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Epílogo

Nueve meses después

Camino entre los pupitres vacíos hacia la puerta del salón observando el suelo para no tropezarme con los escalones. Mis compañeros han salido despavoridos al terminar la clase, pero como siempre me he detenido un momento para guardar en orden mis pertenencias en mi mochila y así evitar perder algún libro, como lo hice la primera semana de clases. Con el bolso colgado al hombro, avanzo entre los pasillos de la universidad hacia la salida del edificio de ciencias agrarias; debo descender varios conjuntos de escaleras hasta finalmente llegar al exterior. El aire es fresco y anuncia lo que tanto he esperado: pronto llegará el otoño, aunque por el momento las hojas de los árboles se mantienen verdes y en sus ramas en lugar del suelo.

Encuentro a Santiago hablando con buen ánimo con uno de sus compañeros, viste como cualquier chico normal y aun así es objeto de las miradas de las chicas y de algunos chicos también. No parece molestarle la atención, creo que la disfruta. Su acompañante tampoco parece afectado por los numerosos pares de ojos posados sobre ellos y creo que están bromeando sobre el asunto. Me está esperando como cada tarde para ir juntos hacia casa sin importar que el edificio de su facultad se encuentre en el otro extremo del campus. No le gusta dejarme sola a pesar de que finja que me está haciendo un enorme favor.

—¿Listo?

Apoyo mi brazo sobre sus hombros y él se deshace de mi contacto con rapidez. Lo estoy avergonzando y no intenta ocultarlo.

—Sí, comenzaba a pensar que no saldrías nunca.

Giro los ojos exageradamente para que vea que es un pesado.

—Yo soy la mayor —le recuerdo.

—Compórtate como tal —me molesta.

—Nos vemos luego, Matías —saludo al muchacho y tomo a mi hermano del brazo para tironearlo con el único fin de hacerle pasar más vergüenza.

Se lo merece por maleducado.

Intenta zafarse de mi agarre, pero no lo logra y recibo una mirada malhumorada de su parte. Ay, ser adolescente. Qué bonito momento y cuánta impunidad uno tiene en esa etapa de su vida.

—Suéltame, Daiana —me pide con cansancio.

—¿Estoy avergonzándote? Lo siento tanto, hermanito —finjo pesar y lo dejo ir finalmente.

Chasquea la lengua y se acomoda la ropa a pesar de que no he desarmado su look tan pensado para lucir casual.

—No sé por qué acepté vivir contigo —se queja—. Eres un grano en el trasero. Se supone que eres la adulta, actúa como tal.

—Ambos sabemos la razón. —Rio, no dejando que me afecten sus palabras—. Era la única manera para que te permitieran estudiar en la ciudad. Además, no puedes pagarte un departamento y nuestros padres tampoco. Era tu única solución.

Suelta el aire contenido en sus pulmones con exageración y me mira con hastío. He ganado y él lo sabe.

—¿Iremos a ver a Trudis hoy? —pregunta, cambiando de tema.

Niego con la cabeza.

—No, tiene un té de bingo con sus amigas. A no ser que quieras jugar con un montón de ancianas que te apretarán las mejillas.

Frunce la nariz.

—Paso.

Eso creí.

—Aunque se come bien en los bingos y puedes ganar algún premio.

—Sigo pasando —declara.

Avanzamos en silencio por las concurridas calles hacia nuestro edificio que no se encuentra muy alejado del campus. Luego de mudarme con Gertrudis, ahorré bastante trabajando en el bufé de abogados donde Anna es socia y ayudando a Ximena con investigaciones para sus historias. Con el dinero que me quedó de la venta del departamento del segundo deseo —que a decir verdad era bastante— terminé comprando uno para mí. No es la zona más linda de la ciudad pues está siempre rodeada de muchachos ruidosos que se van de fiesta luego de terminar las clases y tampoco tengo la mejor vista; sin embargo, es lo suficientemente grande para que pueda vivir con comodidad en él y brindarle una habitación a mi hermano pequeño. Él, por el contrario, adora el apartamento porque siempre tiene donde ir a pasar el rato ya que se ha hecho amigo del resto de los estudiantes que viven allí, y yo de sus madres.

—Debo estudiar para un examen —suelta de repente y se detiene con el teléfono en la mano—. Debería ir a la biblioteca para buscar unos libros.

—¿Ah, sí? —pregunto con burla—. Pero si recién pasamos por la biblioteca y no entraste.

—Me había olvidado. Matías me lo acaba de recordar.

—¿Seguro que no es por esa chica? —lo molesto.

Frunce el ceño.

—Claro que no.

Claro que sí, hermanito.

—Entonces no te molestará que te acompañe.

Abre la boca para decir un montón de excusas, pero como sabe que lo he puesto contra las cuerdas, deja caer los hombros.

—Bien —dice seco.

Sonrío con triunfo y volvemos sobre nuestros pasos hacia la biblioteca. Sí, puedo parecer un poco molesta, pero así es como nos tratamos. Él finge que no me soporta y yo lo hago pasar vergüenza. La verdad es que ambos esperamos el final del día para cenar juntos y hablar de nuestros días.

Al llegar a nuestro destino, me indica que lo espere afuera y no discuto pues prefiero disfrutar el aire fresco y el sol que se cuela entre los altos edificios. Me siento en las escalinatas y rodeo mis rodillas con los brazos. Un muchacho un poco más joven que yo se sienta cerca y me sonríe, pero no devuelvo el gesto, sino que aparto la mirada.

Desde que Milo desapareció no me he permitido observar a ningún otro muchacho. Me quedé con el corazón hecho trizas y sin poder comprender qué demonios había hecho mal a pesar de darle un millón de vueltas a lo ocurrido. A pesar de no encontrar la respuesta, sabía que era mi culpa, quizás había elegido mal las palabras o mis sentimientos no eran tan fuertes como se necesitaba.

Volví ese fin de semana al campo para despejar la mente y porque necesitaba el abrazo de mi madre. Ella escuchó cada uno de mis lamentos y sanó algunas heridas con sus palabras reconfortantes y muchas comidas deliciosas. Por supuesto, se quedó con la historia de que él volvía con su famili porque no podía decirle que el muchacho era en realidad un genio. Y tanto secretismo me hacía mal.

Había encontrado a Tobias en casa a las pocas horas de llegar y no le agradó mucho que lo rechazara. Aun así, en lugar de soltar groserías como un niño, aceptó mi decisión y se fue con la frente en alto. Si mi corazón no hubiese llorado la partida del genio, habría aceptado su amor, su compañía y la vida que me proponía. Pero no lo hice y no me arrepiento.

Ese mismo fin de semana mi hermano mayor me convenció de estudiar, de despejar mi mente haciendo algo productivo que me ayudara para un futuro. No era una mala idea y juntos nos pusimos a averiguar qué demonios podía hacer. Las opciones eran numerosas y luego de muchas listas de pros y contras elegí ingeniería agrónoma ya que me serviría para ayudar a mi familia con la granja y me gustaba el temario.

Al enterarse Santiago de mi decisión, se alegró a montones porque mis padres ya no tendrían excusas para no permitirle ir a la ciudad a estudiar ingeniería industrial. Así, a los pocos meses, cuando terminó el instituto, se mudó con Gertrudis y conmigo para que ambos hiciéramos el curso de ingreso a la universidad. Por fortuna, tanto para él como para mí, no nos veíamos ni nos vemos en clases ni en la cafetería, tan solo cruzamos caminos en la ida y vuelta.

Observo la hora que marca la pantalla de mi móvil al sentir que mi hermano está demorando demasiado y suelto un suspiro al ver que así es. Debe estar hablando con esa muchacha que le encanta y a la que no ha dejado en paz desde que se cruzaron por primera vez en clases, ni siquiera sé su nombre porque él siempre niega su existencia, pero lo he visto con ella desde el primer día. No entiendo por qué simplemente no la invita a salir y termina todo ese baile masculino de apareamiento.

Me pongo de pie porque no soporto el trasero congelado y camino unos metros hacia un food truck que está estacionado en el borde de la acera. Hay fila larga por lo que demoran un poco en atenderme, aunque después de lo que me parece una eternidad consigo una hamburguesa. Mi hermano aún no sale por lo que como en silencio en las escaleras de entrada del edificio y mi estómago agradece la comida.

Mis ojos escanean el lugar buscando a Santiago y no lo encuentro por lo que pienso en llamarlo. Sin embargo, en mi escrutinio de las masas, hallo una figura que me deja de piedra. Un muchacho alto y de piel oscura bajas las escaleras con paso despreocupado y un libro en sus manos. Viste con una camiseta blanca y pantalones vaqueros claros, su cabello está desordenado y luce como un maldito modelo. Reconocería ese cuerpo y ese andar hasta dormida.

Me pongo de pie de un salgo y camino con rapidez hacia él, todavía con la hamburguesa en una mano. Trago con fuerza antes de hablar para no ser del todo descortés.

—¿Milo? —suelto con un hilo de voz.

He tomado su brazo y él dirige su mirada hacia ese punto.

—¿Disculpa? —dice confundido.

Esa es su voz, esa es la voz del genio. De mi Milo. Pero la mirada que me echa, una llena de desconcierto y de quien parece estar a punto de gritar pidiendo auxilio, me indica que me he equivocado.

—Lo... lo lamento —tartamudeo—. Te he confundido con otra persona.

Asiente aún con el ceño fruncido y entiendo con vergüenza que todavía lo sostengo. Dejo ir su brazo y las lágrimas no tardan en acudir a mis ojos porque esto debe ser una burla del universo. Me ha enviado a alguien igual a Milo, solo que no es él. Con toda la fortaleza que he construido en estos últimos meses, me obligo a mantener mis lágrimas en su lugar y no derramarlas.

—Lo siento —repito.

Le dedico una sonrisa de disculpa y me volteo para dejar al pobre muchacho en paz. Doy un paso rápido y luego otro intentando calmar mi cuerpo y todas las emociones que afloraron al verlo. Deseo alejarme tanto como sea posible y esconderme para que nunca nadie me encuentre. Sin embargo, luego de unos pasos ya no puedo avanzar.

Dirijo mi mirada hacia mi brazo y encuentro una mano masculina cerrándose en torno a mi muñeca. Giro mi cuerpo y sigo la mano hacia un brazo, luego a un hombro y un cuello, y finalmente a un rostro apuesto. El muchacho me dedica una sonrisa perfecta y el corazón se me estruja.

Necesito alejarme de él, necesito irme de aquí. El parecido es asombroso, parecen hermanos gemelos.

—Es una broma —dice mientras esboza una sonrisa—. Soy yo, Pop.

Separo los labios debido al asombro, he dejado de respirar de golpe. El cuerpo se me congela y siento como si hubiese visto a los ojos a Medusa y estuviera en proceso de convertirme en piedra. Pero no he visto al personaje mitológico, estoy observando los ojos de Milo que ya no son tan dorados, pero siguen siendo igual de mágicos. Y he dejado caer mi hamburguesa.

—Pero...

—Lo lamento, no pude contenerme. —Suelta una carcajada y la sorpresa me abandona.

Golpeo su hombro con mi puño, lo hago con toda la fuerza que tengo. Quiero que le duela, necesito que le duela para que sepa lo mucho que me ha dañado su partida y su broma. Hace una mueca de dolor y antes de que pueda volver a golpearlo, toma mis puños entre sus manos y me observa como solo él sabe hacerlo.

—Nada ha cambiado en ti.

—¡¿Cómo te atreves?! —chillo.

Una sonrisa lobuna curva sus labios y mi estúpido corazón responde a él.

—Lo lamento, Pop. —Me sonríe y creo que podría derretirme ahí mismo—. Sigo siendo un idiota, eso no venía con la maldición.

Bueno, en eso coincidimos. Claro que es un idiota.

—No es gracioso —exclamo.

Suelta mis manos y me envuelve en un abrazo apretado que me hace cerrar los ojos. El calor me invade, su perfume me rodea y su cuerpo presionándose contra el mío me calma, ya no quiero pelear. Ya no quiero discutir. No me importa su broma de mal gusto porque Milo está aquí, abrazándome y eso es todo lo que importa.

Tengo mil preguntas, tengo mil dudas, pero por un momento acallo mis pensamientos y me quedo entre sus brazos disfrutando de su presencia. Sé que estoy llorando por la humedad que siento en las mejillas y no le doy importancia.

—Te extrañé tanto —susurro contra su pecho.

—También te extrañé, Pop. No sabes cuánto.

No soporto más sin observar su lindo rostro y me separo de él. Dejo que tome mi mano, que entrelace sus dedos con los míos y que acune mi rostro en su mano libre. Seca las lágrimas con su dedo pulgar y lo que encuentro en su mirada me enloquece. Veo a un hombre libre, a un hombre muy apuesto que es libre y que de alguna manera me ha encontrado.

—¿Dónde has estado todo este tiempo? —murmuro.

—Bueno, digamos que no fuiste muy específica con tu deseo.

Frunzo el ceño sin entender.

—Me envió de vuelta a mi tiempo, al horrible y caluroso desierto.

Oh, mierda. Eso explica mucho.

—Pero...

—Pero ahora estoy aquí, lo sé. —Sonríe y esa curvatura en sus labios me transmite tanto—. Es una larga historia.

—Tenemos tiempo.

Una leve carcajada escapa de sus labios.

—Luego.

—Creo que merezco una explicación ahora —insisto, curvando mis labios también en una sonrisa.

—¿Sabes lo difícil que es viajar en el tiempo y conseguir documentación falsa? —suelta con burla—. Déjame descansar un poco.

Quiero preguntarle a qué se refiere, quiero que me dé explicaciones, pero no logro decir nada. Sus labios se encuentran con los míos y la respiración se me escapa en un suspiro que se pierde en su beso.

Mientras saboreo sus suaves labios y su cuerpo se acopla con el mío, solo puedo pensar en una cosa: Milo ha vuelto a mí.

FIN

Bueno, oficialmente hemos llegado al final de esta historia. Me ha hecho muy feliz compartir esta historia con ustedes, acercarme a Milo y Daiana para transmitir todo lo que ellos querían contar.

Solo me queda decir gracias. Gracias por su apoyo, por su tiempo y por su paciencia.

Gracias por querer a estos personajes.

Gracias por disfrutar esta historia.

Gracias por confiar en mí.

Ahora bien, ¿tendremos un segundo libro? No lo creo. El plan siempre fue una historia independiente, pero nunca he descartado hacer una historia de Santiago, el hermanito, y seguir encontrándonos con Milo y Pop.

De nuevo, gracias.

Como siempre, les deseo un hermoso día.

MUAK!

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