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Capítulo 30:

RACHEL:

Nathan se había apoderado la otra mitad de mí.

No hablaba de Madison, la cual también tenía, sino de mi teléfono. Estaba convencida de haberlo dejado por accidente en su auto, por lo que me dirigí a su oficina después de dejar a mi hija en la guardería más temprano de lo normal. Me miré en el espejo del elevador mientras me dirigía a su piso para acomodar cualquier imperfección originada durante el camino. Aunque usaba uno de mis vestidos cotidianos, solo por el hecho de estar usando zapatos bajos me sentía diferente.

—¿Puedes avisarle al señor Blackwood que Rachel Van Allen está aquí, por favor?

La secretaria de Nathan me miró mal, pero rodó los ojos y me hizo un gesto hacia la puerta con desinterés. Sin esperar ninguna confirmación de su parte entré en el despacho de Nathan para encontrarme con la escena más extraña ante mí. Él y su hermano bailaban frente a un plasma del tamaño del ventanal de mi oficina. La voz del locutor del partido de fútbol que veían, cuyos equipos no reconocí, anunciaba un gol. Había sombreros de gran tamaño reposaban sobre sus cabezas. El rubio sostenía una escandalosa corneta. Como si no hubieran advertido mi presencia, siguieron moviéndose como peces fuera del agua en un intento de baile de la victoria.

Ambos lo hacían realmente mal.

—¡Rachel! ¡Únete a nosotros! —gritó John siendo el primero en verme.

Al escuchar a su hermano Nathan se giró, sus ojos ampliándose. Dejó caer la mano que levantaba victoriosamente y se ruborizó. Te atrapé. Como si hubiera leído mis pensamientos, alcanzó el mando. Ante las quejas de John bajó el volumen.

—Manejar la embotelladora luce tan complicado —conseguí decir.

—No esperaba tu visita —se defendió.

—Eso es obvio —reí.

John frunció el ceño.

—¿Dónde dejaste a mi pequeña sobrina?

Le dediqué una mirada suave.

—En la guardería, John. Asiste de lunes a viernes. Ese es el horario.

Nathan cerró la puerta antes de tomar asiento tras su escritorio. No puede apartar mis ojos de la manera en la que el traje se acoplaba a su cuerpo preguntándome si tenía permitido pensar que se veía atractivo.

—No te molestes en recordárselo. Él nunca fue cinco días seguidos a la escuela.

John bufó.

—Lo dice quién me obligó a entrar sin permiso en...

Lo que fuera que iba a decir fue censurado por una mirada de Nathan.

—Rachel no tiene por qué saber eso.

—Estoy muy segura de que no tengo que saberlo —añadí sonriéndole a John para calmar la tensión que su malvado hermano había creado.

Instalándome, me senté en un cómodo sofá de cuero para reclamar lo mío.

—Nathan. He venido por mi teléfono.

La falsa extrañez inundó su rostro.

—¿Tú teléfono? Yo no tengo tu teléfono.

—Lo tienes. Me lo arrancaste ayer cuando iba a usar el GPS.

—¿Cómo es tu celular? —preguntó el rubio con una sonrisa sabionda.

Se lo describí consiente del movimiento furioso de la mano de Nathan sobre su escritorio. John soltó una carcajada y se acercó a un archivador. Cuando volvió junto a mí sus dedos traían mi adorado secuaz tecnológico.

O lo que quedaba de él.

—¿Qué...qué le hiciste? —jadeé evaluando el plástico quemado entre mis dedos.

Miles de números que solo se encontraban en mi agenda perdidos.

Mensajes incontables perdidos.

La conexión directa con mis clientes perdida.

El culpable, Nathan Blackwood.

Lo miré.

—Rachel... se mojó por accidente. Se apagó. Luego no encendió. Intenté cargar la batería, pero no funcionó.

—¿Con una batería de auto?

Se encogió.

—Pensé que funcionaría.

—Pues no funcionó —chillé sabiendo que sonaba como una adolescente, pero asombrada de que el padre de mi hija pudiese ser tan estúpido.

—Te compraré otro.

—No, Nathan. —Me levanté—. Tú no solo me comprarás otro. También conseguirás que mi nuevo teléfono tenga cada letra que perdí en él.

Nathan asintió.

—Por supuesto.

John, con aire arrepentido, puso una mano sobre mi hombro.

—Lo siento, Rachel. No debí meterme —dijo sonando realmente sincero—. ¿Un café y unos pastelitos para que te sientas mejor?

Su mirada de cachorro entristecido pudo conmigo, por lo que asentí, las comisuras de mis labios levantándose. Muy contrario a las llamas que sentía arder dentro de mí debido a su hermano, John tenía ese efecto calmante en mí.

—Ya vuelvo.

El eco del sonido que produjo la puerta tras cerrarse repiqueteó por toda la habitación.

—¿Quieres hablar del horario de Madison?

Negué. Hoy no. Tenía cosas que hacer dentro de una hora y con mi mal humor llegaría a un acuerdo con Nathan cuando Maddie tuviera dieciocho si empezábamos en este momento.

—¿Quieres...?

—No, Nathan, no quiero hacer nada. Quería mi teléfono, pero lo has dañado, así que esperaré a John, que no dañó mi teléfono, y me iré.

Nathan asintió y volvió a su asiento sin apartar sus serenos ojos de mí, haciéndome sentir extraña, como una niña malcriada. Mi rabia creció. Me enfadaba no enfadarme completamente con él. Tenía una rabieta que en su sesenta por ciento se basaba en ello, en la impotencia. Él había arruinado mi teléfono y otras cosas, no podía simplemente quedarme tranquila con que me diera uno nuevo, flores y bombones.

¡Era inaceptable!

La puerta se abrió y quien entró no fue John.

—¿Tú?

Loren estaba tan sorprendido de verme como yo de verlo a él.

—¿Rachel... qué... qué haces aquí? —tartamudeó.

—Vino a buscar su teléfono —John saltó tras de él y me entregó una taza de su exquisito café. Su otra mano sostenía una bandeja llena de pastelitos, agarré uno.

No aparté los ojos de mi hermano, un sombrero y una bufanda alrededor de su cuello.

Pensé que no le gustaba el fútbol, pero la decepción en su mirada al ver que iniciaba el medio tiempo me dijo que no era así.

—¿Por qué tienes que buscar tu teléfono, Rachel? —preguntó tomando asiento a mi lado, sus ojos analizándome.

Mi padre lo hacía, Loren lo heredó y sabía cómo pasar por ello, así que no me preocupé por su interrogatorio.

—Lo dejé en el auto de Nathan ayer.

Loren levantó sus gruesas cejas. Cuando habló sonaba molesto.

—¿Qué hacías en el auto de Nathan ayer, Rachel?

—¿Pensé que tener un bebé haría que dejaras de ser inmiscuirte?

Su expresión no cambió.

—¿Qué hacías en el auto de Nathan ayer, Rachel? —repitió.

—Fuimos con Madison al parque acuático.

Su semblante se relajó al mencionarla, una sonrisa apareciendo en su rostro.

—¿Eso quiere decir que arreglaron sus asuntos? —Asentí. En realidad lo habíamos arreglado el domingo en la fiesta de Luz—. ¿Cómo está mi pequeña sobrina?

John lo apuntó con el mando del televisor antes de subir el volumen de nuevo.

—Esa es mi frase.

—Bien, se divirtió mucho. Mañana nos pondremos de acuerdo sobre cómo proceder. La idea era encontrarme con Nathan entonces, pero tuve que venir hoy porque dejé mi teléfono en su auto —le expliqué—. El cual destruyó.

—Las llevé al parque acuático en vista de que tu hermana quiere meter a mi hija en una piscina y pensé que eso la haría cambiar de opinión —añadió el castaño en un intento exitoso de desviar la atención de Loren de mi teléfono a Maddie.

Loren rió.

—¿Por qué estás en contra? Me parece bien que haga deporte desde pequeña.

Sonreí, satisfecha de tener un cómplice. Gary y Eduardo habían detestado la idea casi tanto como Nathan. Después de beber mi café y escuchar a Loren hablar sobre inversiones con Nathan y John, decidí que era momento de irme. Una nueva clienta, Leila Spencer, me esperaba en la agencia. No sabía lo que quería aún, no le había dicho nada a Cristina, así que estaba más que interesada en reunirme con ella y desentrañar el misterio. Le hice entender a Loren que me debía muchas explicaciones y a Nathan prometer que me llevaría el nuevo teléfono a más tardar mañana antes de irme. Besé la mejilla de John.

—Estuvo delicioso. Como siempre —le agradecí.

La secretaria de Nathan no me tomó en cuenta cuando salí, pero sí alzó la vista de su escritorio cuando este salió tras mí y colocó una mano en mi espalda baja.

—Vamos, te acompañaré abajo.

—Nathan...

—Ayer te dejé ir porque estabas cansada, Rachel —soltó—. Hoy no.

—Bien —acepté.

No quería otra escena en su trabajo.

Esperamos el elevador en un reconfortante silencio. Mi cuerpo se tensó cuando me siguió dentro de él, originando a su vez un sentimiento extraño dentro de mí. No sabía si me sentía cómoda o incómoda con su presencia. La incertidumbre aumentó cuando extendió su brazo por encima de mi cabeza y presionó un botón rojo que detuvo el descenso. Aunque entré en pánico por el movimiento que la caja de metal hizo al parar, lo que realmente me asustó fue el hambre que vi en sus ojos cuando colocó su mano derecha al nivel de la otra y me acorraló. Su cuerpo temblaba para el momento en el que sus labios se separaron, dejando escapar palabras que nunca pensé oír.

—¿Sabes qué que me ha detenido cada vez que he querido besarte?

Negué.

—Nathan, no hagas esto, por favor. No lo arruines así. A penas he empezado a sentirme bien contigo alrededor y...

Su rostro se arrugó con dolor.

—Exactamente eso, Rachel. —Se alejó, lo cual me permitió respirar con normalidad y no como si mis pulmones tuviesen un agujero por el que se escapara el aire—. Lo que me aleja de ti es el hecho de que haga lo que haga tal vez siempre me odiarás, lo que me está enloqueciendo porque no sé cómo se supone que debo comportarme con la mujer que me gusta, pero que nunca se fijaría en mí por el daño que le hice. Sé que si te beso querré más de ti, pero tú no y Madison no merece esa especie de conflicto entre sus padres. —Reanudó el curso del elevador, pero se quedó un nivel antes que yo. Antes de irse me miró como si esperara que lo contradijera, pero no hice. Tenía razón. Nunca lo vería de esa forma—. Nos vemos mañana.

NATHAN:

Cerré los ojos, el alcohol quemando mi garganta. Eché el cuello hacía atrás y recorrí el borde de cristal por centésima vez, ignorando los gritos de John y de Loren. Me había dejado convencer por John de comprar el plasma y lo lamentaba. El par había convertido mi oficina en un estadio, barril de cerveza incluido. Después de la marcha de su hermana Loren decidió convertirse en el mal ejemplo que de verdad era.

¿Quién lo diría?

Mientras ellos eran alabados por las pasantes recién contratadas del primer piso, las cuales el pelinegro encontró de camino aquí con su barril, no podía estar de peor y humor. Había descubierto lo débil que podía ser ante mis deseos ya que algo me poseyó y acosé brutalmente a Rachel cuando se iba. La máscara de confusión que pude ver en su rostro antes de que me diera cuenta de lo que había hecho y huyera lejos de ella me carcomía por dentro.

Ella claramente no estaba interesada

Yo no tenía ninguna excusa para justificar mi comportamiento.

El cual incluía haber derramado agua accidentalmente sobre su teléfono, el cual bajé de mi auto consciente de que ella lo había dejado ahí porque tenía pensado devolvérselo con carga, cuando su pantalla se alumbró con el nombre del policía. Cuando me di cuenta de lo que había hecho busqué un montón de tutoriales en internet que me ayudaran, pero solo logré arruinarlo más y ahora tendría que conseguir que se metieran en él para recuperar sus datos para el otro teléfono.

—¿Piensas en mi hermana?

Separé los ojos para encontrarme con la cara de Loren.

—¿A qué hora se supone que este sujeto estaría aquí? —pregunté a cambio.

—Elliot ya debería estar aquí con él. El idiota piensa que le hará una entrevista a un nuevo cantante en la ciudad —respondió aceptando con demasiada rapidez el cambio de tema—. Su profesionalismo se nota en el hecho de que no averiguó que la dirección que le dimos es la de la embotelladora.

Estaba hablando de Marcos Dimitri, mejor conocido como el bastardo que perseguía a Rachel y enemigo personal de John, quién me había contado sus avances con Luz y sobre cómo esta solo había aceptado salir a tomar un café con él, pero aún así seguía queriendo hacerlo pagar por usarla. Unos minutos después la puerta de mi oficina se abrió y Diego entró sosteniendo dos bolsas llenas de frituras.

—John. Loren —saludó.

—Diego —respondió el último.

Fruncí el ceño.

—¿Ustedes dos se conocen?

Loren gruñó y el recién llegado soltó una carcajada.

—Loren me contrató para que acomodara su casa en Dubái. —Se encogió de hombros—. También asistía al campamento, Nathan. ¿No lo recuerdas?

Negué. No habíamos sido los más populares entonces, además de que los primeros años que fui de niño John era la única persona con la que hablaba. Dejándolos rememorando viejos tiempos, me acerqué al mini bar y tomé una botella. Después de una conversación por teléfono en la que me insultó por no habérselo dicho antes, al parecer era el único que no lo había deducido por sí mismo, todos los presentes en mi oficina estaban al día de mis avances con Rachel. Por fortuna no había tenido que pasar la etapa de la decepción y de la furia con él debido a que había estado conmigo a través de los meses en los que me sentí como la mierda.

Media hora después de que el último secuaz llegó, el teléfono sonó.

—Llegó un editor con su reportero diciendo que vienen a ver a un tal Freddy Cooper, pero ya les he dicho que aquí no vive ningún Cooper. No se quieren ir. ¿Puede venir a pulsar el botón? No quiero equivocarme y que el edificio explote —lloriqueó Lucy.

Puse los ojos en blanco. Recordaba haberle dado instrucciones de que dejara entrar a cualquiera siempre y cuando no estuviera en medio de algo y me avisara antes, lo cual no había hecho con Rachel.

—Que pasen.

—¿En serio?

Me tomé el puente de mi nariz. Dios.

—Sí.

—De acuerdo.

Solté un suspiro y le informé a los presentes la llegada del acosador. El rubio tronó sus nudillos. Loren, por su parte, bebió otro vaso de su barril y se quitó el ridículo gorro mientras se despedía de las mujeres que invitó. Diego estaba aquí para hacer de policía bueno, así que conservó su bufanda y se relajó en el sofá de cuero. Cuando Marcos Dimitri entró y el editor de la revista para la que trabajaba se marchó con una inclinación, intentó escapar, pero John cerró la puerta con un golpe, reteniéndolo.

—No hoy.

El que solo podía ser descrito como un fosforo, palideció cayendo en cuenta de la emboscada. Loren lo empujó con la lata de cerveza en mano hasta que cayó sobre una silla que había en el centro de la habitación sobre él.

—¿Quieres? —le ofreció.

Él negó repetidamente, decepcionándome. Había esperado un desquiciado mental adicto a la fama, no un principiante, a pesar de la insistencia de Loren de que sería un caso rápido de manejar. Si todo salía bien me permitiría sentir lástima por él y hablaría con su jefe para que lo aceptara de vuelta.

—¿Sabes por qué estás aquí? —le pregunté.

Él asintió.

—Dilo.

—Yo... yo... te fotografíe y... y a... a Rachel —tartamudeó, su frente sudando mientras su cuerpo temblaba—. Y a ti... —Miró a Loren, seguidamente a John—. Y a ti. —Ahora sus ojos se enfocaron en Diego—. A ti no te fotografíe. Lo juro. Ni a ti ni a Luz. Tu hermana es agradable.

Loren soltó una carcajada cínica, el aura Van Allen rodeándolo.

—¿Qué vale tu palabra? ¿En serio nos pondrás en esa posición? —Bufó mientras tomaba un sorbo de su cerveza—. ¿Después de que prometieras dejar a mi hermana y a mi sobrina en paz y de todas maneras siguieras persiguiéndolas yendo tras su hermana? —Señaló a Diego—. Seguro hasta tienes planos de él en el baño.

Marcos se ruborizó.

—Solo quería la historia completa. Me di cuenta de que había más tras lo que pensé que solo era un chisme cuando Nathan se esforzó tanto en negar su compromiso, por lo que debía haber algo más que tuvieran en común. Pensé que eso sería negocios, pero no. Tienen una niña. Algo que va más allá del amor. —Suspiró con ilusión, claramente olvidando a los cuatro asnos que querían devorarlo crudo—. La manera en la que ocurrió. Cómo la dejaste. —Me miró con algo parecido al odio—. Lo mucho que ahora luchas para acostarte con ella. Cómo obtuviste su perdón. —Loren fue su siguiente objetivo—. Quería plasmar el abandono de su familia. Como aún en pleno siglo veintiuno la juzgaron, pero ahora que se han dado cuenta de su error planean volver como si nada. —El hermano de Rachel cerró los ojos por un momento. Cuando los volvió a abrir estaban carentes de emoción—. Quería que todos se dieran cuenta de lo que realmente es criar a un niño solo. Rachel era el ejemplo perfecto. —Me miró y a John—. En el transcurso descubrí que el mundo es pequeño. El tío de Madison está enamorado de la hermana del mejor amigo del padre, que a su vez tiene un romance secreto con la mejor amiga de la madre, la cual no sospecha que su hermano...

—Suficiente —lo cortó Loren, una mano cerrada alrededor de su garganta.

La curiosidad se abrió paso en mí aunque me encontré completamente de acuerdo con que lo callara. ¿Qué iba a decir Marcos que podría afectar a Loren? Diego fue el primero en levantarse y apartarlo del pobre bastardo que hiperventilaba como un pez fuera del agua. Rojo por la falta de aire, tosió sobre mi alfombra nueva. Eso, junto con el hecho de que me mirara como si tuviera que darle explicaciones a otra persona, me hizo explotar. Me arrodillé junto a él y le ofrecí una cerveza, la cual aceptó. Los goles no eran mi estilo. Prefería llevar la fiesta en paz, pero no eso no me quitaba las ganas.

—¿Entiendes que no puedo permitir que publiques un libro sobre nosotros?

No solo por el hecho de que la idea sonaba escalofriante y traería polémica, sino porque no me sentiría bien con Madison leyendo lo que pasó desde el punto de vista de otra persona que no fuera su madre o yo.

—Sí —respondió.

—¿Y entiendes que no puedo permitirte seguir siguiendo a la madre de mi hija?

Sus labios se juntaron en una línea recta.

—A ti no debería importarte, ¿no las dejaste tiradas? —Miró a Loren—. ¿No las dejaron solas ustedes dos? ¿Por qué vienen ahora a arruinar todo lo que han hecho?

—¿Entiendes? —repetí.

Asintió.

—Bien —dije mientras me levantaba—. ¿Qué haremos al respecto? Supongo que no te gustaría perder tu trabajo...

—... o quedarte sin manos con las cual trabajar —añadió Loren desde el otro lado de la habitación dónde estaba siendo retenido por Diego y John.

Él quería matar al chico, por alguna razón, más que yo.

—Pero no quiero seguir viendo más la basura publicas —continué.

Él jadeó.

—No puedo, tengo que...

Diego no le dejó terminar.

—¿Alguien te está pagando?

Fruncí el ceño. Esa era una variante en la que no había estado pensando.

—No. Estoy haciendo esto solo. —Rodó los ojos acomodándose en la silla—. No todos nacemos ricos, ¿saben? No todos contamos con una hermosa mujer que se haga cargo hasta que seamos lo suficientemente hombres, tampoco.

Su tono había pasado de la timidez a la ferocidad en un instante, lo cual me hizo pensar que además de adicto a la fama, probablemente se había enamorado de Rachel. Ahora entendía por qué se lo tomaba tan a pecho.

No fui el único que se percató de ello.

Loren dejó caer la cabeza pesadamente hacía atrás y soltó una carcajada.

—Debes estar loco si piensas que alguna vez se fijaría en ti —dijo.

—Amigo, estoy empezando a pensar que tu hermana es el problema. Está demasiado buena. Incluso yo lo intenté —soltó Diego con el seño fruncido, lo cual ocasionó que tanto el hermano de Rachel como yo lo mirásemos mal y que levantara las manos en señal de paz cuando se dio cuenta de nuestra relación—. Pero siempre supe que era Nathan era el papá de Madison, así que nunca fue nada serio.

John palmeó su espalda.

—Creo que Van Allen ya no te considera su amigo. Acabas de decir que nunca consideraste a su hermanita como algo serio.

—¿De dónde conoces a Rachel? —le pregunté a Marcos.

Lidiaría con Diego luego.

El pelirrojo tuvo el descaro de sonreír.

—Rachel y yo estamos juntos. Nos vemos todos los días en la guardería. Ella siempre tiene tiempo para conversar conmigo y solo tengo que deshacerme de ti para...

El que ahora sí consideraba un maniático acosador adicto a la fama, cayó al piso por uno de los antebrazos del sillón, su nariz sangrando por el impacto de mi puño.

John me pasó un hielo de la cava portátil de Loren.

——Creo que ahora no recordará qué estaba escribiendo. Ni siquiera yo lo habría golpeado tan fuerte. Acabo de descubrir que no puedo estar celoso de él. Ahora veo por qué Luz me dijo que ni siquiera se habían besado. Según lo que me dijo está traumado porque su ex lo dejó solo con el bebé que tuvieron. Me da lástima.

Loren se encogió de hombros con indiferencia.

—Podemos ayudarlo siempre y cuando no siga tras de nadie.

Diego chasqueó la lengua.

—También pagar su cuenta de hospital, también.

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