Capítulo 16
Analizo la idea que me ha dado Milo por algunas horas, anotando los pro y contras en una lista imaginaria que sé que puede leer en mis pensamientos. Podría pedir una nueva casa, en un buen vecindario con muchas comodidades; sin embargo, saber que podría terminar en una catástrofe me desanima. Conociendo cómo actúa el genio, los posibles finales resultan infinitos: una casa embrujada donde los demonios no me dejarán dormir y me acosarán hasta la muerte; un edificio utilizado para el narcotráfico donde se encuentre droga entre las paredes y termine en la cárcel de manera definitiva; el lugar donde se produjo un asesinato y las manchas de sangre permanezcan en la alfombra sin importar cuánto las friegue; una casa inundada que se caerá a pedazos sobre mí; impuestos altísimos que me dejarían pobre y muchas opciones más.
Los pros son menores que los contras y aun así la idea pica en mi cerebro y en todo mi cuerpo. Siempre quise una casa propia y, siendo sincera, con mi economía y la del país es solo una utopía. Aunque también era una locura pensar en magia, deseos y genios, y aquí está él.
—¿Milo? —suelto con la voz ahogada. Siento la garganta seca y debo aclarármela para quitar el malestar.
Sus ojos se elevan del libro que no ha dejado de leer, el mismo que le saqué en la tienda, y me da una rápida mirada antes de volver a su lectura. No se ve entusiasmado por escucharme.
—¿Es urgente? —pregunta sin interés.
—No.
—¿Me afecta?
¿Qué clase de pregunta es esa?
—En algunos aspectos.
—Entonces espera a que termine, me queda un capítulo para finalizar el libro.
Mis ojos se abren con asombro al escuchar su respuesta. ¿Era así con todos sus amos o tan solo se aprovecha de mi bondad? Sé que puedo ser insufrible a veces, lo sé, pero también es verdad que él ha metido la idea de una casa propia en mi cabeza y debería escucharme. No es de extrañar que lo dejaran olvidado por doscientos años con esa personalidad insufrible.
La posibilidad de ponerlo a lavar baños sucios por el resto de la eternidad suena tentadora mientras le clavo puñales con la mirada. Él no se inmuta, sigue leyendo como si mi presencia fuera una mera partícula de polvo olvidada.
—Puedo oírte, Pop —murmura—. Y estás siendo muy grosera.
—Ese era mi plan.
Suelta el aire con un resoplido y coloca un marcapáginas en el interior del libro. Lo deposita a un costado de su asiento y me observa con una mueca en los labios, dejando entrever que no se encuentra contento por mi interrupción. Creo que, siguiendo mi ejemplo, está imaginando maneras de matarme y esconder mi cuerpo.
—Ve al grano —me pide—. Si vas a pedir un deseo, hazlo rápido. Y antes de que se te ocurra, no puedes ponerme a fregar baños porque no funciona así.
Ignoro su comentario y, tal como me pidió, voy al grano.
—Para evitar que mi segundo deseo sea un desastre, ¿qué debería hacer?
Parece pensárselo un segundo.
—El secreto está en los detalles —explica—. Debes ser lo más específica posible, decir todo aquello que quieres y también lo que no. Si evitas un detalle, por pequeño que sea, el vacío podría resultar en un final inesperado.
—Si quiero, por ejemplo, una lasaña, ¿debo decir cada ingrediente?
—Sí, algo así. Pero también deberías decir lo que no te gusta.
—Perfecto. ¿Puedo darte otro ejemplo?
Me dedica una mirada de pocos amigos.
—Adelante.
—Si quisiera un viaje a Roma, ¿debería decirte fecha, horario, duración, presupuesto y actividades?
—Añadiría que quieres pasarla bien.
Específico, entendido. Tengo que decirle todo, hasta lo que podría resultar obvio. No olvidarme de nada, buscar hasta el más mínimo detalle.
—¿Ya sabes cuál será tu deseo?
Asiento.
—Creo que sí.
Su mirada cambia de aburrimiento total a interés al oírme. Se pone de pie de un salto y trota en su lugar a la vez que mueve sus manos; luego, estira sus músculos y, por último, me sonríe. Parece un deportista a punto de correr la carrera más importante de su vida.
—Estoy listo.
—¿Todo eso era necesario? —pregunto divertida.
—No.
Ahogo una sonrisa.
—Bien. Estoy lista.
—Espera —exclama.
—¿Qué debo esperar? —chillo con sorpresa.
—Nada, sólo quería fastidiarte. —Se encoge de hombros—. ¿Ves que no es lindo?
Le enseño el dedo medio con una sonrisa curvando mis labios.
—Quiero pedir mi deseo.
—Adelante, Daiana. Tus deseos son órdenes, por desgracia.
Le hago caso omiso a su pulla y me concentro en lo que quiero.
—Deseo un nuevo departamento que sea amplio, luminoso, amueblado con objetos de calidad y en un buen vecindario de esta ciudad. No en Londres, no Shanghái o en Nueva York. Que no haya pertenecido a narcotraficantes, ni esté embrujado, que nadie haya muerto en él ,así como tampoco haya sido utilizado para una actividad ilegal. Ah, y que no sea muy caro de mantener porque mi salario sigue siendo horrible. ¡Que sea mío!
—¿Algo más?
—Que tenga una linda vista.
—¿Algo más?
—Que tenga calefacción.
Contiene una carcajada.
—¿Algo más? —Repite por tercera vez.
Esta vez, niego con la cabeza.
—Bien.
Chasquea sus dedos y el silencio se apodera de la habitación. No hay polvos mágicos, no hay cantos de ángeles, tampoco una brisa llena de felicidad. Evalúo el pequeño departamento con ojos atentos, buscando alguna luz o que algo haya cambiado de lugar, cualquier cosa que pueda indicarme que ha cumplido con su parte del trato. Todo luce igual y por un momento me siento estafada. No por él, por el universo o quién sea que le ha dado su magia.
—¿Y bien?
—Estoy procesando tu deseo, Pop. Debo buscar la mejor alternativa posible, siguiendo tus indicaciones y basándome en los apartamentos disponibles en la ciudad. No es tan sencillo como pedir un sándwich de jamón y queso brie.
—¿Crees que puedas hacerlo más rápido? —suelto con impaciencia—. Tengo wi-fi.
—Si guardas silencio puedo apresurarme.
Me cruzo de brazos y lo observo expectante. Él estudia sus uñas y luego acomoda su ropa, alisando arrugas inexistentes y eliminando rastros de migas. Le dije que no comiera sobre el sillón, pero, como siempre, me ignoró como si mi voz fuera una molestia para él.
¿Así es como procesa los deseos? ¿Arreglándose?
—Listo.
Contengo un chillido de emoción porque escucharlo decir esa palabra me ha provocado la necesidad de gritar. ¡Sí lo logró!
Me acerco a él con rapidez y extiendo mi mano. Al igual que la vez pasada, un juego de llaves relucientes cae sobre mi palma abierta y siento la emoción bullir en mi interior. Porta un llavero con la dirección y leo el nombre de una avenida famosa. Los pisos no suelen bajar de los veinte millones de dólares y si ha hecho bien su trabajo, eso significa que estaré viviendo rodeada de multimillonarios. No parece un mal pronóstico.
Esta vez he sido específica y me ha salido mejor de lo esperado.
—¿Cuándo podré ir? —Muerdo mi labio con impaciencia.
—Considerando que la medianoche pasó hace horas y que no tienes vehículo, te recomiendo que lo hagas por la mañana.
No logro conciliar el sueño y agradezco no tener que trabajar al día siguiente. La emoción crece en mi interior con cada minuto que pasa, se intensifica y crea una bola en mi pecho que podría explotar en cualquier momento.
Pese a mi felicidad y curiosidad, las dudas también me abordan durante el insomnio. ¿Cómo le explicaré a Gertrudis que me mudaré a un departamento en la zona más cara de la ciudad cuando ella cree que he perdido todos mis ahorros en la compra de un automóvil que ha sido secuestrado por la policía? Es probable que deba ocultar los detalles y hacerle creer que sigo viviendo arriba de la tienda, al menos por un tiempo. Luego podría decirle que he conseguido un nuevo alquiler, sin especificar la zona. Es una buena idea, aunque mentir tampoco me parece adecuado.
Salto de la cama cuando el reloj señala las seis de la mañana. a pesar de que el sol aún no ha salido, y me dirijo hacia la ducha de puntillas, cargando una muda de ropa en mis brazos. Milo duerme en el sillón, no sé por qué ha hecho esa elección considerando que tiene una cama funcional en el interior de su frasco. Eso es lo que quiero creer. Si tiene magia, debe poder asegurarse algunas comodidades. No se lo he preguntado y, siendo sincera, dudo que vaya a contestarme con sinceridad.
Sin pensar en nada más que en mi nuevo departamento, me baño con rapidez y me visto en el reducido espacio, evitando caer a causa del suelo mojado. Luego seco mi cabello y preparo el desayuno, lista para una nueva aventura.
—¡Genio! Despierta.
Abre uno de sus ojos y me observa con la mirada cristalina. Su cabello es un desastre, mechones caen sobre su rostro y otros desafían la gravedad permaneciendo parados. Tiene una marca con forma de mano en su mejilla y un rastro de baba en la barbilla. Está cubierto con una manta que me robó y no parece contento por la interrupción de su sueño de belleza.
—¿Algún día me despertarás con amabilidad? —pregunta arrastrando las palabras.
—No.
Suelta un gruñido y tapa su cabeza con la manta.
—Anda, tenemos mucho para hacer. No podemos perder el tiempo.
—Déjame dormir, estoy cansado —se queja—. Anoche no dejaste de dar vueltas hasta las tres de la madrugada. Tus pensamientos incesantes me han causado una migraña.
—Siempre puedes volver a tu frasco y dormir en tu cama.
—Eres el ser vivo más fastidioso que he conocido en mi larga vida, Pop. Deberían darte un reconocimiento.
Se destapa y acto seguido se sienta sobre el sofá. Estira sus brazos, llevándolos sobre su cabeza y suelta un bostezo que me contagia de inmediato.
—¿Puedo desayunar antes?
—Sí, te he preparado café.
—Vaya, vaya. No eres tan desalmada después de todo.
Desaparece por unos segundos, tan solo dos pestañeos, y luego vuelve a ser visible, luciendo fresco como una lechuga y vistiendo ropa limpia que parece de diseñador. Toma asiento frente a mí en la reducida isla y bebe su café en silencio, como si el simple hecho de articular palabra fuera un martirio. Agradezco la calma, sin embargo. No sé si podría soportar sus intentos de hacer miserable mi vida sin haber dormido en toda la noche.
—Milo, apúrate.
—Tu nuevo hogar seguirá en su lugar en unos minutos, no hay necesidad de ser mandona.
—Creí que debías obedecerme.
—A menos que pidas un deseo, no.
Suspiro y tarareo una canción por lo bajo, marcando el ritmo con mis dedos porque es lo único que se me ocurre para distraer la mente. Sin embargo, mi canción no parece ser de su agrado. Noto que comienza a impacientarse mientras su rostro se contrae. Siento que está a punto de gritar.
—Creo que te odio, Pop.
—Es mutuo, genio.
Hello, sigue leyendo porque hay más.
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