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Capítulo 33

¿Quiero que se detenga?

Las preguntas se abren paso a tropezones, intentando superar mis sentidos eclipsados. La situación me parece irreal, como uno de esos sueños que me da vergüenza admitir. ¿En verdad quiero que el contacto de sus labios cálidos contra mi piel fría cese? ¿Quiero que su perfume deje de rodearme? ¿Quiero que se aleje y construya un muro de desigualdad a su alrededor para luego fingir por toda la noche que no me siento atraída por él? ¿Quiero por una vez ceder el control, darle el mando y que apague mis pensamientos que me han torturado por los últimos años?

¿Puedo admitir que lo que siento por él es más que un odio que ya no existe?

—No —me oigo decir en un hilo de voz—. No te detengas.

Sus ojos dorados recorren mi rostro por completo, buscando una grieta en mi armadura de seguridad. Busca algo que le haga entender que miento, que en verdad no quiero que siga. Indecisión, incomodidad, tristeza, cualquier cosa le sirve porque entiendo que él también tiene sus dudas sobre este momento, sobre pasar estos límites. Sin embargo, en mi expresión no encuentra nada porque deseo con cada célula de mi cuerpo que continúe.

¿Quiere él continuar?

La duda se desvanece en menos de un segundo cuando sus labios impactan contra los míos sin piedad. No voy a mentir, he fantaseado con este momento y puedo decir que es mucho mejor. Según mi estado de ánimo y cuánto lo odiara, a veces pensé que podría ser un gran beso, divertido, mientras que otras lo imaginaba con uno insulso. La realidad es como si el cielo se abriera para mí, ángeles descendieran y me llevaran al paraíso. Incluso es mejor que eso.

Sus labios se presionan contra los míos con brusquedad y tranquilidad a la vez, son suaves y cálidos al igual que el resto de su piel. Sabe lo que hace, lo que quiere y cómo liderar para conseguirlo. Me encuentro moviendo mis labios a la vez en una danza sin control que no deseo que acabe jamás. Con una prisa casi animal, su lengua me obliga a entreabrir mi boca para brindarle acceso y crea una explosión en mi interior. Él sabe a vino dulce y chocolate, los restos de alcohol en su interior son algo que no pensaba encontrar y mucho menos que me gustara. Me siento enloquecer, su sabor envuelve mi cerebro en una nebulosa y aumenta la temperatura de todo mi cuerpo.

Recorre cada centímetro con soltura y experiencia, avanza y retrocede en los momentos indicados. Roza con los dientes mi labio inferior enviando chispas de electricidad a todo mi cuerpo y también lo mordisquea con cuidado para luego volver hacia el interior de mi boca. Su lengua roza con la mía y las chispas estallan dentro de mí como fuegos artificiales.

No he besado a nadie en cuatro años e incluso si lo hubiese hecho cada día de mi vida, nada se podría comparar a este momento.

Siento que he perdido la cabeza, nunca nadie me había besado así. Deseo, ansias y pasión. Sus labios me dicen que me necesita, que esperaba este momento tanto como yo. Su accionar es intenso, apresurado, como si temiera que lo echara para atrás en cualquier momento, pero no tengo intención de hacerlo. En su lugar, me presiono contra él y me escucho gemir contra sus labios. Posa una mano en mi cadera y la otra en mi nuca, llevando mi cabeza hacia atrás y profundizando el beso. Lo rodeo con los brazos, mis manos se encuentran en su espalda y clavo las uñas cuando siento la dureza de su cuerpo contra el mío. Mi cuerpo arde como si el cielo se hubiese cerrado y me hubiesen enviado directo al infierno y no siento vergüenza por ello. Lo disfruto como un pecador disfruta la lujuria, como un asesino disfruta terminar con una vida.

Nuestras lenguas se seducen mutuamente, nuestros labios se acarician y me encuentro mordisqueando los suyos en un pedido silencioso. Quiero más de él, necesito más de él. Y no tarda en contestar mis súplicas.

Recorre mi cuerpo con sus manos y se detiene en mi trasero, con un ágil movimiento, sin separar su rostro del mío, me alza para dejarme sentada sobre la encimera. Separo mis piernas y se coloca en el espacio que he dejado para él. Su cadera impacta con la mía y un escalofrío me recorre de pies a cabeza. La cabeza me da vueltas, el aire me resulta escaso y el corazón me late sin parar. No me detengo, busco más y me complace saber que está dispuesto a entregarle lo que le pida.

Llevo mis manos hacia su cabello y lo revuelvo con mis dedos. Sus yemas se presionan contra mi trasero y poco a poco las eleva hacia la cinturilla de mi pantalón. Ingresa sus manos por debajo de mi camisa y el contacto de su piel contra la mía me enloquece. Me quema y me transporta a otro mundo.

No lo dudo y él me lo permite, con manos temblorosas quito uno a uno los botones que mantienen en su lugar la camisa blanca que viste y al llegar a su cuello, recorro con mis manos la piel oscura de su pecho. Quito la tela sobre sus hombros y sé que ha caído al suelo, aunque no me detengo para observar.

Se presiona aún más contra mí y ahogo un jadeo contra sus labios mientras clavo mis uñas sobre sus ahora desnudos hombros. Sus labios me devoran con una pasión enloquecedora, su lengua me saborea como si fuera un manjar y su respiración se acopla a la mía. Lleva una de sus manos hacia arriba, recorre con los dedos la piel de mi abdomen para seguir subiendo hacia mi sostén. Juguetea con la tela de mi sujetador, pero no hace más que eso; sin embargo, el contacto de sus manos con mi piel sensible me enloquece. Pronto desciende su mano hacia mi cintura y siento la necesidad de llevarla hacia arriba, a presionar la piel sensible de mi pecho.

Se separa en busca de aire y pronto arremete contra mi boca de nuevo, con mayor exigencia que antes. Acaricio su pecho, llevo una mano sobre su corazón y lo siento latir contra mi palma. Rodeo su cintura con mis piernas, mis pies descansando en la curvatura de su trasero y el contacto de su cuerpo contra el mío alborota mis hormonas. Ya no queda más espacio entre nosotros, solo ropa.

Muerde mi labio con picardía y sé que quiero más, necesito más de él. Pero también sé que estoy con mi periodo y que por muy loca que la vida sea con él, no me animo a ir por más en estas condiciones.

—Milo —susurro.

—¿Sí? —Su voz es ronca y envía una corriente por todo mi cuerpo.

—Tengo un inconveniente.

—Dime.

Se separa un poco de mí, no mucho, pero sí lo suficiente para que pueda ver su rostro y notar la expresión de confusión.

—Estoy indispuesta.

—¿Te duele el estómago? —pregunta con duda.

—No, estoy en esos días...

—¿Qué días?

—Cuando llega Andrés.

—¿Quién demonios es Andrés? —Suspira—. Mira, si no te sientes segura sobre esto, no hay problema. No tienes que mencionar a otro hombre.

Aguanto una carcajada.

—Estoy menstruando —aclaro—. No hay ningún otro hombre.

—¿Y por qué mencionaste a Andrés? —insiste.

—Porque es el que viene una vez al mes.

La confusión en su expresión se transforma y comienza a reírse como si le hubiese contado el mejor chiste del mundo.

—No es tan gracioso —me quejo.

—Es ingenioso.

Me encojo de hombros.

—Entonces ya sabes cuál es mi inconveniente.

—No es ningún inconveniente, Pop.

—Para mí sí, no me atrevo a hacerlo en esta situación.

—Soy un genio, ¿recuerdas? Puedo hacer que desaparezca si quieres.

—¿No perderé mi tercer deseo?

Niega con la cabeza.

—No, puedo darme el lujo de usar mi magia para algunas cosas. El ámbito médico se me da muy bien.

Abro los ojos de golpe porque acaba de confirmarme lo que ya sospechaba.

—¡Tú hiciste que Gertrudis mejorara! —exclamo.

—Los médicos hicieron su parte.

—¡Lo sabía! Cielos, Milo... Es increíble, yo no sé qué decir.

—No tienes que decir nada —le resta importancia—. Gertrudis me agrada.

—Gracias —digo sin más.

—No hay de qué.

Acompaña sus palabras con un dulce beso en la comisura de mis labios y solo así, la temperatura vuelve a subir. No quiero desaprovechar esta oportunidad perfecta con él, la atracción entre nosotros y la energía que nos envuelve. Él puede hacer desaparecer ese detalle que me incomoda y juntos podremos disfrutar de algo que ambos deseamos.

—Está bien —accedo—. Has desaparecer a Andrés.

—No lo llames así —me pide con diversión.

—¿Te intimida el nombre de otro hombre?

—Pop, luego de esta noche no recordarás a otro hombre.

Estoy a nada de soltar un comentario sarcástico y divertido, pero las palabras mueren en mis labios cuando nos encontramos en otro beso. Ahora, ya no queda espacio para nada más. No hay dudas, no hay pausas, vamos por todo.

Sus manos tiran de mi camiseta hacia arriba y me la quita en dos segundos. Me dedica una mirada hambrienta, sus ojos dorados brillan como el oro y me derrito en sus manos cuando posa sus labios tibios en mi cuello. Desciende de a poco, sin prisas, saboreándome y haciéndome estremecer. Llega a mi sujetador poco después y con la misma habilidad con la que se deshizo de la otra prenda, quita esta también.

Estoy expuesta ante él y no puedo sentirme más que preciosa.

Un jadeo ahogado escapa de mí cuando su lengua acaricia mi pezón y una de mis manos busca su cabeza para mantenerlo donde está. La otra está bien sujeta a la encimera, manteniéndome conectada con la realidad.

Pierdo la conciencia del tiempo, me derrito en él y no hago más que gemir por lo bajo con cada caricia que su boca les da a mis senos. Milo sabe lo que hace y yo no recuerdo a nadie que me haya besado con tanta pasión, con tanta devoción.

Cuando mis pezones se encuentran sensibles, desciende un poco más sobre mi cuerpo y pronto está arrodillado frente a mí. Sus ojos se encuentran con los míos y sé lo que me está pidiendo. Quiere mi consentimiento para ir más allá, para deshacerse de mis pantalones y de mi ropa interior.

No le doy una respuesta verbal, tan solo me pongo en pie frente a él, me quito los zapatos y luego saco el botón de su lugar. Milo se encarga de lo que sigue, desliza el cierre y luego con delicadeza baja el pantalón por mi trasero y mis piernas. Acaricia la piel desnuda y es como si me estuviera electrocutando porque mis terminaciones nerviosas sufren, me exigen más.

—Te queda una prenda —le recuerdo.

—Oh, Pop. No sabes lo mucho que estoy consciente de ello.

Con la misma delicadeza, me quita las bragas y tomo una bocanada de aire porque estoy de pie frente a él, por completo desnuda. Me observa, me estudia y me venera de rodillas frente a mí. Me siento como una diosa, poderoso y hermosa.

Me agarro de la encimera con las dos manos, con fuerza para mantenerme erguida cuando él toma una de mis piernas y con decisión y ternura la coloca sobre su hombro. Por todos los cielos, en verdad va a hacerlo.

—Milo —gimo.

—Puedo haber estado encerrado por cientos de años, Pop, pero te juro que sé cómo hacer esto.

Le creo, no necesito que haga nada para que le crea, aun así, él se lo toma como un reto personal. Su boca conecta con mi entrepierna y jadeo tan fuerte que temo que en la Torre Eiffel nos hayan escuchado. Su lengua me trata con la misma sabiduría que al resto de mi cuerpo, me recorre y me penetra. Soy un cúmulo de nervios, estoy agitada y me tiemblan las piernas.

No duda en acompañar su lengua con uno de sus dedos y para entonces tengo la misma estabilidad que una gelatina. Me voy a correr en su boca y estoy segura que eso es lo que él quiere. Sin embargo, aguanto un poco más, alargo la agonía y el gran placer porque no quiero que este momento acabe. Mi resistencia no dura mucho, después de todo, y dejo que el orgasmo me llene y sacuda.

—¿Quieres saber algo? —murmura, poniéndose de pie.

—Dime —suelto con dificultad.

—Sabes excelente.

Me deja sin palabras, muda. No esperaba tanta sinceridad ni tampoco que nos habláramos tan explícitamente. Tiene sentido, de todas maneras. Por algo lo he soñado como mafioso porque Milo no tiene una pizca de vergüenza.

Sus labios vuelven a los míos, sin tiempo que perder y acaricia mi cuerpo con sus manos fuertes. No demoramos mucho en deshacernos de sus pantalones y ropa interior, nuestros cuerpos nos piden más y más. El deseo es real, una capa que se cierne sobre los dos y nos hace solo actuar.

De nuevo, me encuentro con mi trasero sobre la encimera y estoy rodeando su cintura con mis piernas. Esta vez, en cambio, ambos estamos desnudos y nuestras miradas están conectadas mientras él se desliza despacio, con cuidado, dentro de mí.

Gemimos a la vez, dejamos que un suspiro exprese nuestro placer y bienestar. Nos observamos con atención y como si fuera ensayado, nos empezamos a mover contra el otro. La mirada se me nubla, los labios se me secan y no puedo hacer más que mirar esos ojos dorados que tanto me transmiten.

Nos encontramos en otro beso apasionado, nuestros cuerpos se reclaman y se mueven al unísono. Estamos unidos, disfrutamos y debe ser el periodo de tiempo más largo que hemos pasado sin querer matarnos.

El disfrute aumenta, mi cuerpo una vez más se vuelve un cúmulo de nervios que desea liberarse. Hemos aumentado la velocidad, las embestidas no son tiernas y el calor ha dibujado una pequeña capa transparente en nuestra piel. Con nuestros ojos todavía unidos, nos dejamos llevar y nuestro último gemido lleva el nombre del otro.

Si escucharon esos gritos de emoción, fui yo.

3/5

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