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Capítulo 39

La habitación de Gertrudis es un torbellino de actividad a pesar de que el reloj marca a penas las siete de la mañana. Ximena descansa su cabeza en mi hombro mientras observamos a los médicos y enfermeros tratar a su madre desde el pasillo que da a la vidriada habitación.

Trudis ha evolucionado estupendo luego de su problema de salud y la han mantenido en observación por varios días para poder comprobar que todas sus funciones sigan igual de bien. No puedo contar la cantidad de estudios y pruebas que le han realizado y mucho menos repetir sus nombres, pero por fortuna todo arroja buenos resultados. Sé el secreto detrás de su excelente salud y así seguirá porque si llego a decir que un genio milenario la curó, me mandarán al loquero.

Ahora, queda que le den de alta en el transcurso del día para poder llevarla a su casa donde podrá descansar con más comodidad. Su hija menor se mudará con ella para cuidarla y yo la voy a ayudar en todo lo posible. Mi prioridad número uno en este momento es aligerarle todo el trabajo posible, sin importar el futuro de la tienda.

No hemos hablado sobre la venta y por lo poco que he escuchado, la oferta del cliente de Tobias era muy buena, aunque no han aceptado todavía. Es necesario que Gertrudis se encuentre en buenas condiciones de salud para poder firmar y eso todavía no ha ocurrido. No he mencionado mis preocupaciones sobre dónde viviré y cómo mantendré mi heladera llena porque en este momento no parecen importantes. Sobreviviré, siempre lo hago. ¿Verdad?

—Creo que me iré, parece estar todo en orden —anuncia Isabella con un claro tono de cansancio.

—Hasta luego, pompis —la saludo esbozando una sonrisa—. Te avisaré cuando tengas que venir por nosotras.

Me dedica una sonrisa somnolienta y, luego de brindarle un beso y un fuerte abrazo a su madre, se retira. El personal del hospital lo hace poco después de ella y me quedo finalmente a solas con Gertrudis quien espera ansiosa su desayuno.

—¿Milo no nos acompañará hoy? —pregunta mi jefa, ya sentada sobre la cama.

Niego con la cabeza.

—No, le dolía la cabeza.

—Es una pena, siempre tiene historias interesantes para contar.

—Puedo contarte una historia interesante —digo con duda.

La realidad es que no puedo porque no tengo nada interesante para contarle y no quiero que sacar el tema de la venta. Lo menos que quiero es ponerla incómoda.

—Claro que sí, niña. Tú y yo tenemos una conversación pendiente, ¿no?

—¿La tenemos? —suelto con un hilo de voz.

Mi corazón se salta un latido, como siempre imaginando lo peor. Es definitivo, me va a decir lo de la tienda; me va a echar a la calle para que me coman las ratas cuando duerma tras un basural por no tener trabajo para pagar un alquiler.

Ay, Dios. No sé si sobreviviré.

—Siéntate a mi lado —me pide acariciando el colchón a su lado—. Tengo una historia que contarte.

Trago con fuerza y hago lo que me pide. Su rostro ha recuperado la vida y sus ojos color avellana han vuelto a brillar. El cabello le sigue luciendo como un nido de aves a pesar de nuestros intentos de mantenerla lo más peinada posible; sé que siente una inmensa necesidad de darse un buen baño en su casa.

—Sé lo de la tienda. —La voz me sale ahogada, la presión en el pecho es asfixiante—. Y no te preocupes por mí, haz lo que creas conveniente. Yo... yo encontraré un lugar donde vivir y un trabajo. También puedo volver al campo. De verdad, no te preocupes.

Una sonrisa tira las comisuras de sus labios hacia arriba y con ternura toma mi mano para darle unos golpecitos.

—Daiana, siempre tan dramática. —Ríe con cariño—. Venderé la tienda, sí, pero vivirás conmigo, niña tonta. Anna te ha preparado una habitación hermosa en casa si deseas mudarte y hasta que encuentres otro trabajo, ayudarás a Ximena con las investigaciones para su nuevo libro. Estarás bien, los Koskovish no abandonan a la familia.

Las lágrimas no tardan en quemar mis ojos exigiendo que las libere. Sin embargo, no lo hago, me froto los ojos con el dorso de mi mano libre y sorbo por la nariz para no moquear.

—Oh, Trudis.

—He pensado en ti cada segundo desde que la idea de vender la tienda atravesó mi cabeza —me intenta tranquilizar y no puedo terminar de procesar lo agradecida que estoy con ella y su familia—, aunque eso no es de lo que quiero hablarte. Claro que no, hay cosas más importantes que discutir.

¿Las hay? En este momento, como un claro ejemplo de egocentrismo, no se me puede ocurrir nada más importante que saber que no me iré a vivir a la calle.

—Te escucho.

La confusión es identificable en mi voz. No tengo ni la más mínima idea sobre lo que quiere hablar. Su salud es buena y ha pensado en un plan de vida para mí, ¿qué hay que discutir?

—¿Recuerdas que mencioné que Milo y mi Erick se parecían?

Oh, de eso quería hablar.

Con tantos acontecimientos me había olvidado por completo de sus palabras. Creí, debo admitir, que se trataba de un efecto secundario de los calmantes que le recorrían el organismo. Pero aquí está ella, luciendo más fuerte que nunca y completamente despierta. Lo ha vuelto a traer a colación y eso quiere decir que va en serio.

Ahora las dudas me consumen, quiero respuestas.

—Sí —respondo, a la espera.

—¿Y no tuviste dudas? —pregunta con un tono de complicidad—. Creí que me llenarías de preguntas hasta causarme otro ACV.

La broma es fácil de comprender, aunque no puedo reír. De solo pensar en Trudis teniendo otro accidente me dan ganas de llorar en posición fetal.

—Claro, pero no quería molestar.

Asiente con la cabeza.

—Bueno, creo que es hora de hablar. Nunca me ha gustado mucho hacerlo, ¿sabes? —Claro que lo sé, es una mujer de pocas palabras—. Siempre siento que no tengo nada interesante para decir si me comparo con ustedes, tan jóvenes y llenas de emociones y sensaciones nuevas... ustedes son todo lo que necesito. Erick lo sabía, él también siempre fue muy hablador. Creo que Ximena heredó eso de él.

—Gertrudis, se está desviando del tema.

Una risita escapa de sus labios.

—Lo siento, niña.

Antes de que pueda decir más, la enfermera interrumpe nuestra conversación trayendo en sus manos una bandeja plástica con el desayuno. Luego de acomodarlo frente a la mujer que le dedica una sonrisa, se vuelve a alejar de la habitación.

—¿Decías? —insisto, muerta de curiosidad.

—Nunca te he contado cómo nos conocimos Erick y yo —comienza con añoranza—. Era una linda tarde de otoño, esta estación en especial tiene esa aura de magnetismo y misterio como si todo pudiera ocurrir. Es una estación mágica, ¿no crees? Los árboles comienzan a desnudarse de a poco para prepararse para el inverno luego de tener unos meses maravillosos, hay ciertos frutos que aparecen con fuerza y nos brindan unos sabores maravillosos. Bueno, así también era cuando lo conocí.

»Yo estaba en la casa de mis abuelos en las afueras de la ciudad de Varsovia. Mi abuelo era un hombre adinerado, su casa era bastante amplia y tenía un patio increíble que se extendía por varias hectáreas. Era mi lugar favorito para pasar las tardes, siempre encontraba un árbol diferente sobre el cual leer. Tenía poco más de diecisiete años y estaba jugando distraídamente con el césped cuando un joven muy apuesto y desorientado apareció de la nada. Me asusté, por supuesto, pero él también lo hizo. —Ríe al recordar la situación y yo siento que no entiendo nada, como leer un libro al que le faltan muchas páginas importantes—. Él lucía ropa extraña, como de antaño y tenía las manos extendidas, como si hubiese cargado algo, pero se le hubiese caído. Intenté ofrecerle mi ayuda, solo que él no hablaba el mismo idioma que yo y debido al grito que había soltado cuando lo vi, mi abuelo había salido a mi rescate. Por suerte, mi abuelo hablaba el mismo idioma que él y le pudo explicar lo que sucedía.

Se interrumpió para darle un sorbo al té que le habían traído, así como para comer unas galletas de agua. Nunca me sentí tan impaciente.

—Mi abuelo no se veía feliz al principio, parecía como si quisiera matarlo con sus propias manos y mi muchacho estaba confundido y a punto de entrar en pánico —recordó—. Después de una eternidad, cuando dejaron de hablar aún alrededor del árbol donde me encontraba, el rostro de mi abuelo se tranquilizó. Le palmeó el hombro y lo llevó adentro. No me quiso explicar mucho, pero pude ver en sus ojos un brillo intenso de curiosidad. Mi abuelo siempre fue un hombre muy curioso, algo normal en un científico. Esa noche me iba a quedar a dormir allí por lo que creí que me explicarían lo que sucedía; sin embargo, solo mi abuela y yo cenamos en el comedor mientras que los hombres habían desaparecido. Al otro día, volví a casa y no fue hasta dos semanas después que regresé. Entonces, me encontré con Erick, había aprendido unas pocas palabras en mi idioma y se intentó comunicar conmigo. Mi abuelo, al ver la situación, me llamó a su estudio y me explicó todo.

—¿Qué estaba sucediendo?

Mi cuerpo está tenso, me encuentro inclinada hacia adelante intentando absorber la mayor cantidad de información posible. La historia suena entretenida y bella, aunque sin sentido.

—Bueno, Erick no era como nosotros. Era humano, por supuesto, pero era viejo. Muy viejo.

Frunzo el ceño.

—Creí que tenía tu edad —le confieso.

—Y la tenía, pero también cronológicamente era mucho mayor que yo.

—No entiendo, Trudis.

Una sonrisa se forma en sus labios y se inclina hacia mí. Su voz se vuelve baja, casi como un susurro.

—Él había viajado en el tiempo.

¡Buenas, buenas, gente linda!

¡Se ha develado parte del misterio! Trudis ha hablado, ¿qué opinan de esta historia?

¿Qué creen que va a suceder ahora?

Muchas gracias por leer, votar y comentar. Gracias por la paciencia y el cariño.

MUAK!

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