Capítulo 27:
NATHAN:
Después de casi doce horas de preparación el baby shower de Luz estaba listo. Las órdenes de Rachel habían cesado, siendo suplantadas por palabras amables. Eran las ocho y los invitados empezaban a llegar. Me había ido un par de horas a casa para cambiarme, John imitándome y finalmente cambiando el color de su corbata por una azul al darse cuenta de que de usar algo más desentonaría, antes de regresar y encontrar la mesa de aperitivos llena, personas merodeando alrededor de la carpa de juegos y regalos en el cofre para el bebé de Luz. Estaba casi lleno a pesar de que no había muchas personas todavía. La mitad de ellos eran de mi hermano.
Los elogios hacia la fiesta llovían.
Rachel era realmente buena en lo que hacía.
Ahora entendía la razón por la que había ascendido tan rápido en Brístol. La mansión de los Acevedo daba la bienvenida a los invitados a través de un túnel hecho de globos metalizados, cortesía del sujeto que contraté y que había impedido que Rachel me matase cuando se enteró que Diego me había dado la responsabilidad de ellos a mí en lugar de a ella, que los conducían directamente hacia el jardín sin tener que pasar por la casa. Afuera había faros alumbrando las tres carpas en las que los trabajadores de la agencia daban indicaciones respecto a los juegos, los cuales incluían ruletas y atracciones de feria, o llenando las bandejas cuando la comida en ellas se agotaba. Ya que Rachel roció esencia de rosas sobre las propias rosas, el aroma se encontraba intensificado en el aire. Algunos de los aperitivos dulces poseían formas alusivas al cuidado de un bebé, pero siempre iban envueltos en papel dorado para que no contrastasen con la decoración. Luz no había querido una fiesta tradicional y no la había obtenido.
—Toma un sorbo si no la tomaste en serio cada vez que dijo que sería de otro mundo —dijo Diego tendiéndome un vaso con lo que supuse que era champagne, sus ojos nublados, lo cual me hizo hacer una mueca.
No debió haberse emborrachado. Sabiendo que no podía seguirlo, debía cuidar de mis chicas y ahora, debido a su inutilidad, de él y echarle un ojo a Luz, bebí un poco.
Tampoco la tomé en serio.
—Le dio otro significado a la palabra —dije mirando a las expresiones de las familias que entraban, la mayoría de ellas de socios de negocios o viejos conocidos.
—Es una mujer estupenda, Nathan —soltó de repente—. Cualquiera capaz de conseguirla será un bastardo afortunado. Solo hay que estar de pie aquí y mirar a Madison para saber que es capaz de crear magia. —Ignoré la punzada que me ocasionó pensar en ese bastardo afortunado, optando por permanecer en silencio. Todavía no le había dicho que era el padre de Madison—. ¿Qué ocurre? —Me apretó el brazo cuando lo miré sin entender—. De repente pareces tenso.—dijo, su tono bañado de falsa preocupación y burla.
Idiota.
—Nada —contesté demasiado rápido como para sonar convincente.
—Vamos a simular que te creo... —murmuró antes de mirarme—. Lo siento, has ganado, me rindo. Ahora dime la razón por la que estás tan encaprichado con ella cuando ni siquiera con Amanda te comportabas así.
Lo miré con las cejas alzadas.
—¿Disculpa?
—Así es. No es normal la reacción que ella produce en ti.
—¿Cuál reacción?
En lugar de contestarme Diego señaló algo detrás de mí. Me di la vuelta para saber qué era. Cuando lo hice mis rodillas se sintieron débiles. Rachel, a diferencia de los demás invitados, bajaba por la escalera de la terraza dentro de un vestido de seda color azul océano que se abrazaba a cada una de sus curvas, dejando al descubierto uno de sus muslos, junto con Luz. La hermana de mi mejor amigo usaba un modelo dorado bastante bonito que la convertía en el centro de atención, pero mis ojos no podían despegarse de la mamá de mi hija, quién llevaba en sus brazos y aún conservaba la corona sobre su cabeza, solo que ahora tenía puesto un suéter manga larga blanco de tela gruesa y un tutú. Tener la precisión de que Rachel la vistió así no solo para que luciera linda, sino para que tampoco se enfermara, hizo que un sentimiento extraño se apoderara de mí.
—Esa reacción —respondió mirándome.
Antes de que pudiera continuar con la charla las chicas nos alcanzaron.
—Nathan, ¿podríamos hablar a solas un momento? —me sorprendió Luz preguntando mientras le dirigía una mirada cuyo contenido no pude descifrar a Rachel.
—Por supuesto.
Pensé que cuando me guió a uno de los bancos frente a la fuente del jardín me estaba citando para hablar sobre John, pero me sorprendió una vez más mirándome con ojos verdes llenos de reproche, lo cual solo podía significar que ya lo sabía.
—¿Cómo pudiste, Nathan?
Endurecí la mandíbula, preguntándome cuántas veces tenía que soportar esto. Cuántas veces tendría que mirar a la cara a alguien que conocía y aguantar la decepción en su rostro. ¿Cuánto tiempo duraría la culpa? Me sentí aún peor cuando mi mirada descendió a su vientre hinchado y me pregunté si Rachel había sido como ella durante el embarazo. Feliz a un momento y completamente triste al otro. Tan histérica, pero dulce a la vez. Mis dedos temblaron debido a las ganas que sentía de tocar su estómago y tener una barata imitación de lo que habría sido sentir a Madison.
—Sé lo que es tener un bebé sola, pero Diego y mamá me ayudan —continuó al ver que no obtendría una respuesta—. Rachel no tuvo a nadie. Sinceramente no sé cómo alguien es capaz de pasar por esto sin nadie, Nathan. Es genial tener un bebé, ¿pero sabes lo triste es no poder compartir esa felicidad porque estás sola en el camino? —Señaló las carpas lejos de nosotros. Ahora había una multitud aglomerada en ellas—. Veo esto y me siento tan sumamente feliz, pero entonces pienso en Rachel y me pregunto si siquiera alguien le dijo lo hermosa que era durante el embarazo, si sostuvieron su mano durante el parto, y me dan ganas de llorar.
Tomé una honda bocanada de aire. Si fuera otra persona la mandaría a la mierda, pero Luz era como mi hermana. La había visto crecer. Pintar. Amar. Llorar. La confusión en sus ojos, el dolor, la decepción, estaba todo justificado. Me conocía y le extrañaba lo que hice porque no era ese tipo de sujeto.
—Es complicado —dije—. Imagino que ella te habrá dicho muchas cosas...
—No, Nathan. Rachel no me dijo nada. Todo lo deduje por mi propia cuenta. ¡No soy una embarazada idiota! Incluso intentó cambiar de tema cuando le pregunté. —Me miró a los ojos con intensidad, buscando—. ¿Al menos Madison te importa?
—Me insultas con esa pregunta, Luz. —Me puse de pie y miré hacia las estrellas, manos entrelazadas tras la nuca—. ¿Cómo mierda iba a creer que era mi hija cuando solo había visto a su madre una vez en la vida?
Hoy no era el día para tener esta charla con Luz, era el día de ella y su bebé, pero sabía que al ser una sentimental y una romántica empedernida no lo dejaría ir hasta que el resultado fuese lo más parecido a lo que quería.
Lo único por lo que parecía no querer luchar era por mi hermano.
—Estaba comprometido, Luz. ¡Tenía miedo de perderla! ¡De perder la maldita vida perfecta por la que trabajé desde niño! —La miré—. Me arrepentí de la forma en la que la traté a penas se fue, pero cuando fui a buscarla ya se había ido. Todo sucedió tan rápido. —Tragué—. Yo me interesaba por el bebé, Luz. No respirar sin pensar en Rachel y nuestro, supuesto para entonces, hijo. Quería buscarla, pero ero un maldito cobarde. Cuando las cosas con Amy terminaron y me sentí libre de hacerlo, era tarde otra vez. Ya no vivía con su familia. Nadie sabía dónde estaba. Me habían dicho que Lucius van Allen, su padre, no fue a la policía porque su hija llamó pidiendo que no lo hicieran, pero luego descubrí que era mentira. En ningún momento dejé de sentirme culpable porque en el fondo, muy en el fondo, existía la posibilidad de que no mintiera.
—Nathan...
—No, déjame terminar. —La caja se había abierto y no se cerraría hasta vaciarla—. Hice hasta lo imposible por olvidarla. El tiempo pasó y cuando por fin creí que podría superarlo, la vi. —Me sorprendí por lo roto, lo enojado conmigo mismo, que sonaba—. Y después, luego de haber negado que fuera mi hija y haberle dado dinero a Rachel en mi oficina para que abortara sin dejarla explicarse, vi a Madison. —Imaginar un mundo sin Madison era lo equivalente al suicidio, por lo que proseguí con mi discurso con rapidez—. Después de eso he estado trabajando cada día en hacer que Rachel cambie la mala opinión que forcé dentro de su mente sobre mí, pero, como era de esperarse, no me deja entrar. La traté tan mal que los muros que construyó alrededor de sí misma son impenetrables, lo cual hace que me pregunte si alguna vez lastimaré a Madison de la misma manera. —Bajé la voz, mi mirada clavada en el suelo—. Si lo mejor es retroceder y darle la oportunidad a otro sujeto que sea capaz de elegirla sobre cualquier otra opción.
—¿Por qué no lo haces? ¿Por qué no te alejas si crees que es lo mejor?
Mi cabeza se alzó abruptamente ante el sonido de la voz de Rachel, quién se había unido a nosotros con Maddie en brazos. Luz me dedicó una sonrisa satisfecha, incluso diría que cómplice, antes de tomar a mi hija de los brazos de su madre y alejarse de nosotros. Antes de tomar distancia de nosotros Madison me sonrió como si me intentara dar ánimos, lo cual consiguió.
—Respóndeme —demandó Rachel, atrayendo mi atención de vuelta a ella.
—No puedo —contesté—. No puedo confiarle la responsabilidad a alguien más. Me destroza pensar en otro... tomando la único que es capaz de hacerme feliz.
Además de ti, me contuve de decir.
Aunque no sabía con precisión los sentimientos por ella, estaba seguro de que cuando la hacía reír, además de la victoria que ello representaba, me sentía feliz.
—Es nuestra hija —continué—. Por más que te desagrade recordarlo, ambos la hicimos. Soy tan responsable de traerla a este mundo como tú. La diferencia entre tú y yo es que ella no solo tendrá tus hermosos ojos cuando crezca, sino tu fortaleza. Gracias a ti podrá enfrentarse a cualquier prueba que pongan frente a ella con una sonrisa. Por tu inteligencia. Por tu manera de hablar y hacer que las personas te confíen sus sueños. Por no defraudarlas ya que eres capaz de lo que te propones y más. Mucho más. —Me acerqué—. Yo no le he dado nada a parte de un lindo cabello. Sé que no mucho al lado de las cualidades que heredará de ti, pero soy una persona ordenada y...
—Nathan —me detuvo de continuar hablando, su barbilla temblorosa mientras colocaba una emoción se adueñaba de su rostro, una que no había visto antes, no dirigida a mí: aceptación—. ¿Recuerdas cómo fue cuando nos acostamos juntos?
Arrugué la frente, sin idea de por qué preguntaba eso en estos momentos, pero optando por responder con sinceridad.
—No.
Supe que lo había hecho bien cuando sus hombros se relajaron, una sonrisa en su rostro de facciones suaves y delicadas.
—Eso hace relativamente más soportable estar a tu alrededor. —Encajó su codo con el mío. Estaba tan sorprendido por el giro de los acontecimientos que incluso olvidé cómo caminar y tropecé cuando comenzamos a caminar de vuelta a la fiesta. Rachel rió mientras me ayudaba a estabilizarme. Me guió a la pista de baile—. ¿Bailas?
Sin pensar mucho al respecto, asentí y me acostumbré a la cercanía de su cuerpo cuando se presionó contra mí para que empezáramos a unirnos a las parejas que bailaban al ritmo de la suave melodía de fondo. La mirada en su rostro era risueña y distante mientras mantenía mi mano en su cintura y nuestros dedos entrelazados. Sentía el tacto des sus dedos en mi espalda. Sin poder creer que minutos antes estuviese sumido en la desesperación, disfruté de los estremecimientos de su cuerpo a lo largo de la versión de Never say never, original de Fray, que tocaba la banda contratada, la cual identifiqué por escucharla una y otra vez en el auto de John cuando veníamos de regreso del centro comercial y buscaba una que dedicarle a Luz.
—He estado pensando —susurró de repente en mi oído en mi oído.
—¿En qué? —indagué cuando no continuó, muerto de la curiosidad.
—En el día que pediste —respondió, lo cual hizo que echara el cuello hacia atrás para mirarla y comprobar que esto no era una broma.
—¿Qué pasa con ello?
—Estoy pensando...
—¿Qué cosa?
—¿Podrías dejarme terminar una oración? —preguntó sonando irritada.
Sonreí. Ahí estaba mi chica seria y malhumorada.
—De acuerdo, pero solo si prometes no decir otra vez que algo relacionado contigo pensando —respondí—. Ya entendí que piensas mucho. Te recuerdo que es algo contra lo que intento luchar. —Nuestros movimientos se hicieron más lentos a medida que nos concentrábamos más en la conversación—. Todo sería más fácil si simplemente lo dejas ir, Rachel. Ya luchaste lo suficiente contra mí. Dejaste claro tu punto. Nunca dejarás que lastime a Madison. —Me tomé el atrevimiento de inclinarme y depositar un beso sobre su frente arrugada—. Pero necesito que entiendas que nunca haría nada para herirla, no intencionalmente. Si lo hago, sin embargo, confío en que estarás ahí para patearme el trasero.
Sus labios se fruncieron ante el gesto, pero aún así continuó.
—Después de todo lo que ha pasado y en vista de tu comportamiento insistente, he decidido darte el beneficio de la duda. —Se mordió el interior de la mejilla—. Comenzaré otorgándote ese día con Madison que tanto deseas. No lo necesitas para estar con Madison, pero sí para que confíe en ti con ella.
Todo mi cuerpo se estremeció con incredulidad.
—¿Estás segura? —Asintió—. ¿Qué te hizo cambiar de opinión?
—Lo que más quiero es que Madison sea feliz. Me he dado cuenta de que eres necesario para que ocurra —reveló, su expresión demostrando la batalla que luchaba consigo misma para decir las palabras.
No creí que fuese posible, pero la admiré más de lo que ya lo hacía.
No por haber sido fuerte. No por luchar por ambos.
Lo hice por la manera en la que acaba de sacrificar su propia felicidad, un mundo donde yo no estuviera, por la de nuestra hija, lo cual a su vez me hizo sentir como un estúpido por llegar a pensar que podría limitarme a desear ser el padre de Maddie para ella cuando la verdad era que también quería un sitio en su corazón.
Lo gracioso del asunto era que apenas estaba conociendo a la verdadera Rachel.
No tenía ni idea de cómo acabaría esto.
RACHEL:
Seguían sucediendo tantas cosas que probablemente necesitaría una temporada entera de Damon para poder procesarlo. Además de que Nathan me atrapó cuando estuve a punto de caer de una escalera, Luz me convenció de oír de su punto de vista de los acontecimientos que me hicieron odiarlo y eso me dio el empujón que necesitaba para quitarme de su camino. Ahora que tenía la certeza de que su motivo principal no había sido menospreciar a Madison, sino miedo, podía verlo como un cobarde, no como un monstruo, y perdonarlo sin sentirme culpable por estar condenando a mi hija a una herida segura.
También pensé en Maddie. En lo que le quitaría si continuaba con esto.
Pensé en mí y en papá.
Antes de la llegada de Madison tenía una vida, superficial, pero una vida al fin y al cabo. A pesar de haber estado capacitada para formar parte del negocio familiar, me atrevería a decir que incluso más que Loren, atendía las responsabilidades sociales y la mansión van Allen con mamá y Marie. Amaba asistir a fiestas de la alta sociedad. A mis amigos falsos, los cuales también me abandonaron cuando terminé con Thomas, y la sensación de vivir como una princesa en el siglo XXI. Los autos. La ropa. Los excéntricos lujos que solo nosotros nos podíamos permitir.
Pero, sobre todo, amaba ser la niña de papá.
Amaba acompañarlo a cazar patos. Que fuera él quien me ayudara a seleccionar mi vestuario y no mamá. Obligarlo a jugar a las muñecas. Hacer rabietas y salirme con la mía. Escucharlo alardear de mí frente a sus amigos. El orgullo en sus ojos cuando traía un premio de la escuela. Ir de su mano y sentir que solo por ello tenía el mundo a mis pies, pero no por el dinero, sino porque sabría que me lo daría si se lo pedía.
Madison merecía eso.
No merecía que en un futuro alguien le dijera que no lo tuvo por mi culpa.
También, por otro lado, admitía que habría defendido hasta la muerte mi pequeña realidad en Cornwall si alguien se hubiese atrevido a amenazarla, lo mismo que hizo Nathan, así que había terminado con el asunto de sacárselo en cara.
—¿Estás casado? —pregunté recordando una parte de sus palabras con.
—No, Rachel, no estoy casado —respondió—. Estaba comprometido cuando me dijiste que estabas embarazada, pero nunca llegué a casarme. —Su frente se frunció—. Creí habértelo aclarado el día del autobús.
Mis hombros se relajaron, recordándolo también diciéndome que ya no estaba comprometido con nadie y a mí enojándome por creer que veía a Maddie como un plato de segunda mesa. No estaba preparada para convertirme en una ex amante de un hombre casado.
Eso habría ameritado dos temporadas de TVD y helado.
Mucho helado.
—Lo siento, no lo recordaba. —Alcé la barbilla—. Si vamos a jugar a la familia feliz, merezco saber un par de cosas sobre ti, ¿no crees? No nos conocemos. Solamente tuvimos sexo sin la adecuada protección estando borrachos, hicimos a Madison y nos aborrecimos mutuamente, pero verdaderamente no sé nada más de ti.
Nathan sofocó una risa a la que no encontré sentido.
—¿Qué quieres saber?
Me separé de él para salir de la pista y caminar hacia mi mesa. Estaba vacía porque todos los invitados estaban distraídos bajo las carpas. Estaba pensando en que preguntarle, nada estúpido como su color favorito o su comida favorita, como con Diego, cuando un montón de exclamaciones se escucharon por encima de la música. Nathan y yo nos levantamos, apresurándonos hacia el escándalo. A los pocos segundos distinguí a Diego entre la multitud. Nathan y yo nos apresuramos a él. Busqué a Luz, ella tenía a Maddie, pero no la encontré al primer vistazo. No me calmé hasta que apareció a mi lado con mi bebé en brazos. La única razón por la que no la tomé fue porque tenía el presentimiento de que estaba a punto de necesitar movilidad.
—¿Qué te pasó, amigo? —preguntó John, quién iba tras Luz.
—¿Qué sucedió, Diego?
—Nada importante, Luz —le contestó a su hermana, su voz hostil.
Al fondo oímos ruidos más altos. Nathan me sorprendió quitándole a Madison a Luz y pegándola a su cuerpo como si estuviéramos en medio de la guerra, acercándose. Decidiendo que había tenido suficiente, di un par de pasos hacia el problema, siendo seguida por todos, pero este nos alcanzó antes de que pudiéramos llegar a él.
—¡Luz, maldita zorra! ¡Ahí estás! —El rostro del desagradable hombre se deformó con ira—. ¡Ni siquiera has esperado tener a mi hijo para acostarte con el principito!
Parecía borracho y drogado. El desprecio bañaba su tono. El hecho de que sus insultos estuvieran dirigidos a alguien tan frágil y dulce me hicieron odiarlo al instante. El pelirrojo de ojos verdes, otra cosa que Luz y yo teníamos en común, clavó su mirada en John, quién se había tensado y parecía querer matarlo por solo respirar.
—Lárgate, Phill —advirtió cubriéndola con su cuerpo.
—Lo siento. —Ese era Diego hablando con Luz—. Intenté detenerlo, no quería que tu día fuera arruinado por este imbécil, pero al parecer el idiota subió el muro.
—¡Perra! ¡Me comprometí con una ramera que no puede mantener sus piernas cerradas! —canturreó con tal fuerza que los invitados empezaron a darse cuenta de que no solo habían allanado la casa, sino que quién lo hizo estaba saliéndose con la suya haciendo un escándalo—. ¡¿Quieres saber cuál es mi regalo para ti y tu hijo bastardo?! ¡Pues ven y búscalo! —gritó esto último moviendo sus caderas.
Estaba segura de que la mayoría de los asistentes, debido a que trabajaban con Diego o eran cercanos a la familia, sabían que se trataba del ex de Luz, ya que reían. Gracias a Dios nos encontrábamos en un sitio lo suficientemente apartado para que no oyeran lo que decía de la madre de su hijo. Discretamente metí la mano en un bolsillo lateral, casi imperceptible, de mi vestido y presioné el botón de un mando.
Decidí, por segunda vez, que había tenido suficiente.
Si querían algo que contar se los iba a dar.
—Rachel, vuelve aquí —me ordenó Nathan cuando di un par de pasos hacia él.
Me giré por un momento para mirarlo con una ceja alzada antes de enfrentar al idiota.
—Hola —saludé consciente de que todos a mis espaldas me miraban con ojos desorbitados, tal vez inclusive Maddie.
—Hola —saludó en medio de un hipido mientras le daba otro sorbo a una botella de champagne de alta calidad.
Mi champagne.
—¿Te molestaría mucho dejar de llamar la atención, aceptar un café y marcharte tranquilamente si te pido un taxi? —pegunté usando un tono suave y mi mejor sonrisa, parpadeando al escuchar la carcajada que provino de él mientras señalaba a Luz.
—Eres amiga de la zorra, ¿no? —Se rió de la broma que solo él entendió—. ¿Tú también eres una? ¿Hacemos un trío?
Hice una mueca, en lo absoluto molestándome en ocultar el asco que su propuesta me producía. No por Luz, tal vez fuera mi tipo de ser lesbiana, sino por él.
—No, gracias. Los penes pequeños no son mi tipo. ─Me crucé de brazos antes de darle una segunda oportunidad de escapar—. ¿Te puedes ir? Estábamos celebrando algo importante, de lo cual no formas parte debido a... ¿a qué? ah, sí, a ti mismo, cuando decidiste interrumpirnos y poner tus sucias manos en mi champagne.
Inclinó la cabeza hacia un lado mientras me miraba como si fuese un fenómeno.
—No quiero, zorra.
Nathan le entregó Madison a Luz y empujó a John para pasar sobre mí y, probablemente, llegar a él, pero grité antes de que pudiera golpearlo.
—¡Es todo suyo!
Dos corpulentos guardias de seguridad, ex luchadores, se lanzaron sobre Phill y le arrebataron la botella antes de que siquiera pudiera pestañear. Le hicieron una llave para que no pudiera escaparse y lo levantaron del piso, inmovilizado. Su cabeza caía inconsciente sobre uno de sus hombros. Gustav, que nunca decía que no a un extra cuando lo invitaba a trabajar conmigo en un evento porque su puesto fijo era en la agencia, rió entre dientes.
—Amo este trabajo. Es una lástima que mal nacidos como estos no puedan defenderse —soltó dándole un guiño a Nathan, lo cual también causó que me sonrojara al recordar que había hecho que lo echaran al callejón lleno de basura al lado de la agencia, el cual ya me había encargado de que limpiaran.
—¿Qué quieres que hagamos con él? —preguntó Jack, su compañero, serio.
—Llévenlo adentro de la casa. Mantengan un perfil bajo. No quiero que más personas lo vean. Llamaremos a la policía. Invasión a la propiedad justificaría esto y el daño cualquier daño ocasionado con la pelea por Diego si decide hacer una denuncia en nuestra contra. —Los hermanos me dieron su aprobación asintiéndolo. Miré a mis chicos—. Amárrenlo a una columna o algo mientras tanto. En un momento los sigo.
Se despidieron y marcharon cargando a un Phill desmayado. Cuando sus sombras desaparecieron de mi campo de visión, di la vuelta y me enfrenté a los cinco pares de ojos que me miraban con sorpresa.
—¿Qué?
—Acabas de actuar como El Jefe. Vive o muere.
Sonreí ante la ocurrencia de John.
—En este negocio ocurren muchas... eventualidades.
—Te acabas de convertir en la organizadora oficial de las celebraciones de esta casa —la halagó Diego antes de dirigirse con Luz al interior, quién lloraba débilmente.
Me enfoqué en John. Las ganas que tenía de seguirla eran evidentes.
—Ve, ella quiere que lo hagas.
Él me miró, una sonrisa triste decorando su rostro.
—No creo.
—Créelo. Te quiere. Tú la quieres. ¿Quieres a Madison?
—Amo a mi sobrina. Tu hermano no es el único tío que tiene que daría la vida por ella.
Sus palabras me conmovieron.
¿Madison había estado a punto de perder la oportunidad de tener a alguien como él en su vida por mi culpa? No hallaba cómo no sentirme mal por ello. Probablemente no me lo perdonaría a mí misma jamás. Pero así como Nathan encontró la manera de vivir consigo mismo a través de la culpa, yo también lo haría.
—Ve, John —insistí—. Si quieres a Madison, ve.
—Sí quisiera que fuera con ella me lo habría dicho, Rachel.
—¿Tú le dijiste que querías estar a su lado? —Negó—. ¿Es lo que sientes?
—Sí —susurró.
—¿Te das cuenta de que, si no le has dicho, probablemente no te lo pidió porque piensa que no lo quieres o que no lo quieres lo suficiente?
John meditó mis palabras unos segundos antes de salir corriendo tras ella como si lo único que le importara fuera estar a su lado, dejándome a solas con Nathan. Bueno, en realidad éramos Madison, él y yo, pero ella estaba muy distraída con una ramita como para interceder por mí.
—John y Luz... —empecé, su reclamo interrumpiéndome.
—¿En que estabas pensando, Rachel?
—¿No me hiciste prometer hace unos minutos que no diría que estaba pensando?
—Rachel —advirtió.
—Nathan —advertí de regreso, incómoda con su actitud.
—No lo hagas. No juegues conmigo. No en este momento donde lo único que quiero es llevarte a ti y a Madison lejos y esconderlas en un lugar donde no las lastimen.
Como se acercó y Maddie extendió sus brazos hacia mí, la tomé y casi al instante sentí cómo nos presionaba contra él. Oí a mi hija quejarse por la fuerza que ejercía contra nosotras y a mí gruñir, pero ninguna de las dos hacía un movimiento para apartarse. No podía culparla por no saber cómo manejar una situación a la que yo misma, una adulta, no sabía cómo había llegado.
Él abrazándonos se sentía raro.
—¿En esto consiste tu trabajo, Rachel? ¿En ser amenazada e insultada? —preguntó en un susurro que sonó agonizante cuando nos separamos.
—No, fue la primera vez.
¿Por qué le respondía? ¡No era de su incumbencia!
—No me gusta.
—¿Y? Lo importante es que a mí me guste. —Desvié la mirada—. Además de que es algo que hago muy bien. No seré modesta al respecto.
Una sonrisa se extendió por su rostro.
—Lo sé, pero fue tan peligroso hoy. —La sonrisa desapareció—. Madison y tú pudieron haber salido heridas.
—El sujeto estaba más muerto que vivo, hombrecito Natti.
Al igual que cuando le dije que pensaba darle un día con Madison, Nathan guardó distancia para mirarme al rostro.
—¿Cómo me llamaste? —inquirió.
—Hombrecito Natti —repetí con el ceño fruncido.
Lo había dicho para molestarlo debido a su actitud machista, podía protegerme y a mi hija, lo había hecho bastante bien sin él, pero no pensé que se lo tomaría tan en serio.
—¿En dónde escuchaste eso, Rachel?
—En ningún lado. Solo se me vino a la mente.
Su rostro se relajó y la esquina de su labio se curvó hacia arriba.
—No me gusta que me llamen así.
No entendía por qué se reía si no le gustaba, entonces. Madison lloriqueó entre nosotros antes de que pudiera preguntarle al respecto. El aroma en el aire me indicó que necesitaba un cambio, urgente, ya, de pañal.
Una sonrisa malévola se extendió por mi rostro.
—Creo que ha llegado el momento de tu iniciación.
Se la tendí y él, encantado, la pegó a su cuerpo. Su nariz se arrugó.
—¿Salieron defectuosas las esencias que echaste sobre las flores?
Reí.
—A menos que consideres a tu hija una flor...
Sus cejas se alzaron.
—¿Me estás pidiendo lo que creo que me estas pidiendo?
—¿Por qué no?
Miró a Madison con tal adoración que mi pecho dolió. Luego me observó con una sonrisa socarrona, sus ojos brillando con falsa arrogancia y superioridad.
—¿Yo, cambiar pañales? Eso te toca a ti.
—¿A mí?
Asintió.
—Las mujeres son las que...
—Las que tenemos una anatomía que permite pasar una sandía por un agujero del tamaño un limón. Las que funcionamos con un mil por ciento más de hormonas, por no mencionar que somos capaces de usar tacones de veinte centímetros, trabajar y sostener un bebé a la vez. —Apreté la mandíbula—. Así que, ¿puedes o no puedes hacer una pequeña cosa como cambiarle el pañal a tu hija?
Cabeceó como un cachorro obediente.
—Está bien, Rachel. Lo siento si ofendí tus principios feministas. Lo intentaré.
—Ese es la actitud.
Ajustó a Madison, quién estaba de vuelta en sus brazos, para que terminara acurrucada entre sus brazos como una princesa. Mientras andábamos Nathan se acercó más de lo necesario, como de costumbre importándole muy poco o nada mi espacio personal.
—Dijiste que querías saber más de mí porque considerabas que no me conocías. Yo también quiero que lo hagas. —Extrañada, afirmé—. Bueno, la primera cosa que se me viene a la mente es decirte que mi color favorito solía ser el azul. No el oscuro que llevas, sino el del cielo. Te diría una razón, pero no la hay. Me gustaba y ya.
Percatándose de mi perplejidad tras su confesión, soltó una carcajada.
—De de acuerdo —dije, siendo esto lo único con lo que le podía responder.
Se detuvo. Ya que tenía a mi hija, yo me detuve.
Nuestras miradas conectaron.
—Desde que estuve lo suficientemente cerca como para ver sus ojos, mi color favorito es el gris que llevan —añadió—. No como ningún tipo de metal, sino como el tono que adquiere el cielo cuando un día soleado es reemplazado por una tormenta.
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