Capítulo 7:
RACHEL:
El cielo estuvo nublado desde que desperté por la mañana. No sabía cómo pude haberme dejado llevar Carl Peterson, el ardiente pronosticador del canal quince, y no ver más allá de su tableta de abdominales al quitarse la camisa anunciando un día soleado. Debería ser ilegal transmitir tanto calor en vivo. Podía llegar a confundir a los espectadores y cosas como estas podían pasar.
—No puede ser.
Justo cuando iba por la acera con Maddie para coger un taxi, comenzó a llover a mares. Nos refugié bajo una parada de autobús junto a otros desafortunados. Con ella no había tanto problema. En el kínder le habían puesto un impermeable y sus botas. Si apoyaba su cabeza en mi hombro no se mojaría, pero yo había dejado mi paraguas. Al cabo de unos minutos, al darme cuenta de que no sería una lluvia pasajera y que probablemente los autobuses estaban atascados en el tráfico, me armé de valor y renuncié a la protección del techo sobre nosotras. Después apresuré el paso hacia un restaurant de comida rápida al otro lado de la calle. Al entrar, sin embargo, mi estómago rugió por haberme saltado el almuerzo a causa del trabajo. Tras pedir lo primero que hice fue adentrarnos en el baño para secar mi abrigo de lana y retocarme el maquillaje. Al salir en mi mesa estaba esperándome el terror de cualquier mujer con curvas. Una hamburguesa doble con una lata de Coca Cola, patatas y recipientes de salsa.
Antes de comer le di pecho a Maddie, cubriéndome con una manta, mientras la paranoica en mí miraba hacia todos lados asegurándose de que no hubiese nadie viendo. Había muchas mesas de madera desocupadas, una barra que sí estaba llena de hombres trajeados, máquinas de caramelos y posters de Marilyn Monroe decorando cada pared. Mi ubicación, por otro lado, estaba lejos de todo y junto al ventanal que daba con la calle. Brístol me enseñó a adorar ver la lluvia caer.
Claro, siempre y cuando no cayera sobre mí.
—Señorita Rachel. —Me interrumpió un trigueño de ojos verdes cuando empezaba a devorar mi comida. Madison estaba dormida entre mis brazos, su estómago abultado por el banquete—. ¿Puedo acompañarla?
Me sonrojé. Era un cliente. Esperaba que no me hubiera visto los senos.
—Por supuesto.
—La busqué en la agencia, pero su asistente me informó que ya se había marchado —continuó mientras se sentaba—. Ha sido un milagro. Tenía que hablar con usted.
Hice una mueca.
—Estamos fuera de la oficina, ¿me tratas de tú, por favor?
Sonrió ampliamente.
—Por supuesto.
—Bien. —Solté un suspiro—. Lo siento. Solo trabajo de lunes a jueves hasta las tres. Los viernes estoy hasta más tarde si no hay eventos programados. Los fines de semana no trabajo. —Señalé a Madison—. Hacemos las cosas juntas esos días.
—¿Es tuya? —preguntó sonando sorprendido, lo que me llenó de alivio ya que no me había visto toda paranoica dándole pecho.
—Sí.
—Pues... pues... —Se atragantó con su propia saliva al no saber qué decir—. Eres joven, nunca creí que ya estarías comprometida. —Volvió a observar a Madison. Ella gorjeó en sueños—. Al menos no a ese nivel.
—No estoy comprometida. Soy madre soltera ─me expliqué, mis mejillas tornándose más rojas al darme cuenta de que acababa de dejarle claro que estaba disponible.
Los rasgos españoles de Diego Acevedo, muy atractivos, se suavizaron.
—No has dejado de parecerme un encanto por tener una hija. —Sus labios se curvaron en una sonrisa—. Al contrario. Ahora te veo más... humana. Las veces que me he cruzado contigo has estado trabajando. Aunque te veías muy hermosa en cada uno de tus vestidos, debo admitir que me sentí intimidado. —Ladeé la cabeza, encantada con la idea de un hombre sin miedo a admitir sus debilidades—. En cambio ahora no. Ella... ¿cómo se llama?
—Madison.
Asintió con aprobación.
—Madison te hace suave.
Eso no tenía que decirlo. Gracias a ella era la mejor versión de mí.
—Es cierto.
—Bien. —Sacó una carpeta de su maletín y empezó a ojearla—. Adelante, come. Luego hablaremos sobre tú sabes qué. —Me guiñó. Eso era el baby shower de su hermana—. Seguirá lloviendo por un rato. Sabiendo que eres madre y que habrás vivido la experiencia por ti misma, no te dejaré ir. Luz merece lo mejor.
—Por supuesto —dije antes de, al él despegar sus irises de mí, darle un mordisco a mi hamburguesa, mandando a la mierda la etiqueta y el profesionalismo.
Diego, dueño mayoritario de una de las constructoras más relevantes de Reino Unido y Los Emiratos Árabes, pidió y tomó un café con vainilla mientras analizaba un futuro proyecto y yo me alimentaba. Cuando acabé se resignó a posponer nuestra charla sobre el evento de su hermana para mañana ya que Madison se agitaba con el sonido de nuestras voces, ganándose varios puntos positivos.
Desde que empecé a trabajar desde hacía un mes atrás como organizadora en la Agencia de Eventos Steel, la cual pertenecía a un viejo amigo de mi padre que me reconoció y tras una charla prometió guardar el secreto de mi ubicación, aprendí que en la educación no están los valores. Había conocido a todo tipo de personas en Brístol, aún más que en Dionish, con diferentes excentricidades y modales en diversos niveles en económicos. Mientras que unos desbordaban cortesía y amabilidad, otros eran capaces de llamarme a las tres de la mañana, despertándonos a Madison y a mí, para cambiar el tono de las flores, la textura de las servilletas o solicitar los avances.
Amaba mi nuevo trabajo, sin embargo.
—¿Alguien las pasará buscando? —preguntó Diego cuando salimos al exterior.
—No, pediré un taxi. —Levanté la mano para detener uno que iba pasando, pero no se detuvo por nosotras. Me giré para mirarlo antes de concentrarme en el siguiente—. Espero que tengas una linda tarde. Recuerda venir mañana a las ocho.
—Eso es muy temprano. —Pasó una mano por su cuello, despeinándolo—. Generalmente empiezo mi jornada a las doce. Prefiero dormir y despertar tarde. ¿Qué te parece si mejor nos vemos para el almuerzo y comemos juntos?
Le dediqué una sonrisa maliciosa.
—Le diré a Cristina que corra las citas una media hora por si te quedas dormido.
Se echó a reír.
—Veo que no cambiarás de opinión.
—Soy terca.
—Me imagino. —Se mordió el labio. Era realmente apuesto—. ¿Sabes? Yo también soy terco. Por algo el negocio ha funcionado. ¿Qué tal si las llevo a casa?
—No lo sé...
Por más amable que fuera y además de que era un cliente, era un desconocido.
—También podría quedarme aquí hasta que se vayan —añadió al ver mi duda.
Afirmé.
—Es mejor.
—Bien.
Con eso ambos, de pie frente a la calle, él trajeado y yo con mi abrigo blanco, estuvimos durante más de diez minutos intentando detener a un taxi en vano.
—¿Te rendiste ya?
Miré a Madison. Seguía durmiendo, pero si nos quedábamos más tiempo sometidas al frío se podría enfermar. Eso igualaba, en parte, al riesgo de que nos secuestrara.
—Es que...
—A ver. —Se enderezó, haciéndome consciente de su metro ochenta—. ¿Me haces algunas preguntas? Así nos conocemos mejor. También puedes enviarle a un conocido la placa de mi auto. No les pasará nada. Lo prometo.
Tomé aire.
—¿Comida, color y número favorito? —me resigné.
—Paella, verde y definitivamente el nueve.
—A mí me gusta la paella. —Clavé mi vista en el suelo. Mis brazos empezaban a sentirse cansados por aguantar el peso de Maddie—. Eso nos hace amigos, ¿no?
Diego, en su confusión, tardó en responder. Sonreí para mis adentros.
Probablemente acababa de darse cuenta que lo envié a la friendzone.
—Supongo.
No tardamos mucho en llegar a mi edificio. El viaje duró prácticamente lo mismo que tardamos esperando un taxi. Su auto, un Lamborghini rojo, no llegó a su velocidad máxima por Madison, a su pesar. Después de haberse dado cuenta de que su máquina no me sorprendía cuando abrió la puerta para mí, había sido una completa frustración para él no alardear su motor. Tampoco habría funcionado. Loren tenía mejores. Le robaba la llave de cada uno de ellos desde que cumplí dieciséis.
—Nos vemos mañana, hermosa.
No pude evitar sonreír genuinamente a la visión de su hoyuelo.
—Te estaré esperando. Sé puntual. —Besé su mejilla—. Gracias.
Diego me guiñó un ojo antes de cerrar la puerta y rodear el auto. Sin esperar que arrancara empecé a subir las escaleras que llevaban a la entrada. Madison ya se había despertado y jugaba con mi cabello. Con ganas de llegar, cambiar a Maddie, ver repeticiones de The Vampire Diaries hasta el cansancio y caer en mi cama con Ian Somerhalder en mi mente, tomé el ascensor.
En mi piso alguien tuvo la osadía de impedir mis planes.
—Hola —saludó la recién proclamada reina del nudismo.
Parpadeé sin creerme que hubiera una rubia bronceada, artificialmente ya que el sol de Brístol difícilmente te pondría como una zanahoria, huyendo de mi apartamento en ropa interior. Me encontraba exhausta, por lo que me limité a asentir en reconocimiento de su existencia y a cerrar la puerta con fuerza esperando que entendiese el mensaje. Agradecía no estar afectuosamente relacionada con el responsable de su presencia en mi casa. Compadecía a quién sí.
Ryan y descaro tenían el mismo significado.
Al entrar un poco más lo encontré sentado en el sofá en bóxers, lugar en el que planeaba dejar a Madison para que jugara mientras veía televisión. La furia me invadió al recordar que el día anterior lo había limpiado. Tendría que volver a hacerlo para librarlo de fluidos antes de que empezara el nuevo capítulo.
—¿Qué te sucede? —preguntó con arrogancia.
Dejé la pañalera de Madison en la encimera de la cocina.
—Nada.
Ignorando sus intentos de llamar la atención, Maddie y yo metimos sus prendas sucias en la lavadora. Cuando esta empezó a funcionar la llevé a su alfombra para gatear en la sala. Gary la colocó para ella rodeada de un muro de felpa para evitar que saliera y se lastimara con objetos punzantes, vidrio o la dureza de las baldosas.
—¿Por qué haces eso?
—¿El qué? —Sonreía como boba mientras me agachaba para jugar con ella.
—Atravesarte. Seducirme tu trasero cuando te agachas.
Me giré para verlo.
—Repítelo.
—Buscas seducirme. —Alzó el mentón—. Eres una mala mujer.
—Imbécil. —Señaló a Madison. Me sonrojé. Había establecido en casa una regla de cero groserías—. ¿Cómo puedes decir eso? —Me levanté con los brazos en jarras, sintiéndome un poco cohibida con su desnudez—. ¿Qué tal un poco de respeto, Ry?
—Madison no entiende lo que decimos. —Le dio un trago a su cerveza—. Lo del respeto te lo debes plantear a ti primero. Siempre acaparas mi campo de visión con tu trasero —gruñó—. ¿No tienes pudor? Desvergonzada.
Alcé una ceja.
—Primero que nada, ¿qué haces tú mirando mi trasero?
Ryan, el duro policía, separó sus labios sin saber qué responder.
Con el éxtasis de la victoria corriendo por mis venas, abrí una de sus cervezas.
NATHAN:
Estuve dándole vueltas al tema durante más de dos semanas. No pasaba ni un segundo sin preguntarme qué sería mejor. El debate estaba entre ignorar su cercanía, a tan solo unos metros de la cafetería donde trabajaba John, o hacer algo al respecto.
En pocas palabras, desde que le vi mi paz se redujo a cenizas.
Podía escucharse exagerado, pero pensar en Rachel era un suicidio mental lento y doloroso. Mencionar su nombre u oírselo decir a su hermano, a su padre, creaba un torbellino de contradicciones en mi cabeza que no debería existir. Era tan hermosa.
Ambas lo eran.
Diego haló mis audífonos.
—Si sigues así te vas a desgarrar algo.
—No has visto nada. —Comencé a bajar la velocidad de la cinta—. Nada.
Se apoyó en la máquina luciendo interesado con mi rendimiento.
—¿Estás pensando inscribirte en un maratón?
—No. —Apoyé mi frente en el monitor de la caminadora cuando se detuvo por completo, inhalando y exhalando con profundidad—. No estás en la liga, imbécil. No puedes opinar. —Cerré los ojos—. Es más profundo que tú.
En contra de las normas del puto gimnasio, encendió un cigarro y le dio una calada.
—¿Una mujer?
—Sí.
¿Qué sentido tendría ocultarlo?
—¿Es sexy? —Alcé las cejas—. ¿O no?
—Es la mujer más bonita que he visto jamás. —Con sus ojos grises, hoyuelo en la barbilla, olor a primavera e invierno al mismo tiempo, claro que lo era, además de tentadora como el demonio también. Aunque con su cuerpo cualquiera podría serlo, su personalidad arrebatadora tenía que ver—. ¿Cómo va el baby shower de Luz? —Cambié de tema porque sospechaba que confesarme no aliviaría mis pecados, sino que empeoraría la situación—. ¿Qué tal te fue con la organizadora?
—Pues... —Una sonrisa placentera se extendió por su rostro—. Aún no tenemos nada en concreto, pero para mañana habrá un plan. Es una mujer exquisita, Nate. No nos reunimos porque fui fuera de horario, pero la encontré en un restaurante cerca de la agencia de eventos. Ella... ella es madre soltera. —Frunció el ceño—. Tiene una bonita niña con sus ojos. No entiendo qué clase de idiota las dejaría solas.
No entendí una mierda. Este sujeto no hablaba como mi mejor amigo.
—¿Desde cuándo quieres ser padre?
—Desde que la mamá más terriblemente ardiente de la historia apareció.
—¿Tan linda es?
Debía hacer que las modelos de Victoria's Secret pareciesen ogros para tenerlo así.
—Sí. Te daría detalles, pero un caballero no habla de sus conquistas. —Me palmeó la espalda mientras me hacía un guiño, su pie aplastando la colilla que arrojó en el piso. Me anticipé a los hechos e hice planes de empezar a buscar otro lugar para entrenar. Siempre nos corrían por su mal hábito—. Si la ves seguro te enamoras y no quiero tener que competir con mi mejor amigo.
Tras intentar sacarle detalles sobre la belleza que logró que se planteara abandonar su estilo mujeriego, me dirigí a las duchas para salir. Me despedí de Diego, quién se quedó seduciendo a la recepcionista para que no le pusiera una multa. Mis planes de ir a la embotelladora y seguir con los pendientes hasta que anocheciera se estropearon, sin embargo, cuando mi chófer apareció con las fotografía que le solicité el mismo día que las vi. En las imágenes una mujer luchaba por subir un cochecito hasta la entrada de la agencia del viejo Steel. Para mi desgracia quién o lo que estaba dentro de él no se vislumbraba, pero sus sábanas rosas y el pequeño pie que sobresalía dentro de una media de lunares delataban su sexo.
Cerré mis ojos con fuerza.
Había llegado el momento de dar la cara.
Llegué a la Victoria. St en menos de veinte minutos. Envié al hombre a su casa en un taxi, tomando prestado su auto asignado, porque no quería testigos en el que probablemente sería otro mal momento. Me abandonó con un leal asentimiento. Dentro del edificio de ladrillos me dirigí a la recepción, dónde le pregunté a las rubias que atendían por la señorita Van Allen. Me impresioné cuando desearon saber si tenía una cita. Traté de sobornarlas con dinero, lo que resultó imposible por lo bien instruidas que estaban, y al final tuve que inventar una historia. Muchos ruegos después las convencí y me dejaron continuar. De camino a su oficina todos los empleados me veían con lástima, ante lo que supuse que el chisme del ex lloriqueante de Rachel se había esparcido rápido. No pude evitar preguntarme cómo, habiéndose escapado de su casa sin nada, empezando desde cero, avanzó tan rápido.
Probablemente haciendo uso de sus encantos.
El alivio de que los obstáculos hubieran terminado con los de seguridad y las recepcionistas se esfumó al ver a una Mary Poppins en una cabina antes de completar mi trayecto. La mujer de sombrero rosa, ya avisada por las de abajo, me miró con cara de pocos amigos mientras me indicaba que esperara.
Media hora después estaba tocando su puerta.
—Pase.
—Buenas tardes —saludé.
Si la primera vez que la vi, dormida a mi lado, me pareció hermosa pese a que había destruido mi mundo, si la segunda vez en mi oficina, furioso como estaba, me pareció apetecible, ahora era completamente una visión. Ninguna de las fotografías de su padre, ningún recuerdo en mi mente, le haría justicia a la experiencia de tenerla cerca.
Esta vez un vestido verde pino, de jodidas trasparencias y sin mangas, se ceñía a su seductor cuerpo estilizado por el corte y los tacones. Su cabello, carbón y rizos, estaba atado en un moño que dejaba su cuello lo suficientemente expuesto para lucir una gargantilla brillante. Además de ello habían ciertos cambios de lo que fui consciente a medida de que la inspeccionaba. La inocente torpeza en sus ojos, por ejemplo, había sido reemplazada con una helada determinación.
—¿Qué haces aquí?
—Yo... —¿Cómo mierda era posible que no supiera qué decir? Había estado pensando en un posible encuentro desde hace meses—. ¿No saludas?
Se sirvió una copa de whisky de su mini bar, la cual sostuvo con tanta fuerza que pensé que iba a romperla.
—¿Qué haces aquí?
—No, cariño. —Me tomé el atrevimiento de recostarme en la pared. Quería dar la impresión de estar relajado, en control de la situación, aunque por dentro me estuviera muriendo por escuchar cualquier cosa que saliera de su boca. Cualquier mentira. Cualquier artimaña—. La pregunta sería, ¿qué haces tú aquí? Esta es mi ciudad.
—¿Perdón? —Soltó una risa entre tragos—. Lo siento si necesito usar lentes y no me he dado cuenta, pero en el tiempo que llevo aquí no he visto ningún cartel de bienvenida con tu nombre.
Gruñí. Tenía el derecho de estar dónde le viniera en gana, pero ella sabía a lo que me refería. A ella viviendo en la misma ciudad que yo para joderme cuando en Cornwall, dónde quisiese, podía prosperar si hablase con su padre y admitiese sus locuras.
—¿Qué buscas aquí, Rachel? ¿Por qué no estás con tu familia?
—Cállate. No es tu problema.
Entrecerré los parpados. Por unos instantes el dolor había tomado el control de sus facciones. Lástima que tan rápido como apareció, se esfumó. Aquello me recordó la culpabilidad que percibí en Loren. Tal vez si él se sentía culpable con su desaparición significaba que había hecho algo para causarla o no hizo nada para impedirla.
Definitivamente había algo más.
Algo lo suficientemente grande para que Rachel renunciara a su trono.
Por un momento, debido al peso de los actos, me detuve a imaginar otra variante. ¿Y si ella era una simple víctima más? ¿Y si las lágrimas que derramó ese día en mi oficina tenían que ver? ¿Y si su familia la obligó a amarrarme? ¿Y si...?
—¿Por qué fingiste estar embarazada?
—Esa no es la pregunta, Nathan —me imitó sirviéndose la segunda copa—. La pregunta es, ¿por qué yo, una mujer con estudios, bonita, joven y con un buen status fingiría estar embarazada?
—¿Dinero?
—Tu fortuna es envidiable, pero tenía más dinero en un dedo que lo que tú tendrás en toda tu vida. —Era cierto. Las propiedades y negocios de su familia no solo se centraban en los vinos—. No te necesitaba.
Ella hablaba en pasado, ¿por qué?
—¿Te acostaste con el Sr. Steel?
Su cara se transformó en una máscara de furia.
—Imbécil.
—¡Rachel! —Había estado tan concentrado en su rostro que no me di cuenta de la lámpara que venía directamente hacia mí y que segundos después impactó en la pared, al lado de mi cabeza, destrozándose—. ¡Maldita sea! ¡¿Estás demente?!
—¡Yo nunca me acostaría con alguien para obtener algo! ¡Entiéndelo de una vez por todas! —Se acercó, histérica—. ¿Entendiste? ¡Nunca!
Ya que aún tenía un vaso de cristal en la mano, alcé las manos en señal de paz.
—Sí, ya.
—¡Lago! —gritó.
Me quedé estático. Jamás me habían corrido de ningún sitio
Seguía sin mis respuestas, además. No me podía ir.
—¿Te acostaste o no con Steel? —la piqué pese a mi promesa recién hecha—. Me imagino que el pobre hombre no fue tan difícil de manejar.
—Lárgate —repitió con voz quebrada.
—No.
¿Iba a llorar? Por favor. ¿Cómo tenía las agalla de hacerse la victima cuando fue la que se metió en mi cabeza sin darme ninguna opción? Pues ahora se jodía. O me exorcizaba de su influencia o me vería cada maldito día del año.
—¿No?
—No.
Sonrió con malicia entre lágrimas. Pude adivinar sus intenciones cuando se inclinó para palpar el interior de su escritorio.
—Decídete, Nathan. Te vas por tus propios pies o alguien se ocupará de ti.
—¿Qué?
—Cinco —contó.
—¿Qué te pasa? ¿Qué mierda harás?
—Cuatro.
Me halé el cabello con frustración.
—Es imposible hablar contigo como adultos.
—Tres.
—Estás jodidamente desquiciada.
—Dos.
Un segundo después la puerta se abrió. Los dos vigilantes corpulentos que hacían guardia en la entrada de abajo pasaron. Ellos le sonrieron a Rachel antes de verme como la peor de las escorias. ¿Qué sucedía con las personas de la agencia? ¿Eran el puto club secreto anti yo?
—No quiero que te vuelvas a aparecer por aquí jamás —me amenazó—. Si lo haces conocerás de lo que soy capaz. Ahora solo te daré una muestra.
—¿Que pretendes? ¿Sacarme a la fuerza? —Bufé—. No eres capaz. Echa a tus perros, más bien. Sé inteligente. Tenemos mucho de qué hablar. —Endurecí la mandíbula—. Puedo ayudarte a volver a casa. Convenceremos a tu padre de que todo fue una maldita broma. Un intento de llamar tu atención. De que nunca hubo bebé.
Si ella estaba de regreso en Cornwall, quizás, solo tal vez, sería libre de seguir.
Contrario a como pensé que reaccionaría, sonrió.
—¿Sacarte a la fuerza? Si no te vas por tu propia cuenta, justamente eso es lo que pretendo hacer. —Ladeó la cabeza—. Y ah, siendo tú no le diría nada a Lucius. No a menos que quieras que se entere de la manera en la que quisiste manejar el embarazo de su hija. También debes agradecer que no tenga una grabadora. De lo contrario irías directamente al manicomio por todas las estupideces que salen de tu boca y de las que en realidad pareces estar convencido.
Mientras se despedía con la mano, no había ningún rastro de sonrisa o diversión en sus ojos. Hablaba en serio, lo que hizo que me lo tomara muy en serio a partir de ahí. Sin agregar más, se encaminó al estudio adyacente con la botella de whisky en la mano a pesar de que había dejado el vaso casi lleno sobre el escritorio, dejándome solo con los gorilas. Ellos se miraron entre sí antes de enfocarse.
—Hey, Gustav, ¿dónde arrojaremos la basura?
—Por detrás, Jack, como siempre.
Hola, espero que les haya gustado. Volví a olvidar subir, pero el martes les traeré actu doble
No olviden darle amor a los capítulos
Si desean leerla completa, está disponible en Booknet, Amazon, Buscalibre y varias librerías
Love u
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro