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Capítulo 34:

RACHEL:

El sábado llegó más pronto que tarde. Cuando anunció nuestra salida a Nathan se le había olvidado añadir que se trataba de al día siguiente. A mí recordarlo. Este hecho había formado un apretado nudo de anticipación en mi estomago. Por su parte, Marie dejó de bombardear mi número y se retiró del campo de guerra al darse cuenta de que la intriga permanecería en ella hasta nuevo aviso. Ryan, por el contrario, no desistía y me perseguía de un lado a otro cuando estaba en casa. Yo lo evitaba, pero esa era una estrategia que no duraría mucho en vista de que compartíamos el mismo techo.

No me sorprendí cuando llegó a su fin.

Era mediodía. Estaba preparando mi batido para tomar luego de hacer ejercicio cuando llegó el momento de dejar de ser una cobarde. Desde la cocina podía oler los litros de colonia masculina acercándose a través del pasillo. Apagué la licuadora y metí el preparado en la nevera.

—¿Has dejado de actuar cómo una niña? —preguntó.

—Hola —dije.

Él puso los ojos en blanco y se acercó al refrigerador, de dónde sacó un agua sin abrir. Iba camino al gimnasio, lo cual significaba que este encuentro no duraría mucho.

—¿Eso es lo único que tienes que decirme? —Alzó una ceja cuando fingí perderme en las baldosas del suelo—. Rachel.

Aprovechando mi falsa distracción, Ryan se había tomado la libertad de alzar mi rostro entre sus manos de tal manera que no pudiera escapar de su escrutinio. Me sentí expuesta cuando me dio esa mirada de policía y me costó bastante reservar mis motivos, no exponerlos al mundo. A pesar de la culpa y de la ira por quedar en medio de dos los posibles extremos, permanecí fiel a mis decisiones.

—¿En dónde está?

—¿Qué cosa? —pregunté intentando sonar inocente.

—La maldita foto, Rach. ¿En dónde la tienes? Gary no la habría tomado.

Me encogí por el volumen de su demanda. Era inútil negar que fuera la responsable de su desaparición, pero prefería omitir su parte de la historia hasta que Marie me diera la suya. Ella podía ser la razón por la que era tan idiota, pero él también podía ser la que explicara por qué el corazón de mi hermana era tan frío. Estaba claro por la manera desenfrenada en la que Marie había intentado contactar conmigo y por cómo Ryan me reclamaba que a ambos le importaba.

—La perdí.

Sus ojos brillaron con furia y dolor a penas contenido. Pérdida. De repente, su piel adquirió un tono pálido y sus brazos cayeron a ambos lados de su cuerpo.

—¿La... la perdiste? —tartamudeó y se me hizo casi imposible emparejar al Ryan frente a mí con el que liberaba intensidad y justicia por cada uno de sus poros.

—Sí —contesté con indiferencia—. La encontré en tu cuarto mientras te ayudaba a acomodarte en tu cama porque estabas borracho y accidentalmente la perdí.

—Rachel, no tenías por qué haberte metido en mis asuntos —gruñó.

Me encogí de hombros, comprensiva y confundida.

—Lo siento.

Aún no podía entender cómo él y ella terminaron juntos. Eran tan diferentes, provenían de mundos tan diferentes. No me refería a la clase social, aunque eso también tenía que ver, sino a sus personalidades. Marie era tan perfeccionista y Ryan tan brusco, pero en lo que sí estaba de acuerdo era en que ambos eran intensos.

—¿Lo sientes? –Caminó de un lado a otro—. ¿Qué sientes? ¿Invadir mi privacidad o abusar de mi confianza?

Y mentirte, añadí para mí.

—Ambas.

Pisoteando como un niño al que le han quitado su juguete favorito, Ryan se acercó a la salida de la cocina. Pensé que todo había acabado hasta que giró su rostro hacia mí. La falta de su usual humor, de su inseparable sarcasmo, dolió. Solo había tristeza, melancolía y rabia en él. Por mi culpa. Y la de Marie, pero mía en su mayor parte por obligarlo a reabrir sus heridas en el presente.

—No debiste tomarla, Rachel —susurró—. No sabes lo importante que era para mí.

Esa era la decepción brillando en sus ojos. Odiaba decepcionar a los demás, pero en este caso no me sentí tan mal porque mis intenciones eran encontrar la manera de ayudar a ambos.

—Tienes que superar el pasado, Ryan. De lo contrario no podrás vivir el presente y mucho menos el futuro —Tomé mi banda elástica para el cabello del piso, la cual se había caído en medio del interrogatorio. Mi hermana nunca dejaría de ser parte de mi vida y estaba segura de no querer que él se fuera de ella, así que tenía que hallar la forma de evitar o disminuir el desastre que ocurriría cuando se reencontraran—. En el fondo ambos sabemos que fue lo mejor.

Dejándolo con la palabra en la boca, me escabullí hacia mi habitación y me dediqué el resto de la tarde a ver repeticiones de Winnie Pooh con Maddie. Cuando se durmió por el peso de su compota de mango, una casera que le hizo Nathan, empecé decidir lo que me pondría para la cena. Gary, con quién había pasado parte de la tarde, se percató de mi indecisión y me ayudó.

—¿Cuál es el objetivo de la noche? —preguntó, lo cual me hizo arrugar la nariz.

—No lo sé, Gary. Supongo que habar.

—¿Hacer hermanitos para Madison?

Fruncí el ceño, enderezando los hombros para darme la vuelta y mirarlo en mi cama.

—Hablar —gruñí.

—Sí, claro —bufó—. Y yo quiero besarme con Emma.

Emma era la dulce vecina de quince años obsesionada con los unicornios a la que no parecía importarle que no fuera pedófilo.

—Solo comeremos y hablaremos de Madison y de...

—...sus futuros hermanos —completó.

—Eres imposible —gruñí, preguntándome a mí misma sí sería capaz de ser indiferente a las cosquillas que sentía sobre mi piel cada vez que pensaba en Nathan.

Gary soltó una carcajada, divertido con mi evidente conflicto interno.

—Hoy Eduardo no vendrá. No tienes que llevarte a Madison –Señaló el pequeño conjunto que elegí para ella—. Yo me hago cargo. Así podrán hacer hermanitos sin que sus ojos se quemen.

—No creo que sea conveniente. —No quería abusar de él, además de que mi hija era la excusa perfecta para que nada intenso pasara entre nosotros—. Perfectamente puedo llevarla.

Levantó ambas cejas con desconcierto.

—¿Y si la noche se pone caliente?

Negué, una ninfómana parte de mí protestando ante el recuerdo de Nathan lamiéndome y mi insistencia en evitar que volviese a suceder.

—Nada se pondrá caliente.

—¿Segura? No solo hablo de sexo, sino sobre las chispas que surgen entre ustedes. Él aumenta tus niveles de locura muy rápido —susurró—. Imagina lo traumada que estará Madison mientras crezca si asesinas a su padre frente a ella.

Pensé en la probabilidad de que se desencadenara una pelea entre Nathan y yo. Ya que había perdido mi capacidad para predecir sus movimientos, en un momento pensaba que haría otra cosa y al siguiente hacía otra, cualquier cosa era posible.

—De acuerdo.

Gary sonrió e inclinó la cabeza hacia mis escasas opciones.

—¿Problemas para elegir un atuendo?

Dejé caer la prenda que sostenía entre mis dedos y asentí, pasando a la otra. No. Absolutamente no. El púrpura no iba conmigo hoy. Todo sería más fácil si me hubiera dicho a dónde íbamos, pero no me respondió cuando le envié un mensaje preguntando. Suspiré y me dejé caer sobre el colchón. Gary se levantó y se dirigió a mi armario, dónde llegó a lo más alto y sacó una caja.

En ella había un vestido blanco de diseñador.

Lo último que me puse de mis cosas en Cornwall.

—No, Gary.

—Es hermoso, Rachel. —Me miró—. Estoy seguro de que sólo lo usaste una vez.

Lo miré. Era la perfecta combinación entre casual y elegante. Se suponía que lo debí haber arrojado a la basura o quemado tiempo atrás, pero ahí estaba. Saludándome, recordándome que existía una historia previa a lo que hoy en día era que no podría olvidar nunca que también formaba parte de mí.

No lo quería cerca de mí.

—Tienes razón. —Le arrebaté la prenda que adquirí en una casa de modas—. Es hermoso y solo lo usé una vez. —Lo doblé y metí en su caja—. Y así se quedará.

Él no protestó, pero algo mientras me ponía de puntas para guardarlo me hizo cambiar de opinión. Gary sonreía con suficiencia mientras me ayudaba con el cierre. El modelo me llegaba un poco por debajo de la altura de los muslos y no tenía mangas. La falda era más ancha que la parte de arriba, pero no tan apretada, en una artística forma asimétrica que se vería horrible si la tela no estuviese planchada. Si mi intensión era apagar la llama entre nosotros, el vestido que usé cuando fui a su oficina y le dije que estaba embarazada lo haría. Gary me ayudó a seleccionar mis tacones, los cuales eran blancos de una sola tira, además de los accesorios. También alisó mi cabello hasta que cayó como una cascada brillante sobre mi espalda y me ayudó a colocarme pestañas postizas. Cuando me miré en el espejo no encontré diferencias externas entre mamá, Marie y yo, pero mi mirada no era la misma que solía tener la última vez que había usado algo como lo que tenía puesto.

Con solo un brazalete decorando mi mano, suplanté mi bolso por un sobre y utilicé una capa del mismo tono blanco champagne por encima de mis hombros. Suspiré antes de hacerle la misma pregunta por centésima vez.

─¿Estás seguro de quedarte con ella? —pregunté con la esperanza de que dijera que no, lo cual me daría una razón para no ir o para llevar a Maddie.

Odiaba ponerla en medio, pero ella era mi heroína con respecto a su padre.

—Sí —contestó mientras la hacía revotar entre sus brazos.

Se había despertado mientras me maquillaba, pero había empezado a llorar al ver cómo mi cabeza había adquirido la imagen de estar flotando en el aire debido al a la sabana negra que había colocado Gary alrededor de mi cuello para que no me manchara. Le di un sonoro beso en la frente a mi bebé, causando que parpadeara varias veces por el choque.

—¿Me llamarás sí sucede algo?

—Sí, Rachel. Te llamaré si ocurre un terremoto, si se acaban los suministros de chocolate en el mundo y si Elena finalmente se acuesta con Damon —respondió rodando los ojos.

Pensé en el último capítulo de The Vampire Diaries dónde Elena finalmente parecía estar cayendo en la tentación que era el hermano malo y gruñí. A menos que la cena incluyera un televisor, esperaba que la cita con Nathan valiera la pena y lograr que mi excitación por él disminuyera o me arrepentiría no haber estado aquí para ver el nuevo y descubrir si por fin había más que miradas entre ellos.

—¿Puedes grabarlo?

Gary puso los ojos en blanco, empujándome hacia la salida con Maddie en sus brazos

—Diviértete y no te olvides de no usar protección.

Con la palabra en la boca, observé cómo Gary batía la mano de Madison y me cerraba la puerta en la cara. Una nube negra me persiguió todo el trayecto hacia la calle, dónde mi vida ya de por sí extraña se hizo aún más extraña cuando un comerciante me obsequió una rara lámpara asiática de papel. Intenté devolvérsela gentilmente, pero salió huyendo. Nunca lo había visto. El obsequio podía ser una bomba disfrazada. Tal vez era el daño colateral de un ataque terrorista.

Ya eran las ocho. Mientras caminaba de un lado con mi obsequio, pensé en Cleo. Ella también me había dejado plantada. Me había llamado para decir que saldríamos a tomarnos una copa después de que terminé con Marie, pero llamó en la tarde y canceló porque Diego había aparecido en el salón buscándola. Me acurruqué dentro de mi abrigo y miré de un lado a otro, encontrando cero señales de población. Temerosa y maldiciendo a Nathan por no aparecer y a mí por ser terca, apreté el cordón que sostenía la flotante lámpara de papel y me acerqué a un bote de basura, apagando la llama y dejándola caer dentro.

—No se puede hacer algo bonito contigo, ¿no?

Sobresaltada, me di la vuelta en medio del oscuro callejón y me encontré con la su amarga sonrisa. Se veía muy bien con su traje y bufanda de lana. Perfecto. Su cabello lucía más largo que ayer. No entendí cómo. Tal vez solo lo había peinado diferente. Lo odiaba. Mis dedos hormigueaban por la necesidad de tocar sus rizos cobrizos en formación. Me recordaban a los de Madison y eso lo hacía peor porque también quería comprobar si a través de los años seguirían siendo tan suaves.

Detesté cada pensamiento en mi cabeza relacionado con él.

Pero a pesar de su impactante apariencia y de su segura personalidad del día de hoy, lo que más destacaba de su imagen era la lámpara china de papel que mantenía con nosotros sosteniendo un cordón, llameando y flotando como estuvo la mía segundos atrás. Probablemente él había enviado al vendedor.

Aclaré mi garganta, de repente seca, para hablar.

—¿Tú lo hiciste? —pregunté señalando a mi lámpara muerta.

—En efecto. –Apagó la suya y se arrodilló para cubrir la mía con ella en el piso como si ocultara un cadáver—. Solo me marché a buscar algo de efectivo en el auto para darle. Eso fue lo que te tomó dañar el inicio de una buena noche, Rachel.

Arrugué la frente.

—Este tipo de cosas dejarían de pasar si solo me dijeras a dónde vamos.

—Se suponía que daríamos un paseo en el parque antes de ir a comer y nos uniríamos a un grupo que las lanzaría. Pero en vista de que no tenemos nada que lanzar, no iremos y únicamente comeremos.

—¿Te gustan ese tipo de cosas? –pregunté imaginándolo leyendo novelas y asistiendo a reuniones de mujeres que compartiesen sus experiencias románticas.

—No —admitió.

Fruncí el ceño.

—¿Entonces?

—Pensé que a ti te gustaría.

—No. Es muy cursi —añadí esperando que dejara de tensar la mandíbula y encendiendo la radio a penas entré en su auto.

Con una melodía de jazz que no conocía de fondo, llegamos a una construcción de cristal en el centro de la ciudad en cuya terraza había un restaurante al aire libre con mesas únicamente para dos personas. A diferencia de su aspecto moderno y frío desde afuera, el lugar estaba lleno de velas encendidas y ofrecía una vista nocturna de Brístol que opacaría cualquier decoración que utilizaran. Claramente no era un sitio familiar. Tampoco barato. Las mesas eran de cristal, sin manteles, y los cubiertos lucían caros. No era ostentoso, pero sí bien elaborado. Nathan me guió hasta la una mesa junto al balcón colocando una mano en mi espalda baja. Desde dónde estábamos teníamos una visión del parque dónde decenas de personas sostenían lámparas parecidas a las que había arrojado a la basura, algunas ya encendidas, otras apagadas. Sentí algo tirar de mí, oprimiéndome, mientras les daba un último vistazo antes de tomar asiento.

Tal vez tristeza ante la oportunidad perdida de formar parte de algo hermoso.

NATHAN:

No sabía si pasaba solamente conmigo, pero cada vez que nuestros dedos se rozaban debido al tamaño de la mesa en la que estábamos la temperatura a mi alrededor ascendía. Estaba acostumbrado a sentirme atraído hacia Rachel, pero el sentimiento que inundaba mi pecho era ridículo.

En el fondo no podía culparme.

Si el día que dejó a Madison conmigo enloquecí en gran parte porque creí que tenía una cita con alguien, en este momento no podía sentirme más estúpido por pensar que se veía más hermosa de lo que alguna vez lo haría. Ahora, sentada frente a mí con la extraña capa que había cubierto su vestido hasta que llegamos, me daba cuenta de lo equivocado que estaba. Frente a mí estaba la personificación de todo lo que había odiado antes de conocerla, todo lo contrario a lo que había buscando en una mujer durante mi vida. No importaba cuánto había huido, me alcanzó en un momento de debilidad y allanó mi sistema hasta obsesionarme.

—¿Nada de ensalada? —pregunté mientras terminaba de darle su orden al mesero.

Apartó sus hermosos ojos de él, lo cual me avergonzaba en admitir que me alivió.

—No —contestó—. ¿Te molesta?

Negué. Para nada. Ella era, después de Natalie, la mujer con mejor apetito sobre el planeta. Me gustaba que lo fuera. Sus curvas debían mantenerse. Era un hombre codicioso. Tampoco me importaría tener un poco más de Rachel para admirar. Su expresión, la que probablemente había puesto allí lista para acompañar la respuesta que me daría si la mía hubiese sido diferente, se suavizó.

—¿Usted, señor?

Gruñendo ante la interrupción, tomé un sorbo de agua antes de repasar la carta y pedir lo primero que vi. Cuando se fue intenté encontrar un tema de conversación a parte de Madison, pero estaba tan nervioso que no lo hallé y termine preguntando por ella. La respuesta me interesaba, era mi hija, pero no quería que malinterpretara mis intenciones. Estaba aquí porque me sentía atraído por ella como mujer, no porque fuera la madre de mi hija y sintiera algún tipo de compromiso.

—¿Madison?

—En casa con Gary —dijo—. El chico que conociste en el gimnasio. El de la cresta.

Tomé un sorbo al recordarlo. Ryan era el que había besado a Rachel. No recordaba bien, pero suponía que Gary era alguno de sus, evidentemente, amigos gays. Imaginaba que también uno de sus compañeros de piso. Aunque no me encontré celoso ante la idea de él cerca de ella, no podía decir lo mismo acerca de compartir a Madison. Era mi responsabilidad.

Mía para cuidar.

—Bien —solté.

Ella era una mamá responsable, casi a niveles preocupantes, y estaba seguro de que no dejaría a Madison con cualquiera.

—¿Bien?

—Sí, está bien.

Frunció los labios, pensativa.

—¿No te molesta que no la haya traído?

—No —contesté tomando su mano—. Quería que estuviéramos solos.

Se sonrojó violentamente.

—No me hables así.

Alcé las cejas.

—¿Cómo?

—Como si acabaras de salir de una novela romántica. Este no eres tú.

—¿No quieres que compare tus ojos con las estrellas? —le pregunté sin poder evitar una sonrisa que se extendió por mi rostro.

Rachel puso los ojos en blanco, la tensión aligerándose.

—Tienes un serio problema —dijo antes de que el sujeto volviera con su plato de lasaña, una ración de pan de ajo y mi estofado.

Después de oírla gemir con la comida por unos minutos, dio esta por terminada dejando el cubierto sobre la mesa sin hacer ningún tipo de ruido y llevando la servilleta a sus labios. Había culminado con la mía mucho antes, así que me concentré en ella a penas hice la orden para el postre. Rachel me había dado permiso de escoger el suyo. Era un sentimiento estúpido, pero saber que confiaba en mí para eso me hizo sentir bien viniendo de una persona que evidentemente no dejaba que otros tomasen decisiones por ella.

—Hace un momento dijiste que tenía un problema.

Asintió mirándome con el ceño fruncido.

—Sí.

—Sé cuál es.

Una expresión parecida a la que Madison ponía en su rostro cuando hacía algo que causaba que se preguntara si estábamos emparentados se apoderó del de Rachel.

—¿Cuál es tu problema, Nathan?

Tragué con dificultad antes de empezar a soltar las palabras.

—No puedo dejar de pensar en ti. —Levanté la mano cuando hizo ademán de interrumpirme, extendiéndola después para acariciar la suave piel de la suya—. Sé que dijiste que no te gusta que sea cursi, pero no puedo evitar tomar cada oportunidad que tengo para recordarte que me gustas, Rachel. No solo se trata de que seas la madre de mi hija. Después de lo que sucedió en el ascensor pensé en esperar, no quería arruinar mi relación contigo, pero cuando dejaste a Madison en mi casa y me dejaste pensando que saldrías con alguien odié la idea de no ser el único que notara todas las cosas buenas que hay en ti. —Hice una mueca irónica mientras repasaba el vestido que utilizaba. Era el mismo con el que había ido a mi oficina con la noticia de que esperaba a Maddie. Nunca olvidaría ese día—. Es gracioso que me sienta así cuando antes me preocupaba de ser el único que notase las malas.

Rachel desvió la mirada hacia el cielo por un momento.

—¿No piensas que solo sea un encaprichamiento?

Negué.

—Desde que te conocí he intentado sacarte de mi cabeza —confesé—. Me sentía atraído por ti antes de saber que no eras una completa bruja. Te odié por ello. —Llené mi copa con vino—. ¿Crees que estaría poniendo en riesgo nuestra relación si solo quisiera que nos acostáramos? Si estoy aquí es porque prefiero intentarlo y fallar a que Maddie tenga un padre que se pregunte todos los días qué habría sucedido de haber luchado por su madre.

—Nathan...

—¿Sí?

—¿Qué sucedería si eventualmente te das cuenta de que no funcionamos bien estando juntos? —preguntó, sus ojos ardiendo por encima del fuego de las velas entre nosotros mientras el chico ponía los brownies de chocolate blanco, la especialidad de la casa, en medio de nosotros—. ¿No te has preguntado si siento lo mismo?

Asentí.

A cada minuto.

—En ese caso te dejaré ir —respondí por más incorrecta que se sintiera la ida—. Lo único que te pido a través de todo esto es que si estás de acuerdo con permitirme intentar que te fijes en mí como yo me fijo en ti, me prometas que independientemente del resultado no perderé mi conexión con ambas. —Bajé la voz—. Ambas son parte de mi familia ahora, Rachel. Es por ello que Madison no es la razón por la que quiero que lo intentemos. Así seamos una pareja o no, siempre formarás parte de mi vida.

Su barbilla tembló.

—Lo prometo —murmuró—. Pero haré que admitas en voz alta que estuviste equivocado cuando te des cuenta de que todo era un capricho.

Consciente de que habíamos avanzado mucho para una noche, no repliqué. Aunque me moría de ganas por seguir insistiendo, los hechos eran lo único que la haría cambiar de opinión. Intentando aligerar el ambiente, me incliné hacia ella y robé una cucharada de su brownie antes de regresar a mi silla mientras lo masticaba.

—¡Nathan! —se quejó.

Reí.

—Lo siento, ¿pensaste que había venido aquí por la vista? ¿Por el ambiente romántico? —Empecé a comer el mío—. No, vine aquí por el brownie. He intentado hacerlo en casa, pero no he podido. Nunca queda bien.

Rodó los ojos, sus labios curvados en una sonrisa.

—Definitivamente tienes un problema.

—Ya sabes cuál es. —Le guiñé mientras un gemido de ella probando el cielo llegaba a mis oídos—. Para solventar la situación de que sepas más que yo que yo sobre ti, ¿podrías responder a un par de preguntas?

—Sí —contestó entre bocados.

—Bien. —Me enderecé recordando la lista que John me había hecho memorizar antes de venir—. ¿Estás completamente soltera?

No se molestó en ocultar que la ofendí. Dejó de comer para usar su cuchara de catapulta y, sin importarle que hubiera personas mirando, lanzarme un trozo de brownie. Me limpié sin sentirme impresionado.

—No soy ese tipo de persona —gruñó volviendo a su postre.

—Créeme, amor, es una respuesta que necesito oír salir de tus labios —proseguí sintiendo que lo había merecido.

Ella no sabía lo mucho que me afectaban las infidelidades después de lo de Amanda, tanto por las que ella me hizo a mí cómo por la que yo le hice a ella, e imaginaba que algún día tendría que contárselo, así que no entendía por qué necesitaba que lo dijera.

—Sí —contestó—. Sinceramente no entiendo por qué te molesta tanto si cuando...

—No sigas por ese camino, Rachel —la detuve sabiendo que estaba a punto de decir lo que sabía de la historia.

Que estuve con ella mientras estaba comprometido.

—Bueno —cedió demasiado rápido—. Ahora es mi turno. —Asentí. La idea era que ella respondería a mis preguntas, no yo a las suyas, pero estaba bien con eso también—. ¿Por qué tu compromiso se rompió, Nathan?

Algún día llegó pronto, pensé.

Decidí ser directo.

—Mi prometida también me engañó —dije—. Con mi secretaria.

La reacción de Rachel no fue la que esperé, puesto que nadie espera ser escupido en la cara con agua en uno de los restaurantes más exclusivos de Inglaterra. Las personas a nuestro alrededor rieron. Fui rápido y me limpié por segunda vez antes de que pudiesen sacar fotos. Rachel también se levantó para ayudarme después de dedicar una ceja alzada a los curiosos, quienes volvieron a lo suyo.

—Lo siento —se lamentó cuando volvió a su asiento—. Aunque me alegra oír que Maddie no fue la razón por la que ustedes se separaron. Admito que me sentía algo culpable después de que me dijeras que habías estado comprometido. —Aflojó su rostro con incredulidad cuando asentí—. Por ella, Nathan, no por ti. —Terminó su brownie—. Nunca le contaste nada sobre nosotros, ¿cierto?

—No —admití sabiendo que sonaba como un cerdo infiel, para nada la impresión que quería que tuviera sobre de mí.

—Una perfecta pareja de infieles —susurró sin creerlo.

—Eso dijo mi madre.

—¿En serio? —Lucía curiosa mientras esperaba una respuesta. Asentí—. ¿Qué más?

—Luego no me habló por una semana o dos, no recuerdo.

No le dije lo muy decepcionada que estaba de mí por no tener a Maddie conmigo.

—Tu mamá se oye cómo alguien a quien le hablaría.

—Lo es. —Sonreí pensando en ellas manteniendo una conversación. Probablemente me dejarían calvo—. ¿Qué me dices de tus relaciones pasadas?

—Sí —respondió con mejillas sonrosadas—. Tuve un solo novio durante toda mi adolescencia. Le iba a dar mi virginidad.

Mi cuerpo se tensó al presentir un mal final.

—¿Qué pasó?

—Cuando estábamos a solo un paso de hacerlo... —susurró cada vez más bajo mientras yo esperaba que dijera que era impotente—... dijo que sentía haberme engañado con Sierra Thompson, pero me demostraría que había valido la pena.

Me paralicé. Acababa de conseguir un engaño peor al de Amanda. Otra cosa además de Maddie que nos unía. Con nuestra experiencia Rachel y yo podíamos abrir un grupo de apoyo. No entendía cómo alguien podía ser tan estúpido y desperdiciar su oportunidad con ella, pero gracias a eso estábamos aquí.

—Lo siento —me disculpé en nombre de la raza humana masculina por a veces ser tan idiota—. Él se lo pierde.

Rachel asintió antes de pasar a la siguiente pregunta. Mientras continuábamos bebimos vino. Le conté cosas sobre mamá. Sobre cómo fue mi niñez. Aunque mis padres no tuvieron la mejor relación y él no fue el mejor, mamá se esforzó por cubrir su ausencia, no física, y ser la mejor mamá—papá de todos. También le comenté que aunque John y yo teníamos muchas diferencias, era un tipo inteligente y me costaba entender por qué nunca había tomado su lugar como accionista mayoritario de la embotelladora. Con la parte de papá que le correspondía y la que su mamá le dejó, tenía mucho más poder en ella que yo. Si para entonces no había estado convencido de que me gustaba y hacía lo correcto arriesgándome, lo estuve cuando me dio su punto de vista sobre la situación. Para ella John no había querido imponerse sobre mí porque, además de que el dinero no le importaba, sabía que manejar la embotelladora me hacía feliz, lo cual era cierto.

Lo que mantuve para mí fue que ahora ella y Madison me hacían más felices.

—Voy al baño. Ya vuelvo —anuncio cuando terminó de contarme la versión llena de caballos, lujos y amor disfrazado en exigencias de su crianza.

Sabía que había más. Lucius y su esposa debieron haber añadido un ingrediente por debajo de la mesa que todavía no habían revelado al mundo.

Lo necesitaría.

Esperaba que Madison algún día fuera como su madre, pero menos desconfiada debido a que no permitiría que nadie la lastimara y sembrara en ella el miedo a amar. Estaba suspirando imaginando a mi pequeña hija creciendo, preguntándome cómo sería su personalidad, cuando mi hermano salió de entre un grupo de plantas junto a nosotros arrastrándose por el suelo. Sus ojos estaban húmedos cuando se levantó para abrazarme con fuerza antes de agacharse de nuevo. Afortunadamente nadie lo veía. El traje de ninja funcionaba.

—Yo también te amo, Nathan. —Me tensé sabiendo que lo decía porque había oído mi charla con Rachel sobre él, lo que probablemente mencionaría siempre que pudiera—. Toma. Tengo poco tiempo. Aún puedes hacer la noche perfecta.

Tenía una sencilla lámpara de papel consigo. El modelo simple, no los exóticos que arrojamos cerca de su edificio. Todavía no eran las once y once, la hora a la que me dijo que un grupo en el parque las liberaría, por lo que las que había en el cielo solo eran producto de accidentes o parejas impacientes. Cuando miré de un lado a otro para asegurarme de que Rachel no estuviera cerca, noté que Luz también estaba entre las mismas plantas de las que él había salido usando el mismo disfraz y las mismas rayas en la mejilla.

Fruncí el ceño.

—¿Trajiste a tu novia embarazada, a punto de dar a luz, a hacer tus ridiculeces?

Me pisó el pie con su mano y gruñí.

—Ella ya lanzó su lámpara, imbécil. Le conté que tú no sabías cómo moverte con Rachel y estuvo más que feliz de ayudar. Cuando vinimos a echarles un vistazo a penas llegamos y nos dimos cuenta de que no tenían una, decidimos remediarlo —se explicó—. Hemos estado esperando que Rachel fuera al baño por una hora.

—¿Así que fue un plan en conjunto?

Asintió incorporándose para desdoblar el papel hasta tenerlo listo y tendérmelo.

—¿Qué se supone que haga si no le gusta?

—¿Quien te dijo que no le gusta?

—Ella.

Puso los ojos en blanco.

—Todas las mujeres dicen que no le gusta algo para aplacar el dolor de no tenerlo.

—Eso tiene sentido —concluí al cabo de unos segundos pensándolo.

—Tengo que irme. Luz y yo tenemos planes. No son la única pareja aquí, Nathan. El mundo no gira alrededor de ustedes —susurró antes de darse la vuelta y gatear hasta un conjunto de masetas dónde ella lo esperaba.

Luz me saludó antes de que se fueran caminando como una pareja normal, vestida normalmente, pero con pelucas y gafas oscuras un par de minutos después. Él incluso dejó propina en el mostrador antes de irse. Iban entrelazados de la mano.

Raros.

Cuando Rachel volvió del baño ya no había rastro de ellos. Desde nuestra altura podíamos ver cómo algunos empezaban a prender fuego a sus lámparas. Ya que John me había obligado a practicar con ellas, sabía cómo hacerlo. Sus ojos grises se abrieron de par en par, emocionados, cuando empecé a imitarlos, algunos a nuestro alrededor haciendo lo mismo. Le di la razón a mi hermano cuando me di cuenta de que no apartaba su mirada de mí. Me avergonzaba admitir que una parte de mí había querido hacer esto. Aunque me había ayudado, la idea era mía. Había pasado toda la noche pensando en la manera de sorprenderla.

—¿De dónde la sacaste?

—Alguien me hizo el favor.

Me encogí de hombros mientras le ofrecía mi bolígrafo para que escribiera su deseo en una de las servilletas de papel del restaurante.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó tomándolo.

—Escribir tus deseos. —Hice una mueca cuando me hizo caso cubriendo lo que escribía con sus manos. Le di la lámpara para que la sostuviera mientras hacía lo propio con mi servilleta—. Supongo que debimos escribirlos primero.

Rachel y yo la sostuvimos apoyados en la barandilla mientras esperábamos que fueran exactamente las once y once de la noche. La escuché reír cuando a una pareja se les escapó y el hombre intentó correr tras ella para atajarla sin éxito. Estaba perdido en el perfil de su rostro cuando sonó el silbato que anunciaba el lanzamiento y ahora no decenas, sino cientos de personas dejaron ir sus deseos para que pudieran o no ser concedidos por el universo.

Ya que nos encontrábamos a metros de ventaja que ellos y fuimos los primeros en soltar uno en el restaurante, el nuestro voló más alto que el de todos ellos antes de que se reunieran en el cielo y lo perdiéramos de vista. Cuando se apoyó contra mí mientras lo veía desaparecer me pregunté qué tan alto llegaría antes de que el papel se rasgara o el fuego dentro de él, lo que lo tenía en el aire, se apagara.

Si nuestros deseos llegarían a hacerse realidad antes de alguna de esas dos cosas sucediera.

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