Capítulo 30
El hospital privado donde se encuentra Trudis da miedo, no porque parezca salido de una película de terror o porque sea oscuro y pegajoso, no, nada de eso; es moderno, bien iluminado y tan limpio como una morgue. Da miedo porque no se escucha ni una voz, permanece en silencio como si hablar más fuerte que un susurro estuviera prohibido. Lo único que alcanzo a oír son los leves sonidos de las máquinas que marcan los signos vitales. Incluso los pasillos están casi vacíos, como si hubiera llegado el apocalipsis. Tan solo unos pocos pacientes y familiares, pero solo en las salas de espera, nada de andar caminando. Los médicos y enfermeros realizan sus rondas sin decir muchas palabras. El ambiente, sin dudas, parece fúnebre y eso no es bueno.
Me obligo a tragar con fuerza al pasar y tener pensamientos positivos, aunque temo lo peor con cada paso que doy en dirección a la habitación privada de Trudis. No tardo en encontrar la sala donde se encuentra internada y las lágrimas invaden de nuevo mis ojos al verla sola, recostada en una fría cama, con un tubo saliendo de sus labios e intravenosas colgando de ella. Un suero la mantiene hidratada y una sonda le brinda alimento. A pesar de todo, el pitido de la máquina me tranquiliza, saber que su corazón aún late significa que hay esperanzas de que despierte.
Tan solo llegar a la clínica, logré convencer a Anna y Ximena de volver a casa, de descansar mientras yo me quedo al lado de mi jefa observándola como un perro guardián, con temor a pestañar y perderme una de sus respiraciones. No puedo entrar a la habitación; sin embargo, eso no significa que no pueda estar al pendiente de ella. Las ventanas me permiten verla incluso desde el pasillo.
El tiempo pasa con rapidez y, a la vez, se siente eterno. No me alejo de mi lugar, la vigilo y doy unos cuantos pasos cada tanto para no entumecerme. Me siento un poco cansada, podría ir a la sala de espera y quedarme allí como el resto de las familias que aguardan por novedades de sus seres queridos. Yo no soy así, no podría soportarlo.
Llevo al menos dos horas cuidándola como un centinela y nada ha cambiado. Una parte muy negativa y chiquita de mí me dice que nada lo hará. Pero yo continúi allí, sigo el ritmo de su pecho con mis ojos, el sube y baje de su respiración. Luce tranquila, nunca la había visto así. Luce débil incluso, su piel más clara de lo normal y el cabello desordenado. Me gustaría entrar y peinarla, a Trudis le gusta estar prolija todo el tiempo.
—¿Quieres café?
Milo me observa desde el otro lado del pasillo, lleva en sus manos dos vasos descartables y una sonrisa en sus labios. Asiento y acorta la distancia que nos separa con pasos largos y ágiles.
—Gracias. La cafeína me vendrá muy bien.
—¿Sabes que no es necesario que estés aquí parada?
—Lo sé.
Recibo la taza de papel que dirige hacia mí y le doy un trago sin dudarlo. La parte positiva de que pueda leer mis pensamientos es que sabe lo que me gusta, como la cantidad de azúcar que le pongo a mi café y la temperatura en la que debe estar el agua para que no me queme la lengua. Y sí, la bebida que me ha traído está perfecta.
—Podría acostumbrarme a tu faceta de niño bueno —lo molesto—. Servicial, educado y con buen carácter.
—No lo hagas, volveré a ser un genio malhumorado en cualquier momento.
—¿Si? —Estiro mi labio inferior, formando un puchero—. Qué lástima, tendré que pedir mi deseo rápido en ese caso, así no tengo que soportarte.
—No te librarás de mí con tanta facilidad, Pop. —Sonríe de lado y me dedica una de esas miraditas que no sé cómo interpretar, pero que alborotan mi vientre—. Viviré en tu mente hasta que mueras. Soy inolvidable para aquellos que tienen el placer de conocerme.
Estoy a punto de contestar con una burla cuando siento un sonido ahogado proveniente de la habitación. Me acerco a la ventana con rapidez, casi pegando mi rostro al cristal, y observo el rostro de Gertrudis. Ha abierto los ojos de par en par y su mirada está cargada de pánico. Intenta quitarse el tubo de la boca, desesperada porque no entiende lo que sucede.
Al demonio, no me quedaré de brazos cruzados.
Entro corriendo a la habitación, con el único objetivo de ayudarla y calmarla. Lo primero que hago es tomar sus manos, detenerla en su intento de querer quitarse el tubo de respiración porque puedo imaginarme su terror, aun así, no quiero que se lastime.
He dejado caer el café al entrar y forma una mancha oscura en el suelo que se esparce de a poco, aunque en este momento es el menor de mis problemas.
—Llama a los médicos, Milo —le imploro—. ¡Ya!
El genio asiente, tan asombrado como yo por la situación, y lo veo por el rabillo del ojo salir corriendo hacia el puesto de enfermeras.
Por todos los cielos, Trudis ha despertado. Parece un sueño, una utopía; sin embargo, ahí está con sus ojos claros observándome en silencio.
—Hola, Trudis. Tranquila —susurro y acaricio sus manos con ternura—. Todo estará bien. Estoy aquí para ti y pronto lo estarán los doctores.
No dice nada, por supuesto, pero noto que me entiende porque el pánico comienza a desvanecerse y le da un apretón a mis manos. Ella está aquí, conmigo. Trudis está bien.
Para mi tranquilidad, en pocos segundos la habitación se convierte en un torbellino de actividad; médicos y enfermeros ingresan sin detenerse a la habitación para atender a mi jefa. Una mujer joven quita el tubo de su boca y la expresión de Trudis se tranquiliza por unos segundos. Su médico, un hombre alto de aspecto duro y cabello blanco, no tarda en llegar y se dirige hacia ella.
Me encuentro en la esquina más alejada de la habitación, sin darme cuenta he tomado la mano de Milo con fuerza y no planeo dejarla ir. Sus dedos se envuelven alrededor los míos y observamos lo que sucede ante nosotros. La presencia del genio a mi lado me tranquiliza y el contacto con su piel cálida me mantiene atada a la realidad.
El doctor encargado estudia sus signos vitales, revisa sus ojos y sus extremidades. Un muchacho de limpieza está quitando el café del suelo y los internos revolotean alrededor del médico de guardia brindándole consejos que él no ha solicitado.
Nadie se ha percatado de nuestra presencia en la habitación todavía y no me han regañado por intervenir.
—¿Cree que pueda hablar, Gertrudis? —le pide—. ¿Podría decirnos algo?
Aprieto la mano de genio con temor. ¿Y si no puede hablar nunca más? Las personas que sufren ACV suelen quedar con secuelas.
—S... Si...
Su voz es tan solo un susurro ronco, solo una pizca de lo que es en un día normal y, a pesar de ello, siento que la respiración se me tranquiliza al escucharla.
—¿Reconoce a alguien en esta habitación? —le vuelve a consultar el doctor.
Sus ojos avellana se posan en mí y una débil sonrisa curva sus labios.
—Ella es Daiana —dice con dificultad, aunque se entiende—, es como mi hija.
Los ojos azules del hombre se posan sobre mí, como si buscara mi aprobación. Asiento con la cabeza y su rostro se llena de alivio.
—Muy bien, señora Koskovish. Mis residentes la llevarán a hacerle algunos estudios para asegurar que todo está en orden, pronto volverá con Daiana. ¿Le parece bien?
—¿Puedes llamar a mis hijas, niña? —me pide Gertrudis con lentitud, formando las palabras una a una—. Deben estar preocupadas.
—Claro, Trudis. No te preocupes.
La observo retirarse de la habitación, luce desorientada y como si no terminara de entender lo que ha pasado, algo que es de esperar. No sé cuánto recuerda o si recuerda algo de su accidente. Saber que ha despertado es lo único que importa, lo que me reconforta.
Como le prometí, no tardo en llamar a Anna y Ximena para darles la buena noticia y juntas lloramos de felicidad. Pasa poco tiempo antes de que regresen junto al resto de su familia y la habitación se convierte en una fiesta a pesar de que Trudis continúa siendo analizada por su médico en otra zona del hospital.
Regreso al pasillo donde he montado guardia por horas para tomar un poco de aire y darles a mis amigas un poco de tiempo a solas para procesar el despertar de su madre. Encuentro al genio cerca de la puerta, recargado contra la pared y con actitud paciente.
—Gracias —le digo con sinceridad, acercándome a él y dedicándole una sonrisa.
El ceño de Milo se frunce, sin entender mis palabras.
—¿Por qué?
Me tomo el atrevimiento de tomar su mano, de la misma manera en la que la sostuve cuando Trudis despertó, con ese gesto intento explicarle sin palabras todo lo que tengo para agradecerle. Su palma es cálida contra la mía y mi mano luce pequeña frente la suya. Incluso parezco más pálida. Somos dos polos opuestos, blanco y negro, luz y oscuridad, positivo y negativo, dos personas que no pueden soportarse y que aun así están unidas dándose apoyo. Quizás estaremos unidos para siempre también porque no hay dudas de que no lo olvidaré jamás.
—Por apoyarme —aclaro—. Por estar aquí para mí.
Las comisuras de sus labios se elevan.
—Me agrada Gertrudis, Pop. No me molesta estar aquí para ella y para ti.
—¿Crees que estará bien? —susurro.
—Bueno, aún no obtengo mi doctorado en neurología, pero creo que sí —bromea.
Ruedo los ojos y suelto su mano. Por supuesto, no podía permanecer serio por más de unas horas sin sufrir en el intento.
—Oye —reclama, asombrándome—. ¿Por qué soltaste mi mano?
Abro los ojos más de lo normal. ¿De dónde viene eso?
—Porque no eres gracioso.
—¿Y eso qué?
Vuelve a tomar mi mano y una corriente eléctrica me recorre de pies a cabeza. Sus ojos se encuentran con los míos y creo que voy a morir. ¿Cómo un ser vivo puede hacerme sentir tanto?
—Tendremos que festejar —dice, cambiando de tema.
—¿Festejar que Trudis está bien?
Asiente, de nuevo sonriente.
—¿Y cómo haremos eso? —pregunto con confusión.
—Tendremos una cita.
Una vez más, siento que he perdido la cabeza.
—¿Tú y yo?
—Ajá.
—¿Yo y tú? —repito.
Contiene una carcajada.
—Sí —me asegura.
—¿Daiana y Milo?
Ahora si se está riendo.
—Por más que lo repitas, no cambiaré de opinión.
—¿Por qué?
—Para celebrar, Pop —dice sin más, como si eso aclarara todas las dudas.
—Sí, pero, ¿por qué?
Eleva su mano libre y acomoda tras mi oreja un mechón de cabello rebelde.
—Porque me iré en veinticinco días. Porque las reglas no lo prohíben. Porque quiero. —Se encoge de hombros—. ¿Estás de acuerdo?
Muevo la cabeza de arriba abajo, sin encontrar las palabras adecuadas para contestar.
—Perfecto, luego de esta noche sí que no podrás olvidarme.
Buenas, buenas, gente bella.
¿Qué les han parecido estos capítulos?
¿Expectativas sobre la cita?
Muchas gracias por leer, votar y comentar. Gracias por el apoyo y cariño.
Nos leemos pronto.
MUAK!
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