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Capítulo 23:

NATHAN:

Ella me alcanzó antes de que tuviera la oportunidad de llegar a las escaleras, las cuales opté por tomar deduciendo que el ascensor se habría tardado demasiado. Maldije al arquitecto por ponerlas a kilómetros de distancia. Oí a Lucy chillar desde su escritorio y vi cómo John se acercaba a nosotros. Gruñí cuando me tomó de la manga de la chaqueta y me obligó a mirarla a los ojos, los cuales parecían desprender fuego.

—¿Me puedes explicar por qué le hablaste de Madison a un desconocido?

Miré a John en búsqueda de ayuda, pero él lucía tan confundido como yo.

—Rachel, yo...

—¡¿Con que derecho, Nathan?!

Estaba enfermo. Mi pene se agitó en mis pantalones ante la visión de los labios de Rachel. Los imaginé rodeándome. Contuve un jadeo con la certeza de estar enloqueciendo si conseguía estar excitado por la madre de mi hija gritándome.

Llevaba demasiado tiempo sin algo de acción.

—¡Contesta! —chilló, sacándome de mi estupor.

Fue entonces que me di cuenta de que las pocas personas que trabajaban conmigo en este piso de la embotelladora nos veían. Alejé mi brazo de un tirón y la arrinconé contra la pared, cansado.

—¡Cálmate, Rachel! ¡¿Quieres que todos te oigan y piensen que estás loca?! —grité y me encogí interiormente cuando se escabulló luciendo impactada por mi reacción.

Afortunadamente John estaba aquí para apoyarme.

—Vamos, preciosa. No hay por qué compartir esto con nadie más —dijo extendiendo su brazo para que lo tomara con una expresión encantadora en el rostro.

Bufé hacía su ingenuidad, por supuesto que no lo aceptaría.

Dejé caer mis hombros cuando lo hizo tras mirarlo de reojo.

—Gracias —murmuró en su dirección.

—Te haré un café, ¿sí?

Ella asintió, así que John la guió a la cocina en una esquina. Estaba equipada de todos los electrodomésticos y tenía un mesón de granito en el centro para diez personas. Ocupé uno de los asientos mientras Rachel se sentó en el extremo contrario por indicaciones de John, quién se dirigió a la máquina de expresos.

—¿Estas más calmada?

Rachel entrecerró los ojos en mi dirección, fingiendo no oírme. Gruñí. No le insistiría. Mi deber era ser cortés con ella, pero de allí a rogarle había un camino muy largo. Además, ella había venido a mí. Hablaría, sin que tuviera que solicitarlo, lo haría.

Lo consideraría un avance si la razón por la que estaba aquí fuese diferente.

Sabía que venía por el artículo.

—Vainilla con chocolate y crema.

John apareció con una taza humeante y un paquete de galletas.

—Gracias —le dijo y soltó un gemido cuando lo probó—. Haces el mejor café.

Me removí, inquieto, ante el sonido. Tendría que aprender a prepararlo.

—De nada. El honor es mío. No todos los días conoces a la madre de tu sobrina.

Rachel apartó la taza de su boca de golpe, sus ojos abiertos con incredulidad, la locura dominándola de nuevo mientras miraba de mí a él repetidas veces. Ya no habría nada de amabilidad para ninguno de los dos.

—¿Ustedes... son hermanos?

—Por desgracia —contesté al mismo tiempo que John decía que sí.

Esperamos su reacción en silencio. Cuando habló la excitación en el tono de su voz me dio a entender por un momento había olvidado nuestra terrible historia.

Fue refrescante.

—No puedo creerlo. Ustedes no se parecen en nada. Es decir... —Se enfocó en John—. Tú eres completamente dulce, adorable y encantador. —Me miró y le di mi mejor sonrisa. La de ella se desvaneció—. En cambio tú... bueno... supongo que todos en esta habitación sabemos cómo eres tú.

A pesar de que no esperaba un cumplido y de que sus palabras no lo fueron, la forma en la que barrió mi cuerpo con su mirada antes de hablar me indicó que su opinión sobre mí, al menos sobre mi físico y lo que despertaba en ella, que lo que dijo.

Una sonrisa engreída se formó en mi rostro.

—Al fin alguien que me ve como realmente soy —celebró John antes de tomar su mano y apretarla—. ¿De verdad estás bien? Estoy preocupado por tu corazón. No deberías tener esos ataques de ira, Rachel. Puede traer repercusiones en la vejez.

Rachel asintió al entender que no se estaba burlando.

—Estoy bien, John, gracias.

—¿Hay algo más que pueda hacer por ti?

Me miró.

—¿Puedes mantener a tu hermano lejos de mí?

John rió mientras negaba, apartándose. La opresión que sentí al verlos tan cerca se deshizo. Era injusto que John tuviera esa oportunidad y yo no. Él no había trabajado como yo para ganarse su afecto.

Pero tampoco la trató como la mierda.

—Lo siento, preciosa, Nathan es terco. Te aseguro que no hay nada en el mundo que pueda mantenerlo lejos de Madison y, por ende, de ti.

—Eso pensé —gruñó—. En ese caso, ¿podrías dejarnos a solas? Tengo un asunto importante que tratar con él.

John se levantó y le ofreció la mano.

—Ven. Te acompañaré a su oficina. Este es un sitio muy público para eso.

El encantador de serpientes y, valga la redundancia, la serpiente, se dirigieron a mi oficina conmigo pisándole los talones. Cuando llegamos Rachel entró primero que yo sosteniendo la taza de café y un plato con galletas. En el camino él le había dado una tarjeta con su número. John se inclinó sobre mí antes de irse.

—No lo arruines —murmuró en mi oído y cerró la puerta.

A penas se fue tuve el presentimiento de que nada bueno, al menos no para mí, saldría de aquí. El silencio cayó, pesado e incómodo, sobre nosotros por un par de minutos en los que la escuché comer. Durante ellos la anticipación me consumía. Cuando acabó llevó su mirada desde la ventana a mí.

—Ni siquiera sé qué nombre ponerle a lo que siento cuando te miro. —¿Deseo?—. Es como si me faltara el aire. También tengo esta necesidad de gritar hasta desmayarme.

Me froté la cara con exasperación.

—¿Por qué no lo sueltas de una vez?

—No puedo creer que hayas sido tan estúpido, insensato y desprevenido —dijo con hastío—. Todo el mundo piensa que tú y yo...

—Somos pareja y nos casaremos. —Enarcó una ceja ante mi tono, el cual había sonado más como un hecho que como una suposición de los medios—. Es decir, ellos piensan que somos pareja y nos casaremos.

Era un idiota.

—¿Y qué harás al respecto para solucionarlo?

Arrugué la frente.

—¿Para solucionarlo?

Chasqueó los dedos. Aparté la mirada de su escote, descubierto.

—Sí. Tienes que resolverlo. No puedo soportar que piensen que estamos juntos.

La miré intentando comprender por qué le irritaba tanto.

—¿Es tan malo?

—Lo es —siseó.

—¿Lo dices por alguien más?

—No, pero si así fuera... —Se cruzó de brazos—. No es de tu incumbencia.

—Lo es. Eres la madre de mi hija. Necesito saber con quién convive.

Ella aleteó sus pestañas encantadoramente.

—No hay ninguna diferencia en las personas que las rodean, exceptuándote, entre hoy y los casi ocho meses que te has perdido.

Tragué mientras me quedaba sin argumentos,

—Sigue siendo mía.

Se miró las uñas.

—No legalmente.

Esas dos palabras dolieron. No me molesté en ocultarlo.

—Lo sé. Sé que no tiene mi apellido. —Me estremecí ante lo patético que sonaba—. Podría dárselo, si me dejaras. Podría estar con ella, si me dejaras. Y podría acom...

—No estoy aquí para hablar de Maddie, Nathan. —Se levantó y se inclinó hacia mí apoyándose en sus dos brazos extendidos sobre la mesa—. Esto es sobre tú y yo.

Ignoré la nueva oleada de calor que su posición produjo en mi entrepierna.

La complacería.

—Si estás aquí por el artículo, está bien. Lo arreglaré. Haré unas llamadas y mañana sacarán nota en la que se disculpen por haber confundido nuestros encuentros.

Me miró en silencio por un momento hasta que finalmente embozó una sonrisa.

—Gracias. Por fin has sido maduro.

Cuando hizo ademán de irse me levanté y cogí su muñeca con firmeza, pero con cuidado de no hacerle daño, en un acto reflejo. Aunque luchó contra mí al principio, se rindió al aceptar que no podría soltarse. Podía tener la personalidad de un dragón, pero seguía siendo más grande y fuerte que ella. Sus ojos se abrieron de par en par cuando rodeé el escritorio sin soltarla y me acerqué. No lo suficiente como para que notara mi erección, pero cerca. No lo suficiente como para que notara mi erección ni para que nuestras respiraciones se mezclaran, hecho que lamenté.

—Quiero estar con ella, Rachel.

—No.

—¿Por qué?

Un destello de duda se asomó en su rostro.

Justamente esa expresión insegura era lo que me hacía creer que podía convencerla.

—Le harás daño —susurró de verdad creyendo en ello, lo que me partió el corazón.

Cumpliendo la tarea que no llevé a cabo durante la fiesta de Blay porque escogió ese momento para abofetearme, extendí la mano y coloqué un mechón de cabello oscuro y sedoso tras su oreja mientras me veía como si quisiera clavarme un puñal.

—No, no lo haré. Es mi hija. Sería como lastimarme a mí mismo.

—Lo harás.

Su afirmación era un susurro triste. Resignado.

—No. —En un impulso loco sostuve su rostro, suave, entre las palmas de mis manos—. Déjame probarte lo contrario.

Mordió su labio. No me apartó al instante, lo que consideré una victoria, mientras pensaba en algo qué decir. También lo fue el que no tuviera su réplica preparada. Quizás estaba tentando la suerte, pero maldición.

Estaba casi seguro de que sus muros estaban derrumbándose.

De repente las manecillas del reloj colgado en la pared emitieron un sonido débil, pero audible, que hizo que me diera cuenta de que estaban a punto de ser las tres. La hora de buscar a Madison.

Sacudí a Rachel.

—Madison.

Parpadeó varias veces antes de regresar a este plano.

—¿Qué pasó con Maddie?

—¿Alguien irá a buscarla?

Rachel negó.

Soltando una maldición, fui por mi abrigo y las llaves del auto. No estábamos lejos, pero temía que hubiera tráfico. Tomé a Rachel de la mano y salí con ella de la oficina. Lucy le dedicó una mirada antes hacerme caso y cancelar mi reunión con Loren y su padre. Había sido puesta tarde porque tenían planeado inspeccionar los galpones en los que almacenaban su vino en la ciudad. El trance en el que se encontraba Rachel, en dónde se dejaba hacer, se rompió cuando el ascensor comenzó a descender hacía el estacionamiento subterráneo con nosotros dentro.

—¿Cómo has podido arrastrarme así, Nathan? —chilló—. ¡Contéstame!

Como escogió la decisión de detenerse en medio del estacionamiento me forzó a jalarla un poco más hasta que llegamos a mi auto. En lugar de cooperar se mantuvo de pie con los brazos cruzados, actuando claramente como una malcriada.

—¿Podrías dejar de comportarte como una niña y meterte en el puto auto? —gruñí.

La empujé dentro tras abrir la puerta del copiloto sin esperar una contestación. Refunfuñó intentando escapar bajo la excusa de poder llegar a tiempo si pedía un taxi, pero cerré y pasé el seguro a tiempo.

A penas encendí el motor de mi nuevo BMW, aceleré y salí.

Ni siquiera habíamos avanzado tres metros cuando una fila de autos se interpuso en nuestro camino. Golpeé el volante.

Dos canciones de la estación de radio después seguíamos en el mismo sitio.

—¿Nuevo auto?

Aunque me sorprendió la pregunta, estaba tan preocupado por Madison que no le hice caso al hecho de que se molestara en notar que era nuevo.

—Lo compré la semana pasada.

No mencioné la razón. No le dije que la mujer que me lo vendió me dijo que este modelo era más seguro para los niños. Tampoco le hablé de cuánto extrañaba mi deportivo ni de lo mucho que quería montar una silla para Maddie en la parte trasera.

—Soy la peor mamá del mundo ——la oí murmurar después de avanzar medio camino.

No contesté inmediatamente porque seguramente me diría que no era el mejor para opinar sobre el tema, lo cual era cierto. Conociéndome probablemente lo arruinaría, también, pero solamente se retrasó un poco. Todo el mundo lo hacía, pero en lo absoluto era una mala mamá.

No podía pensar en alguien más cuidando de Maddie.

Cuando la escuché sollozar, sin embargo, decidí darle mi opinión la oyera o no.

—Rachel, eres una buena mamá. Cuando tenías que escogerla lo hiciste. Incluso sobre ti misma. Eso es algo que no harían todos. —Apreté el volante con fuerza—. Te retrasaste para ir por ella, sí, pero Madison está a años luz de sentirse abandonada por ti. —Desvié mi vista de las calles para sonreírle—. Recuerda quién es el villano.

Poco a poco dejó de llorar, abriendo paso a los hipidos.

Su voz salió en un murmuro suave cuando habló de nuevo.

—Te odio, Nathan.

Preguntándome si estaba en uno de esos días, me estacioné. El trafico había desaparecido en medio de nuestra corta conversación.

—Lo sé.

Me sentí mejor al haber logrado que se concentrara en su aversión hacia mí en lugar de cualquier cosa negativa hacia sí misma. Rachel salió volando del auto en cuanto pudo. Le seguí el paso después de apagar el motor. Casi me resbalé con el material del camino que recorría el jardín. La puerta afortunadamente se encontraba abierta cuando llegamos. Entré y me dirigí al primer salón que vi al acceso. Me sorprendí al hallar a la madre de mi hija con la mirada puesta en las cunas vacías. Su rictus permaneció impasible hasta que de pronto se cubrió la boca con las manos.

No entendí nada.

—¿Dónde está nuestra hija, Rachel?

Ella soltó una risita y salió al patio trasero. La seguí otra vez con el teléfono en mano, dispuesto a llamar a la policía y a un psicólogo. Finalmente detuvimos nuestra carrera cuando pisamos el césped.

—Mira.

Seguí la dirección de su dedo. Un pequeño escenario estaba armado frente a un grupo de sillas. Bebés de diversos tamaños y colores descasaban en el suelo junto a sus cuidadoras. A excepción de un pequeño grupo sobre la plataforma, ellos aplaudían y se comunicaban entre sí en su idioma. Posterior a una rápida búsqueda identifiqué el tono cobrizo de cabello de Madison, quien se encontraba en el centro de un círculo de pequeñas personas con cara de estar aburriéndose.

Sonreí a su vestido rojo. Rachel claramente se vestía igual que ella a propósito.

—¿Qué hacen?

—Están ensayando para un acto.

Rachel se tensó a mí lado, diciéndome sin palabras que estaba volviendo a la normalidad, lo cual significaba que empezaba a arrepentirse de la cercanía que había permitido entre nosotros. No me iría. Costase lo que costase yo mismo las llevaría a casa. Se suponía mi próxima oportunidad para demostrarle que no me iba a rendir sería durante el baby shower, pero el destino quiso que fuera antes y no lo desaprovecharía.

—¿Serán animales? — pregunté.

—Sí, ese es el tema que han estado aprendiendo. —Sus labios se curvaron en una cálida sonrisa—. Maddie los imita a veces.

Rachel se sentó en un banco al terminar la frase. Ocupé asiento a su lado.

—Nathan.

Aparté mi vista de Madison gateando lejos de un niño llorón para ver a su madre.

—¿sí?

—Gracias por decirme que no soy una mala madre, aunque no es que seas el mejor para decir eso. —Frunció su nariz. Claramente le costaba hablarme de otra forma que no fuera con rabia—. También haberte gritado en frente de todo el mundo en la embotelladora. Me molestaría demasiado si alguien apareciera así en la agencia.

—No te preocupes. Se me ocurre una forma en la que puedes compensarme.

Ella achicó los ojos.

—Eres un aprovechado. —Me encogí de hombros y me mantuve en callado. El silencio duró hasta que soltó un suspiro al darse cuenta de que hablaba en serio—. Muy bien, ¿qué quieres?

Fue fácil.

—Un día con Madison. Contigo. Lo haré bien.

A través de sus ojos vi cómo se echaba para atrás.

—No, no puedo darte eso.

—Por favor, ¿de qué otra manera podré enseñarles cuánto lo siento?

—No.

Era rotundo.

Ya que aún tenía la ocasión del baby shower y ahora el acto de Madison para insistir, no dañé nuestro momento haciéndolo. En su lugar me concentré en mi pequeña flor molesta por los lamentos del mártir. De momento me conformaría con llevarlas a casa.

RACHEL:

Madison se agitó en mi regazo y extendió la mano hacía Nathan, apuntando directamente hacia su nariz. Él rió entre dientes y se inclinó, ofreciéndole su rostro. Ella chilló de felicidad y picó su ojo. Estábamos dentro de su auto frente al edificio en el que vivíamos. Él se había quedado a ver el ensayo de Madison como oveja tomando fotos y moviéndola de aquí para allá cuando otros niños la molestaban.

Incluso yo admitía que su comportamiento fue adorable.

—Rachel, ¿vas a darme lo que te pedí?

Apreté la mandíbula ante la pregunta que ya no tenía ni idea de cómo responder.

—No lo sé, Nathan. No creo que sea lo mejor.

—Vamos —insistió—. Te daré un botón de pánico que puedas oprimir en cualquier momento. Si lo haces todo habrá terminado y las traeré a casa.

Lo miré. Parecía un niño esperando la respuesta de sus padres para cometer una travesura. No podía estar molesta con él. Estaba muy cansada para eso. Ni siquiera recordaba por qué lo detestaba más allá del hecho de que se comportó como un patán cuando le dije que estaba embarazada, juzgándome. El brillo en sus ojos caramelo me advertía que si aceptaba ese día que quería podría salir mal o, al contrario, muy bien.

No sabía qué creer.

—¿Qué le dirás a Madison si te pregunta por su papá al crecer? ¿Que fue un idiota que cuando quiso enmendarlo no lo permitiste? —añadió como si palpara mi negativa de aceptar en el aire, la cual ya había tenido en la guardería.

Jadeé sin poder creer que dos horas atrás no dudaría en enviarlo al infierno y ahora estaba dejándome llevar por sus palabras. Siempre pensaba en ello. No había ni un solo día en el que me cuestionara si estaba siguiendo el camino correcto para Maddie. Aunque yo odiara a su padre, eso no significaba que ella también debía hacerlo. No podía quitarle la opción de conocerlo y amarlo aunque saliese herida. Como su madre mi miedo a que las demás personas la lastimaran siempre estaría presente, pero no podía quitarle el derecho de tener a Nathan en su vida. No quería que me detestara.

No quería ponérselo tan fácil, sin embargo.

No sería justo para nadie que no luchara por ella.

—No puedo, lo siento.

Arranqué el agarre que Madison sostenía sobre él y nos bajé del auto. No miré hacia atrás mientras caminaba hacia la entrada. Tampoco escuché el sonido del motor arrancando, por lo que supuse que no lo hizo hasta que estuvimos dentro. Ya en casa me encontré con una maraña de rizos rubios sobre mí sofá envuelta en una de mis mantas mientras comía helado de fresa y veía televisión. Seguramente uno de los chicos la dejó pasar antes de irse. Dejé a Madison en su alfombra con Pulpo antes de quitarme los zapatos y sentarme junto a ella con una cuchara.

—¿Qué sucede?

Cleo me miró con ojos culpables.

—Me gusta un hombre, rachel.

Alcé las cejas, nada impresionada.

—¿Eso qué tiene de raro?

—No. —Negó—. Me gusta de vedad.

Dejé caer los hombros.

—¿Por qué estás triste? Eso debería ser bueno.

—Lo era —dijo—. Hasta que uno de mis exs apareció y nos propuso un trío.

Hice una mueca.

—Bueno, en realidad... no es tan malo. He oído de cosas peores.

—¿Ah, sí? —Asentí—. ¿Cómo cuales?

—Como tu novio confesando que se acostó con tu enemiga de toda la vida segundos antes de que le entregaras tu virginidad —confesé tomando una cuchara de helado.

Los ojos de Cleo se abrieron como platos.

—Oh, por Dios, ¿ese es el padre de Madison?

Negué, cansada de esconderlo.

—No, ese es Nathan, el tipo de la prensa. Del que te estoy hablando es mi ex.

—Lo siento —se disculpó arrugando el rostro—. No debería sentirme mejor después de lo que me contaste, pero lo hago.

Reí.

—Me alegra que mi desgraciada vida amorosa por fin sirva de algo.

Cleo miró hacia abajo.

—Hay algo más que necesito decirte. Espero que no te molestes conmigo. —Sus ojos azul hielo se enfocaron en los mío—. El hombre del que estoy hablando es Diego. Tu cliente —dijo antes enterrar la cara en un cojín.

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