Capítulo 28:
NATHAN:
A parte de Madison y Rachel, no existía nada más.
No importaba nada más. Solo ellas dos. Sus sonrisas y sus ojos sobre mí. Después de haber prácticamente suplicado por ello, mataría a cualquiera destruyera mi momento.
—No así, pequeña flor —le dije a Maddie enseñándole a tocar la pantalla táctil de mi iPhone con sus yemas de bebé—. Así.
Madison balbuceó antes de arrancarlo de mis manos. Mi corazón se sentía cálido. Lamentaba no poder darle algo más que un teléfono para su entretenimiento, merecía lo mejor, pero había dejado los juguetes que compré para ella en casa porque nunca pensé que el día terminaría así. La curiosidad que mostraba y su ceño fruncido crearon más adoración dentro de mí de la que creía poder aguardar. Era tan perfecta que me parecía poco creíble que la mitad de ella viniera de alguien tan imperfecto como yo. La amaba y en este momento amaba a Rachel por dejarme tenerla.
Me arrastré por el piso a su lado, importándome una mierda parecer un imbécil sentimental. Miró hacia mí como si no entendiera lo que hacía. Sus manos se extendieron y estaba a punto de cogerla cuando Rachel se arrodilló junto a nosotros. La pelinegra estiró una manta plástica con el dibujo de una exploradora con mochila morada y un mono de botas rojas. Madison rápidamente los reconoció y señaló.
—Es su programa favorito.
Alce la mirada para encontrarme con los ojos grises de Rachel y las miles de emociones que ahí permanecían. Su profundidad era tal que con facilidad nadaría dentro de ellos. Necesitaría usar un salvavidas para no ahogarme.
—¿Le dejas ver televisión? —pregunté, entusiasmado por obtener más información.
Quería todos los detalles de su corta vida.
Mientras hurgaba dentro de la pañalera, Rachel asintió. Sus movimientos eran ariscos. Mecánicos. Había sido perseguido por mujeres a lo largo de mi vida, pero cuando la veía tenía la impresión de que nunca intercambiaría más que palabras con ella. Me preguntaba si simplemente se trataba de su personalidad o si simplemente era buena escondiendo esa clase de emociones.
También existía la posibilidad de que no fuera su tipo.
Pero si yo no lo era, ¿cuál era su tipo entonces?
—¿Perdón?
Bajé la mirada. ¿Había dicho eso en voz alta? Me moría por conocer la respuesta, pero no le podía exigir explicaciones de por qué era tan indiferente a mí.
—¿Cuál es su tipo de pañal?
Rachel contestó dándome un discurso de cómo Madison había tenido que usar pañales de tela los primeros meses debido a la extra sensibilidad de su piel, de cómo había encontrado una marca de pañal que no le producía alergias de ningún tipo y de cómo la abuela de su antiguo jefe le regaló una crema que hacía maravillas. También me habló de cómo aplicar el talco. A pesar de que le presté atención a cada palabra salida de su boca, no pude centrarme bien debido al movimiento de sus labios rojos.
—Llegó el momento de la verdad.
Acepté el pañal que me ofrecía, apreciando su sonrisa con una mezcla de disgusto y satisfacción. Sí, había llegado el momento en el que le iba a cambiar el pañal a Madison por primera vez.
Mis dedos temblaban.
Mi corazón bombeaba rápidamente.
Siguiendo las indicaciones de Rachel, desabroché los dos seguros, levanté su par de piernas regordetas, jalé el pañal y...
Maldición.
—¿Cómo es posible que algo así venga de ella? —pregunté entre arcadas.
Rachel soltó una carcajada, divertida con mi consternación, mientras se recostaba en el piso y jugaba con Maddie. Ella me miraba inocentemente desde abajo, haciéndome sentir mal por quejarme. Amaba a mi hija, pero esto era demasiado. Su madre me observaba con una sonrisa mientras doblaba el plástico y me levantaba para llevarlo al cesto de la basura junto a las toallas que usé para limpiarla.
—Tranquila. Papá está aquí —le dije a Madison cuando se asustó debido su risa.
Fruncí el ceño cuando finalmente llegó el turno de colocarle el pañal nuevo. No recordaba si los dibujos debían ir por delante o por detrás. Me tardé en decidir el cable que tenía que cortar y la bomba explotó. Madison se agitó, intentando alcanzar un juguete sobresaliente de la pañalera, pero a causa de que jalé sus tobillos hacia arriba no pudo alcanzarlo y se molestó. Su grito casi rompió mis tímpanos. Su usual carita alegre se transformó en una máscara de rabia y sus puños se apretaron a ambos lados de su cuerpo. Le puse talco y el pañal lo más rápido que pude y yo mismo le tendí el pulpo que había querido, pero pese a ello siguió llorando desconsoladamente.
Parecía que su pequeño mundo se había desmoronado.
Yo no estaba jodidamente preparado para esto.
—Ya está. Eres libre de hacer lo que quieras, pequeña flor —susurré en su oído, intentando calmarla, y lo único que obtuve fue un llanto más fuerte.
No me había equivocado y mis rezos, oraciones y plegarias habían sido en vano. Madison había sacado el carácter, el infierno de carácter, de su mamá. Recordando a Rachel, la busqué por cada rincón de la habitación esperando que pudiera ayudarme. Cinco minutos después cerré la puerta del armario y llegué a la conclusión de que se había ido. Me había dejado solo con Madison en mi concentración por ser un buen padre. Corrí al baño con una jadeante Maddie y me lavé las manos. Podía estar molesta por el olor, ¿No? Yo lo estaría. A nadie le gustaría que se le acercaran con las manos llenas de...
Mierda.
Por la forma en la que sus ojos se arrugaron cuando salimos, preparándose para dar otro grito, la ventilación y el aroma no tenían nada que ver con su mal humor.
De vuelta en la habitación traté agitando el muñeco de felpa cerca de su nariz. Sus lloriqueos, moqueos y sollozos abrumadores cesaron por un rato antes de volverse más fuerte que antes. Sus pulmones debían ser estudiados por profesionales. Sintiéndome mal, no podía creer la manera en la que había arruinado la primera vez que le cambiaba el pañal a mi hija, arrastré mi espalda sobre la pared mientras caía en suelo con ella en brazos. Nunca la escuché llorar antes. Lo odiaba.
¿Qué había hecho mal hice mal? Extendí mis brazos, alejándola para mirarla.
—Eso es trampa, Maddie, solo me mostraste el lado bueno.
Podía jurar haber visto diversión en sus ojos antes de que abriera la boca y gritara de nuevo. Desesperado, la deposité en el centro de la cama en posición sentada y la rodeé de almohadas para evitar que se cayera. Traje la pañalera conmigo y comencé a sacar las cosas que se encontraban dentro, esperando encontrar algo para calmarla.
¿Un pato de hule?
Se lo mostré y ella se desplomó sobre su espalda, gimiendo con actitud agónica.
¿Una cobija?
La expresión que me dio me hizo saber que no creía que estuviéramos emparentados.
—Soy tu padre. No me puedes mirar así, pequeña flor —la regañé, lo cual hizo que llorara aún más.
Me maldije antes de seguir hurgando en su pañalera.
¿Un pijama/disfraz de Barney? ¿En serio? ¿Ese programa no estaba fuera del aire? ¿Qué tenía de divertido un dinosaurio púrpura con espíritu Glee, además? Lo acerqué a mi rostro. ¿Dónde están los agujeros para respirar?
Mi pequeña flor pensaba lo mismo que yo. Su rostro se llenó de pánico al verlo.
Tomando nota mental de quemarlo a la primera oportunidad que tuviera, tomé lo siguiente. Un biberón con... contenido amarillo que olía a mango. Se lo tendí. Le dio un manotazo. Me desesperé aún más. No tenía hambre. No olía mal. Estaba cómoda, rodeada de almohadas hechas de plumas reales en una de las habitaciones de la que fácilmente podía ser la casa más cara de Brístol, pero lucía tan infeliz que me hacía infeliz a mí también.
Estaba a punto de darme por vencido, sacando un par de medias con abertura para los dedos, cuando la puerta se abrió y Rachel entró. Traía una sonrisa dulce que no dejó de ser dirigida a nuestra bebé. Sus pasos hacia nosotros se sintieron como el camino hacia el alivio haciéndose cada vez más corto. Tampoco podía negar que me distraje por un momento con sus curvas.
—No entiendo porque llora. Yo no le hice nada. Todo iba bien hasta que...
Me callé al ver como Madison dejaba de llorar, su respiración controlándose y sus labios succionando furiosamente el chupón que Rachel metió en su boca. Permaneció quieta dentro de sus brazos de Rachel mientras sus ojos se cerraban. Una sonrisa se extendió por mi rostro ante los pequeños gimoteos de ardilla que hacía en sueños, los cuales cesaron cuando me incliné sobre ella para depositar un beso sobre su cabeza.
—Duerme a las ocho a más tardar.
—¿Por qué?
Rachel rodó los ojos e hizo una seña para que bajara la voz. Ya debía estar pensando que era un padre de mierda por no poder consolar a mi hija, así que me limité a asentir. No quería despertarla y depender de su madre para dormirla de nuevo. La idea era demostrarle que sí podía con la responsabilidad, no necesitarla para todo.
—No lo sé, siempre ha sido así. Tiene que dormir temprano o se desespera.
—Imagino que en los bebés es normal.
La dejó en el centro de la cama luego de acomodar el nido de almohadas que yo había creado. No logré apartar mis ojos de sus movimientos en ningún momento. Ella negó con la cabeza mientras dejaba un beso en la frente de Maddie y la cubría con la cobija que había estado en su pañalera.
—No solo eso, Nathan. Ella nunca fue un problema —dijo, sus ojos sobre mí mientras lo hacía—. Tuvimos el mejor bebé. Lamento que te lo hayas perdido.
Tragué.
La palabra problema era un punto débil entre nosotros.
—Lo tuvimos —dije asintiendo en su dirección y siguiéndola al balcón de la habitación, el cual ofrecía un vistazo de la fiesta que continuaba desarrollándose abajo a pesar de la aparición de Phill.
—Cuando estaba más pequeña no lloraba a menos que tuviera hambre o gases. Dormía siempre al mismo horario. Como no molestaba en lo absoluto, cuando oías su llanto hacías hasta lo imposible por solucionarlo.
—Ella te hace sentir como la mierda cuando está triste, ¿no?
Soltó una débil risa.
—Lo hace con todos.
Observé a mi pequeña manipuladora emocional dormir mientras Rachel recogía sus cosas. Temía que a cualquier movimiento hiciera se cayera. Era tan pequeña y delicada. Fácil de resultar herida. Como el infierno que lo permitiría. Renuncié a la visión de su madre agachándose frente a mí para observarla dormir. Todavía sentía que este no era mi realidad y que en cualquier momento podría despertar, que mi sueño era tan frágil como el de mi hija, a pesar de que sabía que haciendo cambiar a su madre de opinión no era la única forma de conseguirlas. Desde que supe que era mía había tenido la opción de comprarlas, chantajearlas u obtenerlas a la fuerza, pero nunca las haría sufrir así. No más.
No por mí.
Minutos en los que aceptamos la cena que nos trajeron y comimos en silencio pasaron, pero no los suficientes. Eran las once y media de la noche cuando Rachel se acercó a mí diciendo que ya debían irse. Las alarmas saltaron tanto por la idea de ellas no consiguiendo a alguien adecuado para llevarlas como por tener que alejarme. Me había distanciado tanto de la realidad que ni siquiera recordaba que no estábamos en mi casa y que incluso de serlo se irían, pero quería, no, necesitaba más tiempo.
—¿Puedo llevarlas? —pregunté cuando cerré la puerta de la habitación tras nosotros.
Rachel negó con la cabeza repetidamente como si la idea de mí llevándolas le resultara inaceptable. Mis esperanzas cayeron cuando jadeó y frotó su frente como si le doliera. Madison se agitó entre mis brazos ante el sonido de su madre quejándose.
¿Tanto mal le hacía estar cerca de mí?
—No, necesito pensar. Ya hoy ha sido muy...abrumador. No... puedo más, ya es...
Hizo una pausa sin culminación, apretando sus labios juntos hacia adentro, justo cuando iba a coger a Madison. La pañalera descansaba sobre mi hombro.
—Las acompañaré hasta que se vayan, Rachel.
Parpadeó mucho antes de hablar, su voz sonando desconcertada.
—Está bien —soltó yendo por la carriola que había llegado sola o arrastrada por uno de sus trabajadores al interior de la casa.
Madison frotó su nariz en mi cuello y apreté un poco más mi agarre sobre ella, su aroma a bebé invadiendo mis fosas nasales. En el camino hacia la redoma de la entrada me di cuenta de que debía estar teniendo un buen sueño porque no se despertó con el sonido de la música que provenía del jardín. Rachel se giró hacia mí cuando le pregunté por qué no se había despedido de nadie.
—Lo hice mientras le cambiabas el pañal. Obtuve su chupón del cuarto de Luz, asistí a la apertura de regalos y me despedí de todos. Dejé a Cristina a cargo. Lo hago siempre que no puedo quedarme o no asisto —explicó en voz baja—. Por lo general no suelo estar hasta tan tarde si vengo con Madison, pero en vista de las circunstancias prácticamente no tuvimos otra opción.
—Lo siento —me disculpé aunque de verdad no lo sentía y ambos lo sabíamos.
Nuestra charla no pudo continuar por la presencia de un imbécil en el recibidor que anotaba datos en una libreta mientras tomaba la declaración de Diego. Todos los músculos de mi cuerpo se pusieron en tensión cuando nos acercamos lo suficiente como para poder confirmar que era un policía de verdad y no un stripper.
¿El sujeto realmente era legal? Mierda, no solo era legal.
Era la ley.
Adiós a la idea de conseguir un parche negro y alejarlo.
Por primera vez tenerlas fue mi segunda prioridad, siendo la primera mantenerlas. Cada parte de mí fue dominada por la necesidad de marcar territorio. Incluso me planteé la posibilidad de orinar alrededor de ellas. En el recital había visto la forma en la que él las codiciaba, no solo a Rachel. Quería el paquete completo, lo que incluía a Madison. Era una doble amenaza por ello. Era hombre y me daba cuenta de la competencia. Con Diego fuera de la ecuación, era mi único y verdadero rival.
Empujé a Rachel suavemente con el hombro, dirigiéndola hacia el balcón en lugar de a la entrada principal. La salida trasera. Saldrían por allí y el idiota no las vería. Las llevaría yo a casa. Encontraría la forma de convencerla o dejaría de llamarme Nathan Blackwood. Me encogí de hombros ante su mirada confundida.
—Hay mucha gente y podrían despertar a Madison. Iremos por detrás —mentí—. Prefiero el eco de la música que la voz de un montón de personas.
—¿Eso te preocupa? ¿Despertarla?
—Sí, Rachel. Me preocupa y no quiero volver a repetirlo nunca más. A estas alturas ya no debería tener que hacerlo —respondí obviando la verdad una vez más.
Recorrimos una porción del jardín, entramos en un corto laberinto de rosales y llegamos a la caseta donde estacioné. Me gustaba el lugar. No lo conocías a menos que formaras parte de la familia. Diego y yo habíamos pasado gran parte de nuestra infancia y adolescencia haciendo reuniones ahí. Las hojas crujieron bajo nuestros pies, siendo este el único sonido a parte del que provenía de la fiesta.
—¿A dónde vamos?
Sonó tan tímida cuando preguntó que no pude evitar formar una sonrisa irónica, pero no respondí. Sus mejillas estaban sonrojadas tras haber empujado el carrito a lo largo del camino rural. La ayudé con mi mano libre. Mi BMW aguardaba junto a la construcción de madera. La sentí estremecerse contra mí ante la oscuridad. Rachel tropezó y soltó un grito cuando estuvo a punto de caerse.
—¿Qué es esto, Nathan? —se quejó—. Sé que dijiste esto sobre una salida trasera, pero no mencionaste nada acerca de escalar la montaña. Esto es inaceptable. Es de noche y...
—Yo las llevo.
Antes de que pudiera responder, le tendí a Madison y le robé el coche para guardarlo en la maleta. Tomé a mi hija de vuelta antes de que pudiera irse y nos encerré en el auto pese al humo imaginario saliendo de sus orejas. Mi humor mejoró al notar el suyo descender. Amaba terriblemente hacerla rabiar.
—Me las pagarás, Blackwood —refunfuñó.
—Lo que tú digas.
Le sonreí y ella me fulminó. Le ofrecí a Madison de regreso. Ella la acunó contra su pecho antes de ponerse el cinturón.
—¿Eres consciente de lo mala que puedo llegar a ser? —preguntó con tono malicioso.
—Sí. Demonios que sí. El callejón al lado de la agencia también lo sabe.
Ella soltó una risita que mejoró mi noche.
—Eres patético.
—No lo creo. —Negué desplazando la mirada por la porción de piel desnuda de sus piernas—. Si fuera patético no estarías dentro de mi auto.
Levantó ambas cejas, divertida. Ahí estaba otra vez esa sonrisa pícara que heredó Maddie y esos ojazos grandes e insinuantes. Me pregunté si captaba lo que estaba pasando entre nosotros o si la coquetería era un elemento dentro de sus conversaciones. Un sentimiento oscuro me inundó, el cual ignoré momentáneamente.
—No es justo. Nos engañaste
—A esta hora no es seguro tomar un taxi. No despacharé a mi pequeña hija así.
Puso los ojos en blanco.
—No es la primera vez.
Ella y Maddie solas a altas horas.
Inseguridad. Peligro. Violadores. Asesinos. Psicópatas.
Negativo. Inaceptable. Mal.
Nunca más.
—Sí la última. Te lo aseguro.
Rachel se giró en su asiento para dedicarme una expresión mordaz.
—Si vamos a hacer esto debes saber que nunca, jamás, debes ordenarme. Lo odio.
—¿Eres consciente de lo persuasivo que puedo llegar a ser? —contraataqué.
—Demonios, sí —me imitó rodando los ojos.
Sin nada más que decir, arranqué.
RACHEL:
No dije nada durante el camino a casa. Él tampoco lo hizo. Cansada, dejé escapar un suspiro y abrí la puerta. Madison balbuceó algo entre mis brazos y Nathan se encargó de trasladar el cochecito y la pañalera. Había insistido en subir para ayudarme. Como no tenía energías para negarme, no había protestado.
—¿En dónde lo dejo? —preguntó Nathan, su chaqueta mojada por la ligera llovizna a que se enfrentó, de nuevo, al dejarnos su paraguas.
Con la mano le indiqué que lo guardara debajo del sofá y que pusiera la pañalera encima de este. Madison seguía durmiendo, así que entré en mi habitación y la liberé de su molesta ropa para meterla en un cómodo pijama de conejitos. Dejé un par de medias en sus pies y besé su frente. Ella se acurrucó, lo cual era una señal de que su sueño era profundo. Un cuerpo duro evitó mi salida de la habitación.
Nathan.
Alcé la mirada para encontrarme con un par de ojos acaramelados que miraban a Maddie con intensidad. Mi cuerpo tembló, lo cual otorgué a lo exhausta que me encontraba. Mis pies dolían. Mi cabeza dolía. Estaba muy segura de que otras partes de mi cuerpo que no deberían doler, dolían.
—Creo que ahora sí llegó el momento de despedirnos. —Asentí conteniendo las ganas de bostezar, empujándolo hacia el pasillo—. ¿Cuándo podré pasar por mi hija?
—Entre semana pasaré por tu oficina para que acordemos un día —le dije—. No solo se trata de ti y de mí, Maddie también tiene planes. Loren insiste en pasar tiempo tío—sobrina con ella y estaba pensando en inscribirla en clase de natación.
—¿Meterás a mi pequeña flor en una piscina?
Lucía tan horrorizado con la idea que fruncí el ceño.
——Sí. Muchos de los bebés que están con ella en la guardería...
—No me importa que tan irresponsables sean sus padres o si alguno de ellos se convirtió en el jodido hermano de Nemo, mi hija no va a ahogarse en una piscina llena de cloro —declaró mientras lo empujaba hacia la puerta como si no tuviera más opción que aceptar su veredicto.
¡Sí la tenía!
—No se ahogará —intenté razonar con él—. Entraré con ella. Habrá un profesional guiándonos. Salvavidas. No tienes nada de qué preocuparte.
Su mandíbula se endureció.
—Hablaremos de ello en mi oficina, Rachel.
—Sí —concordé, dejándole al asunto a la yo del futuro con más fuerzas.
No quería discutir. No cuando mis parpados prácticamente se cerraban solos. Nathan se despidió repitiendo el beso que había dejado caer sobre mi frente en la fiesta de Luz una vez más. Me dirigí a mi habitación para dormir, pero solo logré hacerlo por un par de horas. Durante la noche me dieron ganas de ir al baño, así que salí en puntitas para no despertar a Maddie. Cuando estaba regresando noté que la puerta de Ryan estaba abierta, lo cual se me hizo extraño. Él estaba obsesionado con la seguridad. La toqué suavemente. Como no estaba bloqueada se abrió por sí sola.
Mi corazón se rompió cuando vi al hermano de Gary recostado sobre su cama.
Estaba dormido. Sin camisa. Una botella semivacía de alcohol en su mano.
Con mucho esfuerzo le quité las botas y metí sus piernas dentro de la cama. Lo arropé con la sábana. También toqué su pecho para asegurarme de que todavía respiraba. Por fortuna lo hacía. No tuve que preguntarme qué lo puso así. La foto que sostenía entre sus dedos me lo dijo. Era de una chica de cabello negro bastante parecida a mí, pero más delgada y con expresión altiva mientras intentaba sonreír a la cámara con actitud relajada. Todo mi mundo se detuvo cuando la reconocí.
Marie.
Ryan tenía una foto de mi hermana.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro