Capítulo 40:
Sábado, 31 de diciembre del 2011
NATHAN:
Estábamos a dos horas de recibir el año nuevo. Lámparas, luces y mesas decoraban el jardín de la casa Van Allen. Muchos reían con copas en la mano, la mayoría parejas con niños que correteaban de un lado a otro, mientras que otros escuchaban lo que Lucius tenía que decir. A diferencia de ellos, yo me ocupaba de mi pequeña flor en una esquina. Ella se mantenía de pie gracias al muro de una mística fuente que la tenía hipnotizada por los colores que se formaban en el agua gracias a la iluminación. Se veía hermosa a niveles extremos en un vestido azul eléctrico cortesía de Anastasia, un abrigo del mismo color cubriéndola ya que hacía frío.
El problema era que a penas la dejaba caminar.
—Te incomoda, ¿no?
Su carita se giró hacia mí e hizo un puchero. Acaricié su mejilla regordeta hasta que sonrió y volvió a mirar los efectos acuáticos. Me sorprendía que pudiera divertirse tan con algo tan sencillo cuando había sido mimada hasta el cansancio por sus abuelos. Era hipócrita de mi parte, lo sabía. Era el más alcahueta de sus deseos de bebé. Sin embargo, era su padre, mi función era malcriarla ya que Rachel se encargaba de la disciplina y no podía dejar de sentirme molesto con de otros tomando mi responsabilidad. Mi ubicación, por otro lado, me permitía vigilar a su madre, quién no dejaba de robar miradas debido al vestido de sirena del mismo tono que el de Maddie que usaba. Añadiendo su cabello suelto y sonrisa encantadora, ¿quién no la vería?
—No creo que el fuego pueda aparecer de repente. Deja al pobre chico en paz —soltó Loren sentándose frente a mí, refiriéndose al mesero que llenaba su copa con champagne a cada segundo.
—Confío en ella —gruñí—. Pero no confío en ellos.
Madison se arrastró hasta llegar a mí y se recostó en mi pierna, balanceándose.
—Deberías estar con ella, camarada. —Loren tomó a mi hija. Iba a exigirla de regreso cuando se levantó y esta empezó a jugar con su oreja—. Acósala. Yo me encargo.
—Puedo cuidar de las dos al mismo tiempo.
—Eso no lo dudo. —Sonrió—. ¿Pero podrás cuidarlas a ellas y también al ex?
—¿Al ex?
Seguí la dirección de su dedo y lo que encontré hizo que el aire escapara de mis pulmones, que no tardaron en hincharse de nuevo con molestia. Un pelirrojo se acercaba a Rachel con las intenciones claras en su mirada. Me pregunté qué tenían los fósforos con ella. ¿A caso prendía su fuego? Mierda, no. Yo era el único que podía prenderse, quemarse y consumirse con ella.
Nadie más.
—Hola, amor. —Sujeté su cintura con firmeza y suavidad, marcando mi territorio sin hacerle daño, pero dejándoselo claro a él—. ¿Has visto a Maddie, nuestra pequeña hija de que estamos muy orgullosos y que se parece a mí y a ti porque es de ambos?
Rachel frunció el ceño y se tensó entre mis brazos.
—Se supone que tú la estás vigi...
—Lo estaba, pero tu hermano llegó hace más de una hora y se la llevó. —Nos di la vuelta, bloqueándole la visión de Loren saludando a todo el mundo con nuestra hija—. No sé en donde pueden estar y la casa es muy grande. —Levantó una ceja con incredulidad—. Me pierdo con facilidad.
Separó sus tiernos labios para responder, pero un carraspeo la detuvo. Gruñí. ¿Su ex no había entendido la indirecta? Imbécil. ¿Qué hacía aquí, de todos modos? ¿Lucius no sabía que el infeliz había traicionado a su hija? Si le hicieran aquello a Madison me vengaría, además de que, por supuesto, no le dejaría poner un pie en mi casa.
Un partido de paintball no sería suficiente.
—Así que debo suponer que este... —Me miró de reojo—. Es tu amante, ¿no?
Algo parecido a la diversión brilló en los ojos Rachel.
—Soy su novio —gruñí—. Además del padre de su hija.
Ladeando la cabeza, se concentró en mi novia. El deseo ardió en su visión. Quise sacarle los ojos y exprimirlos con mis manos para que nunca más la viera así.
— ¿Lo que dice tu novio y todo el mundo es cierto? —Otra vez le dio un vistazo de arriba abajo—. ¿Tienes una hija? Porque, déjame decirte, no lo parece. Además, rompimos hace poco. No pudiste haber formado una familia tan rápido.
Sin ninguna chisma de emoción y mucho menos diversión, Rachel lo tachó por ignorante con una simple ojeada desinteresada.
Eso, nena.
—¿Estaría soportando a alguien inventando que tengo una bebé de no ser cierto? —le preguntó, lo cual hizo que la estrechara más—. Este es Nathan Blackwood, mi pareja y el padre de mi hija y sí, Thomas, formé...
—Formamos —intervine para corregir.
—... formamos una familia en tan poco tiempo. No eras tan importante.
Su postura cambió con las palabras de Rachel. Su cuerpo se puso rígido.
—Tú tampoco —escupió dándose la vuelta—. No debí haber esperado tanto por ti.
No dejé que se fuera. Lo tomé del hombro y cuando se giró me encontré a mí mismo haciendo lo que quise hacer desde que vi la foto de ellos dos en su habitación. El rostro del fósforo número dos se aplastó bajo mi puño. Ya que no fue como Marcos y me lo devolvió, la pelea no terminó hasta que John y Gary me separaron de él, quién se fue dedicándome una mirada asesina.
—Maldición, Nathan. —John me zarandeó—. ¿No tienes los suficientes problemas con el suegrito? ¿Ahora también destruyes su fiesta?
—Ese sujeto... —bramé— insultó a Rachel. Es su ex.
Sus cejas bajaron con comprensión y sus manos abandonaron el cuello de mi camisa.
—Ah, bueno. —Me palmeó la espalda—. De ser así me siento orgulloso de ti.
—¡¿Qué mierda sucedió aquí?! —Loren apareció con mi hija en brazos, junto a una señora de mediana edad de gran busto que fruncía la boca con amargura.
—El ex de tu hermana es un imbécil —respondió John por mí.
Lucius y Anastasia no tardaron en llegar, molestos con el alboroto. Les expliqué lo que sucedía mientras Rachel volvía a acurrucarse en mi costado. Solo cuando su padre empezó a echarme la culpa, explotó contándole la razón por la cual había terminado su relación y diciéndole que no toleraría más su rechazo hacia lo nuestro. Al terminar, estaba jadeando en busca de aire y con las mejillas sonrosada.
—... así que, si me disculpan, voy a limpiar las heridas de Nathan.
Con nuestra hija, nos condujo hacia la casa y luego hacia el baño del segundo piso. El del pasillo se encontraba ocupado, por lo que terminamos entrando en su habitación. Con un empujoncito maternal, me obligó a sentarme en el retrete con Madison, quien la veía como si en cualquier momento pudiera ser regañada. Por la desaprobación que brillaba en sus ojos, yo también me sentía como si pudiera serlo. Tampoco pude evitar no ver sus pechos cuando se arrodilló frente a mí para poner una pomada y una bandita en el corte de mi pómulo. Junto con el placer de sentir el toque de sus dedos, un irritante dolor me inundó, haciendo que maldijera y me ganara una mirada de reproche debido a la presencia de Maddie.
—No puedo creer que hayas hecho eso —murmuró.
—Es un idiota —mascullé entre dientes.
—No eres agresivo, Nathan. —Aplicó crema en un punto sensible. Apreté los dientes—. Lo siento. —Sonreí a duras penas. Ella, cuidando de mí luego de una batalla, era increíble. Madison chilló en acuerdo—. Papi se cree un luchador. —Rachel la miró con severidad—. Se ha lastimado, ¿hay que castigarlo?
Mi pequeña flor puso sus grandes ojos preocupados en mí.
—No es necesario, ¿verdad? —Me sonrió—. En cambio mamá sí debería contarnos qué le gustó de ese idiota que golpeó a papi, ¿no?
Levanté los brazos de Madison en acuerdo y Rachel puso los ojos en blanco.
—En ese momento era lindo.
—¿Solo eso? ¿Estuviste a punto de comprometerte con él solo porque era lindo?
—No te conocía a ti o a ningún otro hombre. Como tú mismo has tenido el honor de ver, mi padre es un sujeto encerrado en sí mismo que quiere a mamá a su manera y Loren es un mujeriego. —Se levantó para regresar la caja de banditas con carita feliz y la pomada al botiquín—. No tuve los mejores ejemplos de afecto masculino. Pensé que las rosas y los chocolates eran suficientes.
—¿No lo eran?
Yo le había dado flores y dulces.
—No. —Tomó a Madison y caminó de vuelta hacia el pasillo, directamente al cuarto de princesa—. No puedes comprar amor ni nada que se le parezca. —Madison bostezó sobre su hombro mientras su madre la miraba con adoración—. No puedes comprar la expresión en su rostro cuando te ve y sabes que cree en ti para guiar su mundo. —Me miró—. O la confianza de saber que siempre alguien estará junto a ti durante lo que dure el camino.
Abrí la puerta para ellas, observando mientras la depositaba en la cuna rosa. Me acerqué al no tolerar no formar parte de la imagen. Nuestra pequeña flor dormía plácidamente sobre una superficie acolchada. Se oía su suave respiración, evidenciando su estado de paz. Era perfecta, despierta o no. Con mucho gusto ayudé a sacar sus zapatillas y a cambiarla sin arruinar sus sueños.
—No te puedo comprar. No cuando lo has tenido todo en la vida —susurré en su oído, abrazándola por detrás y amando el aroma de su cabello—. Pero te puedo ganar.
—¿Ah, sí? —Se dio la vuelta—. ¿Cómo?
Lentamente deslicé mis dedos por la línea de su mandíbula. Dios. Era tan bonita.
—Así.
La besé apartándonos poco a poco de Madison.
RACHEL:
No creía que estuviera aquí hasta que la vi. Uno de mis peores miedos había sido que se reencontrara con Ryan, el cual se evaporó cuando me informaron sobre su viaje a Australia con su chico del momento. Sin embargo, el destino era cruel y Marie estaba de vuelta en casa a solo media hora de recibir el año nuevo. Me pellizqué antes de que se diera cuenta de mi disgusto. Era mi hermana y la quería, pero también era egoísta y no me agradaba la idea de tener que decidir entre ella y él.
Sabía cuál sería siempre mi elección.
— ¿Qué sucedió con tus vacaciones?
Alisando su vestido de lentejuelas verdes, Marie hizo un puchero y se balanceó sobre sus tacones. Su cabello estaba mucho más corto de lo que recordaba, casi al nivel de sus hombros, condición que realzaba sus facciones de una manera menos feroz.
—¿Así es como recibes a tu hermana favorita?
Conteniendo las ganas de informarle que era mi única hermana, acepté su abrazo.
—¿Dónde dejaste a tu acompañante? —pregunté al notar que no había nadie más en el recibidor a parte de Frodo, el cual roncaba bajo el mueble favorito de mamá.
Su sonrisa flaqueó y sus ojos se estrecharon. Deducía que quería matarme por haber abierto la boca y recordarle que su nueva mascota había escapado.
—Él se quedó en el hotel con la recepcionista.
La estreché de nuevo.
—Él se lo pierde.
Los ojos negros de Marie brillaron con diversión.
—No sirves para dar consuelo.
—Lo sé —dije.
Por lo general hacía que las personas llorasen más.
—Así que... —Fijó su atención en el candelabro sobre nosotras—-. Tus amigos están aquí.
—Lo están.
—Entre ellos se encuentra Henry —afirmó lo que debería ser una pregunta.
—Es Ryan. —Me arrodillé y levanté a Frodo. Había empezado a ladrar intentando llamar mi atención—. Y sí, estás en lo correcto. Él está aquí.
El manicure rojo cereza desapareció entre sus palmas cuando apretó las manos con furia. Tragando, me recordé a mí misma el daño que podían sufrir si se veían. Después del cumpleaños de Nathan y del reencuentro que me llenó de angustia, no quería repetir el mismo episodio marcado por la impotencia. Aunque sabía que no debía meterme entre ellos, dolía ver cómo dos personas que quería se hacían daño.
—¿En qué habitación se está quedando? —murmuró luego de unos segundos.
—En ala oeste —le dije esperando que lo hubiese preguntado para evitarlo.
—Tomaré la casa del árbol —dictó sin dejarme terminar mientras comenzaba a caminar hacia el jardín—. Espero que Loren no siga llevando a sus amigas allí.
La seguí después de ir al baño y asegurarme de lucir presentable. Además de despertar a Madison, nuestra sesión de besos había servido para que mi maquillaje se arruinara, así que había aprovechado las circunstancias para cambiarme el vestido por uno más cubierto debido a las bajas temperaturas además de rehacerlo. El nuevo modelo además de llegar al piso era manga larga con cuello de tortuga. Sería la toga de la que hablaba Nathan si no fuera tan ajustado. Al llegar junto al reloj que anunciaría la llegada del año nuevo me acerqué a un grupo de hombres con el que me sentía a gusto ya que eran una extensión de mi familia.
Iba directamente hacia Gary cuando este me guiñó y apuntó a Nathan con el dedo. Sintiendo que al acercarme a él empezaba a desprenderme de la dependencia que había desarrollado de los Parker, dejando amor y la certeza de que mi tiempo con ellos, el más significativo de mi vida, había terminado, llegué a su lado con la absurda esperanza de que me tomara entre sus brazos, los cuales simbolizaban otra época para mí. Solo dejé de sentirme tonta cuando lo hizo. Reposé mi frente en su cuello. Olía a champagne y a colonia de bebé.
Debería ser asqueroso, pero a mí me encantaba.
—¿Nuestra hija?
Un toquecito cálido en mi pierna me hizo mirar hacia abajo, dónde Madison permanecía sentada sobre su alfombra tras de él. Arrodillándome, la alcé en brazos. Ante su entusiasmo caí en cuenta de lo feliz que se encontraba con su pijama. El vestido que mamá le dio era hermoso, pero tan incómodo.
—Ella quiso ver las estrellas. —Miró a Luz—. ¿Kev también quiere ver las estrellas?
Extrañada, miré a Nathan más de cerca. Estaba a punto de preguntarle si estaba bien cuando supe la razón de su mirada vidriosa.
—Estás borracho. —Evité taparme la boca con las manos—. Vamos a recibir el año por primera vez juntos y estás borracho.
—Déjalo respirar, Rachel. —Loren apareció con un trago en la mano. Otro. Rodé los ojos. Él estaba tan o más ido que Nathan—. El sujeto lo necesitaba después de haber jugado rudo, ¿no crees?
—Florecita. —Nathan me pegó a él con cuidado de no herir a Madison—. Eres tan linda, ¿podemos ir a casa? Si nos vamos ahora llegaremos antes de que amanezca. —Me estremecí con fuerza cuando succionó mi cuello. Su ligero aliento a alcohol fue lo único que me hizo reaccionar—. Quiero...
—¡Nathan! —chillé sonrojada ante la mirada de todos.
—¿Qué? —ronroneó en mi oído tan despreocupado y feliz que no pude evitar ablandarme y reír—. ¿No te parece linda nuestra pequeña flor? —Rascó su nariz hasta que Madison sonrió mostrando sus pocos y pequeños dientes—. Me gustaría tener más. Serían muchas florecitas.
O arbolitos.
—¡Ya va a ser la hora! —gritó John apresurándose por alcanzar a Luz y a Kevin.
Antes de que se marchara con la esposa de Tesler, tomé el dobladillo de la chaqueta de mi hermano. No pude ocultar la preocupación en mi voz.
—¿Dónde está Marie?
Negó con la cabeza, moviendo los risos negros que se le empezaban a formar.
—No la he visto.
Rodando los ojos, decidí ignorarlo hasta que sonaran las campanas y tuviéramos que abrazarnos. Con ayuda de Madison obligué a Nathan a sentarse en una mesa desocupada. Sus parpados caían hacia delante, al igual que su cabeza. Solté un chillido cuando se desplomó contra mi estómago. La primera campanada sonó. Madison aplaudió y se empujó para terminar de pie en el piso, sujeta a mis rodillas sin dejar de apuntar el reloj. Le sonreí. Mi bebé era tan inteligente.
—Mi pequeña flor. Tienes que tener cuidado, te puedes caer y después tendríamos que ponerte muchos puntos. —Genial. Ahora se creía medico. ¿Qué basura le había dado Loren?—. Mami se molestaría y no nos dejaría jugar con Pulpo y Frodo. ¿En dónde está ese condenado perro? Somos amigos y quiero darle un abrazo.
Quinta campanada.
—Dios. —Froté mi frente y le ofrecí una mirada de complicidad a Madison, que tras darse cuenta de que su padre estaba extraño había elegido poner su atención en las flores de la piscina cercana a nosotros—. Cariño, estás mal. Muy mal.
Nathan se retorció debajo de mí.
—¿Mal? ¿Estoy mal? ¿Ya no me quieres?
—¿Crees que dejaré de quererte porque te embriagaste?
—¿Eso significa que me quieres?
Onceaba campanada. Tomé su rostro entre mis manos.
—Cuando te diga que te quiero y lo recordarás por siempre. —Sonreí apartando un mechón de cabello, cohibida por la intensidad de mis sentimientos—. El alcohol no nos quitará otro momento especial, Nathan.
Última campanada.
Sus brazos se tensaron alrededor de mí, convirtiéndose en cadenas. Me besó con adoración, desesperación y desenfreno. Saboreé un poco de champagne en su boca y me embriagué de él.
—Rachel...
—¿Hmmm...? —gruñí molesta con que interrumpiera nuestra sesión de besos.
—Madison está caminando hacia la... ¡Mierda! ¡Está caminando!
—¿Agh?
Saliendo de mi estupor, parpadeé y me encontré con la visión de mi hija dando sus primeros pasos directamente hacia la piscina.
—Maldición.
De repente en sus cabales, Nathan me apartó gentilmente para salir corriendo detrás de Maddie. John, que presenció el episodio, se unió a la loca carrera de obstáculos, puesto que la distancia era insignificante. La dificultad estaba en evitar los gestos entusiastas de la gente por el recibimiento del año, lo que Madison esquivaba debido a su tamaño. Los seguí. En el camino mucha gente se atravesó con los brazos abiertos, preparados para abrazarme sin darse cuenta de lo que sucedía.
Quería llorar. Se supone que debería tener una filmadora.
Empujón a empujón, golpe a golpe, logré alcanzarlos.
El aire escapó de mis pulmones. De no ser por la angustia que sentía me habría dejado llevar y desmayado. Maddie estaba agachada en el borde de la piscina intentando alcanzar una de las flores luminosas que la adornaban. Se inclinó hacia delante, extendiendo su mano, y morí.
Solo un poco más y caería. Se ahogaría.
Un sujeto gritó y al fin las personas se dieron cuenta de lo que sucedía. Ignoré los sonidos ahogados de exclamación. Nada aparte de mi bebé importaba. Madison estaba a punto de sumergirse en el agua cuando Lucius se agachó para recogerla, lo que no vio Nathan y se tropezó, cayendo.
John y Loren saltaron a la piscina para sacarlo.
—Feliz año.
Acepté la copa que Ryan me ofrecía.
—Feliz año.
—Él no es un idiota a propósito, ¿verdad? ─dijo—. Realmente las quiere.
Me sorprendí al no oír amargura o acusación en su voz, sino más bien preocupación y aceptación. Sintiéndome cómoda en su presencia por primera vez desde que dijo que le gustaba, me guindé de su brazo mientras me reía viendo la escena.
—No, no lo es —respondí.
Y sí, añadí para mí misma, nos quiere.
Sábado, 14 de enero del 2012
NATHAN:
—¡No! ¡No puedes tomar eso, Maddie!
Mi pequeña flor se levantó para caminar y huir de la furia de su madre, pero el peso del cojín de Frodo la hizo caer. Rachel la recogió con suavidad y firmeza, regañándola sin olvidar brindarle consuelo. Su llanto lastimero me destrozó y no tardé en unirme. En el sofá de mi sala Madison pegó su cara a mi hombro y siguió sollozando. Se había dado un buen golpe. La sostuve mientras expulsaba todo su dolor y odio al mundo.
El timbré sonó mientras sus hipidos culminaban. Rachel gruñó y dejó de acariciar su espalda para abrir. Evité mirarla. Acabábamos de regresar del gimnasio y tenía sus pantalones cortos.
—Natti, ¿qué le hiciste? —Mamá arrancó a Maddie de mis brazos, tomando su pañalera y a Pulpo antes de que pudiera dárselas. Ella le mostró sus ojitos aguados y escuché como se rompía otro corazón—. Tranquila, nena, tu abuela favorita está aquí.
—¿Kevin? —Decidí ignorar su pregunta. Nunca lastimaría a mi hija. No me gustaba que lo insinuaran o que bromearan con ello—. ¿Lo dejaste en el auto?
—¡Rachel lo está cuidando! —exclamó despeinada y con ojeras.
Desde ayer tenía a Kev y su estado demostraba lo muy oxidada que estaba. Le faltaba destreza con los pañales y para su fortuna, Madison y Kev eran los entrenadores de las grandes ligas. Un sollozo infantil que no provenía de Madison le recordó que el tiempo se le estaba acabando. Tras depositar un beso en mi mejilla, mamá salió por la puerta principal con mi hija en brazos, a la que no volvería a ver hasta mañana. Rachel no tardó en volver con una mueca en el rostro.
—Creo que ya se está arrepintiendo de la pijamada.
—Pienso lo mismo.
Se acomodó junto a mí para que pudiéramos ver el resto de partido de fútbol.
—Kevin estaba muy molesto cuando lo dejé. —Sin prestarle atención a su boca más allá de mis ganas de besarla, acaricié su muslo. Los comerciales terminaban rápido—. Deberíamos sentirnos mal por haberle dado a Maddie —siguió—. No haciendo esto.
—¿Haciendo qué?
—¡Nathan! —Soltó un sonido lleno de exasperación—. Está mal.
—¿Qué es lo que hacemos que está mal? —pregunté de nuevo.
No veía nada malo en querer devorarla.
—Ya sabes... toquetearnos.
Su tono fue tan malditamente adorable, diferente al que emplea con los demás, que no pude evitar llevar mis manos a cada una de sus mejillas. La besé mientras esperábamos que el partido comenzara. Al hacerlo nos tomamos una pausa, pero lo reanudamos cuando terminó.
—Te daré un masaje.
Levanté las cejas, mi erección endureciéndose.
—¿En serio?
—Sí. —Asintió con entusiasmo—. ¿Tienes cremas?
—En la mesa junto a mi cama. Tercer cajón de arriba abajo.
Subió por las escaleras saltando sobre sus zapatillas de deporte. Dejé de presionar botones cuando un programa de ahorradores extremos llamó mi atención. Ya iba a terminar, pero aún así me sorprendí cuando aparecieron los créditos. Rachel no había bajado con las cremas. Sin sus manos aquí no tendría ningún masaje. Haciendo un gran esfuerzo, me había exprimido hasta la muerte intentando alcanzar su ritmo en el gimnasio, me levanté y arrastré cuesta arriba por las escaleras.
Nuestros planes se hicieron añicos cuando noté el objeto entre sus dedos.
—Rachel...
— ¿Por qué lo tienes? —Le dio vueltas al cepillo de Maddie—. ¿Qué haces con él?
Me sentí como la mierda cuando avancé y retrocedió.
—Déjame explicarte, por favor —pedí—. Estaba ebrio. Fue una época mala.
—¡Eso no me interesa, Nathan! —gritó, sus manos temblando mientras se forzaba a bajar la voz—. Lo único que quiero saber es por qué lo robaste, no cómo. —Tomó una honda bocanada de aire—. Necesito que me mires a los ojos y me digas que esto solo fue otro acto de inmadurez sin sentido. —De nuevo me sentí en mi oficina—. ¡Mírame!
Lo hice, pero no pude decirlo.
La amaba tanto que no podía mentirle. Tampoco era bueno haciéndolo.
—Estaba confundido —empecé—. Estaba tan ciego por la manera en la que mi mundo cambió de un día para otro que cuando vi a Madison y la verdad fue obvia necesité que un papel me lo confirmara para creerlo. —Tragué al sentir que lo que había entre nosotros se rompía con cada palabra que salía de mi boca—. Tomé las cosas de Madison para hacerle una prueba de paternidad.
Los ojos de Rachel se llenaron de lágrimas que se negó a derramar.
—¿Sabes qué es lo que me molesta de todo esto? —preguntó.
—¿Todo?
Negó.
—No, Nathan. Entiendo tus razones. No se trata de Madison. Esto no. —Pasó junto a mí para salir al pasillo. No impedí su partida a pesar que era lo que me moría por hacer. Con un poco de suerte lo único que necesitaríamos sería tiempo para volver a la normalidad—. ¡Se trata de que si hubiera sabido lo que me acabas de decir tal vez nunca me habría fijado en ti! —Aguardé en silencio mientras pedía un taxi. Se giró para mirarme cuando colgó. Solo había tomado su bolso. Mi armario seguía lleno de su ropa. Su huella estaba en cada parte de mi casa—. No creo que pueda ser como tú y resistir preguntarme cada día qué hubiera pasado si Diego no me hubiera contratado como su organizadora. Dónde estaría Madison. Dónde estaríamos nosotros. —Empezó a llorar bajo el umbral, pero volvió a retroceder cuando me acerqué—. Lo siento, Nathan, pero necesito pensar... saber si a cada momento me preguntaré qué habría sucedido de no subir a tu habitación. Si me lo habrías ocultado siempre.
—Rachel...
—Te quiero —me cortó dándome las palabras que deseaba escuchar, pero que no había esperado tener, mucho menos perder, tan pronto—, pero no sé si confío en ti.
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