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Capítulo 16: Fuori Di Pizza.

Estocolmo, Suecia

Pasado


Compartimos varias piezas. Veníamos de echar un polvo en su habitación, de vivir la mayor intimidad que dos personas podían compartir, pero aún así no podía compararlo con el sexo. ¿Me había sentido en la gloria dentro de ella? Sí. ¿Mi imaginación seguía dentro de su habitación? Sí. ¿Me embriagaba su aroma? Sí. ¿No dejaba de estar en medio de un torbellino de emociones? Sí. Pero la sensación de su cuerpo, de su calidez y suavidad, al compás de mis pasos era de otro mundo.

Había bailado con una absurda cantidad masiva de mujeres a lo largo de mi ocupación, nunca con ninguna que me siguiera el ritmo más allá de lo físico o lo carnal. Bailar con Marie era como hacerlo conmigo mismo, preveía mis movimientos y se acoplaba a ellos con una facilidad fuera de lo normal. No podía deducir si se debía a la experiencia que poseía o a una capacidad de visualizar el futuro. No lo sabía.

Dubitativo apreté el agarre que mantenía sobre su estrecha cadera; parte de mí prefería pensar que aquél don suyo sólo se manifestaba conmigo.

Tras las ocho dejamos la pista y al club en sí. Por fortuna durante la hora y media que estuvimos en él los demás no notaron nuestra presencia debido al gentío, por lo que nuestro rato juntos careció de interrupciones o escenas que podrían costarme minutos con ella.

Hmm... ¿Comida vikinga? ―me consultó.

Coloqué una mano en la parte baja de su espalda y la guié a través de la acera, lejos de la alcantarilla abierta en la que estuvo a punto de caer sin darse cuenta.

― ¿Otro? ―respondía.

― ¿Japonesa?

―La playa está cerca. ―El pescado crudo me desagradaba, ¿quién podía tener estomago para comerse a un animal en carne viva? Era como sacar el pescado de un río con un vaso y bebérmelo―. ¿Por qué mejor no pescamos? Es más barato.

Marie apartó su vista del mapa para mirarme mal.

― ¿Entonces qué te gusta? ―me regañó por segunda vez en la noche. Sonreí. Era un enfermo por adorar que lo hiciera, pero no era mi culpa que me resultara dulce su forma de arrugar el entrecejo e inflar las mejillas. En realidad no era desliz de nadie. Simplemente sucedía. Eran actitudes que formaba parte de su personalidad y, como el resto de ella, me gustaba―. Para ti nada está bien. Llevo una eternidad preguntándote. Pecas de exquisito. Ya...

Detuve su numerito arrinconándola contra la pared más cerca de nosotros y dejando un maldito y cursi beso en su mejilla. Mientras lo hice también nos arrimé hacia un callejón, cuidando que no nos vieran para evitar incomodarla. Lo menos que quería que creyera era que me iba el exhibicionismo.

Se veía tan poco sorprendida y a gusto con mi reacción que fui más lejos y coloqué ambas manos junto a su cabeza, evaluando cada detalle; desde su cabello hasta su cuello expuesto.

Me relamí los labios.

―Tú. ―También acaricié su rostro―. Lástima que no pueda comerte ahora.

―Puedes. ―No se acobardó y me lo devolvió, esta vez juntando nuestras bocas. El beso no duró tanto como hubiera querido―. Pero no tienes es tipo de hambre y yo tampoco, así que sigamos buscando.

Me pegué más, armando mi propia escena con más privacidad.

Exhaló con fuerza; lo sentía. Sentía lo mismo que yo, lo veía en sus ojos. Ellos contenían la misma necesidad y curiosidad por mí que yo tenía por ella desde que la encontré.

De verdad era jodido cómo el verla, evaluarla con atención, podía decirme más que el sexo. Volvía a pasar lo mismo que en el Amber Lager. O había estado tan enfrascado en satisfacerme a costa de ella y de devolverle el favor que no había estado verdaderamente atento a los detalles, o sencillamente lo había hecho de la mierda y necesitaba volver a intentarlo con más atención para darme cuenta de las cosas que descubrí después.

― ¿Quién dijo que no? ―murmuré.

No obtuve una respuesta instantánea, se relajó para hablarme de vuelta y al hacerlo escondió la chispa que vislumbré en su mirada. No me desanimé, no lo vi como una pérdida.

Era temprano para nosotros, no nos conocíamos tan bien, hallaba absurdo sentir algo más que gratitud, fascinación y cariño hacia su persona, pero había algo más surgiendo en mí por ella y ahora sabía que cabía la posibilidad de que sufriera lo mismo que yo; remordimientos al considerar la idea de tenerla como asunto de una vez, ternura hacia su conducta exasperada y unas jodidas ganas de convertirme en molusco y pegármele.

Ahora no estaba tan solo en esto.

―Se supone que ya estás saciado ―Finalmente salió del bloqueo y se cruzó de brazos, aparentemente inmune a mis encantos―. Se supone que no deberías querer más.

―Supones mal.

―Supongo según lo que yo siento ―dijo―. Y lo que siento en estos momentos, Henry, es ganas de comenzar a comerme a mí misma si no conseguimos un lugar pronto.

Fue la segunda vez, no en la noche, que se escabulló de mí. Recordaba una situación similar que incluía una sueca sexualmente frustrada, pero esta vez sí me percataba de que huía de algo. La seguí pero no la alcancé, tomándome mi tiempo para tranquilizarme y que no me confundiera con un depravado o de nuevo con un acosador. Ella definitivamente causaba un efecto en mí, uno que se presentó en Nyköping e incrementó con nuestros reencuentros y mi visita a su departamento.

Tras unas cuadras más de caminata vacía de personas y llena de autos, creí encontrar un establecimiento que se ajustaba a nuestras necesidades.

―Ven, guarda tu mapa.

― ¿Hay un sitio? ―Lo hizo―. ¿A dónde? ―Tomó mi mano cuando se la ofrecí, devolviéndose para alcanzarla―. Lo única que no tolero es la tailandesa, tendremos problemas si es lo que te gusta.

Le señalé un restaurante a unos metros; Fuori Di Pizza. Era discreto y pequeño, el cartel no encendía. Entendía que alguien sin gafas de visión nocturna no pudiera verlo.

― ¿Y la italiana?

Se encogió de hombros.

―Comida es comida, menos la tailandesa.

― ¿Eso es un sí?

―Es cómo digo que comería todo lo que me pusieras enfrente.

Mi mente formuló una imagen inapropiada con sus palabras.

― ¿Todo?

Asintió.

Joder.

No hablamos más hasta entrar al negocio, di gracias por ello. Nos sentamos en la mesa de afuera bajo la poca luz exterior que tenía el restaurante. El menú era básico, lleno de pastas, salsas y pizzas, pero nos sirvió. Los dos estuvimos de acuerdo en compartir una familiar de pepperoni, anchoas, champiñones y los tres ingredientes comunes; queso, jamón y salsa. Marie siguió leyendo su mapa turístico cuando el mesero se fue, por lo que no entablamos contacto visual hasta que nuestra bandeja, no platillo, llegó.

Era la jodida pizza más apetecible. Me moría de hambre y aún con ello intenté ser un caballero y servirnos, pero ella se me adelantó tomando cuchillo y tenedor para poner una porción en mi plato y otra en el suyo.

Levanté las cejas cuando no soltó los cubiertos.

― ¿Quieres que busque más servilletas? ―Quizás no quería ensuciarse o tener algo a la mano para limpiarse al final, no había casi nada en el servilletero de La Torre de Pisa―. Iré por ellas.

Su voz me detuvo al empezar a levantarme.

―No, gracias. ―Cortó su trozo en trozos más pequeños y se llevó uno de ellos a la boca, no dejé de mirarla. Esperó dejar de masticar para dirigirme la palabra―. ¿Qué?

― ¿Por qué no comes con la mano?

Su mirada me redujo mi alter ego al de un chimpancé.

― ¿Tú comes con la mano?

―Sí... ―Mordí―. La pizza y eso, tampoco es que voy a comer arroz de grano a grano con los dedos de palillos.

―Pensaba que no te gustaba el sushi. ―Soltó una risita que contrastó enormemente con su actitud seria y refinada, le puso fin ladeando la cabeza―. ¿Mentiste?

Le guiñé.

―El sushi no es lo único que se come con palillos.

― ¿No?

―No. Son originarios de china y se usan en casi todo el Lejano Oriente.

Mientras comíamos Marie lanzó preguntas culinarias y de cultura general que pude responderle gracias a mi trabajo de vigilante nocturno en un centro comercial. Las personas, desde ancianas y trabajadores a niños perdidos, solían acercarse a mí en búsqueda de seguridad y terminaban contándome lo primero que se les ocurriese. Era una mierda que finalmente servía; formalmente ya no sólo era un bailarín o un rollo cualquiera.

Me convertí en el inteligente sujeto que la invitó a cenar.

Ya era el partido.

Reí ante el pensamiento, negando cuando frunció el ceño.

Ya quisiera.

Cuando terminamos de comer, Marie dos triángulos y yo el resto, pagué y fuimos de regreso a su edificio. Para no bajar el nivel de la noche la dejé en la recepción. No subí hasta su departamento por el cansancio en sus ojos, no olvidaba que horas atrás habíamos concursado y después agotado la energía restante en otras actividades. Yo mismo quería echarme un sueño de media semana.

Se despidió de mí dándome un fugaz beso en los labios, murmurando acerca de ir a revisar los resultados antes de acostarse y en dejar que el destino nos uniera de nuevo. Pensé que eso último era una porquería, pero aún así me separé y no me fui hasta que empezó a subir las escaleras porque el ascensor estaba estancado. Lo lamenté por ella, siete pisos acabarían de consumir las fuerzas que le quedaban.

No me asomé en el Amber Lager. Cogí camino directo a Slottsbacken. Saludé a la señora Olofsson cuando entré en su vecindad. Ella había ido a vernos en vivo y directo, pero por el dolor en sus huesos se devolvió con los que no quisieron irse a festejar. La mujer tenía la primera planta llena de afiches, una cartulina por cada pareja. Ya que le habíamos dado más de una entrada sus nietos pequeños habían ido a apoyarnos como precio a pagar por el asiento, por lo que sostenerlas no había sido un problema.

―Sabrá Dios qué hacías. ―Las arrugas alrededor de sus ojos y boca aparecieron al sonreírme―. No me cae el canal, niño, mañana me dirán cómo les fue.

―Puede subir y verlo con nosotros.

Hizo un movimiento de rechazo con la mano.

―No, ya fue mucha acción por hoy.

―Pero si estás joven, Astrid.

Tosí cuando me sacó el dedo en lugar de sonrojarse; evidentemente Teresa había hecho más que modernizar su armario.

―Debo dormir a los niños y a Rubio. ―Se echó a reír de la expresión de mi cara―. Duerme bien que te quedan dos más. Lo hiciste fabuloso, Henry. ¡Azúúúúúcaaarrr....!

Con pasos de baile de salsa que no sabía que conocía entró en su casa. Oí el maullido de gato al fondo, seguramente asustado.

Sin saber cómo reaccionar ante la posesión de Celia Cruz de su cuerpo, empecé a subir a nuestro piso. Al abrir la puerta agradecí no haber pasado por el bar, estaban congregados en la sala cuando llegué. Un televisor, el de mi habitación, estaba instalado frente al sofá de cuatro. Nosotros triplicábamos la cantidad, así que la mayoría permanecía de pie o sentados en el piso. Me paré junto a Tere, versión pijama punk, en vista de que mi pareja estaba haciéndole morritos a Broken.

― ¿Ya empezaron?

―No, dentro de diez minutos. ―Me analizó ―. ¿Dónde estabas?

―Por ahí.

― ¿Por ahí? ―Levantó las cejas―. No te vi por ahí.

―Buscaste mal ―le corté las demandas.

Bob y Sad salieron de la cocina llevando consigo recipientes con palomitas y aperitivos para reducir la ansiedad. No me impresionó que el sexo femenino se adelantara y robara la mayoría de los dulces, cogí el paquete de patatas que restaron.

A media bolsa hubo un anuncio en la cadena con subtítulos en inglés para que los que no supieran sueco pudieran entender.

―Ya, cállense. ―El líder Broken pidió silencio―. Va a empezar.

No sólo mencionaron al veinte par de finalistas, sino que además repitieron las presentaciones. Los primeros de nuestro grupo en aparecer en la pantalla fueron Teresa y su chico. Ella estuvo a punto de desmayarse a mi lado, así que tras su episodio de celebración sostuve su codo para estabilizarla. Sabía por su cara de camino a Amber Lager que era quién menos pensaba que podría quedar.

No corrimos con la suerte de quedar todos para la siguiente ronda. Minutos después mencionaron a Broken y a la argentina. El rubio sólo sonrió con egocentrismo y besó a Ginger, mientras que su compañera no dejó de chillar. Estaba quemándome la cabeza a la espera de los siguientes cupos, pues sabía que si saltaban a números mayores que el mío era porque no había quedado en una mierda.

No fue así, inmediatamente nos colocaron a mí y a Ginger en la pantalla. No grité, no salté o hice un jodido escándalo. Ella tampoco. Nuestra reacción fue mirarnos, disfrutar una de las tres victorias que necesitábamos para ganar, del placer que venía con la recompensa de habernos jodido tanto, por llegar a dudar de nosotros mismos.

Lo habíamos logrado.

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Hola ♡

Les prometí el primer #DOble y aquí está, espero que les haya gustado y tengan una linda semana, en especial para quién aún no sale de vacaciones. Fue divertido hacer lo del capítulo doble, un reto que me ayudó con un campamento de escritores con el que me metí con unas colegas para "avanzar" (aunque no hay nadie que me castigue cuando no escribo e.e).

En fin.

Ganadora del capítulo: ElMangodeJace *o* Me encantó su teoría porque no dejó ningún punto suelto, así que tadáááá. Felicidades *le lanza pétalos de rosas artificiales*.

Pregunta para ganar el próximo capítulo: ¿Cómo se están imaginando que será la continuación de la fiesta de Madison? 

Gracias por sus votos y comentarios, abrazos.  



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