Capítulo 39:
NATHAN:
El resto de la celebración transcurrió entre accidentes de John, risas de Madison, órdenes de Rachel hacia los empleados y miradas abochornadas de Amanda. A pesar de que intenté escapar de cada una de estas últimas, sentí cada una de ellas sobre la parte posterior de mi cabeza. La irritación corrió por mis venas cuando, en un momento dado, Rachel y Madison se encontraban charlando con un grupo de esposas que la escuchaban como si tuvieran que tomar nota de cada palabra, dejándome solo en una mesa al fondo. Viéndola acercarse, deseé que alguno de los hombres con los me la pasaba apartase los ojos de su acompañante, pero no pasó. La rubia tomó esa oportunidad para acercarse.
—Nathan.
—¿No tuviste suficiente?
Tensó la mandíbula.
—Sí, tuve suficiente de Rachel insultándome. Por eso me acerqué cuando por fin te dejó solo, —Rechinó sus pequeños dientes—. En realidad vine a disculparme. No debí haberla tratado así. Solo fue el golpe de verte con alguien más.
Por rabillo del ojo visualicé a la mencionada dejando de hablar para mirarnos. Alcancé a ver el destello de una emoción peligrosa en sus ojos antes de que continuara con su charla.
—Disculpas aceptadas. Ya te puedes ir.
No se fue. Amanda se sentó frente a mí y bebió un trago de vino directamente de la botella. Al finalizar la escena pasó el dorso de la mano por su boca. Estaba borracha.
——No. —Soltó un hipido—. También quiero pedirte perdón por haberte engañado con tu secretaria. Sé que te dolió, pero...
—Pero me abriste los ojos, me di cuenta de que no eras para mí y continué con mi vida. —Bebí de mi trago—. Así que gracias. No sabes lo mucho que me alegra que te hayas acostado con Helga en mi sofá.
Hipó de nuevo.
—Como sea. —Se encogió de hombros, lo cual solo la hizo ver más pequeña—. De todas formas no deberías sentirte dolido. —Miró a Rachel—. También me engañaste.
Brindé por ello, harto de su presencia y necesitando volver con mi hija y Rachel.
—No sabes lo mucho que me alegra haberlo hecho.
Se levantó luciendo triste. Sus rizos ahora eran cortos. Había eliminado lo único que pudo haberme recordado que alguna vez la quise.
No quedaba nada de la mujer a la que amé desde niño.
—No me arrepiento de nada, Nathan —murmuró.
—Yo tampoco.
—Me hubiera gustado no perderte —prosiguió—. No como mi amigo. Me sentía frustrada, sola y obligada a estar contigo. Helga me mostró que podía haber más que una rutina. ¿Puedes culparme por no querer volver a la vida gris que llevábamos?
—Fue lo mejor —estuve de acuerdo.
—Lo fue —afirmó—. Pero te perdí, a nuestros años juntos, y no puedo perdonarme el no haber hablado contigo. Tampoco con mis padres. Ellos lo terminaron aceptando y no tienes ni idea de lo estúpida que me siento. Fui egoísta. No pensé en cómo mi silencio afectaría a las personas que más amaba, incluyéndote.
—Está bien, Amanda.
No me interesaba nada de lo que tuviera que decir.
—Y... y quiero que sepas que hace rato solo me sentí un poco protectora contigo. No sabía que intenciones tenía Rachel hasta que vi a ti y a Madison juntos. —Sollozó—. Ella se parece tanto a ustedes dos que... que... me dan ganas de llorar. Me alegra que sean felices. De verdad lamento haberla tratado mal. Siempre fue buena conmigo.
La examiné.
—Si eres tan feliz con mi secretaria, ¿por qué tenías que comportarte así?
—Solo pensé que necesitabas protección, aunque también me sentí un poco celosa de la atención que le das. Es como si nada más existiera cuando la miras. –Alzó sus ojos llenos de lágrimas—. Daría mucho por un poco de ello. Pudimos habernos herido, pero fuimos buenos amigos durante años y, a diferencia de ti, no he logrado dejarlo ir.
Guardé silencio sin saber qué decir, lo que tomó como una invitación para alejarse llorando. En la salida del salón la esperaba Helga, quién me dedicó una mirada mordaz, ni siquiera sabía por qué había sido mi secretaria, antes de desaparecer.
—Me alegra saber que tu vida tiene la dosis suficiente de drama, Natti.
Me giré para encontrarme con Natalie. Tomé el plato de aperitivos que me ofrecía, pero lo solté en la mesa. Después de hablar con Amanda no tenía hambre, sí ganas de irme como la mierda de aquí. Sabía que estaba siendo un idiota arruinando lo que Rachel había preparado, pero mi ex era el recuerdo viviente de todas las razones equivocadas por las que rechacé a mi hija.
—Le doy un diez —dije—. ¿Fui criado por una espía en cubierto y nunca lo supe?
Me obligó a levantarme aún luciendo avergonzada.
—Tenía que conocerla bajo mis propios términos. —Sonrío medio de su éxtasis personal—. Es una chica maravillosa, cielo. La apruebo para ti.
Dándome una palmadita en la espalda, se alejó sin más, desapareciendo entre los invitados. Sin entender la razón por la que me había hecho abandonar mi mesa, me acerqué a John.
—¿Cómo la estás pasando, cumpleañero?
Medité su pregunta.
—Genial —mentí—. ¿Tú?
Ajustando el sombrero negro sobre su cabeza, John le dedicó su atención a Luz, quién se había unido al poder femenino y discutía acaloradamente un tema desconocido por las mentes masculinas con el grupo sectario. Podrían estar planeando una dominar el mundo y nosotros no nos daríamos cuenta hasta muy tarde.
—Bien. Siempre me sorprendo por la forma en la que ella puede hacer esto. —Señaló toda la decoración navideña. La mitad de los invitados se habían vestido como si fuera noche buena—. Tiene talento. Ojalá Kev estuviera aquí para verlo.
Medio sonreí. La adoración de mi hermano por el bebé rayaba la locura, al igual que por su mamá. Siempre lo había hecho. Desafortunadamente no podía criticarlo. Yo estaba del mismo modo o peor con Rachel y Madison.
—Lo extrañas, ¿eh?
—Sí, el hombrecito se ha convertido en mi mejor amigo —admitió mirándome con preocupación—. Pero no te debes sentir celoso. Cuando sea grande saldrá con chicas y me abandonará, así que podrás tener tu puesto como el número uno de nuevo. Podremos ver como él y Madison salen a hacer su propia vida desde mi terraza.
Tensé la mandíbula. Su comentario me había causado gracia hasta que la idea de Maddie saliendo con comadrejas llegó a mi mente.
Nunca pasaría. No lo permitiría.
—No soporto estar cerca de ustedes. —Loren negó repetidamente con la cabeza, apareciendo con una copa en la mano—. Moriría antes de dejarme dominar así.
—Ni siquiera los reconozco. —Diego estuvo de acuerdo.
Lo miré.
—Hola, juguete sexual de Cleo. —Lo agité—. ¿Se te agotaron las baterías?
Después de unos minutos de bullying a Diego este fue interrumpido por la tensión que se creó en el ambiente. La música de fondo seguía sonando, pero las personas ya no bailaban en la pista. Solo una pareja lo hacía mientras los demás abrían un circulo a su alrededor para disfrutar del espectáculo. Disculpándome, me alejé del grupo para observar de cerca. Mi cuerpo se tensó cuando identifiqué una cabellera oscura, relajándome cuando me di cuenta de que se trataba de Marie, la hermana de Rachel, no de ella. La figura femenina era más delgada, puntiaguda y feroz que la de mi chica.
—Ellos se conocen, ¿no?
Una mirada de culpa estaba grabada en los ojos de rachel cuando la alcancé. Le quité a Maddie para que pudiera ver mejor el exótico juego de pasos que se llevaba a cabo frente a nosotros. De repente me sentía como un espectador en una competencia de baile. Era tal la intensidad que transmitían ambos que era imposible que se hubiesen conocido hoy. Tomando en cuenta que no era el único mirándolos con desconcierto, todos parecían haberse dado cuenta de ello.
—No —respondió cuando la canción había terminado y Marie se encontraba presionada con rabia contra el pecho del idiota—. Pudieron haberse conocido cuando eran personas diferentes, pero se lastimaron tanto que ahora son desconocidos.
Sus palabras se reforzaron cuando Ryan empujó a Marie fuera de su alcance y le dedicó unas palabras antes de marcharse como lo había hecho Amanda minutos atrás. Rachel intentó alcanzar a su hermana antes de que lo siguiera, pero no lo logró. Odiando su desesperación, mantuve a Madison con una mano mientras que con la otra le acaricié el antebrazo, atrayéndola a mí.
—¿Quieres hablar de lo que sea que esté pasando por tu mente? —Deposité un beso en la cima de su cabeza—. ¿Necesitas que te ayude?
Mirándome desde su posición sobre mi pecho, negó.
—Nunca he hecho esto antes y me estoy odiando por pedírtelo, pero... ¿podemos picar el pastel antes de tiempo e irnos? —preguntó.
La felicidad absoluta me dominó. Irnos. Ella, nuestra hija y yo. Los tres, juntos. Además del reloj antiguo, no podía pensar en ningún regalo mejor. Llevé mis labios a los suyos y los tomé delicadamente, ofreciéndole consuelo en lo que la estuviera molestando. Había llegado el momento de establecer mi relación. Natalie tenía razón. No existía peligro en ello, que Rachel confiara en mí para aliviar sus sentimientos negativos era la evidencia. Además, no había enloquecido al saber que le disparé a su padre. Eso contaba, ¿no?
Me defendía.
Nos defendía.
—Por supuesto —dije entrelazando mis dedos con los suyos.
Eran pasadas las diez. Aunque algunos ya estaban cansados, la mayoría no, todos anhelaban saborear mi pastel. Era tan grande que cada invitado tuvo una gran porción. Madison aplaudió y protestó por más celebración cuando se encontró sentada en su sillita mientras esperábamos que su mamá saliera. A ella le gustaban los escándalos, al parecer.
La miré por el espejo retrovisor lo más duramente que pude.
—Espero que no seas así toda la vida. Llegará un momento en el que no me divierta.
Haciendo pucheros, el uso excesivo de energía empezó a hacer mella en su pequeño cuerpo y por ende sus ojos comenzaron a caer pesadamente contra sus mejillas. Me sentí completo cuando Rachel volvió con nosotros. Sonreí macabramente después de abrir y empujar su puerta desde adentro, lo cual causó que hiciera un sonido molesto.
—¿A dónde quieres que las lleve? —pregunté para asegurarme del destino.
—A casa.
Alcé una ceja.
—¿A tu casa?
—A tu casa —respondió, lo que me hizo sonreír.
Era un idiota afortunado.
Cuando llegamos tomé a Maddie y la cargué hasta su cuna. Rachel se encargó de liberarla de su vestido y arroparla, acariciando su cabello, mientras yo activaba el monitor de bebé. Cerramos la puerta de su alcoba intentando no hacer ruido. Frodo nos saludó moviendo la cola maniáticamente. Lo dejé en su cojín con un muñeco de goma que había traído Rachel para él. Después de ello no pasaron ni veinte segundos cuando ya tenía mis manos alrededor de su cintura y mi boca en su cuello, la cual tenía planeado bajar a sus pechos. Gruñí al ser detenido abruptamente, sus manos jalando mi cabello. Se relamió los labios al tener mi atención.
—Pensé que querías ir despacio.
Sin poder soportarlo más, la tomé en brazos para llevarnos a mi habitación.
—No quiero asustarte —murmuré con voz ronca mientras la depositaba en mi cama.
Como era costumbre, tomó la tela de mi camisa y me haló hacia ella.
A final, en el fondo, sabía que quería tener la fuerza para romperla.
Miércoles, 28 de diciembre del 2011
RACHEL:
Madison y yo habíamos pasado la noche buena con Gary y Ryan. Estaba segura de que sería mi última cena navideña viviendo con ellos y no quería perdérmela. Nathan lo entendió. Mi familia también lo hizo, sobre todo cuando les prometí una semana entera en Dionish Ville con los Blackwood, Acevedo y Parker incluidos.
Sin los últimos no hubiese ido. Les debía mucho y lo menos que podía hacer luego de haber omitido la verdad sobre la identidad de Marie era valorar su perdón. Ninguno me había culpó acerca del asunto con mi hermana. No los podría haber amado más por no dejar que eso dañara nuestra amistad, pero empezaba a creer que las vacaciones de año nuevo tenían que ver. Gary había saltado de un lado a otro con la noticia mientras que Ryan simplemente se había alegrado de tomarse un descanso de la ciudad. Creí que le importaría la presencia de Marie durante las festividades, le advertí que ella estaría ahí, pero no fue así.
No entendía por qué, pero no quise preguntar al respecto.
—Creo que así está bien. ¿Tú qué opinas?
Mordí mi labio. Mi mejor amigo había empacado su clóset entero, guardándolo en un gran baúl que superaba mi gran maleta. Esperaba que esta vez Lucius se dignara a ayudarnos. No imaginaba cómo podríamos subirlo nosotros mismos por la escalera.
—Perfecto –suspiré—. ¿Sabes si Ryan está listo?
Con una gran mochila sobre sus hombros, el instructor de baile de la ley nos alcanzó.
—Hace años —gruñó—. Solo será una semana, Gary. No nos vamos a mudar.
Como intuí, fue un infierno empujar el equipaje hasta la calle. Estaba terriblemente sudada y desaliñada cuando Nathan nos vio. Él dejó a Madison sobre la sillita y corrió hasta llegar a mí. Se veía tan bien con sus pantalones ajustados y camiseta que dejé de caminar y Ryan se estrelló contra mí. Rodando los ojos, dejó de andar y me rodeó para seguir arrastrando el baúl de su hermano.
—No saben que únicamente hay un maletero, ¿verdad?
Negué. Divisé a la bola de pelos blanca en una esquina del piso y la acaricié. El pobre se meneó, intentando escapar de la correa que lo mantenía dentro de la camioneta, y gimoteaba para que los soltasen. Era el cuarto integrante de nuestra familia.
—¿Cómo se portó Madison?
Ayer Madison se había quedado a dormir en su casa por primera vez sin mí. Había tenido muchos pendientes que hacer para poder tomarme los siete días libres que quería, por lo que duré en la oficina hasta absurdas horas de la noche.
—Genial, amor.
Después de acomodar el equipaje en la parte trasera de la van tomamos asiento en nuestros respectivos lugares. Gary y Ryan se decidieron por el más alejado al nuestro, el delantero y el de copiloto. Con quejas del policía hacia la música country y bufidos del padre de mi hija, terminamos de recoger a los demás. Madison aplaudió todo el camino a casa de Kev, su nuevo confidente. A pesar de su corta edad, él sabía cuando Luz lo acercaba a mí bebé porque inmediatamente dejaba de hacer cualquier cosa para escuchar sus balbuceos. Para convivir más habíamos elegido la carretera por encima del transporte aéreo. Tendríamos que pasar más algunas horas juntos y Nathan no había estado feliz con ello, a diferencia de todo el mundo que charlaba atrás. Incluso su propia hija parecía divertirse más que él.
Intentando subirle los ánimos, me incliné hacia delante y mantuve mis labios en su mejilla, mordisqueándolo un poco, hasta que sonrío.
—Sabes manejar tus armas. —Subió su mano a mi respaldo, impulsándome a apoyarme en su costado mientras conducía. No quería que tuviéramos un accidente, así que mantuve mis labios y manos para mí—. ¿Qué quieres, amor?
—Estás tan amargado. ¿Me cuentas lo que sucede?
Algo en mis palabras hizo que su ánimo subiera.
—La primera vez que estuve en casa de tu padre y te vi no me importó lo que fuéramos. Sólo te tomé. —Apretó fuertemente el volante con su mano—. Maldición, la segunda vez quería que fuéramos algo y todavía, a pesar de mis deseos, no lo éramos. ¡Incluso se lo dije a tu padre y se burló de mí y de mis intenciones contigo!
Ladeé la cabeza, divertida.
—¿El punto es...?
Obligándose a sí mismo a relajarse, Nathan tomó aire y se desvió del camino para formar fila en una estación de servicio. Mientras los dos autos alineados frente a nosotros llenaban el tanque, él se giró y tomó mi mano entre las suyas.
—Quiero que tengamos un término para nuestra relación. —Jugó con mis dedos, haciéndome cosquillas—. No quiero que dudemos cuando nos pregunten o que recurramos a las mentiras para explicarlo. Necesito que seamos serios, Rachel.
Alcé las cejas.
—Pensé que ya lo éramos.
—No quiero decir que no lo seamos. —Me miró con ojos suplicantes—. No pienses que le quito valor a la relación que tenemos. No es así. Es solo que necesito ponerle un nombre, ¿entiendes? Es una estupidez de formalismo.
—¿Por qué es necesario si es una estupidez?
El cansancio se apoderó de sus rasgos mientras aceleraba, ahora un solo auto por delante de nosotros. Cuando su mirada volvió a la mía no había rastro de duda o flaqueo. Solo determinación. Empujándose a sí mismo entre nuestros asientos, Nathan me animó a mirarlo a los ojos.
—Rachel, quiero llegar a casa de tu padre y jodidamente decirle que eres mía porque aceptaste serlo. Quiero poder patearle el trasero a cualquiera que te mire indebidamente porque tú me has otorgado ese derecho. —Tensó la mandíbula—. Quiero estar allí para ti cuando me necesites, cuando me dé la gana o cuando tú así lo desees, ¿entiendes? No quiero tener que pedir permiso todo el tiempo. —Asentí, abrumada. Tomó una honda bocanada de aire—. ¿Quieres ser mi novia?
Mi mente se sobrecargó, nuestra historia reproduciéndose.
Me había hecho daño. Ahora eso se sentía a mil años luz de distancia. Cada día me había demostrado una y otra vez que era un buen partido. Además yo, en el fondo, quería marcarlo de cualquier manera. Las mujeres lo veían. No era ciega y lo notaba. Amanda, su ex prometida y mi ex conocida a la que consideraba un ángel, todavía lo veía con estima a pesar de jugar en el otro equipo. Tampoco quería experimentar nada con nadie más. No lo lastimaría así. Ni a mí.
No podía soltarlo.
No quería que me soltara.
Sus manos se retorcían alrededor del volante. No despegaba sus ojos e mí. Me perdí dentro de sus rasgos. Definitivamente había ganado la lotería genética, pero además de su físico no podía negar que su personalidad era lo que más me atraía de él. Su inteligencia. Su cero miedo a ser dulce conmigo y con Madison en público. Éramos importantes para él y no se sentía avergonzado al respecto, todo lo contrario. Cuando sus amigos lo molestaban al respecto aceptaba los comentarios con orgullo aunque muchos de ellos tenían la razón.
Éramos su punto débil.
Lo sabía porque me hacía sentirlo a cada instante en cada uno de sus comentarios. En sus miradas. En la manera en la que buscaba mi comodidad sobre la suya. En cómo no solo respetaba mis decisiones, sino que apoyaba mis sueños e intentaba formar parte de ellos. Sabía cuándo mirar desde lejos o involucrarse porque me conocía. Sabía que quería lograrlo por mí misma, pero era una buena compañía y un aliado silencioso durante el proceso.
—¡Vamos! ¡No lo hagas sufrir!
Me giré ante el sonido de la voz de Gary para descubrir que no solo él nos miraba. Cada una de las personas dentro de la van lo hacía. Incluso Kev y Maddie habían dejado de jugar para clavar sus inocentes ojos en nosotros. Me mordí el labio. Desde hace tiempo éramos Madison, Nathan y yo. Cuando tenía problemas, lo llamaba a él. Cuando Maddie empezaba a decir sílabas, lo buscaba a él. Cuando hacía ademan de dar sus primeros pasos, era él quien compartía la decepción conmigo.
Asentí, abrazándolo, ya que le daba la razón.
Era una estupidez formal.
Jueves, 29 de diciembre del 2011
NATHAN:
Rachel estaba acostada junto a mí cuando se movió perezosamente y me dio un beso rápido en los labios. Me incorporé para sentarla en mi regazo y sentir su cuerpo presionándose contra el mío. No tardé en caer bajo el embrujo, mis manos en su espalda mientras mi rostro se perdía en sus pechos. Sus movimientos sobre mi entrepierna me estaban enloqueciendo. La observé arquearse hacia atrás, su boca entreabierta, y no pude imaginarme una mejor forma de iniciar el día. Si me deshacía de su ropa interior podríamos decir oficialmente que llegaríamos tarde al desayuno.
—Nathan... —suspiró mi nombre suavemente, rogando.
Mordisqueé su cuello antes de mirarla.
—¿Qué?
Me fulminó, su cabello cubriendo la mitad de su precioso rostro. Ni siquiera, aún después de dormir roncando como un tractor toda la noche, se veía mal. Me iba a explicar el motivo por el que habíamos detenido el mejor despertar de mi vida cuando los golpes en la puerta de su habitación hicieron que nos separáramos de golpe.
El hecho de ser su novio no cambiaba las normas de Lucius.
Tampoco el que tuviéramos una hija juntos.
—Rachel, ¡esperamos por ti! —gritó.
Besando su boca, tomé su cuerpo entre mis brazos para conducirnos al baño.
—¡Bajo en media hora! —gritó ella en respuesta antes de que nos encerráramos.
Si Lucius no había dañado el momento, definitivamente lo había hecho el aseo lila con adornos aniñados. Nos metimos en la diminuta ducha de puertas de cristal. Cuando me escapé del calabozo no había pensado en traer shampoo para hombres, así que Rachel hizo del lavarme el cabello toda una tortura a mi masculinidad. La tentación de verla desnuda, mojada como una ninfa, me mataba, pero íbamos tarde.
También tenía que admitir que su padre era un hombre inteligente. Las duchas de menos de metro al cuadrado podían bajarle los humos a cualquiera. Tomé nota mental para Madison. Ella no sólo tendría una ducha diminuta, también su cama sería estrictamente individual y su ventana estaría cerrada con clavos.
Nada de balcones para su pequeño corazón, tampoco.
—¿Qué tal? —preguntó Rachel al terminar de colocarse un vestido con estampado floral, su cabello suelto balanceándose sobre su espalda.
A excepción del día que la vi con Kev en la casa de John, nunca la había visto tan tierna. Incluso llevaba zapatos bajos. Terminé de atar los cordones de mis botas y me levanté para abrazarla. Éramos patéticos a niveles absurdos. Incluso Madison se molestaba con nuestra melosidad y solía ignorarnos, fijando su concentración en algún objeto peligroso que teníamos que sacar de su alcance.
—¿Tengo que contestar o demostrártelo?
Sus labios se impulsaron hacia arriba en una sonrisa feliz, despreocupada.
—Puedes elegir —respondió aceptando el abrigo que coloqué en sus hombros.
—Te ves hermosa —halagué mientras salíamos de la habitación—. Tendré que traer vendas para todos o quizás una toga para ti.
Su expresión brilló con diversión antes de que me echara un vistazo.
—Creo que debería robarte la idea. —Se puso de puntillas con el fin de poder besar mis labios rápidamente—. Seremos una familia religiosa, por lo visto.
Tomé su mano cuando pretendió darse la vuelta y abandonarme Deslicé la mía por la suya, entrelazando mis dedos. Besé sus nudillos con reverencia antes de que empezáramos a bajar por las escaleras. No habíamos ido por Madison porque su voz se escuchaba desde dónde estábamos. Su abuelo había hecho una habitación para ella cerca de la suya, así él y su esposa podían robarnos su cuidado durante la noche.
Nuevamente, hombre inteligente.
—Nos casaremos en mayo, ¿recuerdas? —se burló mientras bajábamos.
—Marzo —corregí.
—No importa.
Alcancé a ver cómo ponía los ojos en blanco antes de que bajáramos por las sobras del desayuno. Después de salir de la cocina, en la sala, encontramos a nuestra pequeña flor siendo acosada por su abuela materna, quien la obligaba a probarse vestidos. Estaba a punto de detener el espectáculo que le daba a sus amigas cuando me di cuenta de que Maddie se veía feliz.
—Voy a asegurarme de que no enloquezca —dijo Rachel depositando un rápido beso en mi mejilla antes de reunirse con la secta.
Vi a Luz jugar con Kev y un montón de flores con John vigilándolos desde la distancia. Me iba a acercar a ella y al bebé para saludar, pero el sonido de un silbido me detuvo. Giré el cuello y me encontré con los ojos negros y fríos de Lucius. Tensando la mandíbula, cambié de dirección y fui hacia ellos. Ayer, cuando había tratado de burlarse de mí no siendo suficientemente hombre para su hija, ella le había dejado claro que oficialmente éramos pareja. Mierda, aún podía reírme recordando su rostro y estaba muy seguro de que se vengaría por ello.
—¡Miren quien está aquí! —Palmeó mi espalda—. La comadreja que me derrotó.
Por el rabillo del ojo vi a algunos reír y a otros arrugar la frente, confundidos. Me uní a los segundos. Era extraño oírlo aceptar abiertamente su derrota. La casa estaba llena de tanto amigos de él como de Ana porque hacían una especie de evento anual con sus allegados para celebrar el año nuevo, lo que, sorprendiéndome, no solo involucraba personas de su mismo estatus social.
—Señor, ¿quiere que lo haga de nuevo? —pregunté.
Riendo dentro de su traje de leñador, empujó a Ryan al centro del círculo.
—Yo ya estoy viejo, chico —confesó con malicia—. Así que, a mí parecer, fue una derrota injusta, pero eso no me sorprende. Las comadrejas siempre se salen con la suya jugando sucia.
—¿Injusta? —siseé—. Estabas a un paso de ganar. No tenías municiones.
—Lo sé. —Tomó un sorbo de vino de la copa que le ofreció una de las mujeres que trabajaban en la casa—. Eso precisamente demuestra mi punto. Estoy haciéndome viejo y lento. —Casi hizo un jodido puchero—. Así que exijo una revancha.
Alcé una ceja
—¿Cómo se supone que será justo si acabas de admitir que te haces viejo y lento?
—Él lo hará por mí. —Señaló al policía—. ¿No es así, muchacho?
—Por supuesto, señor —respondió este sonriendo como un infeliz.
El grupo de odiemos a Nathan se reunía ante mí.
Apreté los puños, fijando mi atención en ambos.
—Bien. —Los señalé—. Pero luego no quiero habladurías. Esta será la definitiva.
—Hecho. —Lucius saltó sobre sus pies—. Ahora les diré que harán.
Sin más, cosa que heredó su hija menor, se dio la vuelta con el propósito de que lo siguiéramos. Después de traspasar varias extensiones de tierra nos vi subiendo a un helicóptero y escalando Los Alpes, imagen que no se borró de mi mente hasta que encontramos una zona de tiro al blanco.
Esta familia tenía un amor por disparar.
Intenté darme ánimos en vez de asustarme.
Además de mi experiencia en el paintball, había pasado años jugando Galanxian.
—Solo le tienen que dar tres veces al centro. No es la gran cosa. —Uno de sus amigos salió de una caseta de madera al fondo y nos dio un arma especial a cada uno—. Como hay siete tableros cada quien tiene los suyos, así que... ¿quién inicia?
Sonriendo con suficiencia, Ryan dio un paso al frente. A mí parecer era una pelea injusta. Él era un policía. Si fuera un concurso de contabilidad ganaría, pero esto era tan ajeno a mis métodos pacíficos que fácilmente podrían vencerme.
Esta vez Fran Films no estaba para ayudarme.
—¿Ahora? —preguntó el moreno mirando a Lucius, quién asintió.
Ryan tomó posición, equilibrando su peso y levantando el arma con ambas manos como si una cámara oculta estuviera grabando un nuevo episodio de CSI. Presionó el gatillo seguidamente, sin pausa, rompiendo el silencio del ambiente.
En el blanco.
En el blanco.
A cinco centímetros del blanco.
John silbó.
—Debes estar contento de las medidas de seguridad que protegen a tus flores. —Tomó un trago de cerveza alemana en lata. Estaba vestido como si estuviéramos en Hawái, no a unas horas de Brístol. A parecer no había entendido cuando le dije que no iríamos a una isla—. ¿Crees que le interesaría trabajar como mi guardaespaldas? Podría pagarle bien si hace desaparecer a todas esas mujeres del segundo piso de la embotelladora. Hace unas semanas hicieron que Luz no me dejara entrar en casa porque metieron ropa interior en mi maletín, ¡en mi maletín! No culpo a mi esposa por reaccionar así, pero...
—¿Blackwood? ¿Vas a participar o te retiras?
A pesar de tener las manos frías y sudadas, fulminé a Loren con la mirada y di dos pasos hacia delante, cuadré los hombros, separé mis piernas y fui desconcentrado por un grito lleno de pánico.
—¡Maldición! ¡Alguien se cayó en el pozo! ¡Ayuda!
Todos giraron hacia la voz de Diego, corriendo hacia él para ayudar al individuo a salir, lo cual incluyó a Lucius y Ryan. La distracción fue lo suficientemente buena como para que John me arrebatara el frío metal de las manos y disparara cuatro veces a los blancos, en el centro, aún más rápido de lo que el poli lo hizo.
Sopló el pico antes de devolvérmela.
La tomé.
—¿Quién te enseñó a disparar?
Me ofreció una sonrisa engreída, con lo cual supe que vendría una de sus historias que nunca creía, pero que terminaban ser ciertas.
—¿Recuerdas ese tiempo que pasé con el grupo de apoyo al...?
—¿Movimiento homosexual? —Arrugué la frente—. ¿Tenían que matar o algo?
—No. —Negó—. Hablo de la excursión al Amazonas con el movimiento feminista. —Miró hacia la lejanía, claramente perdido en sus recuerdos y luciendo como si hubiera vivido mil vidas—. Esas mujeres me enseñaron a sobrevivir y a nunca cuestionarlas.
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