estaré.

Al pensar en el alocado ambiente de la peluquería sólo obtuve el impulso inconmensurable de sonreír y cantar Hung up de Madonna a todo pulmón. Había ido muchas veces, acompañando a mis jefas o por cuenta propia, y estar allí era una experiencia. Era ver a Gary para intuir que formaba parte del país de las maravillas, su cresta de unicornio lo anunciaba mejor que un cartel de neón. Y su sitio de trabajo, un local de belleza de su abuela que él administraba, era más de lo mismo; una linda ilusión que rápidamente mejoraba el ánimo y el autoestima de cualquier mujer.

―Es que pensé que Rachel podría arreglarme un poco ―añadí cuando me di cuenta de que ella llevaba rato observándonos y oyéndonos mientras hablaba con la mamá de Nathan, Natalie, a poca distancia de nosotros―. Pero no, desde que adquirió la agencia ha abandonado sus viejos talentos.

―No la podemos culpar. ―Eduardo se echó a reír―. Suficiente tiene con peinarse a ella misma luego de que Nathan...

―Eduardo. ―Loren me abrazó desde atrás. Gruñí cuando intenté escapar y me asfixió como en los viejos tiempos―. Gary.

―Loren ―ronronearon los dos a la vez.

Reí por cómo mi hermano arrugó el rostro y buscó ayuda en mí al sentirse como un filete. Loren en ningún sentido había pecado de prejuicioso como Rachel y yo. Lo que sí era que se mantenía lejos del acoso.

―Acabo de llegar, ¿has... visto a Nathan?

―No, no lo he visto.

―Loren, ¿dónde está tu acompañante? ―Eduardo fijó su atención en él. Buscaba algo en mi hermano―. ¿Eres de dejarlas tiradas y divertirte solo?

―Nadie me está acompañando ―soltó con desdén.

― ¿Ninguna rubia voluptuosa hoy? ―Gary levantó mucho las cejas―. ¿O la amarraste en la entrada con agua y comida?

―Ninguna.

Tsk. Respuesta incorrecta. ―El moreno-unicornio negó―. Busca a Nathan en el jardín, encuentras a Madison y lo encuentras a él.

Loren me soltó e inmediatamente salió disparado hacia la puerta trasera ante las instrucciones de Gary. Ni siquiera había dado tres pasos lejos de nosotros cuando una rubia oxigenada lo interceptó con cara de pocos amigos. Ella agitaba sus brazos como loca mientras gritaba.

―Llevaba rato preguntando por él ―susurró Eduardo.

―Lo que son los dramas de la ―Se dirigió a Eduardo. Él, como yo, no despegaba ni los ojos ni los oídos de la pequeña escena frente a nosotros―. Hay hamburguesas de salmón.

Lo último pudo con su pareja. Se despidieron cuando rechacé acompañarlos y elegí quedarme. No estaba aburrida, echaba en falta a Patrick. Cuando íbamos a cualquier evento él conseguía la forma de distraerme, de hacer que disfrutáramos del momento así estuviéramos en un desierto o únicamente los dos en una caja de cartón.

La compañía del otro solía ser suficiente.

Para no llamar la atención de Rach y que me enviara a supervisar lo que fuera, me alejé al otro extremo de la estancia donde estaba situada la biblioteca con los álbumes de la familia Blackwood-Van Allen. Saqué el primero, uno rosa con flores en relieve, y lo inspeccioné de inicio a fin. Las primeras fotografías de la vida de Maddie se me hicieron desconocidas, involucrando la apariencia de mi hermana en ellas. El sentimiento aumentó al identificar a Ryan en las del día de su nacimiento. Malo o no, hombre infiel o no, había estado para ellas cuando más necesitaban de alguien y gran porción de mí se lo agradecería sin importar que la otra la estuviera amenazando de muerte con un cuchillo. Lo devolví a su sitio al acabarlo, ya tendría otros días para los demás.

La conexión entre hermanas jugó una de sus cartas al hacer que Rachel se desconcentrara de Natalie y me mirara desde el extremo opuesto. Ella sólo sonrió y volvió a la conversación.

Rato después el aburrimiento me llevó al hambre y a tomar un refresco de uva de la mesa de aperitivos. De regreso me senté en uno de los sofás a jugar con sus bordes y a desviar la vista de cuando en cuando hacia la ventana que daba con el patio delantero. Las mamás con los pequeños se estaban empezando a ir y aún la casa seguía tan o más llena que en el día, pues Maddie al parecer tenía más vida social con la gente adulta de Brístol que yo; grandes, pequeños, ancianos al borde de la muerte, ninguno podía perderse su segundo cumpleaños.

Ni de probar el pastel, principal motivo por el que niños de uno y dos años seguían correteando por la propiedad. Siendo la madre de alguno de ellos les habría obligado a conformarse con un pastelillo en casa.

―Suspirando por el principito, ¿no?

Un rugido de guerra involuntario se escapó de mi garganta.

―No es tu problema.

Ryan carraspeó.

―Es mi problema si te sientas sobre mi saco, bruja.

Fruncí el ceño. Al dejar de lado mi merienda nocturna y levantarme comprobé que sí; el saco de su traje había estado bajo mi trasero. Era obvio que Rachel no permitiría la existencia de algún porcentaje de desorden en su casa, menos durante una celebración, por lo que deduje que debió terminar en las manos de Madison, Kevin u otro niño.

―No lo vi, Henry, lo siento. ―Mis manos se congelaron al sentir las suyas sobre ellas, arrebatándome la prenda de los dedos―. ¡Mierda! ―grité entre dos cuando se estiró para desatascar su saco del tejido metálico de uno de los cojines y me dio en el hombro―. Mierda... ―susurré mientras lo empujaba y me acariciaba―. Duele.

― ¿Qué te duele? ―Dejó caer el saco. Yo negué a la par que me alejaba con torpeza ya que él se acercaba más cuando retrocedía―. Marie, maldita sea, ¿qué te duele?

¿Me estaba gritando? ¿Demandando respuestas?

¿Quién se creía?

―Nada ―lo callé apartando su mano de mi brazo cuando se atrevió a tocarme unos centímetros por debajo del golpe―. No me duele nada.

―Maldita sea ―repitió aprisionando mi muñeca con firmeza pero sin conseguir lastimarme―. Dime qué te duele.

―No me duele nada, Ryan. ―Forcejeé. Su cercanía significaba que tenía que tragarme su aliento a borracho y lo desagradable de su respiración contra mi piel―. ¡Suéltame!

No entendía su ataque contra mí. Estaba segura de que tenía que ver con el nivel de alcohol en su organismo, aunque al ver sus ojos no hallaba suficiente neblina. Nada opacaba o escondía las emociones que se asomaban en ellos; ira, rabia, miedo y odio, un odio que raramente no estaba dirigido a mí. Ryan estaba tomado y aún así no era la bebida lo que lo llevaba a actuar. Todo era demasiado claro, transparente, como para serlo. Demasiado intenso. En medio de la confusión empecé a empujarlo lejos de mí. Chillé al comprobar una y otra vez que no era tan fuerte para apartarlo, más cuando los demás comenzaron a percatarse de nuestro numerito. Comprobé que Rachel no estuviera cerca para no tener otra cosa que no fuera la conducta de Ryan en mente.

¿Qué le había llevado a abalanzarse así sobre mí?

― ¡¿Qué mierdas te pasó?! ―demandó cuando encontró la ubicación del golpe. Se apartó con brusquedad―. Joder, Marie... ―Bajé la vista al punto de mi piel, descubierto por un tirante apartado, que él analizaba. Jadeé al ver una flor de diversos tonos purpuras. Aborrecía darme golpes porque un cien por ciento de las veces terminaba con una de ellas. Por desgracia era muy pálida y la humedad de Brístol no ayudaba con mi bronceado. Me marcaba fácil―. ¿Él... lo hizo?

― ¡¿Perdón?!

― ¿Él, tu novio... lo hizo?

Desencajé la mandíbula a tal punto que pensé que se me iba a partir en dos. ¿Estaba queriendo decir lo que creía? Apreté los puños. ¿Cómo podía pensar eso de Patrick?

Que le dieran.

― ¡¿Qué te pasa?! ―Le robé el puesto de violador del espacio personal y me arrimé mucho hacia él. Iba a escucharme, no me importaban las condiciones en la que estuviera―. No sé qué has bebido, pero no es tu problema si...

―Hazme un favor y deja de decir que no es mi puto problema. ―Chocó su nariz contra la mía―. Sé que no lo es, pero no puedo simplemente quedarme viendo cómo...

―No es tu problema.

Achicó los ojos.

―No me has dicho que no ha sido él.

― ¡¿Qué?!

―Las victimas niegan, Marie. ―Se enderezó todo lo que el brandy le dejó―. No tienes por qué preocuparte, yo todavía tengo amigos en la comisaría que pondrán a ese tipejo bajo...

No giré hasta que la curiosidad por saber qué veía me consumió. Boqueé al ver a Patrick entrar a la casa con un triciclo rosa con purpurina. Sentí que me quedaba sin oxigeno al saltar y trotar, lo más que podía en tacones, tras Ryan con su puño en alto. Nunca en mi vida me había sacado tanto mi lado atlético, ni quiera bailando, pero no podía permitir que atacara a Patrick sin razón, arruinara la fiestecita de Madison y todo por mi culpa.

― ¡Eres un desgraciado! ―le oí exclamar.

― ¿Qué mierda...?

― ¡Ryan! ―Me empujaron hacia atrás. Yo sólo cerré los parpados cuando me di cuenta de que no sólo había intentado impedir una batalla en la sala de mi hermana, sino que al hacerlo hubiese terminado en medio de ella. Estaría siendo daño colateral por segunda vez en el día de no ser por Loren―. ¿Qué pasa contigo, imbécil? ―Mi hermano lo zarandeó. Arrugué la frente cuando Ryan no lo golpeó. Me gustaba pensar que lo conocía y por ello afirmar que Ryan, o por lo menos el Ryan de antes, jamás permitiría que lo batieran como un coctel―. ¡¿Cuánto has bebido?! Jodido John y su brandy, ¡responde!

― ¡No soy yo! ―Él por fin reaccionó apartándolo e impulsándose hacia Patrick de nuevo. Esta vez estuvo más cerca de golpearlo. Deseé por milésima vez esconderme―. ¡Este hijo de puta golpeó a Marie! ―Me atraganté junto con el resto de la estancia. Lo primero que hice al tranquilizarme fue mirar a Patrick. Lucía más confundido y desconcertado que yo―. ¡Suéltame!

Loren lo hizo.

― ¿Ah, sí? ―preguntó sacándose el saco y lanzándoselo a su amiga oxigenada para doblarse las mangas de la camisa hasta el codo, haciéndose de bailarín exótico furioso―. ¿Jodiste a mi hermanita, Pat?

Oh. Por. Dios.

Él ya creía que mi familia era inestable; que Rachel estaba loca y era una obsesa del control, que Nathan era un celópata con complejos de botánico, que mis padres eran una pareja de gánsteres y que cada rama del árbol genealógico presentaba anomalías, pero Loren, obviando su naturaleza mujeriega, hasta ahora había sido la hoja verde que pasaba desapercibida.

Pero ya no más.

Me enfrasqué en la reacción de mi pareja para asegurarme de que no estaba planeando dejarme con la excusa de necesitar tiempo y ampliar su historial amoroso en búsqueda de una mujer con genes normales.

―Joder de joder, sí.

― ¡Patrick! ―Casi me desmayo. Él no podía estar bromeando―. No es momento para jugar, ¿no ves que quieren gol...?

―Sostenlo. ―Las posiciones laborales se invirtieron cuando Ryan le ordenó a Loren coger a Patrick. Mi chico arrugó mucho la frente mientras tomaba distancia con respecto a nosotros―. ¡Sostenlo!

Mi hermano se acercó a él con los puños cerrados.

― ¡No! ―grité otra vez, atrayendo los ojos de los espectadores y participantes de la trucha a mí―. No le hagan nada, Patrick no me hizo nada. ―Lo miré―. Es un malentendido, cariño.

―Malentendido la polla de un transexual ―ladró Ryan―. ¿Quieres golpear a alguien, príncipe? ―Se dio palmadas en el pecho―. ¡Golpéame a mí!

Patrick me miró.

― ¿Qué cojones pasa, Marie?

No pude responderle, Ryan finalmente cedió a sus instintos de borracho demente y le dio en la quijada. Patrick se tambaleó con el golpe y Loren aprovechó su desequilibrio para tomarlo, pateando el triciclo lejos. Maldije a Ignacio por lo bajo me y me interpuse entre el ex–policía y el obstetra.

―Patrick no fue, Ryan ―siseé―. Me lastimé en clase, nada más.

―Quítate, Marie ―gruñó de vuelta―. Este idiota va a aprender a golpear de verdad. Aléjate.

― ¡No me golpeó!

― ¿Qué? ―Loren soltó a Patrick―. ¿Cómo que no te golpeó?

―No me golpeó. ―Mi tono se había vuelto suplicante―. Tuve un inconveniente en clase, pero Patrick no me golpeó. ―Abracé al mencionado con actitud protectora. Estaban siendo injustos. Así todas las pruebas señalaran en su contra, ¿no lo conocían? Se merecía al menos el beneficio de la duda. Entendía que Ryan lo juzgara tan rápido y mal, él no lo conocía tanto pese a que Pat fue quien trajo a Madison y George al mundo, pero no Loren. Muchas veces los había impulsado a compartir―. Él no fue.

Me aparté para revisar su quijada sólo cuando pararon de evaluarlo como un blanco. La inflamación estaba iniciando y su labio inferior sangraba, bajando por su cuerpo a sus manos me hallé con que estas lucían cerradas y listas para la batalla. Descendí mis dedos por su brazo hasta ellas y las acaricié, relajándome como si hubiera sido sometida a acupuntura al sentir sus dedos entrelazándose con los míos. Todo él estaba tenso.

No podía culparlo.

Tensión era lo que se podía cortar con una tijera después de mi confesión. Los invitados se habían dispersado, descaradamente desilusionados por la culminación de una pelea que casi no existió, tras ella. En lo que se refería al dúo Balboa, Loren no sabía dónde meter la cabeza, al contrario de Ryan que lucía indiferente y expectante. El nuevo jefe de seguridad de los Van Allen parecía no del todo convencido de la inocencia de Patrick, pero tampoco de su culpabilidad. Era como si quisiera actuar y tuviera las extremidades atadas entre sí con cadenas de titanio.

―Dios... ―Loren se entrelazó las manos tras la nuca―. Lo siento, amigo, no tengo nada en tu contra. Marie es mi hermana y...

―Y nada. ―Patrick depositó un beso sobre mi cabeza con un gemido de dolor―. Me contenta saber que la defiendes así. Por mí está bien mientras no lo hagas de mí.

Loren asintió.

―Discúlpanos. La única intención de este que está aquí ―dijo dándole una palmada a Ryan en estado de latencia― y mía era cuidar de ella. Ningún imbécil va a pegarle a mis hermanas. ―Entrecerró los ojos en su dirección, la testosterona volviendo a circular en exceso por su sistema sanguíneo―. Una cosa es habernos equivocado contigo, Pat, sólo te liberé porque así fue, pero en el dado caso de que realmente te estés aprovechando de ella de alguna recóndita forma... ―Me besó la frente, produciéndome una mueca debido a la huella de saliva que dejó detrás―. No te escondas bajo una roca porque la usaré para aplastarte.

Patrick no se inmutó con las palabras de Loren, asintió y tomó el triciclo para Madison sin dejar de apachurrarme. Ya habíamos tenido mucho de ellos, así que lo guié al jardín donde ocupó asiento en la mesa familiar sin mí. Debía ir por una pomada a uno de los tres botiquines de emergencia de la casa.

― ¿Estás segura de lo que dijiste, Marie?

Me levanté con el ibuprofeno y sin poder creer que Ryan, luego de la situación presentada minutos atrás, siguiera dándole cuerda al asunto. Es decir, ya no tenía sentido. ¿Por qué yo tendría que mentir sobre eso? De haber sido abusada de alguna manera, tanto física como mental, me daría mi lugar.

Sería la primera en la fila para castrar a Patrick o a cualquiera.

―Cien por ciento.

Ryan ladeó la cabeza.

―No seguiré insistiendo. Ya le presté atención al asunto. Si estás mintiendo ya no es mi problema ―Miró hacia otro lado―. Espero que no.

―Entonces vale la pena la espera porque así es.

― ¿Quién fue?

Me crucé de brazos.

― ¿Quién fue qué?

― ¿Quién te golpeó?

―Fue un accidente, Ryan ―susurré con hastío. Las mismas personas que nos habían visto en la sala se volvían a nosotros mientras caminábamos desde la cocina hacia la mesa donde mamá, papá y Rachel charlaban con su suegra y Patrick―. ¿Puedes dejar el tema? Ya está bien. Suficiente tengo con tener que explicarle a Pat que mi familia no lo odia. ¡Dame! ―Elevé la voz cinco mil octavas cuando me robó el ibuprofeno―. ¡Ryan!

Lo alzó para que no lo cogiera por más saltos que daba. Sabía que estaba cayendo en su trampa, pero lo único que quería era tener la pomada de vuelta e irme a la luna para estar lo bastante lejos de él.

―Joder, Marie, no me digas que esta mierda es para el doctorcito. ―Lo escuché bramar mientras nos guiaba a la zona boscosa del jardín que daba con el río Avon―. ¿Lo es?

― ¡Sí! ―Seguí con mis saltos en vano―. ¡Devuélvemela!

―No. Quédate quieta primero.

No me rendí hasta que me cansé. No era una enana y carecía de la estatura de una modelo. Ryan, en cambio, era el Burj Dubai humanizado en comparación conmigo. Pat sí lo rebasaba, pero desgraciadamente no estaba para defenderme y de estarlo dudaba que acudiera a él. Suficiente había tenido con el recibimiento tan descortés que le dieron.

―Ya. ―Pisoteé al recordarlo esperándome―. Dámelo.

―Espera ―me indicó con un tono de voz grave―. Déjeme hacer algo primero y luego... luego te vas a sanar al principito.

― ¿Qué vas a hacer?

― ¿Qué voy a hacerte? ―me corrigió con la expresión más seria que le había visto, tanto que no me dejé llevar por las ganas de empujarlo a la corriente del río―. A ver.

Levanté una ceja. ¿Qué iba a hacerme?

― ¿A ver qué?

―Tienes problemas de lógica, Marie. ―Se acercó para coger el tirante de mi vestido. Inmediatamente mis dedos también fueron a él al sentir el roce de su tacto contra mí, terminando los míos sobre los suyos. Respiré lo más hondo que mis pulmones me permitieron. Su mano estaba tan fría que producía hormigueos en la mía; la retiré―. Está feo, ¿te caíste? ―murmuró al bajar la diminuta porción de tela hasta que el morado asomó―. No importa.

Ryan siguió con lo que hacía ante la falta de respuesta de mi parte. Finalmente me percaté de su propósito al notar que abría el ibuprofeno.

―Ryan, no...

―Calla. ―Untó su dedo índice en el antiinflamatorio y acarició delicadamente mi hombro con él. Me estremecí. La crema estaba todavía más helada que su tacto―. Marie... tantos estudios y el canalla es incapaz de cuidar de ti. ―Se limpió los restos del ungüento en el saco. Al parecer ya no le importaba tanto―. Toma.

Acepté el frasco prohibiéndome a mí misma preguntar por qué. No necesitaba una excusa o una explicación, mi única urgencia era irme para hacer lo que tenía que hacer.

Recordaría Dios qué.

―Pat no sabe, de lo contrario...

―No me interesa, Marie. ―Se empezó a encaminar hacia la fiesta. No le seguí los talones a pesar de que teníamos el mismo destino. Así tendría un momento a solas para reevaluar los acontecimientos―. Ten más cuidado.

Afirmé aún cuando no podía verme haciéndolo.

Definitivamente debía tenerlo.

En especial de terminar en situaciones que lo involucraran.

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¡Hola! Ha pasado un tiempo, ¿no? 

Dije que estaría fuera por todo el mes de agosto, pero fue pasar unos días en casa y romper mi promesa. Tsk. Seguiré tomando el tiempo que pedí en vista de que el viernes me iré de viaje, pero trataré de dejarlas (y a Di) un poco más adelante. ¡No prometo nada! *se esconde para que las flechas no den en el blanco*. 

#Preguntas: ¿Cómo va el #TeamPat y el #TeamRy?

Ganadora del capítulo: @ eres un amor y tu respuesta, corta pero directa, fue la más acertada a mi parecer. 

Pregunta para ganar el siguiente: De nuevo a opinión, ¡no me quiero perder qué pasa por sus cabezas tras este capítulo!

Buenas noches, gracias por sus votos y comentarios ♡

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