Capítulo 21:
RACHEL:
Mientras abría la puerta de su habitación y lo tomaba por sorpresa sentándome a su lado, en silencio, me preguntaba cuándo.
¿Cómo?
¿Por qué?
También cómo manejaría la situación sin hacerle daño a nadie.
—Sé que probablemente no te lo esperabas tomando en cuenta la forma en la que nos tratamos, pero de mi parte era una tapadera —susurró tomando mi mano y entrelazando mis dedos con los suyos—. La verdad es que desde que Gary llegó a casa contigo no ha pasado un día en el que no haya pensado en ti de esta forma.
Me descubrí a mí misma queriendo averiguar cuál e indagando en voz alta.
—¿Me hablas más de ello, por favor?
Vi un breve destello del Ryan al que estaba acostumbrada pasar por su rostro, pero se fue tan rápido y todo sería tan diferente a partir de ahora que se me hizo imposible no extrañarlo.
—No soy mi hermano. No te veo como una amiga, pero tampoco como una chica con la que pueda estar y seguir adelante como si nunca hubiese pasado por mi vida. —Tomó mi mano y la colocó sobre su corazón, el cual se sintió acelerado contra mi palma. Su piel era cálida. Tan cálida—. Quiero intentarlo, Rachel.
Me mordí el labio sin saber qué decirle.
—¿Podrías, por ahora, solo darme una probada para entenderte mejor? —Mi voz sonaba ronca, pero no me importaba—. Todo es tan confuso para mí. Hace tan solo unos días pensaba que me odiabas y... y ahora...
Ryan me calló juntando sus labios conmigo de nuevo. La diferencia entre este y los otros besos fue que en esta ocasión su lengua entró en mí sin pudor, sus manos colándose en el interior de la camisa de mi pijama de satén mientras me recostaba en su cama, haciéndome sentir... nada.
Era agradable, sabía bien, probablemente podría disfrutar de su cuerpo.
Nada más.
Mi cuerpo empezó a temblar con pánico cuando me di cuenta de que las mariposas que me prometí a mí misma hallar en el siguiente hombre que dejara entrar a mi vida no estaban. No había explosiones. Ni siquiera un chispazo. Solo el agradable calor que su cuerpo emanaba del mío.
Ryan no era mi otra mitad.
No estaba en contra de las chicas como Cleo, inclusive Marie, capaces de experimentar sin involucrar el corazón, pero, llámenme estúpida, necesitaba algo además de atracción física para estar con alguien. No después de Nathan. No después de olvidar algo tan importante. Esta primera debía ser especial.
—Ya basta —dije al sentir sus manos llegando a mis senos.
Ryan apartó unos cuantos mechones de mi cabello que le estorbaban en la búsqueda de mis ojos tras apartarse a penas se lo pedí.
—Lo lamento si fui muy lejos. —Presionó otro beso contra mis labios antes de atraerme hacia él. Lo abracé en búsqueda de consuelo. Me preguntaba si estaba defectuosa—. No sabes cuánto he querido esto.
Comenzó a cepillar mi cabello con suavidad cuando se dio cuenta de que no obtendría una respuesta, dándome la razón por la cual su toque no me encendía. En sus caricias estaba la paz que sentiría al entra en contacto con Gary, con Eduardo... con mi propio hermano, no los fuego artificiales que quería.
—Esto no afectará mi relación con Gary, ¿verdad? —le pregunté sintiendo miedo.
No quería estar sola.
—Gary ha decidido mantenerse neutral —dijo mientras negaba—. Necesito que comprendas que esto no afectará nuestra manera de ser, Rachel. Aunque no sientas lo mismo por mí, prométeme que seguirás siendo tú misma alrededor. Que no nos convertiremos en extraños.
—Ya lo somos —le recordé—. El Ryan que yo conocía me odiaba.
Besó la cima de mi cabeza.
—El odio y el amor son solo dos caras de la misma moneda.
Me elevé sobre uno de mis codos para mirarlo a la cara.
—Espero que no esperes una respuesta pronto. Necesito pensarlo.
—Tómate todo el tiempo que quieras.
Como no tenía nada más que decir, me fui sin esperar nada más de su parte. Antes de ir a la sala, dónde se oían risas, entré en el baño y borré cualquier evidencia de mi rostro de lo ocurrido. Cuando llegué allí descubrí a Gary y a Edu viendo una película con un gigantesco recipiente lleno de palomitas entre ellos. Me sentí mal al interrumpirlos, pero necesitaba hablar con mi mejor amigo, quién al verme se levantó del mueble tras murmurar algo en el oído de su novio y nos llevó hasta la cocina.
—Entonces... imagino que ya te dijo.
Asentí.
—Le gusto a tu hermano. —Tomé un refresco de uva de la nevera—. Nos besamos.
Alzó las cejas.
—¿Eso es todo?
Negué.
—No. No sé cómo sentirme al respecto.
Se acercó para abrazarme.
—No quiero que hagas algo que no quieras porque te sientes obligada o algo parecido. Ambos sabemos que no estás interesada ya sea por él o por lo que has tenido que pasar. No sé si eso cambiará con el tiempo, si simplemente ocultas demasiado bien tus sentimientos o si ni tú misma te has dado cuenta de lo que sientes, pero... si fuera diferente nunca me opondría a tenerte como cuñada. —Me apretó más—. Te aconsejo mantener la distancia por un tiempo.
Incliné mi cabeza hacia atrás para verlo.
—¿Temes que mi corazón salga herido?
—No, Rachel —dijo con suavidad—. Temo que nuestra amistad sufra cambios cuando le rompas el corazón a Ryan. Es un idiota, pero es mi hermano. No puedo serle indiferente, así como tampoco puedo serlo contigo y decirle que lo quieres como él te quiere a ti cada vez que me lo pregunta.
Las lágrimas se acumularon en mis ojos. Odiaba esta situación.
—Soy una rompecorazones, ¿no?
—Eso depende de cómo lo manejes. Te conozco y sé qué lo harás lo mejor que puedas. —Sus ojos se oscurecieron con ira—. Pero si mi hermano vuelve a besarte como lo hizo en el gimnasio, le patearé tanto el culo que tendrá que usar una versión más grande de los pañales de Madison por meses.
Hice una mueca.
—Asco, Gary.
Soltó una carcajada mientras deshacía nuestro abrazo.
—Cambiando de tema, ¿por qué no me hablas de ese hombre caliente que te persigue por toda la ciudad?
Me tensé ante la mención de Nathan, lo cual hizo que la curiosidad en sus ojos pasó a preocupación.
—Se llama Nathan —respondí—. Es el padre de Madison.
—Mierda. Ya sé por qué su rostro se me hizo tan familiar cuando salió la foto del evento en el periódico. Se parecen. —Frotó mi hombro—. ¿Quieres hablar de ello? —Negué—. ¿Sabes que a cuentas conmigo para lo que sea?
Asentí alejando mi mente de Nathan antes de que se abriera la caja de Pandora. Gary sabía la historia completa de principio a fin, exceptuando la reaparición del donador de esperma, y lo entendería. Mañana u otro día le daría los detalles.
Por ahora era suficiente con Ryan.
—Estoy tan...
—¿Jodida? —completó.
—Sí.
—Bueno, brindemos por ello, únete al club.
Tomé la copa de vino que me ofrecía. Después de chocarlas entre sí di un sorbo y tomé una barra de chocolate blanco de la despensa. Me senté en el mesón.
—Cuéntame lo que pasa contigo.
Tomó otro trago antes de situarse a mi lado.
—Hay este grupo de apoyo del que te conté la otra vez, ¿te acuerdas? —Afirmé en silencio. Él y Eduardo iban a él todos los domingos y no eran precisamente tímidos al respecto—. También van chicas, ¿sabes?
Puse los ojos en blanco.
—Gary, no soy estúpida, también vivo en este planeta, sé que existen las lesbianas.
—También hay personas a las que les gustan ambos sexos...
Alcé una ceja.
—¿Bisexuales?
—Bueno, ya que tu mente es tan abierta... —Me pinchó la frente—. Iré al punto. —Soltó un suspiro—. Primero que todo... no soy gay, Rachel. Soy bisexual, aunque me gustan mucho más los hombres que las chicas. Hay una de diez posibilidades de que me guste una. Son muy bajas, así que nunca corrijo a nadie cuando dice que soy gay. —Gary rió al ver mi expresión de sorpresa. Rápidamente, sin embargo, volvió a tornarse serio—. Una chica pelirroja llamada Helga está en el grupo con su novia, Amanda. Es genial. Bisexual. Tienen una relación abierta y... Rachel. Dios. —Tragó—. Ella quiere experimentar con Eduardo y conmigo. No hablo de tener sexo, sino aconsejarnos mientras lo hacemos. Tiene una especie de diplomado en sexología del que no saca provecho porque lo suyo son los negocios.
Presioné mis labios juntos. Ser amiga de Cleo me había hecho un inmune a las sorpresas, pero esto era diferente. Había muchos sentimientos involucrados.
—¿Tú qué dices?
Él sonrió y la inestabilidad en ello me indicó lo mal que lo estaba pasando.
—Últimamente el sexo no ha sido muy bueno. Él dice que está bien, pero no lo está. —Bajó la voz—. Me siento muy atraído hacia al erotismo de la situación. No sé lo que me pasa, pero no puedo dejar de pensar en Helga y su novia observándonos. —Se inclinó hacia mí—. Creo que podría ayudarnos. No quiero perder a Eduardo.
Casi me atraganto con el vino, lo que hizo que Edu gritara desde la sala preguntándome si todo estaba bien. Le dije que sí antes de girarme hacia Gary.
—¿Y qué opina él? —le pregunté sin molestarme en ocultar la decepción en mi voz.
Era un gran chico y, más importante aún, se amaban. No me gustaría que se separaran debido a alguien aprovechándose de un momento de debilidad para cumplir sus fantasías. Ella los consideraba un experimento, por Dios, mientras ellos estaban poniendo en juego su vida como pareja.
—Lo amo, Rachel, siento que cualquier cosa que hagamos no lo cambiará.
—Estás en una situación compleja.
No tanto como la mía con Nathan, pero cerca.
—Sí. Ya he hablado de esto con él y ha accedido porque me ama, pero...no lo sé. Lo noto reservado. Hoy cuando le pregunté si me acompañaría al bar al que siempre voy con mis amigos me contestó que no entiende el sentido de ir a un lugar heterosexual por diversión cuando ni siquiera puede ser él mismo. —Se mordió el labio—. Pero estoy seguro de que piensa que es porque estoy redefiniéndome... lo cual no es cierto. Lo juro. Solo estoy aburrido del sexo gay convencional y tengo el presentimiento de que también lo disfrutará.
—Habla bien con él, Gary. —Miré su expresión atormentada y tomé sus manos entre las mías, frotándolas—. Descubran lo que quieren ambos o el punto medio más cercano y háganlo realidad.
Asintió.
—Lo haré y te contaré.
Hice una mueca.
—No, gracias.
Exprimiéndome a mí misma, olvidé lo cansada que estaba y vi un par de episodios repetidos de The Vampire Diaries y después uno de Gossip girl. Eduardo me acompañó mientras Gary hacía la contaduría del salón en el suelo junto a nosotros. Cuando terminé de ver televisión con él besé su frente y la de mi mejor amigo antes de ir a dormir. Ruborizada, escuché cómo se reconciliaron en la sala a penas me fui. Necesitaba mudarme, pero estaba tan cerca de cumplir mi sueño y conseguir el monto necesario para un préstamo que me forzaría a mí misma a soportar los gemidos de Gary el enamoramiento de Ryan unos meses más.
NATHAN:
El domingo por la mañana salí a dar una vuelta por el vecindario por primera vez desde que me mudé. A pesar de que no era un vecindario común, se trataba de villas en lugar de casas, había niños manejando bicicleta y dueños paseando a sus perros. El ambiente era familiar. Cuando pasé frente a mis vecinos, regresando, me di cuenta de que tenían un parque para sus hijos. Apunté la idea en mi cabeza. Estaba seguro de que a Madison le gustaría uno. Al llegar a mi patio delantero fruncí el ceño. Había un BMW aparcado en la entrada. El de mi madre. Tomé aire antes de entrar.
Sabía que este momento llegaría, pero no pensé que sería tan pronto.
—Hola, mamá —la saludé.
Estaba sentada donde había encontrado a Amanda con Helga. Sonreí al pensar en cuál sería su reacción si le dijera que estaba sobre la escena del crimen. Probablemente se desmayaría y luego dejaría de lanzarme indirectas sobre mí dejándola ir. Me encontraba pegostoso porque había estado corriendo, así que me di una ducha y me cambié antes de acompañarla.
—Bonita forma de hacer esperar a tu madre una eternidad —dijo cuando llegué.
Puse los ojos en blanco, ni siquiera me había tardado quince minutos, mientras me sentaba frente a ella. En la butaca. Frunció el ceño, probablemente preguntándose por qué no ocupaba asiento a su lado. Ese sofá lo habíamos comprado juntos.
—Lo siento.
—Está bien. —Agitó su mano en el aire con desinterés—. No es ninguna molestia esperar por ti dos horas cuando lo hice nueve meses.
—Mamá...
—Oh, cariño. Perdóname tú a mí. Estoy siendo demasiado cínica últimamente.
Lo supe después del mensaje número cien, cuando enumeró todo lo que probablemente hice mal con Amanda, que dejó en mi contestadora la semana pasada cuando falté a la cena a la que me invitó. No la culpaba. Cualquiera se comportaría así viviendo bajo el mismo techo de mi padre.
—No te preocupes. —Sonreí—. ¿Por qué no llamaste? Si era urgente pude haber ido.
—No quería que fueras.
Algo en su voz y en la manera que retorcía las manos sobre su regazo me advirtió que estaba pasando por un mal momento. Mirándola más atentamente noté que su rostro lucía demacrado. No solo eso. Su vestido de margaritas estaba desaliñado y su cabello estaba hecho un nido de pájaros en la cima de su cabeza.
—¿Por qué no?
Soltó una risita nerviosa.
—Ya lo has hecho.
Enarqué una ceja y suspiró.
—He tomado una decisión que debí haber tomado hace mucho tiempo atrás.
—¿Puedo preguntar...?
—Nathan Blackwood, no seas condescendiente con tu madre. Cállate y escucha. —Alzó el mentón como lo hacía cuando me regañaba de niño—. Asiente si has entendido. —Lo hice conteniendo una sonrisa—. No soy retrasada. Siempre supe que tu padre no me amaba, pero yo si lo hacía. Nunca esperé nada a cambio y él tampoco me ilusionó. Él no tiene la total culpa de nuestro fracaso como matrimonio. Yo no debí haberme casado con él bajo esas condiciones en primer lugar. —Hizo una pausa y se dio toquecitos en la barbilla con el dedo, recordando—. Ahora que John y tú han crecido creo que ha llegado el momento de enmendar mi error. —No tenía nada que decir al respecto, así que guardé silencio esperando que continuara—. Le he pedido el divorcio esta mañana.
—Bueno... yo... —empecé al cabo de unos segundos de sorpresa—. No me lo esperaba.
—¿Estás molesto?
Su voz era un hilo débil y sus ojos estaban cristalizados. Aunque corría el riesgo de estallar en llamas si lo hacía, me senté a su lado y apreté su mano.
—No lo estoy. Solo me impresiona que hayas esperado tanto. Haz lo que te haga feliz.
Froté su espalda y la rodeé con mis brazos cuando se lanzó sobre mí, sollozando.
—Natti, estaba tan preocupado por cómo lo tomarías.
—No soy un niño —gruñí conteniéndome de pedirle que no me llamara así.
No podía tener una hija y que mi madre me dijera Natti al mismo tiempo.
Mis hombros se tensaron al recordar que mi madre aún no sabía nada sobre Madison. Avergonzado, bajé la mirada hacia el suelo mientras imaginaba su reacción. Probablemente me castraría ella misma. Solo su amor por mí me salvaría de morir.
Era la segunda mujer a la que más temía en mi vida.
—Mamá...
—¿Desde cuándo tú y tu hermano saben lo malo que fue nuestro matrimonio, Natti? —cortó mi cambio de tema preguntando.
Alcé la cabeza haciendo una mueca.
—Desde siempre. Ustedes no hacían el mejor trabajo ocultándolo.
—Nunca debí dejar que esto le llegara a ustedes, debí ser más fuerte... —sollozó más fuerte que antes sobre la tela de mi camisa.
—Lo hiciste bien, mamá —la consolé—. Somos buenos ciudadanos. Nunca hemos matado a nadie. Pagamos los impuestos y no arrojamos basura a la calle. Asistimos a obras de caridad. Tanto John como yo te lo agradeceremos en cada bocanada.
Rió mientras me daba en el pecho juguetonamente, levantándose.
—Lo hice horrible si mis hijos de treinta años aún no me han dado nietos... o nueras.
Guardé distancia, preparándome para soltar la bomba.
—Con respecto a eso, creo que deberías saber algo de mi ruptura con Amanda.
—Ah, sabía que algo había sucedido ahí. —Se cruzó de piernas, parpadeando en mi dirección. Intentando lucir fuerte para mí. Me sonrió para que me tranquilizara cuando no lo solté—. Pero si no quieres no me cuentes, Natti. Ella no lo valía si te dejo por algún otro...
Tosí.
—Otra.
Me miró sin comprender por un instante. Su expresión se volvió horrorizada al captar.
—No puedo creerlo —gimió cubriéndose la boca—. ¿Ella con una mujer? ¿Seguro?
—Yo mismo las encontré. Volví antes de lo previsto, con una sorpresa para ella porque la notaba distante, y cuando entré...
—¡¿En tu propia casa?!
Se abanicó.
Sí, mamá, sobre el sofá dónde estás sentada...
Meses atrás me habría desmoronado. Ahora quería reírme.
—Sí, pero ya lo superé.
Frunció el ceño.
—Nathan, estabas enamorado de Amanda desde que eras un niño, ¿cómo...? —Su expresión se convirtió en la de un pug—. La engañabas también, ¿verdad?
Me rasqué la nuca.
—Bueno, fue más bien una aventura, pero al menos sirvió para que la ruptura no me tomara por sorpresa. Yo...
—¡Nathan! —gritó—. ¡Me dejas como estúpida ante mis amigas! ¡Alardeaba de ti y de Amanda diciendo que eran la pareja perfecta! Lo eran, sí, ¡dos infieles! —Entrecerró sus ojos en mi dirección—. ¿Con quién lo hiciste? ¿La conozco?
Mi rostro se distorsionó al pensar en Rachel. Ella no fue mi amante. Ni siquiera recordaba la noche en la que concebimos a Maddie. Tampoco me gustaba que pensaran en ella como tal. Merecía más que eso.
—Probablemente. No sé. La verás en el baby shower de Luz, pero ella no sabrá quién y no querrá hablar contigo si nos vinculan. No la presiones.
—¿Por qué? No soy una mala persona, Nate. No la haré sentir mal.
—Lo sé. No es por ti.
—¿Entonces qué razón tiene tu ex amante para no conocerme? ¿Es la chica con la que te fotografiaron en la fiesta de Harold? ¿Es...? —Sus ojos se abrieron como platos—. Oh, no. No me digas que tú... ¡¿te acostaste con la hija de tu socio?!
—Sí, mamá.
Tragué sonoramente. Estaba sorprendido con la facilidad con la que ataba cabos.
—¿Cuál me dijiste que era su nombre? —preguntó dándose golpecitos en la barbilla con el dedo—. No puedo recordarlo. Sé que Lucius tiene dos hijas, ¿con cuál me dijiste que te acostaste?
—No te lo he dicho.
—Dímelo.
—No. No quiero que lo acoses.
—¡No lo haré! —exclamó—. Tampoco tengo tanto interés. No soy tan retorcida.
Torcí los labios.
—Aún tienes que oír lo más importante.
Su rostro se arrugó.
—¿Hay más?
Asentí.
—Sí, pero necesito que me prometas que no pensarás mal de ella. Soy yo quién lo jodió, no Rachel. —Esta vez fui yo quién se apoyó en ella. Mamá empezó a acariciar mi cabello—. Necesito que me ayudes a arreglar esto. Obtener tu opinión como mujer. Con eso basta. Te pediría más, pero sé que cuando termine ni siquiera querrás verme.
Me sonrió con dulzura.
—Natti, sea lo que se que hayas hecho lo arreglaremos. Nunca podría odiarte. Eres mi hijo. —Besó mi frente—. Pero sí puedo enojarme contigo y castigarte sin mi presencia. Dejando pasar tu uso de palabrotas, eres un buen hombre. Probablemente lo que hiciste tiene una solución sencilla, pero ya. Cuéntame para que podamos resolverlo.
Me aclaré la garganta antes de soltarlo.
—Eres abuela.
Después de contarle la historia completa, mamá me consoló diciéndome que con el tiempo estaría con Madison y que sería un buen padre. También dijo que estaba a una llamada de distancia si necesitaba su ayuda, pero que esto sería después del baby shower de luz porque por el momento no podía soportar ver mi rostro.
que estaba molesta era un eufemismo.
****
—Para comunicarte solo tienes que presionar ese botón y hablar —le indiqué el lunes por la mañana a la quinta secretaria que contrataba debido a las denuncias de acoso sexual hechas por John, las cuales se extendían a mis secretarias por ver su trasero mientras entraba a mi oficina, llamada Lucy.
—¿El azul?
Ni siquiera me molesté en lucir impresionado por su ignorancia.
—No, el rojo que dice intercomunicador. —Al notar que con su dedo curioseaba alrededor del borde redondo, sonreí malévolamente—. El azul que dice seguridad es en realidad el botón de autodestrucción del edificio. —Me incliné sobre su cuerpo asustadizo—. Se presiona en caso de un ataque terrorista y únicamente si estamos perdiendo la batalla.
A duras penas contuve una carcajada que amenazó con arruinar mi reputación en la embotelladora. Lucy, la exuberante rubia de ojos grises opacos, había alejado la mano como si quemara al contacto. Por su expresión sabía que estaba considerando renunciar. Tras reírme de ella un poco más entré en mi oficina sin tener ni idea de que habría alguien esperando al otro lado
—Buenos días, Nathan.
No, Lucy no necesitaría renunciar.
Yo la despediría personalmente.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro