Capítulo 4
Recuerdo la conversación que tuve con Gertrudis por la tarde mientras observo al muchacho que espera mi deseo con impaciencia. Mi jefa desearía un nuevo auto, quizás pueda regalarle uno en retribución por todo lo que ha hecho por mí durante estos años. Si pregunta, le puedo decir que lo he comprado con mis ahorros ya que ambas sabemos que tengo dinero guardado.
Podría desear un nuevo empleo, esta vez como actriz, pero sería difícil comprobar la veracidad de sus palabras si pido algo tan abstracto. Quizás pueda solicitarle una lavadora para dejar de gastar dinero en la tintorería, aunque pensándolo bien sería un mal uso de sus supuestos poderes mágicos.
Cualquiera creería que pedir un deseo sería sencillo, pues no lo es. Puedo desear lo que quiera, hasta aquello que sé que nunca podría suceder. No es sencillo, maldición. Es peor que los deseos de cumpleaños, solo que ahora se supone que se cumplirán.
Después de taladrarme el cerebro unos minutos más en silencio, llego a una decisión. Seguiré mi primera corazonada.
—Muy bien. —Enderezo mi espalda evitando que se me forme una joroba. Tengo que verme y sentirme segura. Estoy por hacer algo importante y no puedo meter la pata como siempre—. Deseo...
—¡Aguarda! Debes conocer las reglas primero o no podré concederte el deseo.
No puedo evitar blanquear los ojos al escucharlo. Llevamos minutos en silencio y ahora quiere repasar las reglas. ¿Por qué no antes? A mi parecer, está retrasando lo inevitable para que no lo denuncie con la policía por intento de secuestro.
En la cárcel se divertirá mintiéndole a sus compañeros.
—¿Las reglas?
—Sí.
—¿Por qué?
—Es mi obligación.
Me cruzo de brazos y le dedico una sonrisa de superioridad.
—Conozco las reglas.
—No te creo.
Pero que hombre insufrible. He visto Aladdin un centenar de veces, era mi película favorita en la infancia. Por favor, la princesa tenía un tigre de mascota. ¿Quién no querría ser ella? Más aún, la banda sonora era de las mejores.
—No puedo desear que alguien se enamore de mí, no puedo desear que mates a alguien —enumero con los dedos a medida que hablo— y tampoco más deseos.
Mueve su cabeza sopesando lo que acabo de decir y finalmente se encoje de hombros.
—Sí, esas son las reglas. Más o menos.
—¿Qué quieres decir con más o menos?
—Que es más extenso que eso.
—En Aladdin no lo era.
—Ya te he dicho que no es como la película de Disney.
—Si eres un genio real —digo y arqueo una ceja—, ¿cómo es que conoces lo que es Disney?
—¿De verdad esa es tu duda? —suelta irritado.
—Sí.
—Soy un genio, Daiana. Tengo el conocimiento del universo y el poder de los astros. Lo sé todo y es por eso que sé lo que es Disney. Además, ¿qué es lo que crees que hago todo el tiempo que paso encerrado?
Mi cerebro tomo un camino del que no estoy orgullosa y lo imagino solo en su habitación, medio a oscuras y desnudo. Su cuerpo musculoso, atlético y oscuro, estirado sobre una cama mullida y con sábanas exóticas. Su mano se encuentra en su entrepierna y está usándola para algo que no es ejercitarse. Aunque, quizás si es ejercicio.
—Eres una pervertida —me acusa.
—¿Qué?
—¿Has olvidado que puedo leer tu mente?
Mis ojos se abren de par en par al escucharlo y trago con fuerza porque no tengo idea qué decir. Sí, lo había olvidado por completo. Y ahora sabe que me lo he imaginado desnudo, tocándose a sí mismo. ¿Hay un escenario más vergonzoso que este?
—¿Ya puedo pedir mi deseo? —suelto con voz ahogada.
Asiente con la cabeza, una sonrisa llena de perversión curvando sus labios. Por un momento creo que me hará alguna broma, que dirá algo fuera de lugar porque, siendo sincera, es lo que yo haría. Pero no lo hace, se comporta como un caballero o alguien decente, mejor dicho. Guarda silencio, no emite comentario sobre mi mente pervertida, y truena su cuello y sus manos. Hasta se pone a dar saltitos en el lugar como si necesitara entrar en calor.
—Estoy listo.
—¿Algún consejo? —pregunto.
—Depende a qué te refieras. ¿Necesitas un consejo sexual? ¿Un consejo sobre entrenamiento?
Claro que no podía ser un caballero.
—Un consejo sobre mi deseo.
—Bueno, intenta ser lo más clara posible. —Se encoge de hombros—. Y empieza diciendo «deseo».
—Correcto.
—Decir gracias no te matará.
—Primero cumple con tu parte y luego pensaré si te agradezco.
—Me imaginas masturbándome y después te pones gruñona. El ofendido debería ser yo.
—Por favor, no vuelvas a mencionarlo.
—Lo pensaré.
Bufo y decido que he tenido suficiente. Necesito poner distancia entre él, yo y mi mente perversa que con seguridad volverá a imaginarlo desnudo después de esta conversación. No estoy orgullosa de eso.
—Deseo un automóvil nuevo, cero kilómetro, de excelente calidad y que consuma poco combustible.
—¿Ese es tu deseo? —suelta con asombro—. ¿No prefieres un jet privado? ¿O viajar a República Dominicana o a las Bahamas? ¿O una buena sesión de sexo? Te ves muy estresada, te vendrían bien unas vacaciones y unos orgasmos.
—¡No puedes contradecirme! —chillo porque estoy perdiendo la paciencia y ya no me creo su cuento del genio. Tampoco puedo aguantar más el tema del sexo.
—Okey, okey...
Chasquea sus dedos sin emitir otra palabra y nos quedamos en silencio. Miro a mi alrededor, esperando ver una luz o algo que me indique que ha cumplido. Quizás más polvitos brillantes u otro de esos sonidos atronadores como cuando salió del frasco las primeras veces. Pero no, nada parece haber cambiado, me siento estafada de una manera que no creía posible a pesar de saber que me estaba mintiendo. Otra consecuencia de la contusión, está claro.
—¿Y bien?
—¿Acaso quieres que haga aparecer el vehículo en el medio de la sala? —pregunta lleno de burla—. No podrías usarlo y es probable que nos aplaste. Solo el universo sabe si cabría en este lugarcito al que llamas hogar.
—Buen punto —murmuro evitando sentirme ofendida por su descripción de mi vivienda.
De pronto, da un paso al frente seguido de otro, rodeando la isla de la cocina y acortando la distancia que nos separa y que me mantiene segura. Retrocedo llena de miedo de manera automática porque ya no tengo las de ganar y nada para defenderme.
—No voy a matarte, quiero darte tus llaves.
—Arrójalas en mi dirección.
Mira el techo como pidiendo piedad y sin pensarlo dos veces, arroja las llaves en mi dirección. Las tomo en el aire, evitando que impacten contra el suelo y les dedico una mirada. Tienen el logo de Volkswagen grabado en el material y se ven brillantes, nuevas. Me pregunto si el auto en cuestión tendrá olor a nuevo.
—¿Dónde está?
—Estacionado en la puerta.
—¿Puedo conducirlo? —susurro porque es lo único lógico que se me ocurre.
—¿Tienes licencia?
Asiento.
—Supongo que sí.
Se encoge de hombros una vez más, restándole importancia.
Sonrío. De verdad es un genio. No mentía. No es consecuencia de la contusión. Es real. ¡Por todos los cielos! He conseguido un genio que me debe dos deseos más. Quiero hacer un baile para festejar porque la idea de tenerlo de mi lado me produce emoción, algo está saliendo bien en mi vida finalmente; en lugar de bailar y seguir perdiendo mi dignidad a su lado, acaricio las llaves con cariño. ¿Esto quiere decir que mi suerte comienza a cambiar?
—Bien, ya puedes volver a tu frasco.
—Genial. Te queda un solo deseo.
Siento mis ojos abrirse con sorpresa. ¿Qué demonios?
—¿Por qué? —chillo.
—Cuando nos conocimos deseaste que desaparezca y lo hice.
¿El anciano en cuerpo de veinteañero quiere engañarme? ¿En serio? ¿A mí que crecí en una familia de ocho? Pues no, claro que no. En el campo nos enseñan nuestros derechos y no le permitiré ni a él ni a nadie que me pase por arriba.
—Dijiste que debía conocer las reglas antes de concederme un deseo. No lo hiciste la primera vez, por lo que no tiene validez.
Sonríe de lado al escucharme. He ganado y lo sabe.
—Bien, te quedan dos deseos. —De nuevo me evalúa hasta el último poro de mi piel sin verse avergonzado por ello y hago mi mayor esfuerzo por no sonrojarme ni pensar algo indebido—. Los necesitas más que yo, se nota que estás jodida.
Intento no sentirme atacada, pero no puedo evitarlo. A ver, sí estoy jodida como nunca antes alguien lo ha estado. Me he quedado sin familia y tengo un trabajo que no me gusta; sin embargo, es distinto cuando yo lo digo. Tengo derecho a quejarme de mis malas decisiones, él no. No puede opinar de mi vida, no lo dejaré hacerlo.
—Vete a la mierda.
Le enseño el dedo medio y provoco que una carcajada escape de sus labios.
Imbécil.
—Creí que tu madre no te permitía decir malas palabras.
—Mi madre no está aquí, ¿recuerdas?
—Vale, vale. —Ríe con diversión, mirándome con nuevos ojos—. Ve a disfrutar tu nuevo auto, yo iré a comer caviar mientras miro una serie.
—No quiero que uses mi televisión.
—Tengo una propia.
No esperaba esa respuesta y eso provoca curiosidad en mí. ¿Cómo será el interior de su lámpara? Me pregunto si será una habitación sin ventanas o podrá ver las pirámides desde allí. ¿Los genios nacieron en la edad de los faraones o antes?
No tengo tiempo para exteriorizar mis dudas porque se desvanece ante mis ojos dejando una nube brillante en donde antes había estado. Corro hacia la cocina y encuentro el recipiente de perfume vacío. Parece un objeto ordinario, pero en su interior habita un muchacho malhumorado que, quiera admitirlo o no, está buenísimo. No puedo creer lo que está sucediendo. De todas las personas que existen en el mundo me ha tocado a mí el frasco mágico, me siento como Charlie cuando encuentra el golden ticket para visitar la fábrica de Willy Wonka.
Tomo el recipiente con cuidado y lo deposito sobre la mesita de café para mantenerlo seguro. No tengo otro lugar donde dejarlo, siendo sincera. No es como si tuviera una caja fuerte o algo similar.
Observo las relucientes llaves que descansan en la palma de mi mano y me debato si ir o no a comprobar la existencia de un vehículo nuevo en la puerta de Koskovish Antigüedades. La finalidad de mi deseo era darle un regalo a Gertrudis, pero podría usarlo antes de pasárselo, no creo que se enoje si después de todo le daré un Volkswagen reluciente. Además, tengo que comprobar que sea seguro.
Esbozo una sonrisa cuando la idea se graba a fuego en mi mente.
Coloco una toalla sobre el perfume, no quiero que el genio me observe desnuda por segunda vez en un día. Ni siquiera sé si así es como funciona, si tiene el poder para materializar un automóvil, seguro que puede ver a través de la toalla. Prefiero creer que no puede o no dormiré tranquila esta noche. Con esa falsa seguridad, me cambio de ropa, eligiendo un atuendo más casual y arreglado. Seco mi cabello y me pinto los labios de rojo. Luego de tanto tiempo, tengo un plan para el sábado por la noche.
Recojo mi bolso y el llavero nuevo, y sin dudarlo me dirijo hacia la salida. Atravieso la oscura tienda y aseguro con traba la puerta cuando me encuentro en la calle bajo la única farola en diez metros. Frente a la entrada, tal y como el supuesto Milo afirmó, se encuentra una bonita SUV color naranja que reconozco de las publicidades. Chillo de la emoción y quito el seguro para poder subirme.
Huele como auto nuevo y grito de la felicidad porque puedo y porque esto es lo más emocionante que me ha pasado en toda la vida. Es real, no es un sueño. ¿Cuáles son las probabilidades?
Muerdo mi labio a causa de la felicidad que recorre mi cuerpo y enciendo el motor. Vibra bajo mi cuerpo como una armonía perfecta y no tardo en ponerlo en marcha para comprobar su eficiencia. No tengo un destino en mente, supongo que me perderé entre las calles de la ciudad hasta encontrar un lugar bonito donde comer.
Lo pongo en primera y, con una sonrisa adornando mis labios, abandono la oscura calle en donde vivo preparada para comenzar la aventura de mi vida.
¡Hola, bellezas! ¿Cómo están?
Daiana ha pedido su primer deseo, ¿qué opinan?
De estar en su lugar, ¿cuál sería su primer deseo?
Gracias por leer, votar y comentar. Espero que disfruten la lectura.
MUAK!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro