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Capítulo 44

Me quedo muda.

Observo en silencio a Milo inclinarse hacia adelante, acortando la distancia que separa su rostro del mío con cuidado, sin apuros, con determinación; su brazo aún descansa sobre el respaldo del sillón y sus labios no alcanzan a rozar los míos. Me observa desde allí, a escasos centímetros y puedo detectar un brillo de diversión en sus ojos dorados. Continúo con la pizza en la mano, el queso colgando peligrosamente de la masa y temo mancharme, pero no puedo moverme. Estoy acorralada, en el buen sentido.

Quiero que termine de acortar la distancia. Al diablo la pizza.

—¿Pop?

—¿Mmm? —Es todo lo que me sale.

En verdad, no puedo articular palabra y me regañaría a mí misma si no fuera porque la persona frente a mí es la misma que me ha visto en mis peores momentos y que tiene acceso a mis pensamientos. Ya ha visto lo suficiente para escandalizarse y alejarse de mí, en cambio, aquí está a pocos centímetros de mi boca.

—¿Te he dicho que me pareces hermosa? —susurra, su aliento chocando contra mis labios.

Espera una respuesta y es obvio que no puedo dársela. Aunque pudiera hablar, ¿qué diría? ¿Gracias?

—No eres la clase de chica que uno encuentra en las revistas o desfiles de moda —continúa—, eres la clase de persona que encuentras en una biblioteca con la cabeza hundida en un libro o en una cafetería con una mancha de café en la camiseta mientras devora un muffin sin darle importancia al mundo. Eres una persona real, tan genuina que me recuerdas lo mucho que me gusta la vida. He habitado este planeta por muchos años, más de los que deberían ser posibles, y nunca había encontrado a nadie como tú. Eres como ese cisne del cuento que creía ser feo porque no estaba donde correspondía.

Ahora sí, llamen a los doctores porque he perdido la capacidad del habla y mucho más la capacidad de razonar. Milo me observa de una manera que me corta la respiración y me acelera el pulso por igual. Las alarmas en mi cabeza me indican que me aleje de él, que se irá pronto y terminaré con el corazón hecho trizas; mi corazón y el resto de mi cuerpo manda al diablo al tiempo y afirma que ya es tarde para alejarse. Y no le creo a mí cabeza, le creo a mi corazón.

Acorto la distancia hasta que nuestros labios se tocan, siento que los de él se estiran en una sonrisa, pero pronto los mueve para devolverme el beso. Es un roce suave, cálido y tranquilo como esos primeros besos que se observan en las películas que te ablandan el alma. No hay apuro, nos movemos al ritmo de una música que sólo podemos oír él y yo, a un ritmo apto para todo público pues seguimos en un salón de juegos.

Su brazo rodea mis hombros y su mano traza un camino hacia mi cabello, lo corre hacia un costado y posa su mano sobre mi nuca. Su tacto es frío y me produce una sensación de tranquilidad, como si el hecho de que su palma no sea cálida en comparación de sus labios me brindara un equilibrio.

Ejem.

Abro mis ojos con desconcierto y separo mi rostro del increíble muchacho que tengo ante mí. Sus ojos se encuentran con los míos por un momento y luego gira su cabeza hacia el empleado que nos ha interrumpido. Es el mismo camarero que nos ha traído la pizza y ahora luce incómodo.

—Cerraremos en cinco minutos —nos hace saber con el rastro de un sonrojo en sus mejillas.

—Entendido, gracias —susurro y lo acompaño con mi rostro también colorado.

—¿Quieren que envuelva la pizza para llevar?

Asiento y Milo hace lo mismo. Observamos al muchacho marcharse con el resto de nuestra comida, tenso y mirando fijo hacia adelante; al verlo entrar a la cocina no puedo evitar comenzar a reír.

—Ya deja de reír, Pop —habla con voz seria, aunque puedo notar que intenta contener una sonrisa—. El pobre lucía abochornado y te puede escuchar.

—¿Desde cuándo te importa? —lo molesto y le clavo un dedo en las costillas.

—No hagas eso.

—¿Tienes cosquillas?

—Claro que no, soy un genio.

—¿Qué tiene que ver tu magia con las cosquillas?

—No lo sé, pero deja de reírte del pobre.

Asiento con una sonrisa en los labios y llevo lo que me ha quedado de pizza en la mano hacia mi boca. Le doy una mordida y luego le ofrezco el último pedacito a Milo quien me mira divertido a pesar de su regaño. Abre la boca y dejo la pizza fría en sus labios.

—Aquí tienen. —El camarero deja un paquete sobre la mesa y evita mirarnos.

Muerdo mis labios para no soltar una carcajada.

—Gracias —responde Milo y me da un leve golpecito con su rodilla en la pierna.

Se marcha rápidamente y con la espalda recta. Debo mirar hacia otro lado para mantenerme seria, sobre todo, porque me siento identificada con el pobre. Es algo que a mí me podría suceder y actuaría igual que él.

—Anda, vamos antes de que nos encierren aquí —me dice sin elevar la voz porque continuamos cerca, en nuestra burbuja de privacidad.

Se pone de pie y sin dudar extiende una de sus manos en mi dirección. La tomo con gusto y cuando estoy erguida, la dejo ir para agarrar el paquete que descansa sobre la mesa. Caminamos a la par hacia la puerta y nos despedimos del guardia con una sonrisa. La calle nos da la bienvenida, el aire está frío y la oscuridad supera las luces del alumbrado público; a pesar de la densidad de la noche, es posible observar el camino sin meter el pie en una grieta de la acera.

—¿Hacia dónde tenemos que ir para tomar el subterráneo?

—Hacia allá. —Señalo el norte con mi dedo índice.

—Extrañaré esto.

—¿La pobreza que implica tomar el transporte público? —bromeo.

Una risita escapa de sus labios y niega con la cabeza como si ya no tuviera remedio.

—Las caminatas nocturnas, rodearme de personas y escuchar tus locuras. —Se encoge de hombros—. Para muchos debe ser un infierno estar en una ciudad repleta de personas con alquileres altos, autobuses colapsados y mucho tráfico, también debe ser un infierno escucharte todo el tiempo, pero a mí me gusta. Cuando pasas tanto tiempo encerrado empiezas a valorar las cosas más sencillas. No lo cambiaría por nada.

—¿Por nada?

—Estoy muy seguro. —Se encoge de hombros—. Quizás me arrepienta de haber dicho que el ruido y la contaminación me parecen algo hermoso, pero créeme no me arrepentiré de haber quedado encadenado a ti. Aunque claro, esa no fue mi elección.

—Eso sonó casi, casi como un cumplido.

—Fue casi, casi un cumplido.

No puedo evitar pensar en Gertrudis y en Erick al verlo sonreír hacia mí. No puedo evitar preguntarme si así se sintieron ellos al percatarse de todo lo que había sucedido. ¿Tuvieron miedo? ¿Quisieron cambiar algo? Suelto un suspiro cargado de tristeza y luego muerdo mi labio. Por la mirada que Milo arroja en mi dirección entiendo que ha podido escuchar mis pensamientos y los borro de mi mente tan pronto como puedo. Él no puede, por nada en el mundo, saber del plan o intentará impedirlo.

Le dedico una sonrisa enseñándole los dientes como un crío que ha cometido una travesura y lo encuentran con las manos en la masa.

—¿Por qué recordaste a Gertrudis y a su esposo?

Trago con fuerza, de pronto se me ha secado la garganta. Podría mentirle, soltarle una chorrada de tonteras sobre cuán preocupada me sentía por mi jefa, pero él lo sabría. Sabría que le estoy mintiendo y no tiene sentido porque al final no cambiaría nada.

—Bueno... ellos no son una pareja normal.

—Ya me lo habías dicho —me recuerda y noto la confusión y duda en su voz—. ¿Por qué eso te entristeció?

Tomo una bocanada de aire, armándome de valentía. No es mi historia, no me corresponde contarla; sin embargo, no es como que el genio fuera a ventilarla. Confío en él y sé que Gertrudis también lo hace. Quizás, saber que no es el único le brinde un poco de paz.

—Él viajó en el tiempo —suelto sin más y su expresión se transforma en una de sorpresa—. Él viajo en el tiempo, nació en el mil setecientos y era muy rico, como adinerado al nivel de vivir casi en un palacio. Uno de sus tutores tenía un extraño reloj de madera que no le permitía tocar, pero él igual lo hizo y eso lo llevó al jardín del abuelo de Trudis. Así se conocieron, él encontró un objeto mágico como yo lo hice al encontrar tu frasco.

Su ceño se frunce, sus cejas descienden y puedo imaginar los engranajes en el interior de su cabeza trabajando para darle sentido a mis palabras. He soltado toda la información de un sopetón, rápido y sin anestesia como se quita una bandita. Ni siquiera le he dado sentido a la historia, ni un hilo.

—¿Él viajó en el tiempo? —pregunta luego de unos segundos de introspección.

—Ajá.

—¿Y lo recordaste porque...?

—Bueno, ella me dijo que tú y él se parecían —explico más calmada—. Me dijo que tenían un aura similar y verte me recordó sus palabras. No pude evitar preguntarme si ellos se sintieron igual de asustados que yo cuando se conocieron.

Asiente con la cabeza, su expresión de confusión no cambia.

—¿Le dijiste que soy un genio?

Abro la boca para contestar, aunque no lo hago. ¿Cometí un error?

—¿Es contra las reglas? —Me encuentro preguntando en su lugar.

Relaja su rostro y su postura.

—No, pero me asombra saber que no eres la única que se ha encontrado con un objeto mágico en esta ciudad. Las probabilidades son bajas, no es como que abundaran por el mundo. Muchos han sido destruidos.

—Me sorprendió también saberlo —le aseguro—. La historia es una locura, casi como la que estamos viviendo.

Desvía la mirada de mi rostro y la posa en el suelo mientras no deja de avanzar.

—Ojalá hubiese gozado de su suerte y te hubiese conocido al viajar en el tiempo.

Su voz es tan solo un susurro triste, cargado de sentimientos acumulados a lo largo de los años y escuchar la debilidad que manchan sus palabras me rompe el corazón.

Milo merece su libertad.

Hola, gente muy bonita. ¿Cómo están hoy? ¿Qué tal va su semana?

Nos estamos acercando al final de la historia, solo 3 capítulos para el final. ¿Qué esperan que suceda?

¿Les ha gustado este capítulo? ¿Un momento favorito?

Muchísimas gracias por leer, votar y comentar. Gracias por su apoyo y cariño.

Les deseo un bellísimo día.

MUAK!

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