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Capítulo 14: Mientras no estuvimos.

Estocolmo, Suecia

Pasado


Marie y yo no seguimos a los demás al Amber Lager. Mientras lavaba mi vaso ella reveló su miedo a los perdonavidas y a salir herida durante una riña, así que insistió en quedarnos a charlar en el balcón de su departamento.

Lo primero que se me vino a la mente fue que estaba buscando una excusa para quedarse a solas conmigo, lo que no tenía que hacer porque lo haría si tan sólo lo solicitara, al estilo tengo miedo, abrázame, durante una película de terror. Pero mis sospechas no importaron. No pude decirle que no a la repentina alteración de planes. Pasar un rato con Marie a solas estaba por encima de la diversidad de vicios y mugre del submundo.

Y la vista era infinitamente más agradable.

Era una tarde radiante, la brisa marina llegaba a nosotros y las luces titilaban a nuestro alrededor como si fueran luciérnagas danzantes. Su mirador daba con gran parte de la ciudad de Estocolmo. Por fortuna no había ni un edificio en frente, lo cual significaba que se podían identificar varias calles y bellezas arquitectónicas a la distancia. Se sentó en una tumbona y yo ocupé parte de un columpio.

Me tendió un cooler.

― ¿Qué es? ―le pregunté sin tomarlo.

―Refresco de uva. ―Lo acercó más ante mi desconcierto―. Lo siento, no tengo alcohol.

Lo cogí con cuidado de no derramar su contenido y hacer un desastre. Estaba convencido de que la tapicería del mueble del columpio valía más que el premio que nos darían si llegábamos a ganar.

― ¿Ni vino?

―Ni vino.

Maldición con la ley seca.

― ¿Por qué?

Ladeó la cabeza como un pajarito.

― ¿Por qué qué?

Retuve una sonrisa.

¿Por qué la encontraba tan encantadora? Me arrimé al extremo opuesto para estar más cerca de ella. Una manta cubría su regazo y bebía líquido humeante de una taza. Podía advertir que la piel de sus brazos, descubiertos por la franelilla que había estado bajo el abrigo marrón, estaba poniéndose de gallina. Era friolenta y yo encantado le subía la temperatura.

― ¿Por qué no tienes licor?

―Porque no es mi casa. ―Me asombró colocándose de pie y acomodándose a mi lado. No me tuve que mover para hacerle espacio, cupo sin que lo hiciera―. ¿Es necesario beber alcohol? ¿No podemos sólo hablar?

―El alcohol lo hace más divertido.

Puso cara de póker.

― ¿Según quién? ―me interrogó―. ¿Según tú?

Me encogí de hombros.

―Muchas personas opinan lo mismo, princesa. ―Nos mecí―. No soy el único que lo dice.

―No me importa lo que opinen los demás. ― ¿Eso era determinación adornando su mirada? Lo era, me estaba riñendo―. Te estoy preguntando a ti, ¿necesitas alcohol para divertirte?

―Dije que sería más divertido con alcohol, no que lo necesito para pasarlo bien.

Lo que no le confesé era que dudaba necesitar otra cosa que no fuera su compañía para pasarlo bien. Y no requerí hacerlo para mantener un tema, Marie solita se encargó de darle jugo a nuestra conversación. Eso me fascinó, el que fuera capaz de contarme mil anécdotas en una hora y envolverme en cada una de sus historias. Era un artista y sólo urgía de una audiencia para demostrar sus talentos.

Fui feliz escuchándola y viéndola, no hablándole y tocándola. Pero no me costaba percibir lo bien que se sentiría de hacer las cuatro acciones al mismo tiempo, sería más que bueno y seguramente la espera por ello valdría la pena. Aunque con las actuales me conformaba.

De momento.

Cuando me habló de su hermano estrellando un auto en una competencia por haberse bebido la bodega familiar el día anterior, empecé a prestarle menos atención a lo que decía y me enfrasqué más en cómo lo hacía. Sus labios seguían siendo tan rojos, ellos dejaban una delgada abertura a su boca cuando hablaba. Y sus mejillas no se quedaban atrás en lo que se refería al tono ámbar, los petardos estallaban continuamente debido a la velocidad con la que hablaba y dejaban tras sí un dulce rubor en su rostro.

―...y entonces mi padre le prohibió volver a correr ―terminó de explicarme cómo fue que se terminó la carrera de su hermano como Meteoro.

― ¿Y tú, Marie? ―Le di el primer trago al cooler; era como beber jugo de cartón para niños.

― ¿Yo qué? ―Terminó con su chocolate caliente y depositó la taza en una mesa de cristal y mármol.

― ¿Cuál es tu historia? ―Planté mis pies en el suelo para detener el bamboleo del columpio―. ¿Cuáles son tus sueños?

Hmm. ―Se mordió un dedo―. Desde pequeña he ayudado en las fiestas que se hacen en mi casa, me gusta hacerlo y podría buscar trabajo en una agencia de planificación de eventos, y dentro de unos años quiero abrir mi propia escuela de baile. 

No me extrañaba lo de la escuela. Ella bailaba, un noventa por ciento de los bailarines querían abrir su propia academia o directamente convertirse en coreógrafos reconocidos al jubilarse del escenario. ¿Pero de dónde venía lo demás? Veía en Marie a una chica dedicada y elegante, no a una planeadora de fiestas.

― ¿Eventos?

―Sí, papá lleva a sus amigos del negocio ―dijo y entendí que se refería a fiestas de té o cartas―. ¿Y tú?

― ¿Mis planes e historia? ―Asintió y suspiré―. Me apuntaré en la policía, tengo un hermano y he tenido que vender mi alma para que el lugar donde trabajo no me despida por venir. ―Hice una pausa. Marie estaba mucho más cerca, seguramente para oírme mejor. Me pateé mentalmente al pensarlo así, ¿cómo podía compararla con el villano de La Caperucita? Yo era el lobo, no ella―. También quiero tener un local en un futuro.

Del dedo pasó a morderse el labio.

―Con que policía, ¿eh?

―Sí. ―Me atreví a enredar uno de sus mechones de cabello en mi dedo. Cuando no dijo nada seguí jugando con él―. El chico con el que bailaste, ¿son cercanos?

―Bailamos juntos. ―Apoyó su frente en mi antebrazo―. Para eso hay que estar muy cerca. Así que sí, somos cercanos.

―No me refiero a ese tipo de cercanía, Marie, y lo sabes. ―Fui más lejos y presioné mi pulgar contra su labio inferior. Celebré al no ser rechazado. Su textura era lisa y blanda, suave―. Me refiero a una más... íntima.

―Sé de lo que hablas y no. ―Alzó su mirada y me perdí en ella, en la ventana que representaba―. No tenemos ese tipo de cercanía.

―Bien. ―Había empezado a acariciar su mejilla―. Me alegra.

― ¿Por qué? ―preguntó aún cuando ambos sabíamos la respuesta.

No perdí el tiempo contestándole con palabras, en cambio halé su rostro al mío con cuidado y me enfoqué en saborear sus labios por primera vez. Su tacto contra los míos fue el mismo que contra mi dedo; eran suaves, blandos. Poco duré resistiéndome a penetrar en la humedad de su boca. Durante nuestro beso pasé mi brazo por su cadera e hice que me montara. No quería quedarme sin probar ni un centímetro de ella.

Saborearla era tan bueno.

―Hen... ―empezó a separarse y la detuve volviendo a atacar su boca―. El colum...el columpio.

El columpio de madera crujía y se haría añicos si no movíamos nuestro culo fuera de él. Me avergonzó no haberme percatado, pero el sentimiento no impidió que la cogiera de sus bonitos glúteos e hiciera que me rodeara con las piernas para meternos dentro del departamento. Omití la sala, la cocina, el baño y nos adentramos en su cuarto. Me alegró que no fuera una mierda rosa, aunque estaba seguro de que ni una decoración de My Little Ponny me bajaría el lívido, pues Marie me tenía ansiándola desde Nyköping.

La cama no tenía un dosel que apartar o barrotes a los cuales se pudiera aferrar. La deposité en medio del colchón con delicadeza, forzándome a ser suave cuando en realidad moría por adentrarme en ella como un salvaje. Rápido y pronto, lo más pronto posible. De cierta manera temía que la oportunidad de tenerla desapareciera.

Acaricié su cabello y su rostro mientras me frotaba contra ella, su centro contra mi centro, y juntaba nuestras lenguas con algo similar a la ansiedad y el hambre. Era dulce, preciosa. 

Lamenté desprenderme de su calidez pero preferí terminar con ello para no tener que hacer otra pausa. Ante un par de ojos atónitos y nublados me desvestí. Jamás había sentido pudor en lo que se refería a mi cuerpo, pero tampoco había sido tan observado con anterioridad. Cuando terminé sus mejillas eran dos manzanas rojas que me embelesaron más que cualquier otro detalle de la situación. Seguí con los besos alrededor de su cuerpo al no saber cómo continuar. No era la primera vez de ninguno, de ser la suya probablemente me lo habría indicado, ni la primera vez que estaría con alguien que no perteneciera a mi círculo social, pero sí sería mi primera vez con una mujer que hubiese deseado tanto y, por ende, era diferente.

―No me digas que tengo que bailar para ti. ―Se separó para ponerse de rodillas, le permití tal distanciamiento porque estaba eliminando su ropa del juego. La atraje de vuelta cuando quedó en sus bragas azul cielo. Era tan perfecta para mí―. Dios, eres un bruto ―se quejó―. Recuérdame por qué estoy...

La besé, no conformándome con su boca y pasando al resto de ella. Marie hizo un sonido mitad ronroneo mitad gemido que me impulsó a acariciar su pelvis y la longitud de sus piernas, y soltó un quejido cuando me aparté.

― ¿Suficiente o tengo que recordártelo más?

Con su fingida expresión insatisfecha ganó un puesto debajo de mí y que me situara entre sus muslos nuevamente, en esta ocasión sólo una barrera de algodón separaba mi polla de su entrada. Ignoré sus protestas mientras me dedicaba a inhalar el aroma de su tersa piel desde el elástico de su ropa interior hasta su boca, mordiéndola entre los pechos sin haber estimulado el resto y haciendo que gimiera a tiempo que arqueaba su delicada espalda, ofreciéndose.

En esta ocasión olía a jazmín y almizcle, ¿estaba buscando joderme la nariz con afrodisíaco?

―Más ―jadeó y se lo di.

No fue una amante recesiva. Me mordió tanto como yo a ella, me rasguñó y folló mi mente y cuerpo a la vez. No pasé directo a lo que anhelaba, antes que nada me encargué de proporcionarle placer. Al principio se dejó hacer, sumisa, pero cuando terminé de devorar su punto más íntimo inició una lucha de poderes que terminó con mi miembro ensartado en su estrecho canal. Estar en su interior fue una experiencia húmeda, caliente y apretada que pudo con mi control. Y ella, en vez de oponerse, arremetió contra mí con la promesa de arrebatarme lo que tuviera a su alcance; todo.

Marie era una belleza que pasaba desapercibida cuando no se proponía destacar, pero frente a mí era mucho más atractiva que cualquier otra mujer con la que hubiese compartido a tal extremo. Desnuda seguía siendo delgada y menuda, y dueña de unos pechos firmes que fueron responsables de gran parte de sus suspiros. No eran ni grandes ni pequeños, encajaban completamente en mis manos y no me había resistido a la hora de jugar con ellos, así como tampoco nada impidió que mimara cada centímetro de su tez blanquecina.

Usamos protección. Con los condones no me sucedió lo mismo que con los billetes, nos los dejé en casa. Sus facciones se volvieron risueñas al momento de correrse alrededor de mi miembro, lo que no hizo más que incrementar la fuerza de mi orgasmo. Culminé semiflácido con su jadeante rostro sonrosado contra mi cuello. Nuestro intercambio había sido fugaz, lo que consideraba decepcionante, pero existió y quizás abriría la puerta a otros más.

Quizás, palabra clave. 

Nos di la vuelta para sentarme y sentarla sobre mí, literal.

―Creo que aún podemos bajar a tomar una cerveza. ―Rompió el silencio―. ¿Quieres?

No, no quería. Lo que quería era dormir con ella o continuar para demostrarle que había más de mí que eso.

―Claro.

Le di una nalgada cuando se levantó para irse a dar un baño, no la seguí a pesar de mis ganas de hacerlo. Ella me lanzó un cojín que habíamos arrojado al piso, lo cual me hizo pensar que estaba acostumbrándose a lanzarme fundas.

La idea de estar con una Marie húmeda y desnuda hacía que mi compañero se agitara de nuevo, pero entendía que ella quería su espacio tanto como yo quería el mío. Salí de la cama diez minutos más tarde, justo cuando oí que cortaba el paso del agua. Esperé a que saliera envuelta en una toalla para imitarla. El piso seguía mojado y el cristal empañado, señales de su estadía. Me lavé. Aproveché que había traído mi ropa y me vestí de una vez. Al acabar reparé en que su femenino aroma seguía en mí por más que me hubiese enjabonado. Eso me gustó.

― ¿Ya estás listo? ―Apareció tras de mí. Se apretó contra mi pecho y me abrazó. Todavía no tenía camisa y pude sentir cómo sus pezones se endurecían contra mi piel por debajo de la tela, estaba vestida pero no tenía sostén―. Es temprano, pensé que sería más tarde. Son apenas las siete.

― ¿Estás tratando de convencerme para quedarme? ―Me di la vuelta y metí una de mis manos por debajo de su vestido suelto, apreté una de sus nalgas. Ella pegó un saltito pero no se apartó―. Sólo tienes que pedirlo, princesa.

Me fulminó.

―Ya me vestí, Henry. ―Se paró sobre las puntas de sus pies. Tenía zapatos bajos y ellos la hacían ver como un algodón de azúcar, no como un caramelo de cianuro―. No me apetece quedarme. No me arreglé para nada. Dijiste que sí iríamos.

―Pudiste haberte vestido para que te desarreglara. ―Su reacción no me había desconcertado. Estaba familiarizado con el odio que experimentaban las mujeres cuando uno no las complacía o cambiaba drásticamente de opinión―. ¿Estoy equivocado?

Asintió, retiró mi mano de su culo y movió las caderas en el pasillo para arreglarse la falda mientras andaba hacia la sala.

Me dejó la puerta abierta.

En el Amber Lager había noche de baile, lo que era ideal para los chicos y su festejo. Marie llegó primero y yo lo hice tras ella como un jodido perrito faldero. No me extrañó ver a Ginger y a Broken improvisando en la pista. Bailaban tango y no podían hacerlo mejor, ni siquiera una coreografía destinada a ganarles a bailarines internacionales podía. Me asomé entre las personas y me reí discretamente con la expresión irritada de la argentina. Ginger sabía mover más que el esqueleto, también era buena con sus cartas.

― ¿Qué vamos a tomar? ―me preguntó cuando la alcancé en la barra.

―Pensé que habíamos quedado en que beber no era necesario. ―Impedí que se sentara en el taburete―. Ven, vamos a bailar.

Estaba reproduciéndose algo suave, tranquilo, como ella. La atraje más envolviendo sus caderas con mi brazo. Ya no sólo estaban Broken y Ginger bailando, otras personas se habían animado a participar. Suponía que su iniciativa se debía al cambio de género, no cualquiera bailaba tango.

Marie se acopló al ritmo de la canción. Su cabeza reposaba contra mi hombro y sus pies se movían al compás de los míos. Froté mi nariz contra su cabello, apretando el agarre de mis dedos sobre los suyos. Quizás tenía razón y había sido un bruto con ella en la cama, un tipejo que estaba más enfrascado en tocarla que en cuidarla, pero mierda que me estaba dando cuenta y que, apartando mi capricho carnal, me sentía bien con que hubiéramos salido de su cuarto. Mientras bailábamos sentía que de cierta forma la estaba compensando por ser tan idiota, que estábamos compartiendo más que una cama.

― ¿Henry? ―Los pelos se me pusieron de punta al percibir el choque de su aliento en mi nuca.

― ¿Sí? ―respondí.

Se aferró más a mí.

―Fue increíble.

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Hola :D

¡Feliz día internacional del orgullo gay! Aquí les dejo cap, ojalá hubiera podido hacer algo con Gary y Eduardo (Es decir, el hermano de Ryan y su novio). Pero la idea no se me escapa, su historia (pequeña) la tengo pendiente desde hace mucho. 

Ganadora del capítulo: Jaizmar10 ¡Se lo merece tanto! Sus comentarios me hacen reír mucho, además de que a veces me pone en circunstancia y me ayudan a mejorar. 

 Para ganar la próxima dedicación también lo dejaré a opinión, me muero por saber lo que piensan (no es que quiera dominar el mundo). 

Gracias por sus votos y comentarios, espero que tengan una linda semana ♡

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