Capítulo 38:
RACHEL:
Las sábanas de mi habitación estaban como las recordaba. Limpias, calientes y olorosas a lavanda. Las de Nathan, por el contrario, estaban llenas de polvo.
Estornudé y él rió.
—Cortesía de tu padre, amor.
Me levanté enérgicamente pese al horario y fui al armario, de dónde saqué un juego. Me ayudó a cambiarlas, lo que aumentó mi estima por él. Me había demostrado que no era un asqueroso machista en muchas ocasiones, pero cada nueva vez era una cosa linda de ver.
Nathan era una cosa linda de ver.
Me envolvió en sus brazos antes de arroparnos. Se sentía tan bien estar ahí con él. Tan agradable. Acosté mi cabeza sobre su pecho, escuchando el latido de su corazón. Sus manos fueron a parar en mi cabello, acariciándolo. Como respuesta a sus atenciones me acurruqué más en su costado pasando una pierna entre las suyas. No entendía la razón de mi espontaneidad, pero no me importaba. Quería dormir junto a él, estar segura de que no tendría ninguna pesadilla con mi padre.
—Rachel —gimió alejando mi pierna sin apartarme.
Fruncí el ceño.
—¿Quieres que me vaya?
Negó y me apretó más fuerte.
—No. Todo lo contrario. Quiero tenerte lo más cerca que puede estar una persona de la otra —confesó mirándome a los ojos—. Ese es el inconveniente.
Volví a utilizarlo de almohada, cobertor y oso de peluche. Todo en uno.
—No entiendo.
Con hambre en su expresión, cogió mi mano y la colocó en su entrepierna.
Me ruboricé.
Estaba abultada. Grande. Dura.
—Nathan... yo...
—Me estás matando —susurró.
Alejé mi mano.
Su voz ronca, necesitada, me hacía perder la cordura.
—Creo que lo mejor es que me vaya.
—No. Quédate. — Besó mis labios, tomándome por sorpresa—. Por favor.
Su súplica me hizo sentir como la mujer más poderosa del universo. La expresión de su rostro como la más hermosa. Dispuesta actuar como una niña grande, seguí con nuestro juego y acerqué mi boca a la suya. Sabía tan bien que si fuera un tipo de caramelos yo sería la mayor fuente de ingresos de la compañía.
N&B's.
Su lengua se enredó con la mía. Sonidos guturales y gruñidos escapaban desde lo más profundo de su garganta. Con firmeza me tomó de la cintura y me colocó encima de él, obligándome a sentirlo de la cabeza a los pies. Labios contra labios y pecho contra pecho, toda yo estaba en contacto con la calidez de su cuerpo. Sobre todo con sus manos presionando la piel sobre mis costillas. Con cada apretón el aire escapaba de mí y no por él, quien estaba manejándome con la mayor de las suavidades, sino más bien por el abrumador placer que encontraba al ser tocada.
—Nathan...—jadeé su nombre mientras me apartaba en busca de aire, sus besos descendiendo a mis pechos y luego convirtiéndose en succiones por encima de la tela de mi camisón.
Salté cuando apretó mis muslos con sus manos.
—Quiero tocarte. No importa si no me dejas ir más allá. Eso será suficiente. —Volvió a besar mis labios, haciéndome soltar quejidos de protesta cuando se separó—. Lo entenderé. Me bastará con saborearte de nuevo.
Sus palabras, su tono ronco, me hicieron estremecer. Quería desesperadamente lo que me ofrecía, pero una parte de mí no deseaba ser egoísta. Anhelaba hacerlo sentir tan bien como sabía que él me podía hacer sentir a mí. Besé su cuello, succionando mientras que mis manos expulsaron su camisa. Dios. Él sabía, olía y se sentía fantástico. Se dejó hacer hasta que empecé a dirigirme más abajo, hacia su marcado y trabajado abdomen, dónde me detuvo de continuar besando su piel.
—Rachel...—rugió—. Soy yo el que se encargará de ti, no al revés.
Lo callé con un mordisco justo bajo su ombligo. Apretó las sabanas tan fuerte que pensé que las iba a desgarrar. Solté una risita traviesa.
—Déjame hacerme cargo de ti —Bajé sus pantalones de chándal despacio, mis dedos temblando tanto como los suyos que sostenían mis mejillas—. Haré que te guste.
Como no sabía lo que había lo que había que hacer, lo acaricié como imaginaba que le gustaría. A Nathan debió haberle parecido bueno porque echó la cabeza hacia atrás mientras jadeaba, movimiento que marcó las venas de su cuello. Cuando empezó a temblar me detuvo abruptamente, haciéndome quedar debajo de él. Lamió, besó y mordió mi piel, eliminando mi camisón y formando un camino hacía mi pelvis. Los gemidos no tardaron en llegar y cuando alcanzaron un volumen indecente los ahogó con su boca. Para ese momento ambos estábamos desnudos.
—Rachel. —Se movió sobre mí, frotándose desesperadamente y con ello volviendo a robar un trozo de mi cordura—. No quiero hacerlo si te sentirás mal luego. Necesito que sea perfecto para ti.
Su preocupación creó oleadas de ternura en mí. Era la primera vez que sería participe en estado consciente de una unión tan carnal y emocional. Por su parte, no había ni existía ninguna cosa que pudiera alejarme de él. Teniéndolo encima de mí, mirándome como si fuera lo más importante en su vida terminé de comprender que no podría dejarlo ir ni permitir que me dejara ir. Nathan me proporcionaba una dosis de locura sin la que no soportaría la monotonía.
Fijé mis ojos en los suyos.
—Hazlo —gemí—. Por favor.
Enterrando cada gramo de sí mismo en mí, no apartó su mirada y siguió acallando nuestros sonidos con la conexión de nuestros labios. Mientras me preguntaba si lo hacía bien, si me gustaba, si no me dañaba, no abandoné el limbo y le respondí con murmullos. Su sutileza, su forma de llenarme hasta el fondo y de hacerlo sin causarme nada más que placer, me hicieron perderme más profundamente él.
No buscó su propio alivio hasta que un tornado de sensaciones ascendió y descendió por mí, dejando todo y nada a su paso. Traté de recomponerme del episodio mientras sus caderas golpeaban más duramente contra las mías. Su rostro era una máscara de éxtasis y satisfacción masculina. Como lo hizo conmigo, no le permití ocultarse o apartar la cara. El placer que se vislumbró en sus ojos ocasionó que las cenizas dentro de mí se incendiaran y que una nueva ronda de explosiones volviera.
Nathan se dejó caer encima de mí. Estando tan agotada como lo estaba no me quejé. Se percató de ello rápidamente y cambió de posición conmigo. Cuando se retiró de mi interior y se apartó para tirar a la basura la protección que llevaba en su equipaje como si estos hubiesen sido sus planes desde el inicio, sentí un profundo vacío que desapareció al momento en el que volvió a mi lado. Nos acurrucamos uno al lado del otro sobre la cama del cuarto de huéspedes y nos arropamos por tercera vez.
Sin dejar de sentir sus manos, sus caricias, su toque, empecé a quedarme dormida entre sus brazos. Nada más que la oscuridad, el brillo tenue de las velas y la brisa que entraba por la ventana, nos tocaba. Yo había venido con la intensión de velar su sueño y de protegerme de la tormenta que se desataba en el exterior, pero había terminado siendo quien recibía todos los cuidados. No me quejaba.
—Gracias —murmuró en mi oído antes de dejarme vencer por el sueño.
Domingo, 18 de diciembre del 2011
NATHAN:
Entrelazamos los dedos bajo el mantel.
Una vez más le había demostrado que lo que sentía por ella era más que un capricho, más que un episodio que se pueda borrar. Había tocado a Rachel y viceversa. Estuvimos dentro del paraíso por un breve instante y no fue suficiente. Quería más, por su manera de mirarme sabía que ella se sentía igual.
Necesitábamos más.
Rachel ejerció suave presión con sus delicados dedos, tomándome por sorpresa. Me giré hacía ella, amando la manera en la que el jersey color crema se ajustaba a sus lindos pechos y realzaba el color de su cabello. Se veía radiante.
—Cariño, tienes una mancha de chocolate. —Señaló mi mejilla con una sonrisa que me hipnotizó—. Aquí, déjame a mí.
Le permití que pasara una servilleta por mi rostro como si fuera un niño. Traté en lo posible de ignorar las expresiones de sorpresa y burla en los demás, lo que logré hasta cierto límite al igual que Rachel. La diferencia estuvo en que el suyo fue más bajo y no tardó en hacer algo al respecto.
—Eh, ustedes dos. —Loren nos señaló con un tenedor de plata—. ¿Cómo pasaron la noche?
Lucius se aclaró la garganta ruidosamente al otro lado de la mesa.
—¿A qué te refieres, Loren? ¿Acaso la esco...Nathan pasó al cuarto de Rachel?
El mayor de los hermanos Van Allen bebió un sorbo de jugo de manzana mientras veía a su hermana por encima del vaso. Rachel achicó los ojos en su dirección.
—No lo sé. Yo solo preguntaba por, ya saben, la tormenta y la falla eléctrica. —Brindó hacía mí. Brindé de vuelta para no levantar sospechas—. Nada más.
—Muy bien, ¿y tú? —Rachel no le dio tiempo para contestar—. Imagino que fabulosamente, puesto que me han dicho que el nuevo local del pueblo es una bomba pasadas las dos de la madrugada, sobre todo si vas con tan buena compañía.
Su respuesta dejó boquiabiertos a todos, no entendí la razón hasta que la pregunta de Marie fue contestada.
—¿En serio? —Era la primera vez que veía a la hermana del medio con algo más que el vacío en su expresión—. ¿De qué buena compañía estamos hablando?
La sonrisa macabra de la madre de mi hija me hizo estremecer. A Loren también.
—Rachel...—gruñó.
—Sasha Tesler. Hablé con ella esta mañana y tras ponernos al día me comentó lo genial que fue su noche. —Hizo un mohín infantil—. Pobrecita, se embarró los zapatos al salir por detrás.
Madison miró a Loren, esperando una respuesta, pero cuando no la obtuvo volvió a mirar a Rachel. Solté una carcajada que hice pasar por tos. La disputa verbal parecía un juego de tenis.
—¿Por detrás? —Anastasia Van Allen le encomendó a su esposo la tarea de atiborrar a mi pequeña flor con comida y se inclinó hacia delante—. ¿Es que acaso la puerta delantera estaba cerrada con llave?
Hice nota mental de no salir por la puerta trasera ya que por lo visto era más grave que involucrarse con los familiares del capitán del equipo rojo, más específicamente, con su esposa. Rachel se encogió de hombros justo como Loren había hecho minuto atrás y le dedicó una mirada cómplice a Marie. Sentí lastima por la victima, puesto que Lucius hacía oídos sordos y yo no me metería ni por todo el oro del mundo.
—No creo que esa haya sido la causa, pero Sasha lucía muy nerviosa y desarreglada...
La señora de la casa abrió los ojos de par en par, ahogándose con agua. Lucius le dio palmaditas en la espalda hasta que se calmó, la preocupación dominando sus gestos. Madison volcó su avena para llamar la atención. Cuando la situación se estabilizó, los ojos de la mujer brillaban con tal furia que mi hija empezó a llorar. Loren tragó saliva. Por fin su mamá había caído en cuenta de la identidad de su acompañante y nada bonito le esperaba.
—Ma...
—Nada, te acostaste con esa zorra en mi propia casa —chilló, histérica—. Bajo mi techo, ¡mi techo! ¿No te importó, si quiera, que sea esposa de Tesler, la competencia de tu padre? ¿Tan necesitado estabas?
El mencionado arrugó la frente.
—Caramelito, creo que Loren ya es mayor y la verdad es que no me... —le habló con suavidad.
—Me decepcionas, Loren. Pensé que te había criado mejor. —Negó con la cabeza severamente, levantándose y recogiendo a Madison de la antigua silla alta usada por el bebé Lucius—. Tú también, Lucius, esperaba más de ti. Marie, Rachel, Loren y tú acabarán con mi juventud. Definitivamente renuncio a ustedes. —Se dio la vuelta teatralmente—. Ahora, si me disculpan, iré a pasar tiempo con mi nieta, quién es la única persona decente aquí.
Sosteniendo a una Madison llorosa, desapareció por el pasillo. Pasados los cinco segundos ambas hermanas se rieron hasta soltar lágrimas. Pude ver una sonrisa en el rostro de Lucius, también. Loren, por el contrario, se dedicó a terminar de comer en silencio.
Lunes, 19 de diciembre del 2011
Al llegar a casa fui recibido por los ladridos incesantes de Frodo, un cachorro bichón maltés que ni siquiera podía sacar a pasear debido a su diminuto tamaño. Para avanzar dos pasos tendría que esperarlo media hora y no pensaba desperdiciar mi tiempo de semejante manera.
—En el sofá no.
Lo arrimé hasta su cama, un cojín afeminado que Rachel compró ayer a las diez de la noche en una tienda de mascotas que trabajaba las veinticuatro horas. El costo del regalo de su padre resultó increíblemente grande en comparación con su físico. Y molesto. Ladraba, gimoteaba para pedir nueva comida así su cuenco estuviera lleno y hacía sus necesidades en toda la entrada.
La primera impresión de mi hogar se había vuelto un asco.
Luego de desinfectar el suelo tomé un tiempo para mí y encendí el computador para leer las noticias. La bola de pelos se acurrucó a mis pies y aulló cada vez que intenté apartarlo. Finalmente opté por dejarlo descansar como le diera la gana.
La visita de John, Kev y Natalie lo salvó de ser amonestado cuando destruyó el borde de una mesa con sus dientes. Sentí alivio al encontrarme con seres que me entendieran. La verdad era que no tenía nada en contra del animal, sólo no me llevaba bien con la idea de compartir la atención de Madison y Rachel. Llámenme inmaduro, pero estaba muy seguro de que él tenía una especie de control mental.
—Hola. —Mamá dejó una bandeja de lasaña sobre el mesón—. ¿Cómo estás?
—Genial —respondí arrancándole un cable a Frodo.
Ahora también dañaría mis equipos eléctricos.
Cayendo en su embrujo, Natalie lo recogió del suelo y acarició sus orejas.
—¿Es tuyo? —John lo señaló con una mano mientras que la otra sostenía a Kevin.
—No, es de Rachel y Madison, pero acepté cuidarlo hasta que ambas consiguieran un lugar más grande. —Tensé la mandíbula—. Para que no sufra al no tener un espacio donde correr.
Rachel no se había dado cuenta de que podría realizar un maratón en una caja de zapatos y yo había estado completamente dispuesto a hacerla feliz, así que voluntariamente ofrecí mi hogar como solución. Obviamente eso había sido antes de soportar toda una hora de ser ignorado y reemplazado por él.
Mamá levantó su mirada con interés.
—¿Piensan mudarse, entonces?
—Eso creo —contesté—. ¿Por qué?
John puso los ojos en blanco y me dio a Kev para sacar un paquete de galletas de mantequilla del armario. Gruñí. Eran las favoritas de Rachel y venían muy bien cuando se ponía difícil y la seducción no resultaba suficiente. Mi pecho recibió pataditas y miré al recién nacido. Él no había apartado sus ojos azules de mi hermano y estaba empezando a llorar. Gracias a Dios John lo tomó de vuelta antes de que ocurriera. El hijo de Luz se calmó y acurrucó en su traje de negocios azul fosforescente, sorprendiéndome cuando empezó a babear y dormir.
—Ella quiere saber si podrá ver a su hijo menor armar un hogar algún día —tradujo con un tono de voz alto, normal. Kev ni siquiera se movió.
Jugué con la tapa de un salero.
—De verdad quiero que estén conmigo, pero no sé cómo lograrlo.
Natalie se sentó a mi lado con Frodo.
—Primero tienes que darle un nombre a tu relación con la madre de tu hija.
Fruncí el ceño.
—Mi relación está muy establecida.
Lo estaba. Más que nunca antes, a mí parecer. Lo que en un principio había sido motivo de angustia se había convertido en lo mejor que nos podía haber pasado. Habíamos disfrutado plena y completamente del otro, terminando de borrar las influencias negativas del pasado. Pero, sobre todo, en Dionish Ville alcanzamos un nivel de intimidad que nos abría la puertas hacía la pertenencia absoluta.
Para Natalie Taylor no era suficiente.
—¿En serio? ¿Qué son? ¿Novios? ¿Prometidos?
—Somos...
Nada. Oficialmente nada. En el campo de batalla le había dicho a su padre que era su novio, pero claramente nadie me había tomado en serio. Estaba seguro que lo mismo pasaría con los otros integrantes del sexo masculino mientras que no la sacara definitivamente del mercado. Con la determinación quemándome por dentro, tomé a Frodo y lo estreché. Si las cosas salían bien, dentro de un par de meses él tendría muchas hectáreas para perderse, a Madison y a Rachel.
Viernes, 23 de diciembre del 2011
Ayer Madison cumplió diez meses. A diferencia de su noveno mes, en esta ocasión Rachel lo celebró con una merienda en la cafetería. Solo los más cercanos fueron invitados, lo que incluía a John, a su amigo Gary y a Ryan. Su hermana, Marie, por alguna razón no pudo asistir. Natalie tampoco fue a pesar de sus ansias por conocer a Rachel, lo que me extrañaba profundamente. A diferencia de mi anterior cumpleaños, en esta ocasión nadie se presentó con un pastel en mi puerta. Agradecía no ver a Amanda, pero me hubiera gustado que Rachel y Madison supieran acerca de ello. No les había dicho cuando cumplía porque pensé que lo había puesto en el formulario, pero ahora lamentaba no haberlo hecho. Solo faltaba un día para navidad y por lo visto este año nadie estaba a salvo de la preocupación de la cena navideña.
Doblé la tarjeta con relieve de John y la guardé en un cajón, junto a otras. Ni siquiera había recibido llamadas de los empleados de la embotelladora, cosa que sí estaba fuera de lugar. La mayoría esperaba un ascenso al hacerlo y mi teléfono se inundaba de mensajes. Solo leí un correo electrónico de Fran Films adjuntando el link de las mañanitas. Frodo y yo redactamos un largo agradecimiento. Él estaba tan olvidado como yo desde que Rachel inició su búsqueda de casas y eso nos había acercado.
A mi lista de dos felicitaciones se le sumó la llamada de Diego.
—¿Cómo la está pasando el cumpleañero?
Frodo ladró violentamente ante el sonido del altavoz. Tal fue el esfuerzo que su cuerpo cayó cansado sobre la alfombra.
—Bien —mentí para no sonar depresivo.
—¿Solo bien? —rió—. Vamos, no seas tan patético. Debes estar de florecitas con Rachel.
—En verdad... no.
—¿No?
—No, ella no sabe que...
—¿No sabe que tu cumpleaños es hoy? ¿A caso no te tiene en sus redes sociales?
—No le he dicho —gruñí—. No planeo hacerlo.
—Ahhh —suspiró—. Ya entendí. Tú quieres que ella te deba una, amigo. ¡Eres un sujeto inteligente! Se sentirá tan mal por no hablarte en tu cumpleaños que te tratará de maravilla. Hombre, te alabo. Haré lo mismo con Cleopatra.
Como sus palabras no ayudaban, me despedí rápidamente e inicié un recorrido por los canales. Irónicamente estaban mencionando los cumpleañeros del día en el canal de celebridades y dando una corta biografía de cada uno. A las doce recibí un mensaje de mamá disculpándose por no haber venido y preguntándome si quería pasarme por su casa. Le dije que no.
Mi día no se alegró hasta que Rachel llamó.
—Nathan, hola.
—Hola —respondí sonriendo por primera vez desde que desperté.
—¿Cómo estás?
Me desilusioné.
—Bien, amor —respondí—, ¿y tú?
—Fantástico. —Hizo una pausa—. Te llamaba para preguntarte si te gustaría ir a cenar con Madison y conmigo.
—¿Sí?
Las nubes se alejaron.
—Sí. Hay un restaurant francés en el que no había comido antes y quiero ir.
—Pasaré por ti en media hora.
Mentalmente vi su sonrisa de satisfacción.
RACHEL:
Diego había perdido muchos puntos conmigo. Mientras hablaba con Nathan me había hecho sentir tan furiosa que Cleo tuvo que encerrarme en un cuarto a inflar globos. Cuando personalmente lo llamé había odiado el tono triste con el que me respondió y aún más el no haber hecho nada para alegrarlo. Era su día y merecía amor.
El hotel en donde se llevaría a cabo la fiesta era el mismo en el que Marie se quedaba. Ella había sido mi mano derecha en esto ya que Cristina estaba de vacaciones en París con sus nietos y se lo agradecía infinitamente. Por su parte, también valoraba que fuera capaz de enfrentarse hoy a Ryan, puesto que él y Gary asistirían con Eduardo. Los dos últimos se llevaban a las mil maravillas con el cumpleañero. Ryan lo tragaba.
—¿Ves a papi?
Madison extendió los bracitos hacia el auto de Nathan. Se veía hermosamente adorable con su vestidito rojo y con su abrigo con motivo navideño. A juego con ella había escogido para mí un enterizo de blanco encaje con brillos dorados que se ajustaba a mi cuerpo. Los tacones que llevaba eran tan nuevos como peligrosos, dorados de una sola tira, y tenía que hacer malabares para no caerme. Besé la mejilla de mi bebé y la deposité en el suelo, tomando sus manos, un abrigo sobre mis hombros. Trataba, intentaba caminar, pero aún no se había dado el momento.
Nathan llegó usando un caro traje negro. Su camisa estaba desabrochada en los primeros botones y podía ver una parte de su pecho. Mi ritmo cardiaco aumentó por mil. Mi parte depredadora quería lanzársele encima. La razonable recordaba que había menores presentes y que una fiesta con más de cien invitados nos esperaba. Lamió mis labios delicada y firmemente con una mirada carnal. Se recompuso al recoger a nuestra hija. Realizó su ritual de abrirme la puerta, sentar a Madison en su silla y verificar que tuviéramos el cinturón.
Él siguió mi dirección sin rechistar. Permanecía callado y se me hacía cada vez más difícil no besarlo hasta la muerte y disculparme por haber aparentado olvidar su cumpleaños. Lo que me hacía sentir mal era el saber que él nunca pasaría por alto el mío. Estaba segura de que me haría algo hermoso.
—¿Es aquí?
Asentí y le indiqué que entrara en el estacionamiento subterráneo del hotel. Ya fuera del auto nos encaminamos hasta el salón de fiestas. Nathan arrugó la frente.
—¿Estás segura de que por aquí es el restaurante?
Abrí los ojos con sorpresa. Me detuve y él me repitió. Riendo nerviosamente, acomodé la tiara sobre la cabeza de Maddie.
—Sí.
—¿Quieres que le pregunte a alguien? —insistió, llevándome a sospechar.
—¿Has venido antes?
Su mirada se suavizó con calidez.
—Solo al bar con accionistas.
Un pensamiento desagradable cruzó por mi mente.
—¿Con compañeras femeninas?
Me miró con diversión.
—¿Lo oyes, mi pequeña flor? Mami está celosa.
Madison empezó a sonreír a causa de la mirada que su padre le dirigió. Rodé los ojos.
—Lo que tú digas, Natti —solté—. Si quieres ir al bar a buscar mujeres eres libre de hacerlo. Yo seguiré buscando el restaurante por mi propia cuenta.
—Rachel... —advirtió sonriendo.
—¿Qué?
—Me gusta que estés celosa.
Conteniendo las ganas de gritar, pisoteé hasta llegar a una gran puerta de pino blanco. Cogí a mi hija antes de entrar. Nathan me siguió, sorprendiéndose al encontrar oscuridad donde se supone que debería haber un restaurante.
—¡¿Rachel?! —exclamó y no respondí, vengándome por cómo insinuó que podía estar molesta por la idea de él cenando con mujeres de negocio—. ¡¿Rachel?! ¡Florecita, no jugaré más con tus celos! ¡No lo haré, pero jodidamente vámonos de aquí! Mierda. ¡Mierda! ¡Creo que pisé un charco de sangre!
Las luces se encendieron y cientos de rostros saltaron fuera de su escondite.
—¡Sorpresa!
Nathan se congeló en su lugar. Efectivamente un charco de ponche estaba bajo su pie. Por el rabillo del ojo vi a John sostener un vaso casi vacío. Mi pequeña hija aplaudió mientras las personas se acercaban a felicitarlo. La tomé de sus brazos para no interrumpir las felicitaciones que recibía por parte de los invitados después de darle un rápido beso y desearle feliz cumpleaños. Fuimos a la mesa de banquete. Aunque me moría de hambre, me desconcerté al notar una cara familiar que no debería estar aquí. No recordaba haberla invitado.
—¿Leila?
—Rachel, cielo, ¿cómo estás?
Su vestido color arena hasta el piso le permitió a duras penas acercarse. Los ojos de Maddie brillaron con entusiasmo infantil al verla y se lanzó a sus brazos con un salto. Pese a sus años Leila la atajó con sorprendente facilidad. Soltó una risita cuando mi bebé empezó a balbucearle. Al mirarme lo hizo con dulzura, afecto familiar y gratitud.
—Mi nietecita será toda una parlanchina cuando crezca, ¿no?
Entonces entendí. Las pestañas abundantes. El pero cobrizo. Los ojos acaramelados. Los hoyuelos. La manera de ser de John, tan extrovertido. El afecto que le tenía Nathan a su progenitora. El liberalismo al momento de cuidar a Madison.
Leila, mi clienta favorita, era Natalie Taylor, la ex señora Blackwood.
NATHAN:
Mis dos mujeres favoritas se habían escapado de mí mientras las personas que no me habían dado ni la hora el día de hoy se acercaban disculpándose y felicitándome. Según todos había sido idea de John hacerme sentir poco recordado para que después la sorpresa fuera más significativa.
Funcionó.
Encontré a Rachel al lado del escenario, dándole órdenes a una orquesta. El DJ la miraba con frustración y no pude evitar reír. Ella era todo un show durante sus horas laborables, sobre todo cuando se ponía mandona, aunque también había otras situaciones en las que me fascinaba su capacidad para dominar.
Me acerqué por detrás y les hice señas a los músicos para que se retiraran. La abracé, enterrando la cara en su cabello. Mordisqué su oreja.
—Me tomaste por sorpresa.
—No fui la única —respondió dándose la vuelta.
Alcé ambas cejas.
—¿Estoy metido en problemas?
Asintió.
—Pero lo dejaré pasar por hoy porque es tu cumpleaños, pero mañana pagarás.
Relamí mis labios hacia su expresión feroz.
Amaba verla, oírla enojada. Me encantaba buscar una manera de hacer que sonriera.
—¿Cuál será mi castigo, amor? ¿Mi regalo? ¿Dos en uno?
Rachel tensó la mandíbula adorablemente y pisoteó con el pie. Sonriendo, tomé su mano y la llevé hacía la parte izquierda de mi pecho, sobre mi corazón.
—¿Lo sientes? Mi corazón late aceleradamente mientras espero una respuesta.
Alejó su cálido contacto de mi camisa y se paseó de un lado a otro antes de verme. Su rictus era severo y sus ojos grises me observaban con recelo.
—¿Sabías que tu mamá se hacía pasar por Leila, mi clienta?
¿La de la despedida de casada? Negué.
—No entiendo qué estás diciendo. Tal vez te confundiste con alguien más.
—¿Alguien más sabe que usaste pañales hasta los tres...?
Mierda.
Tapé su boca con mi mano, manchándome con su brillo de labios.
—Intuía que no se quedaría tranquila esperando. —Su enojo se esfumó al percatarse de que yo sabía tanto o menos que ella—. No lo sabía. Lo siento.
Rachel se apoyó en mi pecho y trazó círculos sobre mi chaqueta.
—No tienes que disculparte. No hiciste nada. Soy yo la que arruina tu cumpleaños.
Alzando su barbilla con mi dedo, la forcé a mirarme. Jamás había tenido un cumpleaños tan genial. Fiestas exageradamente grandes, sí, pero nunca con ella y Madison, lo que hacía de este año el mejor.
—Hoy es perfecto gracias a ti.
Sus ojazos se achicaron gracias al tamaño de su sonrisa.
—¡Feliz cumpleaños, jardinero! —Gary nos interrumpió dándome una palmada en el hombro—. Lamentamos la demora. El trabajo duró hasta tarde. Hace solo una hora logré salir.
Sus acompañantes me llamaron la atención. Un rubio que me presentaron como Eduardo y que obviamente era su pareja no se apartaba de su costado. Ryan, el policía, me ignoró mundialmente y saludó a mi mujer con dos besos, recordándome que tenía que actuar lo más pronto posible.
—¿No tienes una cita?
—Helga me acompaña, princesa. Amanda debe estar por ahí, también —respondió el sujeto con seriedad.
¿Princesa? Bufé. Aficionado.
Con Rachel no funcionaban los apodos clichés.
¿Helga? ¿Amanda? ¿Solo casualidad?
—Feliz cumpleaños, Nathan.
Me giré para encontrarme con la tímida voz. A diferencia de lo ocurrido en un pasado, no me atrajo su pelo rubio ni su figura plana. Me había convertido en un hombre de morenas con curvas y no había vuelta atrás. Todo los demás rasgos me eran indiferentes. Por su parte, jamás había esperado que Rachel me tomara como su compañero, así como tampoco el tener que encontrarme con la rubia en estas circunstancias. Era más que incómodo.
Rachel se percató de ello.
—Nathan...cariño, ¿estás bien?
Ante su llamado aparté mi atención de los ojos azules frente a nosotros.
—Perfectamente.
Ladeando su cabeza con confusión y silenciosamente exigiendo una explicación, se dirigió a mi ex con un vibrante entusiasmo.
—¡Amanda! Me alegra tanto que hayas venido. Tenía tiempo sin verte.
La rubia parpadeó y alejó su atención de mí para concentrarse en Rachel. No me podía creer que se conocieran. Con los ex apareciendo, las madres volviéndose locas y el cachorro de bolsa, mi vida podía ser un reality show.
—Rachel, como siempre, estás hermosa. —Era envidia lo que sonaba en su voz y brillaba en sus ojos—. ¿Puedo preguntarte qué relación tienes con el cumpleañero?
Desorientada, Rachel se acurrucó en mí.
Le acaricié la espalda, preparándome para lo que venía.
—Él es mi... mi... —Me miró—. ¿Mi novio?
Amanda soltó una risita, burlándose de su indecisión. Quise correrla. No culpaba a Rachel por invitarla. Ellas se conocían y no sabía cuál era la identidad de mi ex prometida, puesto que al igual que mi cumpleaños no lo consideré importante.
—¿Le haces una fiesta y no sabes qué relación tienen?
—Amanda. ¿Qué te ocurre? —preguntó Gary mirándola con desconcierto.
—Nada, solo quería saciar mi curiosidad. —Se encogió de hombros—. Y eso... eso... eso era todo lo que necesitaba saber —se mofó.
Dándose la vuelta, planeó marcharse con una salida triunfal. Yo no lo hubiera permitido, pero Rachel se adelantó. La detuvo tomándola del codo. Su expresión era tan superficial y alegre vi venir lo peor.
—Para tu información, Nathan y yo planeamos casarnos en marzo —mintió tan bien que me asusté, dándole a entender con su tono que ya no había más amistad.
Una sonrisa burlona se asomó en el rostro de Amanda.
—¿Ah sí? —Miró su mano—. No veo ningún anillo.
Rachel alzó el mentón.
—Lo están ajustando. Me quedaba muy grande.
Amanda la observó como si fuera un insecto. No la reconocía.
—Nathan te queda muy grande.
Rachel la soltó soltando una risita antes de girarse hacia mí y besarme frente a ella.
—Al igual que te quedaba a ti. —Cogió una copa de vino de la bandeja que sostenía un mesero que pasó a su lado—. La diferencia es que tú no pudiste con ello y yo sí.
—¿Qué quieres decir? —preguntó.
—Querida, el despecho se te nota en la cara. Te recomendaría a mi cosmetóloga, pero no creo que sirva de algo. Siendo tú optaría por cirugía plástica o terapia. —Se acercó a su oído como si fuera a hablar bajo, lo que no sucedió ya que todos escuchamos—. No pierdas la fe y supéralo. Elegiste tu camino. Ahora respeta el suyo.
Azotando su rostro con el cabello, Rachel vino por mí. Les guiñó un ojo a sus dos amigos antes de marcharse conmigo. En el balcón, uno más de los tantos que hemos visitado juntos, ella soltó una risita cuando se apoyó de espaldas en la barandilla. Negué mientras la veía beber en silencio.
—Fue incómodo —dijo después de un rato.
Tomamos asiento en un sofá ancho para exteriores y la acomodé sobre mis piernas. Su traje se acoplaba a su figura como un guante. Cada curva se marcaba. Había estado soñando con desnudarla desde que dejó el abrigo en mi auto y me permitió ver lo que llevaba debajo.
—Eres malvada, pero me gusta.
—¿Te gusta que sea una vil? —Se dio la vuelta con falsa expresión sorprendida—. Hasta yo sentí lastima por ella. Parece confundida. Sola. Triste. Creo que me excedí.
—Yo no. De haber podido la habría echado.
Sonrió.
—¿Y qué te detenía?
Besé sus labios, de nuevo. Como esperé, no tardó en asumir el mando y me recosté. Muchas veces me había sentido celoso a niveles insoportables y sabía que necesitaba desquitarse, arrojar los kilos de energía de guerrera que llevaba encima. Cuando terminó de torturar mis labios estaba más relajada, más contenta y menos frustrada.
Me alegró poder ayudar.
—Tú —le contesté trazando círculos en su muñeca.
—¿Yo? —susurró.
—Sí, tú. No quería que me vieras de esa manera. —Tomé su rostro entre mis manos—. Me esfuerzo por mantener una buena imagen ante ti, Rachel. No iba a dejar que ella la arruinara.
Frotó su nariz contra mi cuello. Si seguíamos así no entraríamos nunca. Había pasado mucho desde nuestro único encuentro íntimo y quería repetirlo una y otra vez. Cada cosa que hacía me excitaba. Me hacía perder la cabeza en imágenes e ideas sucias, pero me daba miedo asustarla.
¿Y si creía que era un adicto al sexo y me dejaba? Esperaría.
—Me gustaría verte siendo más salvaje.
Llevé mis manos a sus pechos, amasándolos. Jadeó, necesitada.
Succioné su cuello, duro, y medio sollozó.
—¿Así? —preguntó.
—Más.
Seguí con ello hasta que un par de personas más salieron a tomar aire. Pare ese entonces ella gemía entre mis brazos, su maquillaje arruinado. Me sentí orgulloso al no notar brillo labial. Lo odiaba.
—Amé que nos defendieras —confesé—. Aunque sea con mentiras.
—¿Mentiras? Dije que éramos novios, ¿lo somos, no? —Se separó de mí abruptamente para verme—. ¿Acaso no fue eso lo que le dijiste a papá?
Desvié la mirada.
—¿Quién te contó?
—Loren es un chismoso. Nunca le cuentes un secreto.
Medité sus palabras y sonreí.
—Entonces... ¿somos novios y nos casaremos en mayo?
—Marzo —corrigió mientras acariciaba mi mejilla con el pulgar, una mirada intensa en sus ojos que me hacía no poder dejar de verla.
—Me gusta. ¿Quién le pidió matrimonio a quien?
—Tú a mí, cariño.
Estaba a punto de explotar.
—¿Sí? ¿Me puedes refrescar la memoria?
—Por supuesto. —Se acercó a mi oído—. Mientras estaba organizando una fiesta de compromiso te apareciste y le robaste el momento al novio.
—Eso fue malo, aprovechado y egoísta de mi parte. —Sonreía como imbécil con nuestra historia imaginaria—. ¿Aún así aceptaste?
—Sí, aún así acepté. –—Besó mi mejilla tiernamente—. Feliz cumpleaños.
Se escabulló tan rápido que no alcancé a detenerla. Además, la cajita de terciopelo que dejó a mi alcance en el piso me lo impidió. Desaté el lazo de cinta y la abrí. Un antiguo reloj de bolsillo de mi película favorita, Volver al futuro protagonizada por Michael J. Fox, me hizo sonreír.
Me conocía tan bien.
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