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Epílogo:

RACHEL:

Si Nathan me hubiera dicho que le había hecho una prueba de paternidad a Maddie sin mi consentimiento, ¿me habría fijado en él?

Probablemente me habría molestado como el infierno, pero estaba segura de que de igual manera habría terminado cediendo a la manera en la que se comportaba conmigo y con Madison. A su sonrisa dulce dirigida hacia mí. Al hecho de que la mayoría de sus errores eran debido a su torpeza, no a sus malas intenciones. Además de todo ello, me soportaba. Nunca me había pedido que cambiara. Le gustaba tenerme a mí, Rachel, no copia de alguien más o al ideal de una esposa.

¿Pensaba a cada momento en lo que habría sucedido de no haber descubierto los objetos de Madison en su habitación? ¿En si habría vivido engañada?

No.

Lo único en lo que pensaba luego de haberlo dejado en su casa luciendo como si le hubiera roto el corazón era en lo cruel que había sido y en cómo arreglarlo. En retroceder el tiempo y decirle que aunque me molestaba que no me hubiera mencionado sobre la prueba, tenía más ganas de tenerlo en mi vida que de estar molesta.

¿El problema? ¿La razón por la que no iba a su oficina?

Nathan no había respondido mis llamadas.

Se había comunicado con Gary para buscar y dejar a Maddie.

Lo había lastimado. Me odiaba.

Miré el contenido de la cuchara frente a mí con asco y aún así me lo llevé a la boca y lo tragué. Tras el segundo galón el helado había perdido sabor, mi lengua entumecida, pero aún así seguía llenando el vacío dentro de mí con comida. Sollocé débilmente. Ni siquiera podía ver mi serie favorita para consolarme porque me recordaba que Nathan vio todas las temporadas por mí y me daban más ganas de llorar. Llevaba una semana trabajando desde casa debido a que me sentía mal emocionalmente, pero también mi cuerpo había enfermado. Tenía nauseas. Me sentía cansada. Mi estómago a veces dolía. Ni siquiera encontraba ánimos para ir al supermercado por más helado.

Ryan me ayudaba.

—Rachel, ¿cuándo te levantarás del sofá? —Por quinceava vez Gary intentó arrebatarme mi único consuelo, se lo impedí gruñendo y luego haciéndome un ovillo—. Maldición, Rachel. Tienes que tranquilizarte y hablar con...

—¡No! —respondí apretándome más entre las sábanas.

Juntó sus gruesas y oscuras cejas con incredulidad.

—Han pasado dos semanas. Ambos están sufriendo, tienes el poder de pararlo y...

—¡No estoy lista! —sollocé sintiéndome triste y vacía de nuevo.

Extrañaba a Nathan. Me había acostumbrado a Nathan. Quería a Nathan, pero aún no estaba lista para verlo y enfrentar que lo nuestro se había dañado por mi culpa. Por mi frialdad. Por no haberlo escuchado, por siempre hacerlo luchar por mí cuando ya me tenía y por poner un muro innecesario entre nosotros.

Con suavidad, Gary puso un dedo bajo mi barbilla y levantó mi cabeza.

—Él te quiere y Ryan y yo estamos cansados de ir a buscar a Madison por ti. No es que no la queramos, al contrario, sabes que la adoramos. —Apartó un mechón de cabello de mis ojos—. Pero no podemos seguir en medio de todo esto. Nadie puede.

Mi labio tembló por el efecto de sus palabras, pero lo hizo más cuando tomó su chaqueta del respaldo de una de las sillas del comedor y salió por la puerta para buscar a Madison. No quería que lo hiciera.

Marie entró después de que se fue.

— ¿Qué haces aquí? —le pregunté.

—Tratar, no, lograr que recapacites.

Intenté alejarme cuando me forzó a levantarme, pero no lo conseguí. Me levantó por si misma antes de que me enderezara. Su esquelético trasero de bailarina tenía fuerza.

—Estás asquerosa.

Hizo una mueca de disgusto y de alguna manera me metió en la ducha. Intenté salir antes de que cerrara la puerta, pero me sentía mal y cansada y sacó provecho de ello. No me sorprendí en lo absoluto cuando metió la mano y abrió el grifo. La venganza, para ella, se servía fría, así como el agua que me mojó de pies a cabeza. Chillé, ahogándome, hasta que creyó que era suficiente.

—¿Qué pretendes, Marie? —le pregunté cuando arrojó una toalla seca sobre mí.

Gracias a su locura mis dientes castañeaban, mi mente sintiéndose más despejada.

Lo suficiente como para cometer un crimen en su contra sin ser inculpada.

—Devolviéndote el favor. —Se miró las uñas, indiferente ante mi estado. Cuando no hice ningún movimiento, clavó sus ojos negros en mí—. ¿Quieres privacidad?

Asentí agradeciendo que se fuera y me sequé, despojándome de mi pijama favorito.

—¿Qué pretendes? —repetí al ver que había colocado un conjunto en mi cama

—Que dejes de ser una estúpida. —Abrió el cajón de mi ropa interior. Me encogí cuando lanzó un conjunto de lencería de seda a la cama—. No tienes ni idea de lo que estás haciendo quedándote aquí encerrada, ¿verdad?

Parpadeé.

—¿Estás bien?

—Vístete y lo estaré.

—No. —Negué.

Había escogido uno de los vestidos favoritos de Nathan. La parte de arriba, dejando al descubierto los hombros, tenía un adorno vaporoso al estilo campesina. La de abajo era ajustada hasta las rodillas. Era azul cielo, el color que me había dicho que solía ser su favorito hasta que Maddie y yo entramos en su vida.

—Sí. —Se acercó a mí con expresión lunática. Si cambiara su atuendo rosa pastel por una camisa de fuerza muchos creerían que acababa de escapar del manicomio—. Tú te vestirás y luego moverás ese lindo y gordo trasero para ir a buscar a Nathan.

Mis ojos se llenaron de lágrimas de nuevo.

—¿Por qué haría eso?

¿Por qué ella y Gary me hacían daño presionándome así?

—Te conozco como la palma de mi mano, Rachel. Sé que aunque te empeñas en verlo como el villano, no puedes hacerlo porque en el fondo sabes que la única que los está lastimando a ambos eres tú. —La dejé acercarse—. Te equivocaste y sientes miedo de ser rechazada. Felicidades. Ya sientes lo mismo que Nathan ha sentido desde que se conocen.

—No sé si pueda.

Apretó mis hombros.

—Eres quién más lo merece de los tres, Rachel. Eres la única que ha sido fiel a la idea de encontrar un solo amor y mantenerlo para siempre. —Me sorprendió abrazándome—. Consigue a Nathan. Dame una razón a parte de nuestros raros padres para creer que el verdadero amor existe.

No le respondí con palabras. Lo hice abrazándola de vuelta y separándome para vestirme en silencio, aceptando que había llegado mi turno de luchar por nosotros. Mientras lo hacía me llenaba de fuerzas pensando en nuestros momentos juntos. Las múltiples veces que nos gritamos mutuamente. El primer beso que compartimos. Nuestro baile en el baby shower de Luz. El picnic. La visita al parque acuático. Nuestra primera cita. Nuestro primer viaje en familia.

Me alisté rápido. No habían pasado ni diez minutos desde que Gary se había ido. Como sabía que Nathan se tardaba alrededor de veinte conversando con él sobre Madison, no perdí la esperanza de encontrarlo aún el recibidor. Al salir de la habitación me encontré con la mirada dura de Ryan, la cual suavizó al verme.

—¿Vas a buscarlo? —Asentí mientras se cruzaba de brazos—. Bien, ya era hora. Por más idiota que sea, debo admitir que ustedes dos están hechos para el otro.

No lo golpeé por decir que eso se significaba que también era una idiota porque era cierto, sino que le di un rápido beso en la mejilla, disculpándome por dejarlo a solas con mi hermana, y continué. Esperar el elevador se sintió como una eternidad. Cuando finalmente me encontraba descendiendo en él, las ganas de vomitar volvieron, pero conseguí calmarme.

Es mi turno de luchar, me repetía.

— ¿Ya se ha ido?

El vigilante, Reúsen, sonrío y me señaló a Gary, quién jugaba con Pulpo y Madison sobre el mostrador. Sin Nathan. Corrí hacia ellos, la decepción inundándome. Esperaba encontrarlo, pero si tenía que llegar hasta su casa para verlo lo haría. .

—Acaba de salir —me informó Gary con una sonrisa burlona cuando llegué a él—. Todavía puedes alcanzarlo.

Poniéndome en marcha, puse en práctica mi entrenamiento de años y corrí a la calle.

Lo que encontré hizo que mis rodillas fallaran.

—Sé que te mentí, Rachel, pero te...

Nathan no pudo terminar de leer su ficha. Estrellé mis labios contra los suyos antes de que tuviera la oportunidad de decir algo más. La familiaridad del sabor de su boca hizo que mi alma volviera a sentirse viva de nuevo. No permitiría que dijera nada más. Al menos no hasta que yo alcanzara su nivel de romanticismo. Por lo que había podido entender de lo que decía había preparado esto para disculparse, pero era yo la que necesitaba hacerlo. Habíamos pasado por demasiadas adversidades y eso nos había hecho mejores, pero solo mejores para el otro, nadie más.

No éramos piezas perfectas, pero encajábamos bien juntos.

Mordí su labio y gimió, estrujándome contra él como si hasta el momento no hubiese creído lo que sucedía. Deseo, hambre, necesitad. Amor. Todo eso estaba en nuestras acciones. En la forma en la que me apretaba como si no quisiera dejarme ir. En el temblor incontrolable de mis rodillas. En los sonidos guturales que escapaban de su garganta. En el sonrojo en mis mejillas. En el ritmo forzado de nuestras respiraciones.

En las mariposas alojadas en mi estomago, que se pegaba completamente al suyo.

Iba a besarlo más después de que se separó para tomar aire, pero fui interrumpida. Reí cuando una orquídea, mi tipo de flor favorita para importar durante los eventos, lo que estaba segura de haberle comentado, cayó sobre su ojo derecho.

Negándose a soltarme, la colocó tras mi oreja.

—¿Una flor...? —empecé.

—¿...para otra flor?

Ante los abucheos me forcé a mirar a otro lado que no fuera al frente, dándome cuenta de que las personas que nos arrojaban flores desde los balcones de mi edificio eran conocidas. Incluso mi hermano era participe rodando los ojos. Marie y Ryan lo hacían desde el nuestro, pero para que parecieran que estuviesen lloviendo Loren, Diego y Cleo estaban en los de nuestros vecinos. Mis ojos se llenaron de lágrimas cuando Madison colaboró arrojándonos la que había atajado.

—Es increíble, Nathan, yo...

—Sí. Sé que dirás que esta será la última vez que me perdones. —Me besó con reverencia, soltándome para ahuecar mis mejillas—. No la desaprovecharé. Esta vez, cuando surja un inconveniente, haré que no quieras marcharte. No querrás irte. Te lastimará alejarte de mí tanto o más de lo que me lastima a mí que te vayas.

Hice un puchero, tratando de controlar las lágrimas que volvían a surgir.

—Ya me lastima. Todos estos días me he sentido herida por mí misma. —Acaricié su mejilla con mi palma, amando cuando se acurrucó contra ella—. ¿Sabes la razón?

Negó.

—Ya lograste que la idea de alejarte fuera insoportable.

—¿Sí? —Sus ojos brillaron con ilusión—. ¿Ya no estás molesta conmigo?

—No. Ya no. El enojo se me pasó cuando entré en el taxi.

Sus mejillas se ruborizaron.

—Lo siento por no haber respondido. Pensé que llamabas para terminar conmigo.

Las mías también lo hicieron.

—Lo siento por cómo te hablé y por no ir a tu casa... creí que me odiabas.

—Nunca. —Besó mis labios rápidamente—. ¿Aún me quieres?

—No —respondí acurrucándome contra él—. Estoy empezando a amarte.

—Tú primero.

Presionó sus labios sobre la cima de mi cabello.

—Te amo, Rachel. —Alcé el rostro para mirarlo—. Amo nuestra vida juntos.

Esta vez cuando lo besé lo hice sabiendo que el deseo que pedí durante la noche de nuestra primera cita, cuando mi perspectiva del viejo Nathan empezó a derrumbarse, se había hecho realidad.

No había perdido la oportunidad de formar parte de algo hermoso.

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