Capítulo 40
Trudis se ha vuelto loca o está gastándome la mejor broma de la historia.
Mi primer instinto tras escucharla es palpar su frente para saber si tiene fiebre, buscando una causa real para su delirio. Como no puede ser de otra manera, aparta de un golpe mi mano de su cabeza. No tiene una expresión bromista, tampoco sus ojos lucen un brillo chistoso, está seria y eso me asusta porque comprendo que no ha mentido. No sé qué prefiero, que me juegue una broma o que sea verdad. Ninguna de las dos me brinda paz, pero sin dudas una me genera curiosidad.
Y esperanza.
De alguna loca manera, ella se había topado con algo mágico e inexplicable muchos años atrás, algo que cambió su vida para siempre y que la hizo replantearse el sentido de todo lo que creía saber. Lo mismo que me sucedió a mí. Ella había encontrado a un viajero del tiempo y yo a un genio milenario.
—No estoy jugando, niña —me asegura.
—Pero no tiene sentido, Trudis —le digo más para mí que para ella—. ¿Viajó en el tiempo? Eso es imposible.
—Yo creía lo mismo y me negué por un tiempo a creerle. —Una pequeña sonrisa estira sus labios—. Pero verás, niña, él sabía ciertas cosas que nadie más sabía, datos que solo una persona muy aficionada a la historia o con una mente maquiavélica para creer toda una historia de mentira podría saber. Por supuesto, no estaba inventando nada y estaba tan nervioso con todo lo que sucedía a su alrededor que parecía estar a punto de tener un colapso. —Se ríe, recordando los momentos que vivió con su esposo—. Fue difícil explicarle la tecnología que teníamos en ese momento, que en nada se compara con la de ahora, y sobre todo la tensión social que tuvimos que luego de la guerra. Parecía un niño, intentaba absorber toda la información que podía y explicaba tan bien como podía lo que él sabía. Era un hombre muy inteligente, como tú sabes, y tomó la situación con mayor seriedad de lo que se hubiese esperado de alguien en su lugar.
Una vez más, estaba en lo cierto. Su esposo había sido un hombre inteligente y curioso, lo había conocido poco y aun así puedo decir tenía un aura distinta que era imposible de ignorar. Él había sido un gran maestro para mí, me había enseñado todo lo que debía saber de la tienda y sobre cómo vender los artículos que por tantos años había recolectado. Erick era especial y ahora sabía por qué.
—¿Cuándo nació? —me animé a preguntar.
—En 1740 —contestó sin dudar—. Doscientos cinco años antes de que yo lo hiciera.
Abro la boca con asombro y me quedo en silencio por un momento intentando digerir toda la información. Es como si el cerebro me estuviera dejando de funcionar por completo.
—¿Y cómo hizo para llegar a Varsovia? —indago cuando las ideas vuelven a unirse en mi mente—. A la Varsovia de tu época, quiero decir.
—Bueno, Erick había nacido en Transilvania, una ciudad muy distinta a como es ahora, y su familia era de la nobleza. Tenía sus propios tutores y sirvientes —explica antes de terminar su bebida caliente y lo que resta de su desayuno—. Un día, uno de sus tutores, que era del medio oriente, trajo consigo un raro reloj de arena muy peculiar. No permitía que nadie lo tocara sin utilizar guantes y mucho menos verlo con detalle. Erick creyó que era porque la madera con la que estaba hecho era muy vieja y parecía que estaba a punto de partirse.
»Una noche, mi rebelde esposo, fue hacia la habitación del tutor que había salido de casa y tomó el reloj sin guantes ni precauciones. En cuanto sus dedos rozaron el objeto, sintió un revoltijo en sus entrañas y apareció en casa de mis abuelos. Nunca pudo comprender cómo sucedió, cómo viajó de un lugar lejano hasta allí, pero se convenció de que era obra del destino que quiso unirnos.
—Vaya... —Suspiro con una extraña opresión en el pecho—. Eso es asombroso.
—Claro que todo esto pude saberlo con ayuda de mi abuelo que hacía de traductor y que muchas veces no comprendía lo que Erick quería decirle por lo que la información me llegaba a medias. Le llevó muchos años poder hablar polaco y muchos más aprender español luego de que emigráramos hacia este país. Por suerte, mi abuelo era un hombre muy curioso y generoso, lo tomó bajo su ala, lo educó y cuidó. —Sonríe—. Le brindó un apellido y fingió que era su sobrino lejano; sin embargo, cuando falleció, Erick ya no tenía quién pudiera cuidarle las espaldas o explicar su sorpresiva llegada a la casa. Habíamos contraído matrimonio cinco años después de su aparición y aunque mis padres apoyaron nuestra relación, no teníamos un verdadero hogar en Varsovia. Él no tenía estudios reales y era muy difícil para mí conseguir un buen trabajo. —Sus palabras están cargadas de tristeza y se me encoge el corazón al entender todo lo que tuvieron que atravesar para ser quienes habían sido, una pareja maravillosa de esas que uno aspira a ser en el futuro—. Usamos la herencia que recibí de mis abuelos y vinimos aquí, pusimos la tienda y todo salió estupendo.
—¿Nunca pudo volver a su hogar?
—Buscó por mucho tiempo el reloj, pero nunca encontró rastros de él. Se rindió a los pocos años de llegar y se concentró en otra cosa. Se concentró en mí, en nuestra relación y en nuestro futuro. —Mira hacia los lados, como buscando a cualquier intruso que pudiera oír su historia secreta—. Yo sigo buscándolo cada vez que mi fortaleza me lo permite.
—¿Por qué?
—Porque es parte de la vida de mi Erick, no lo tocaría sin guantes por supuesto. Simplemente es lo que nos permitió estar juntos.
Una sonrisa en toda la regla de la palabra se apodera de sus labios y me encuentro sonriendo a la par, enternecida con su historia. ¿Cuáles son las posibilidades de que algo así suceda y el final sea extraordinario?
—Supongo que Milo debe haber pasado por algo similar. Él quizás pueda ayudarme con la búsqueda del reloj.
Oh, demonios. Ahora es cuando debo hablar y romper todas sus ilusiones.
—Bueno... —Rasco mi cabeza con nerviosismo y ella no tarda en notarlo. No encuentro las palabras para decírselo—. Milo no es un viajero como Erick.
Su ceño se frunce, dándole una expresión de desconcierto.
—¿Estás diciendo que es un chico normal? —Niega con la cabeza, terca como una mula—. Eso es imposible, tiene el aura como Erick. No me equivoco, lo sé porque algo dentro de mí me lo indica.
—No es normal —le aseguro—. Y aunque no sea como Erick y sea como yo, no seguiría siendo normal. Nada de él es común.
Siento que el rostro se me enrojece. Claro que Milo no es normal, todo en él es extraordinario. Es como el personaje perfecto de un libro de romance que ha escapado de la historia. Es como un Darcy moderno y con poderes.
—Oh, niña. Te has enamorado.
—¡Claro que no! —exclamo por completo ofendida por la seguridad en sus palabras.
—Puedes mentirte a ti misma, Daiana, pero no me mientas a mí.
Le da un suave apretón a mi mano y sus ojos buscan los míos. Me dice sin palabras todo lo que sé y que no quiero admitir.
—Pero no puedo amarlo —susurro—. No puedo.
—¿Por qué no? Yo pude amar a mi Erick.
—Porque se irá.
El pecho se me contrae con dolor al decir esas palabras. Expresarle en voz alta a Gertrudis todos mis sentimientos es distinto a hacerlo en silencio o incluso decírselo a Milo. Ella puede ver a través de mí, lo hizo el día que me encontró bajo la lluvia y lo ha seguido haciendo desde entonces.
No puedo mentirle a Trudis, mi alma no puede ocultarle nada porque ella sabe cómo ver a través de mí.
—¿Por qué? —suelta confundida.
—Él es un genio. —Mi voz sale en un chillido agudo—. De los que conceden deseos al estilo Disney. Y en menos de veinte días se irá para siempre.
—¡No puedes permitir eso!
Ay, Trudis... Si tan solo supieras.
—No puedo hacer nada para impedirlo. —Me encojo de hombros ignorando la tristeza que me aborda—. Es complicado.
—Debe haber una solución —me anima.
Dibujo una mueca.
—Tiene una maldición, no puede librarse de ella.
—¿Cómo estás tan segura?
—Pues... él me lo dijo. Dijo que estaba en las reglas o algo así.
Rueda los ojos y chasquea la lengua. Nunca la había visto hacer esos gestos.
—¿Cuándo has seguido las reglas, niña?
—Esta vez es distinto.
—No sé mucho de derecho como mi Anna, pero sé que debe haber algo que puedas usar a tu favor. Trae esas tontas reglas a casa por la mañana y las leeremos juntas. Encontraremos la salida.
Mis ojos se abren con sorpresa. De todas las respuestas que había esperado para la historia de Erick y Gertrudis, sin duda un viaje en el tiempo no estaba en ningún lugar de la lista. Más aún, que Trudis, mi siempre seria y severa jefa, me quiera ayudar a liberar a Milo es algo impensable. A pesar de todo ello, asiento convencida.
Tengo dieciocho días. Puedo hacerlo. Podemos hacerlo. Liberaremos a Milo, incluso si eso significa tomar su lugar.
¡Hola, gente linda! ¿Cómo están hoy? ¿Qué tal su semana?
Espero que hayan disfrutado del capítulo y de todo lo que Trudis nos ha contado. ¿Qué piensan de su historia?
Y, sobre todo, ¿creen que encontrarán algo en las reglas que pueda liberar a Milo?
Muchas gracias por leer, votar y comentar. Gracias por su apoyo.
Les deseo un bellísimo día.
MUAK!
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