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Capítulo 35:

RACHEL:

—Mi vida es un asco, ¿eso es lo que quieres escuchar?

Bebí de mi botella de agua y la miré.

—No.

Gruñó y pateó haciendo que el saco de boxeo se tambaleara. Me impresionó y gustó su fuerza en partes iguales. Había empezado a comer desde que literalmente le pagué a alguien para que la alimentara cómo a un bebé.

—Pero se acerca —añadí.

Luciendo frustrada, se detuvo y colocó sus manos enguantadas sobre su cintura.

—¿Qué es lo que quieres de mí, Rachel? ¿Puedes ser más específica?

Esperé hasta que un musculoso sujeto pasó por delante de nosotras para responder. Marie lo devoró con los ojos, pero yo no encontré ningún atractivo. Era sexy, sí, pero su belleza era vacía. No había nada en él que me produjera ganas de abofetearlo o besarlo hasta el cansancio.

No como me sucedía con Nathan.

—Te he preguntado un millón de cosas y para responder cada una de ellas me has dicho lo mismo, que tu vida es una basura, pero nunca me das una idea de cómo te sientes. Eso es lo que quiero saber, Marie —le dije con sinceridad—. Eso y qué puedo hacer para ayudarte. No me gusta verte y sentir que te derrumbas frente a mí y no hago nada para impedirlo.

Parpadeó.

—Vaya. —Tragó—. Salir de Cornwall te cambió más de lo que pensé.

Me encogí de hombros.

—Imagino que sí.

—Ya que en insistes te lo diré. —Se sentó en todo lo alto de una pila de alfombras. Tomé asiento a su lado y eché su pelo hacia atrás para mirarle el rostro mientras hablaba—. Por lo general estoy molesta y confundida, pero eso es lo bueno. Lo malo es la angustia que me envuelve cuando miro a mi alrededor y me doy cuenta de que nada de lo que me rodea me hace feliz.

—¿Por qué no haces algo para cambiarlo?

—Lo hice —Respondió asintiendo en acuerdo—. Terminé con Harry. Me dejé llevar por los impulsos y recolecté un montón de enemigos para papá. —Supuse que con enemigos para papá se refería a amantes—. Viajé. Incluso me compré ropa que mamá odiaría para vengarme por cada año de su influencia. —Acaricié su espalda cuando las lágrimas que había contenido empezaron a caer—. No fue hasta que vi en los titulares que estabas comprometida con Nathan Blackwood que decidí regresar a Brístol. —Su labio inferior tembló. Decía regresar porque solía pasar algunos meses del año viviendo aquí o en Londres para recibir las mejores clases de ballet—. Lucías tan feliz en las fotos.

—Eso es mentira, Marie.

—Lo sé. Leí la nota de disculpa, pero aún así te veías tan alegre y diferente a la chica con la que crecí que tuve la estúpida idea de venir e intentar encontrar en esta ciudad lo mismo que te hizo feliz a ti.

—Madison fue lo que me hizo feliz.

Su frente se arrugó, un indicio de sonrisa en su rostro.

—No saldré embarazada para ser feliz, Rachel. Sabes que los niños me odian.

Mi cuerpo se sacudió con risas cuando recordé cómo una vez uno la había escupido en la Iglesia cuando intentó ser amable y darle un dulce para que dejara de llorar. Sin nada que decir al respecto, la abracé hasta que se cansó de ello y se levantó para mirarme con recriminación.

—¿Cuándo conoceré a mi sobrina?

—Cuando quieras —respondí—. Por cierto, desde que llegué se me hizo inusual tu silencio. Pensé que después de todos esos mensajes y llamadas....

—¿Pensaste que te rogaría por respuestas? –Bufó—. Creo que olvidas que también fui criada por Lucius Van Allen, el rey del drama. Aunque tus planes sean mantenerme en suspenso, no te daré la satisfacción de verme retorcerme.

Sonreí.

—Por suerte para ti he decidido acabar con él ahora.

—¿Cuál es la trampa? —preguntó con desconfianza.

—¿Qué trampa? No hay ninguna trampa. Pregunta lo que quieras y yo contestaré con la verdad —respondí fingiendo inocencia.

—¿Todo lo que yo quiera?

Asentí.

—Todo lo que quieras.

—De acuerdo. —Su expresión se volvió seria—. ¿De dónde sacaste... eso?

—¿Qué cosa? —la presioné.

—La foto. Mi foto.

—¿Se supone que es una foto... secreta o prohibida?

Tensó la mandíbula.

—Se la di a alguien que no he visto desde hace años.

—Cuando te encontrabas en una competencia de baile en Suecia, ¿no?

Se mordió el labio mientras asentía.

—¿Cómo la conseguiste?

—¿A quién se la diste?

No dudó en contestar.

—A mi compañero. A Henry.

¿Henry?

¿Esto era un chiste de mal gusto? ¿Una broma de múltiples sentidos? ¿Cuántos nombres podía tener una persona? ¿Papacito? ¿Ryan? ¿Henry?

¿Cuál era la verdadera identidad de la persona con la que vivía?

—No sé quien rayos es Henry, Marie. –Apreté su mano—. Yo sólo conozco a Ryan.

—¿Ryan? — murmuró sonando tan perdida como me sentía.

—Sí, él me la dio —dije asumiendo que eran la misma persona—. Bueno, se la robé.

—¿Se la robaste? ¿Cómo?

—Vivo con él.

Marie me miró con dolor.

—No me acosté con él. No es mi tipo —añadí.

Pero pudo haber pasado.

Aunque un poco de duda quedó en ella, se relajó con mis palabras.

—¿Qué te contó él? —preguntó con un tono tan inestable que temí hacerle daño con mi respuesta, por lo que me tomé un momento para pensarla antes de dársela.

—Nada. —Era lo mejor que tenía para ofrecerle. No tenía ninguno de los puntos de vista. Tampoco quería meterme. Solo quería que ambos estuviesen bien—. ¿Me quieres contar lo que pasó, Marie?

Se metió las manos en los bolsillos de su chaqueta mientras descendía la mirada al suelo y asentía. No pasé por desapercibido el hecho de que temblaban.

—Era estúpida. No sabía nada del amor. Él era tan atractivo —empezó—. Estábamos en la misma categoría. Representando al mismo país. Cuando ambos nos quedamos sin pareja decidieron juntarnos. Nunca me dijo su nombre real era Ryan. Al principio no pensé que fuera serio. Solo ensayábamos y hacíamos cosas estúpidas. No me importaba en lo absoluto.

—Pero te enamoraste y empezó a importarte, ¿no?

Asintió.

—Esa es la versión corta. Le dije mi nombre. Muchas cosas sobre mí. Él compartió algunos detalles sin importancia. Trivialidades. –Suspiró—. Dolía ver el poco interés que tenía en lo nuestro, ni siquiera llegó a llamarme su novia. ¿Puedes creerlo?

No podía creer que Ryan fuera tan mezquino, pero sí podía estar segura de que para Marie el hecho de que no la hubiera llamado su novia fue terrible. Para una persona que nunca daba su corazón, el hecho de que no sintiera que se lo retribuían debió devastarla por completo.

—Realmente, no, no sé cómo pudo ser tan idiota o cómo te enamoraste de él.

—Hubo un momento en el que pareció reaccionar y cambió. Empezamos a tener una relación un poco más real, pero seguía sin decirme nada sobre él cuando yo le contaba de todo. Pronto descubrí la razón. —Ya no solo eran sus manos las que temblaban, sino su cuerpo entero—. Cada cosa que le decía a Henry le afectaba porque le hacía pensar que no podía costearse tener una novia de una familia rica. Debo reconocer que fue mi error. Soy tan superficial. Pero él se ganó su premio al idiota más grande cuando pensó que dejaría al amor de mi vida por dinero.

—Marie...—le dije—. Sin ánimos de ofender, pero eres...

—Una zorra —soltó—. Volviendo a la historia, un día discutimos fuertemente y cómo era, repito, era estúpida, decidí irme a casa y no bailar en la final.

Abrí la boca, estupefacta.

—¿Eso fue todo? ¿Te fuiste dejándolo pensar que te largabas porque no tenía dinero?

Puso los ojos en blanco.

—Claro que no, Rachel. Qué final más basura y poco dramático. No sería una Van Allen si no me diera cuenta de lo que podía perder y literalmente me bajara del avión. —Era cierto—. Aunque debí haberlo hecho. Lo encontré cuando volví me rompió el corazón en tantos pedazos que aún no he sido capaz de juntarlos.

Me tensé sin poder creer que el sufrimiento de Ryan se debiera a un mal entendido y la verdadera víctima, la persona que sufrió más, estuviese frente a mí.

—¿Qué encontraste?

—A él en el escenario bailando con otra.

Rodé los ojos.

—Es comprensible, Marie —solté—. ¿Qué querías que hiciera? ¿Qué dejara de bailar? Estaba dolido y enamorado. Probablemente con el corazón tan roto como el tuyo. ¿También querías que dejara de hacer lo que le hacía feliz?

Negó con la cabeza y pude ver cómo sus ojos se empañaban.

—Yo... lo entendí, ¿de acuerdo? Eso lo entendí perfectamente —masculló—. Lo que no comprendí ni termino de comprender es cómo pudo acostarse con ella en mi habitación, en mi cama, mientras usaba mi traje, unas horas después de nuestro rompimiento cuando yo ni siquiera podía respirar sin sentir dolor.

Después de aquello tan relevante para mi entendimiento de su pequeña aventura con Ryan, me levanté y la abracé hasta que sus lágrimas dejaron de mojar mi camisa, en shock. Marie había lastimado a tantos hombres que hasta ahora nunca había estado convencida de que él la hubiese herido, pero sus lágrimas lo confirmaban.

Mi hermana nunca lloraba.

—Sé que debido a las circunstancias esto puede sonar idiota, pero... ¿tú lo sigues queriendo? ¿Amando?

—No lo sé.

Acaricié su cabello. Estaba solo unos centímetros más corto que el mío.

—¿Lo quieres ver?

—No lo sé —sollozó.

—¿Volver a estar con él?

—No.

Prometiéndome a mí misma que los ayudaría a tener un cierre, era lo único que podía hacer, dimos por finalizado nuestro entrenamiento y me dediqué a obsesionarla colocándole primera temporada de The Vampire Dieres. La dejé en medio de ella en suite. Estaba dentro de mi taxi a casa cuando mi teléfono se alumbró con el nombre de Luz en él. Habíamos seguido hablando después de su baby shower, pero ya nuestros horarios nunca coincidían no habíamos podido vernos en persona. John la estaba atiborrando con clases pre—mamá de último momento. La consideraba una amiga, además de que pronto, esperaba, se convertiría en la tía de Madison.

John nos había tomado a Nathan y a mí como sus secuaces.

—Hola, Luz —contesté—. ¿Cómo va todo?

—¡Rachel! Ya... oh, mierda. ¡Maldito Phil!

Me tensé reconociendo el dolor en su voz.

—¿Qué sucede? ¿Estás bien? —pregunté apresuradamente—. ¿Dónde está John? ¿Tendré que ir para allá con él y Nathan? ¿Diego?

—Sí...yo, agh. Estoy, el bebé, ya viene.

—¿Y tu mamá? ¿Y John? —insistí queriendo asegurarme de que estuviera bien.

—John está aquí con Nathan, pero mamá se fue esta semana a Madrid a visitar a mis tíos. ¡Se suponía que no se debía adelantar! —gritó—. ¡John! ¡Agh!

Me estremecí, enternecida con que me hubiera llamado. De ningún modo la dejaría pasar por esto sola o con los hermanos Blackwood y Diego, lo cual era lo mismo.

—¿En qué hospital estás? —Gritó sin darme ningún tipo de respuesta, probablemente en medio de otra contracción—. Pásame a John para que me dé la dirección.

Sábado, 24 de noviembre del 2011

NATHAN:

John bateó con el mando del videojuego y esto originó el último out que necesitaba la computadora para anunciar su victoria. Como si hubiera perdido el juego de las estrellas, se derrumbó en el sofá cubriéndose el rostro con las manos. Dejé de lado y sobre la mesa las presentaciones para la próxima junta, frotando mi nariz.

—¿Cómo te va con el pequeño hombrecito?

Tres meses atrás Luz había dado a luz un varón de casi cuatro kilos. Mientras las enfermeras limpiaban al nuevo integrante de la familia, el rubio había entrado a la habitación con una banda de mariachis con el fin de proponerle matrimonio. Por haber estado allí, acompañando tanto a Diego como a John, el universo me permitió presenciar cómo se podía llegar a poner una mujer si la presionaban mucho en una situación de estrés. El amor podía contra todo, sin embargo, ya que cuando se cansó de insultarnos y tuvo a su bebé en brazos, aceptó casarse con mi hermano.

Robando y abriendo una lata de cerveza de mi cocina, John se concentró en cambiar los canales del televisor mientras hablaba.

—Llora lo normal. A veces es la envidia del camión de bomberos de Brístol. —Pasó una mano por su nunca. No recordé haberlo visto tan cansado en la vida—. Luz no deja de preocuparse porque casi no descansa según su libro, cuando en realidad duerme más que todos los habitantes de la ciudad juntos.

No pude decir nada al respecto. Madison dormía toda la noche y al menos tres horas durante el día, pero ella no era un recién nacido. No había estado ahí cuando lo fue para darle mi opinión, por lo que me limité a escucharlo.

—¿Cómo estás tú?

Emitió una débil sonrisa rebosante de felicidad que opacaba las ojeras bajo sus ojos.

—Excelente. Estoy hecho para ser padre de familia.

Comprobando su punto su teléfono sonó y se levantó de un salto para atenderlo.

—Amor, te dije que no podías darle más biberón del que el doctor recomendó o el gran K explotaría. —Fue lo único que alcancé a escuchar de su conversación antes de que saliera a mi patio.

Negué, divertido. Era la primera vez que se separaban desde el nacimiento de Kevin y John sólo había venido a mi hogar por un permiso para trabajar en casa y pasar los días con Luz como si eso fuera necesario. Él se regía por sus propias normas. Todos los habitantes del planeta lo habíamos aceptado treinta años atrás.

Tras un momento escuché el sonido de la puerta abriéndose y cerrándose. Él volvió al salón con una mueca afligida. Lo entendía, Rachel me había hecho sentir así en más de una ocasión. Tipo complace o muere. Era espeluznante.

—¿Todo bien?

Tomó un largo sorbo de su cerveza antes de sacudirse y contestar.

—Sí.

Sentí lastima por él.

Después de dos horas de relajación masculina con el canal de deportes, John decidió que era suficiente y me invitó a ir a la casa que había comprado para su vida familiar porque no podían mudarse al sótano de mamá. Como ya había ido al menos dos veces esta semana y secretamente envidiaba lo que él tenía, me negué, pero solo hasta que indirectamente dio a entender que Madison y Rachel estaban ahí.

Cada uno en su auto estuvimos allí en menos de cinco minutos. Al recorrer su jardín delantero no pude no impresionarme con una extensión de las flores de la mansión Acevedo que eran cuidadas por Luz y su madre. Ellas contrastaban con los ladrillos oscuros de la fachada de dos pisos y modernos ventanales. Le preguntaría a Luz por su marca de abono. Cada una parecía recién pintada.

—¿Te gustan? Yo planté aquel.

Seguí la dirección de su dedo y me encontré con un cerezo de dos ramas.

—Es...

—Hermoso.

—Cómo tú digas ─reí.

Cubriéndome de la humedad de la época, me oculté bajo la sudadera mientras terminábamos de recorrer el camino desde el estacionamiento a la puerta principal.

—¿En donde están? —Traté de sonar lo menos ansioso posible y de no dejar marcas de suciedad en otro sitio que no fuera la alfombra con motivos navideños para limpiarse los pies—. ¿John?

John rió y me señaló la escalera de cristal. Idiota.

Ya que no sabía las coordenadas exactas, esperé a que él fuera el que me guiara. Fruncí el ceño cuando me empujó hacía la habitación de Kevin, cuya puerta tenía su nombre con un muñeco de nieve. Gruñí. John y su temprana navidad. En unos días estaría en mi casa con las estúpidas luces. Estaba seguro.

Lo que sí no habría tenido modo de prever era la imagen que se mostró ante mí cuando entré. Rachel, más adorable que nunca en un vestido suelto color melocotón que no hacía más que resaltar sus ojos, mecía a Kev entre sus brazos mientras tatareaba una canción. Cantaba cómo una licuadora, pero no importaba. Se veía hermosa y gentil. No se dio cuenta de mi presencia hasta que abrí la boca.

—¿Rachel?

Se sorprendió con nuestra llegada y por ello pegó un salto, haciendo que la mano de Kev se enrollara más protectoramente sobre su cabello. No quería dejarla ir.

—Nathan, John, hola —saludó y siguió meciéndose.

A diferencia de mí, que me quedé viéndola como un acosador, John habló.

—Hola, Rachel —dijo—. ¿Cómo estás? ¿Has ido al café últimamente? ¿Cómo están allá sin mí? Tengo que ir por un arreglo. Aún me deben el último sueldo...—Pisé sutilmente su pie, él me miró y moví el pulgar apuntando hacía el pasillo. Rachel iba a contestar, John entendió y la detuvo—.Creo que Luz me está llamando, lo siento. Iré a verla y te dejaré sola con Nate un momento. —Me miró cuando gruñí—. O por muchas horas. No lo sé. Ustedes decidan. Solo no traumen a Kevin —dijo esto último dándose la vuelta y yéndose.

Como todavía permanecía en el umbral, entré en el cuarto de paredes pintadas con nubes y de piso de puzle.

—¿Cómo están Maddie y tú?

—Muy bien, ¿tú? —contestó con tono amable.

Pasé los dedos por los barrotes de la cuna, acercándome cada vez un poco más en busca del calor que únicamente ella podía ofrecer. No las veía desde el jueves, a ninguna de las dos, y ya las extrañaba, así que no estaba bien.

—Igualmente –mentí.

El tenso silencio que siguió fue tenso. Luego de la mejor cena de mi vida, Rachel se había empezado a sentir incómoda en mi presencia. La entendía. Necesitaba ajustarse a la nueva realidad de yo queriéndola. Aunque me mataba, por lo menos ya no tenía que fingir no estar interesado o, mucho peor, odiarla. Le daría todo el espacio que pidiera directa o indirectamente. Por lo tanto, me había prometido a mí mismo esperar que fuera ella la que diera la siguiente señal. Mientras que eso ocurría solo podía disfrutar de los pequeños momentos en su oficina o en la guardería, dónde siempre Madison estaba con nosotros. Dejé una caja musical que había cogido como excusa para no tocarla y me giré hacía ella dispuesto a disminuir la tensión.

—¿Quieres que me haga cargo?

Negó con la cabeza y desenredó otro mechón oscuro de la pequeña y regordeta mano cuando señalé al bebé envuelto en mantas. No lo culpaba por querer tocarlo. Su cabello era mágico. Suave como las plumas y la seda.

—Madison solía hacer lo mismo con mis aretes. —Sonrío y besó la cabeza rubia antes de depositarlo en la cuna—. Dejé de usarlos por dos meses. A pesar de ello lo sigue haciendo cuando me descuido. Pensé que lo olvidaría.

—La he visto —revelé devolviéndole la sonrisa.

Enderezando su espalda, Rachel abrochó su chaqueta con frío profesionalismo. De no ser por estar dentro de la pequeña versión de la guardería de Mira quién habla, parecería alguien incapaz de soportar la baba de una pequeña persona. Ese tipo de acciones, que la hacían ver cómo si de un momento a otro pasara de frío a calor, me volvían loco. Me llenaban de deseos de derretirla y mantenerla solo en el calor.

—¿Has tenido mucho trabajo? —preguntó en voz baja, continuando sin que tuviera la oportunidad de contestar—. ¿Por eso no has estado alrededor?

¿Qué?

—Yo... supuse que querías tiempo para asimilar la cena.

Rodó los ojos y se acercó dando cortas y silenciosas pisadas sobre la punta de sus zapatos bajos. Kevin dormía. Me sorprendí cuando tomó mi mano y me guió al balcón a través de una puerta deslizante, electrizándome con el suave contacto de su piel.

—¿Qué te dije acerca de suponer sobre mí? —me regañó cuando estuvimos fuera.

A penas terminé de deslizar la puerta de cristal me percaté de que salir había sido un error. Sus dientes castañeaba y la punta de su nariz empezaba a tomar un matiz rosado, su piel luciendo más blanca y sus labios más rojos.

—No quería que te sintieras mal.

Mordió el interior de su mejilla mientras metía sus manos en los bolsillos de su abrigo y caminaba de un lado a otro. Finalmente me miró con resignación. Había ganado la parte de ella que más me gustaba.

—Pensé que había ganado —murmuró— y que me debías una disculpa pública.

Me tensé ante el recordatorio de sus palabras. Ella creía que solo tenía un capricho, pero de ahí a pensar que una cena bastaría para saciar mi apetito de ella había un trecho largo. Ojalá las fuera tan simple. Durante los últimos meses mi existencia se había reducido a amar a Madison y a querer a Rachel. No sabía qué hacer sin ello. Así que a diferencia de ella creía que ni siquiera un cupón de cenas ilimitadas sería suficiente para que dejara de querer estará ahí.

—Lamento si eso fue lo que pensaste.

—Eché de menos tu acoso —admitió sentándose en un columpio.

Los balcones de la habitación de John se conectaban entre sí en una terraza desde la que se podía ver el campo que tenía como patio trasero. La imité. Su confesión me divirtió y alivió en partes iguales. Aunque todos estos días hubiesen sido una tortura para mí, era dulce saber que, secretamente, una parte de ella sentía incertidumbre hacia lo que pasaría con nosotros.

—Yo te eché de menos a ti.

Soltó una risita.

—¿De dónde sacas todas tus frases? ¿Películas? ¿Internet? ¿Libros? —Se inclinó hacia mí como si lo que tuviera que decir fuera confidencial—. ¿Le pagas a un grupo de mujeres para conseguir su opinión?

Fruncí el ceño. ¿Por qué tendría que pagarles?

¿No era mi objetivo, conseguir su corazón, suficientemente conmovedor?

—Me siento bien coqueteando con la mujer que me gusta. Resulta que tengo un montón de cosas buenas que decirle —respondí—. ¿Por qué? ¿Lo hago mal?

Se retiró hacía atrás y cerró sus ojos con fuerza, aún riéndose de la situación mientras nos columpiábamos en silencio. Cuando los abrió me perdí en su color. En ellos ya no había humor de ningún tipo.

¿Bipolaridad o fiesta hormonal?, me debatí.

—No. Lo haces estupendamente —respondió—. Y ese es el problema.

—¿El problema?

Una corriente de aire frío nos golpeó y de alguna manera una hoja terminó en su cabello. La espanté lejos mientras asentía y huía de mi toque.

—Sí. El problema.

—¿Te puedes explicar mejor, por favor? —pedí.

Se sentó de lado para poderme ver abiertamente mientras desarrollaba su punto.

—Veamos, Nathan. —Amaba mi nombre saliendo de sus labios—. Si sabes cómo hacer que una mujer se derrita en un charco es porque lo has hecho con anterioridad.

¿Ella se derretía en un charco por mí?

Interesante.

Frotando pensativamente mi mandíbula, la examiné.

—¿Eso es un problema?

—Sí.

—¿Por qué?

—Eso quiere decir que eres mujeriego, poco confiable y que existen mayores posibilidades de que esto sea un mal experimento porque no serías mi tipo.

Alcancé su mano.

—A veces los malos experimentos tienen buenos resultados. —Recorrí las líneas de su palma—. ¿Te molesta?

—¿El qué? —preguntó alejando su mano.

—¿Que sepa derretirte en un charco por haberlo aprendido de otras?

Apartó mis caricias con un manotazo molesto y reí.

—Supongo que sí. Me da asco usar algo que todas hayan... usado.

—No debes suponer —le dije usando sus propias palabras en contra.

Cuando hizo una mueca con los labios, fallé y eché el cuello hacía atrás para reír.

—No es gracioso.

Me fulminó con la mirada e hizo ademan de levantarse.

Tomé su muñeca y la obligué a sentarse de nuevo.

—Sí, lo es —expliqué—. Eres tan segura de ti misma que verte tan insegura por algo tan estúpido me resulta gracioso.

Tensó la mandíbula.

—Detente. Hay muchas razones por las cuales tu explicación está mal. —Elevó un dedo y guardó los otros—. Primero y principal, no estoy insegura por ti.

—Esas solo una razón, Rachel. También es mala.

—Es absurdo hablar contigo.

Esta vez cuando intentó levantarse cogí su cintura y la coloqué sobre mi regazo. Me estaba excediendo y lo sabía, pero embriagado de ella como estaba no podía pensar bien. También sucedía que usaba medias, lo que podía significar ligueros.

Mi punto débil.

—Solo he tenido una novia seria en mi vida. —Subí ambas manos a su estrecha cintura, lugar dónde mis dedos casi se conectaban. Ella se giró al notar que hablaba en serio—. Empezamos cuando tenía veinticuatro. Duré seis años siéndole fiel incluso cuando no sentía por ella lo que siento por ti.

Como estaba de espaldas a mí no podía ver su expresión, pero sí podía sentirla estremeciéndose y escucharla respirar más rápido.

Todo por mí.

—¿Tu única novia?

—Seria y durante seis años, sí.

Rachel guardó silencio por un rato y cuando habló lo hizo con un simple murmullo, su mano acariciando un costado de mi rostro.

—Debió lastimarte mucho cuando terminaron.

Conmovido por su preocupación, sonreí e hice lo mismo que Kev y enrollé mi mano en su cabello. Suave y sedoso. Rachel. Llevado por la posesividad de no querer que otro recibiera nada de ella, me acerqué la curvatura de su oído.

—Ya pasó y no tienes que sentirte culpable —susurré—. ¿Tú has tenido alguien además del idiota infiel que no merecía tu virginidad?

—¡Nathan! —protestó cuando entendió que no me refería a otro noviazgo.

Quería saber a cuántos hombres tenía que enfrentar, empezando por su infiel novio, con el cual sabía que no había hecho nada porque no era ese tipo de mujer, terminando con el policía. Acaricié su espalda para que se sintiera segura entre mis brazos teniendo intenciones ocultas tras el gesto.

—Rachel —exigí con suavidad.

Ella no dejó de temblar. Me gustaba pensar que tanto por mí como por el frío, no por la respuesta que estaba a punto de darme. Finalmente se rindió y suspiró, volviendo a su lugar de espaldas a mí para que no mirase su rostro mientras hablaba.

—Solo han sido Thomas y tú.

No sabía si realmente el tiempo se había detenido o si lo que me abrumaba hasta el límite de no poder respirar era el gran peso de su confesión. Si no se había metido con Thomas después de que le confesó su infidelidad, lo cual dudaba, había sido el primero para ella.

El único.

—Florecita...

—¿Qué? —preguntó levantándose.

Asqueado conmigo mismo por no haberla valorado en su momento y conmovido por el regalo que no había sabido apreciar, hice lo mismo y la estreché entre mis brazos.

—Lo siento.

Se tensó, dejándome saber que me estaba sobrepasando.

—Sí, está bien, como sea. —Se liberó de mi agarre y volvió a su versión cubito—. Debemos entrar. John se debe estar imaginando una película erótica.

No la seguí inmediatamente a través de otro acceso al interior que daba con las escaleras, sino que me quedé a solas por unos minutos sin poder creer lo que acababa de decirme. Yo había desvirgado, embarazado y rechazado a la mujer que actualmente quería conquistar.

Realmente tendría que trabajar duro para conseguirlo.

A los diez minutos de recrearme con el paisaje boscoso y la piscina trasera de John, entré y observé la vacía cuna de Kevin. Había entrado a su habitación para darle un vistazo antes de bajar. No llamé a la policía imaginando que alguien lo había ido a buscar. Como no la había visto aún, fui a averiguar si Luz estaba con Maddie. Afortunadamente las encontré a ambas en el estudio de la rubia, mi pequeña flor sentada sobre el mesón central del estudio de su nueva tía sin despegar su atención de una torre de pinturas. Su cuerpo estaba cubierto con un pantalón de algodón y un abrigo, un sombrero para nieve cubriendo su cabeza. La besé en la mejilla.

Me sonrió antes de volver a concentrarse en derrumbar los frascos.

—Hola —dijo mi próximamente cuñada.

—Hola —contesté aún afectado por la noticia de Rachel y su aroma en mi ropa.

—¿Cómo estás? —preguntó sin despegar su atención del lienzo en el que pintaba.

—Bien.

Levantó la vista para examinarme con sus grandes ojos verdes. A diferencia de su prometido, ella se veía genial y en lo absoluto agotada. Sonrío mientras apartaba a mi hija de una montaña de brillantina.

—Ya veo.

—¿Ya ves?

Su sonrisa se ensanchó.

—He oído que alguien está saliendo con Rachel.

Abracé a mi hija.

—¿Ah, sí? –Apreté la mandíbula—. ¿Con quién?

Dejó caer el pincel en un recipiente con agua alzando una rubia ceja en mi dirección.

—Tú.

Me relajé aceptando la posibilidad de haberme ruborizado.

—Nos estamos conociendo mejor —dije—. ¿Eres feliz con John, Luz?

Sus ojos adquirieron un matiz risueño. Ni siquiera lucía sorprendida por mi pregunta.

—Él me hace muy feliz, Nathan. Espero poder devolvérselo.

Deseando que algún día Rachel llegara a sentir lo mismo por mí, apreté su hombro.

—Lo haces.

La acompañé a ella y a Madison por unos minutos hasta que John apareció con Kev y anunció que el almuerzo, hecho por él y Rachel, estaba listo.

—Huele exquisito —halagó Luz al entrar en el comedor con mesa para diez personas.

No pude estar en desacuerdo. Las hamburguesas de pavo que habían hecho lucían bien. Mi hija protestó al ser depositada en la silla que usaría Kevin dentro de unos meses y que recordaba haber comprado junto a John en una exposición de muebles. Serví su comida, puré de apio, ya que quise adelantarme y darle de comer para que Rachel no tuviera que hacerlo, pero al regresar de la cocina descubrí que su mamá ya estaba en ello.

Con la luz del candelabro de cristal alumbrando su rostro, Rachel se desatendió de Maddie para alzar la vista y sonreír al verme llegar con la taza en forma de automóvil. Me encogí de hombros antes de acercarme. Entre los dos cuidamos de ella y en el proceso me percaté de que no poseía motivos para envidiar a John. Todo lo que podía pedir o necesitar ya lo tenía conmigo. O al menos las semillas para producirlo ya estaban enterradas. Solo tenía que cuidar y velar por un buen resultado. Darles mucho ¿amor? y abono.

—Luz —la llamé interrumpiendo la conversación de una extraña serie de vampiros entre Rachel y John.

—¿Sí? —Dejó de jugar con Kev y me miró.

—¿Qué abono usas?

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